El senador republicano Marco Rubio se ha encumbrado como el principal instigador en el Congreso estadunidense contra Cuba. El político representa a la antirrevolución y enarbola la bandera del bloqueo económico, comercial y financiero contra la isla.
Washington, Estados Unidos. La llegada al poder del presidente Donald Trump dio paso a una etapa de debilitamiento del Departamento de Estado, y en ese contexto el senador Marco Rubio consiguió protagonismo para rediseñar la política hacia Cuba.
El estilo del otrora director ejecutivo de la petrolera ExxonMobil como jefe de la diplomacia estadunidense, Rex Tillerson, provocó un drenaje de funcionarios con experiencia y un aumento de responsabilidades interinas para la mayor parte de los niveles de dirección dentro de la entidad federal.
Según diplomáticos y analistas, dicho departamento dejó de ser la institución, más o menos activa, que proponía iniciativas de política exterior en un sin número de asuntos.
Poco a poco, la Casa Blanca fue imponiendo su supremacía a través del Consejo de Seguridad Nacional en los temas de la agenda a nivel foráneo.
El tiempo que Trump no pasaba defendiéndose de las acusaciones de la supuesta colusión de su campaña electoral, lo dedicó a exigir mayores responsabilidades a los países europeos dentro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Asimismo, se centró en denunciar el acuerdo nuclear de Irán con seis potencias mundiales, incluida Estados Unidos, el cual finalmente decidió abandonar en mayo de 2018, y en buscar un éxito tangible respecto a la República Popular Democrática de Corea.
Todo eso lo acometió el gobernante republicano, de acuerdo con diversas fuentes, sin pedir borradores a subordinados ni escuchar la opinión de expertos.
Poca atención destinó a América Latina en los primeros meses del gobierno, como no fuera para continuar las sanciones contra Venezuela y preocuparse por la salud de la democracia, bajo los criterios aviesos de Washington, en Nicaragua.
Entonces Rubio fue ganando acceso a la oficina del presidente, quien le cedió todo el espacio para en principio establecer cambios en la posición hacia Cuba, después del acercamiento bilateral con la administración predecesora al cual se opuso el legislador.
¿Cuáles fueron las razones para actuar así? y ¿qué pudo pedir el presidente a cambio?
Rubio podría significar un voto de apoyo a Trump en el Comité de Inteligencia del Senado, el cual era de utilidad ante los posibles desenlaces contra el presidente de la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre la presunta interferencia de Rusia en las elecciones de 2016 y la mencionada colusión.
Pero quizás el jefe de Estado no sabía en aquel momento que Rubio tenía el lugar 88 entre los 100 integrantes de la Cámara alta en cuanto a la asistencia a votaciones y probablemente no estuviera presente para respaldarlo cuando lo necesitara.
Este senador, quien hizo toda su carrera política desde Miami a Tallahassee, en Florida, y después a Washington DC basándose en la historia de ser hijo de inmigrantes cubanos pobres que huyeron de “la dictadura de Fidel Castro”, gozaba de una imagen entre sus pares como experto en temas del país caribeño.
Sin embargo, Rubio no nació en Cuba, nunca fue de visita y tuvo que cambiar en su página web el dato sobre el viaje de sus padres desde la isla, pues el diario The Washington Post aclaró que habían salido en 1956 durante la tiranía de Fulgencio Batista y después del triunfo de la Revolución, el 1 de enero de 1959, viajaron varias veces a La Habana sin problemas.
Hombre sin éxito en la vida empresarial, Rubio descubrió rápidamente, como describieron años atrás la publicación digital Político y otros medios, el valor de la política para aumentar sus ingresos de manera vertiginosa.
Eso lo ha hecho, bien mediante la práctica confusa de ser a la vez legislador y lobista, o entregándose en los brazos de un solo contribuyente multimillonario, Norman Braman, quien ha estado presente para el salvamento en cada crisis económica de su familia, expuso el diario The New York Times en 2015.
Como parte de su primer esfuerzo por cambiar la política hacia Cuba en el primer semestre de 2017, Rubio encontró la enconada resistencia de las empresas estadunidenses que ya tenían negocios en la mayor de las Antillas.
De la misma manera, aparecieron los secretarios de Comercio, Wilbur Ross, y de Agricultura, Sonny Perdue, y el entonces consejero de Seguridad Nacional, Herbert R McMaster.
Al final, todos fueron convocados a aplaudir alrededor de Trump en un teatro de Miami, donde anunció las nuevas medidas contra Cuba el 16 de junio de 2017.
Varias imágenes mostraron a Rubio contrariado por no lograr los primeros planos de las cámaras, y en los pasillos del Senado expresó después que lo aprobado para la isla no era todo lo que él esperaba.
Por aquella fecha, la Casa Blanca señaló que esa era la política de la administración hacia Cuba y que no sucederían en el futuro revisiones similares.
Durante 2017 y más allá, el senador republicano Marco Rubio fue el principal instigador en el Congreso del tema de los incidentes de salud reportados por diplomáticos estadunidenses en La Habana.
Tal postura acerca de los llamados por Washington y la prensa estadunidense “ataques sónicos” fue asumida por el legislador pese a que entre sus colegas de ambos partidos existió y persiste una gran duda sobre los argumentos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Departamento de Estado al respecto.
En ninguna de las audiencias a puerta cerrada se presentaron evidencias creíbles y consistentes sobre lo sucedido.
No se encontró un arma, un motivo, un culpable aparente, pero Rubio dictó prácticamente a dicho departamento qué hacer en cuanto a la reducción del personal de las respectivas embajadas en Washington y La Habana, y cómo lanzar una alerta viaje para disminuir el nivel de visitas de estadunidenses a Cuba.
Después de la poco ceremoniosa despedida de Rex Tillerson como secretario de Estado mediante un tuit del presidente Donald Trump, y el reemplazo del consejero de Seguridad Nacional, Herbert R McMaster, por el controversial John Bolton, en marzo y abril de 2018, respectivamente, Rubio pareció tomar un nuevo aire.
A juicio de diversas voces, tenía sus razones, pues Bolton fue quien en 2002 lanzó al mundo, en contra de la opinión de la comunidad de inteligencia estadunidense, la acusación contra Cuba por una supuesta posesión de armas biológicas, que después se comprobó que era falsa.
Rubio, el principal responsable de que Trump hiciera el ridículo públicamente al decir que ganó en Florida en las elecciones presidenciales de 2016 con el 84 por ciento del voto cubanoamericano, sintió en Bolton el alma gemela para avanzar en su cruzada anticubana.
Así, aprovechó los cambios en la jefatura del Consejo de Seguridad Nacional para introducir en la plantilla de ese órgano a su incondicional Mauricio Claver-Carone, un hombre visto como de pocas luces y verbo limitado.
Hasta la fecha de su designación, Claver-Carone se enfocó únicamente en la tarea de recoger dinero entre contribuyentes crédulos para pagar a políticos que aún apostaban por derrotar al gobierno cubano.
En el Departamento de Estado, Rubio tendría que adaptarse al liderazgo de un nuevo secretario como Mike Pompeo, quien declaró desde su designación para ese cargo que daría una mayor preeminencia a la entidad federal.
Cuando fue nombrado al frente de la CIA, Pompeo tenía los mismos años de experiencia que Rubio en el Congreso, aunque en cámaras distintas, y ambos contaron con el apoyo del conservador Movimiento Tea Party.
Pompeo es presbiteriano y reconocido como hombre de fe, tiene una formación militar, y ascendió por los rangos hasta ser oficial; Rubio ha sido católico, mormón y bautista a conveniencia, divulgó la televisora CNN en 2012, y solo conoce las armas para uso recreacional.
El primero representó al estado de Kansas, con una cantidad importante de agricultores que ha visto en el mercado cubano una buena oportunidad comercial, como lo demuestra el activismo en el tema del senador Jerry Moran y el congresista Roger Marshall, ambos publicanos.
Por su parte, Rubio representa a Florida, desde donde las principales figuras políticas exigen al resto de la Unión la aplicación del bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba.
Al mismo tiempo, es el estado que más se beneficia en el cobro de impuestos, valorados en cientos de millones de dólares, de aquellas compañías que tienen para operar negocios con el país antillano.
Florida es también el estado que más financiamiento recibe del presupuesto federal, mediante fondos declarados y no declarados, para propósitos de cambio de régimen en Cuba que van desde Radio y TV Martí hasta proyectos que ampara la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional.
Parte de ese dinero regresa a las campañas de reelección de los mismos políticos que los proponen y aprueban en Washington.
Rubio descubrió hace bastante tiempo que su activismo en los temas de Venezuela y Nicaragua pudiera generar similares ingresos oficiales.
De hecho, él y sus más allegados ya se benefician de fondos privados de grupos e individuos venezolanos, colombianos y nicaragüenses que, como sus predecesores cubanoamericanos, financian la guerra contra terceros desde lejos, pero no participan en ella.
Con la victoria de Jair Bolsonaro en las elecciones brasileñas, Rubio se apresuró a invitar a Miami a familiares y amigos del ahora presidente del gigante suramericano para forjar alianzas en la lucha contra Cuba.
Más allá de coincidencias ideológicas, quizás el senador tenga una alta responsabilidad en haber propiciado una alianza de Trump y el Departamento de Estado con uno de los políticos con mayor inclinación al fascismo que existe hoy en América Latina.
Eso, a juicio de muchos, acentúa la crisis de imagen que ya tenía la actual administración estadunidense entre latinoamericanos y caribeños.
Después del nombramiento de Pompeo al frente de la diplomacia norteamericana, Rubio continuó su asedio directo a funcionarios en el Departamento de Estado para lograr nuevas acciones contra Cuba, hasta que sucedió lo impensable.
Los cubanoamericanos de Florida perdieron en las elecciones de medio término del 6 de noviembre último, dos de los asientos en el Congreso federal, de los cuales habían dispuesto durante años.
Ileana Ros-Lehtinen, quien tuvo a Rubio como interno en su oficina, se retiró y su heredera política no fue electa; en tanto, Carlos Curbelo, después de posar como el más demócrata de los republicanos, fue desbancado por una novata que no dijo una palabra sobre Cuba durante la campaña.
De pronto, el otrora vocero de la Cámara de Representantes de Florida y exprecandidato presidencial, que estuvo a punto de ser exsenador, sintió que su tiempo para dañar aún más la relación bilateral con Cuba se acababa.
Desde entonces Rubio ha pasado de realizar recomendaciones al secretario de Estado a hablar a nombre de Pompeo, adelantándose incluso a lo que él y sus subordinados podrían proponer o decidir respecto a Cuba.
Lo ha hecho en lo relacionado a la aplicación de todo lo prescrito en la Ley Helms-Burton, que refuerza el bloqueo, y en los aspectos legales del reciente acuerdo de las Grandes Ligas de béisbol estadunidense con la Federación Cubana de ese deporte, entre otros temas.
Diony Sanabia/Prensa Latina
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