Teatro. El malentendido. La claridad del pensamiento es lo que rige cada escena, lo preciso de las motivaciones, el hastío de lo rutinario, un objetivo supremo. Hay quienes quieren escapar de su patria yerta, hay quienes no están conformes con lo que les brinda el horizonte a través de la ventana: extensiones tantas veces repasadas, viejas, aprendidas, agotadas; hay quienes quieren, con urgencia, escapar… El nuevo día dejó hace mucho de ser inspirador; ahora es molesto, insuficiente. La salvación será entonces emprender la huida, alejarse de las mismas paredes y las mismas sillas. El anhelo será enfrentarse a otro sol y respirar un otoño distinto, comenzar de nuevo.
Lo que no hay es el sentido de la espera. Lo que se vislumbra en la imaginación, lo único asequible. Si no fuera por eso, nada quedaría. En ese lugar ya todo está ajado aunque impecable; se nota el cansancio, la frustración, en un espacio violentado por el deseo de no estar más tiempo ahí, en donde ya no queda nada. Acaso algunos vagos y ruinosos recuerdos de lo que fue una familia y que sólo reafirman las ganas de apartarse.
Pero también existe la complicidad, un vínculo que no permite el abandono entre un par de mujeres que se conocen bien, mujeres decididas, imbatibles. Madre e hija quienes aguardan que llegue el último huésped para matarlo, robarle y salir de ahí… Sin ser así desde el principio, sí es la consecuencia de dos almas cuya frustración las alienta. Y es que es la única manera en la que ambas mujeres lograrán su objetivo: cerrar el negocio del hostal sin concurrencia y marcharse a un sitio en donde irrumpa el sonido del mar…
El huésped llega. Mísero huésped arrastrado por el arrepentimiento; obcecado personaje que se deja llevar por pueriles desenfados; hijo pródigo que regresa como un cliente más después de 20 años. Llegar a casa, a la madre, a la hermana, como un acto reivindicatorio, como un súbito acercamiento al lugar en el que ya no lo esperan es la intención. Aciaga suerte de un hombre enamorado, dichoso, que sólo busca reconciliarse con el pasado y sus raíces.
Mas este hombre no quiere que ni su madre ni su hermana lo reconozcan, porque piensa que la jugarreta de volver será una sorpresa feliz para ellas. Ha decidido volver para colmarlas de dicha, compañía y riqueza, para presentarles a su esposa (quien se tiene que hospedar en otro sitio para hacer más grande la sorpresa cuando llegue al día siguiente) y reavivar la calidez familiar añorada; pero primero quiere sondear, enterarse si lo han reconocido, si lo han extrañado o si lo atenderán con la frialdad que seguramente caracterizará el trato que tienen hacia cualquier cliente.
Pero “el corazón no tiene mucho que hacer aquí”, a decir de la hermana (Marta). La intimidad ni lo que se ha vivido (perdido) en ese hostal no es de la incumbencia del viajero. No hay familiaridad. Hay desconfianza. Hay detrás de la presencia del incauto un plan, mismo que él dista mucho de imaginar.
El viajero, el hijo que había estado extraviado (Jan), no tiene palabras. No sabe cómo decirle a su hermana que es él, que se ha casado y que es feliz porque ha vuelto lleno de alborozo; no puede decirle a su madre que le pesa no ser identificado por ella… Pero ya habrá tiempo, él lo planeó así: “Aprovecharé la ocasión para verlas desde afuera. Me daré cuenta mejor de lo que las hará felices. Después inventaré el modo de darme a conocer… Sólo basta encontrar las palabras…”. Sin embargo, el plan de las mujeres es implacable pese al cansancio y el hartazgo de la madre por los tantos crímenes cometidos; y a pesar de que saben que la aniquilación de aquel ufano e indiscreto huésped es lo único que esperan, los enfrentamientos morales y la disputa por la razón se tornan impostergables: dar o no la última muestra de voluntad. El tiempo se acorta y deberán decidir con rapidez.
Pero la ausencia de palabras suscitará el malentendido…
Es con esta puesta en escena del novelista, ensayista, dramaturgo, filósofo y periodista argelino-francés Albert Camus (1913-1960) que la Compañía Nacional de Teatro celebra los 100 años del natalicio del Premio Nobel de Literatura 1957. Obra, de profundas reflexiones sobre la existencia y las emociones humanas.
Dirigida por Marta Verduzco, la obra genera en el espectador un agudo malestar por el contraste entre lo impactante del argumento, el peso emocional y la cercanía de los temas que trata, con un escenario luminoso y pulcro; sorprendente, en cuanto a la sencillez del trazo y la energía actoral a cargo del elenco estable de la Compañía. En esta ocasión, las actuaciones corren a cargo de Ana Ofelia Murguía, Farnesio de Bernal, Emma Dib, Rodrigo Vázquez y Érika de la Llave. Cuenta con la música original de Joaquín Gutiérrez Heras (de quien se conmemora su primer aniversario luctuoso) y el trabajo escenográfico y de iluminación de Gabriel Pascal.
Teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque, Paseo de la Reforma y Campo Marte sin número, atrás del Auditorio Nacional (hasta el 21 de abril; jueves y viernes, 20:00 horas; sábados, 19:00 horas, y domingos, 18:00 horas; por el asueto de Semana Santa, los días 28, 29, 30 y 31 de marzo no habrá función).