Estamos bajo el fuego de (al menos) tres guerras simultáneas: una Guerra Económica desatada para dar otra “vuelta de tuerca” contra la clase trabajadora; una Guerra Territorial para asegurarse el control, metro a metro, contra las movilizaciones y protestas sociales que se multiplican en todo el planeta; y una Guerra Mediática para anestesiarnos y criminalizar las luchas sociales y a sus líderes. Tres fuegos que operan de manera combinada desde las mafias financieras globales, la industria bélica y el reeditado “plan cóndor comunicacional” empecinado en silenciar a los pueblos. Todo con la complicidad de gobiernos serviles especialistas en gerenciar los peores designios contra la humanidad. Hay que decirlo con claridad y sin atenuantes.
En particular, peo no aislada, se ha desatado contra el pueblo trabajador, de todo el planeta, una guerra mediática sin clemencia (aunque algunos todavía se nieguen a verla). Tal guerra mediática es extensión de la guerra económica del capitalismo y es inexplicable sin explicarse (histórica y científicamente) cómo opera el capitalismo en sus fases diversas incluyendo su actual fase imperial. La guerra contra los pueblos no se contenta con poner su bota explotadora en el cuello de los trabajadores; quiere, además, que se lo agradezcamos; que reconozcamos que eso está “bien”, que nos hace “bien”; que le aplaudamos y que heredemos a nuestra prole los valores de la explotación y la humillación como si se tratara de un triunfo moral de toda la humanidad. La guerra oligarca contra los pueblos nunca ha sido sólo material y concreta… ha sido ideológica y subjetiva. Nada de esto es nuevo, no se anota aquí como descubrimiento ni como verdad revelada, es la condena de clase sobre la que se verifica nuestra existencia. Mayormente en silencio.
Al lado de las consecuencias concretas de la “Triple Guerra”, que en cada país deja huellas específicas, está el problema de entender sus efectos supra, trans e intranacionales. Una parte del poder económico-político de las empresas trasnacionales tiene su identidad vernácula desembozada o maquillada por prestanombres de todo tipo. Se trata de una doble articulación alienante que supera a los poderes nacionales (no tributa, no respeta leyes y no respeta identidades) mientras ofrece respaldo a operaciones locales en las que se inclina la balanza del capital contra el trabajo. Así empresas como Shell (energética) aliada con bancos locales o internacionales, financia frentes mediáticos (televisoras, radios, periodistas, prensa) y promueve “estrategias” de defensa para los Estados aliados. Sus aliados. El discurso financiado es un sistema de defensa estratégica transnacional operada desde las centrales imperiales con ayudas vernáculas. Mismo modelo imperial con décadas de añejamiento pero tecnología actualizada. Es decir, nada de esto es nuevo, lo supimos y los sabemos.
En su fase “neoliberal”, o neocolonial, el capitalismo imperializadose dispuso a descargar contra la clase trabajadora el peso de la crisis financiera provocada por ellos en 2008. Han instrumentado modelos bancario-financieros de endeudamiento y dependencia monetaria inspirados en la retracción del papel del Estado para reducir y suspender derechos históricos adquiridos. Y, al mismo tiempo, se multiplican las bases militares con objetivos represores enmascarados bajo todo tipo de disfraces. Y ahí, las alianzas de los “medios de comunicación” que conforman un plan de discurso único directamente entregado a camuflar las Guerras Judiciales, las Guerras Económicas y los muchos episodios de represión, táctica y tecnológicamente, actualizados.
Nuestro presente está teñido por una red de emboscadas “políticas” en las que lo menos importante es fortalecer las democracias, devolverle el habla a los pueblos y garantizar la soberanía económica. Todo lo contrario, reinan por su estulticia los peores ejemplos con las peores prácticas desde Brasil hasta Honduras, desde la deformación grotesca de instituciones como la Organización de Estados Americanos (OEA) hasta desfondar iniciativas nacientes como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Quedaron desnudas 1 mil y una tropelías de jueces y tribunales que a contra pelo de toda justicia desatan persecuciones, encarcelamientos y condenas basadas en la nada misma, o dicho de otro modo, basada en cuidar los interese del gran capital vernáculo y trasnacional que funge como su verdadero jefe. Hoy contamos con un repertorio muy completo y complejo de tipologías y secuencias diseñadas para la ofensiva triple que aquí se describe.
No obstante, contra todas las dificultades y no pocos pronósticos pesimistas, los pueblos luchan desde frentes muy diversos y en condiciones asimétricas. Con experiencias victoriosas en más de un sentido es necesaria una revisión autocrítica de urgencia mayor. Intoxicados, hasta en lo que ni imaginamos, vamos con nuestras “prácticas comunicacionales” repitiendo manías y vicios burgueses a granel. La andanada descomunal de ilusionismo, fetichismo y mercantilismo con que nos zarandea diariamente la ideología de la clase dominante, nos ha vuelto, a muchos, loros empiristas inconscientes capaces de repetir modelos hegemónicos pensando, incluso convencidos, que somos muy “revolucionarios”. Salvemos de inmediato a las muy contadas excepciones.
Tan delicado como imitar contenidos es imitar formas. Las formas no son entidades asexuadas o inmaculadas, quien lea información seria (pero con el estilo de los noticieros mercantiles) deberá someter su esquizofrenial veredicto de algún tratante especializado. Al menos, claro, que lo hiciere con ironía intencional y entendible. Quien redacte, hable o actúe, incluso sin darse cuenta, como redactan, hablan o actúan los referentes mercantiles de los mass media, con el pretexto de que “eso sí llega”, de que “así la gente entiende”, de que “esto vende”… repite una trampa lógica en la que se corren riesgos de todo tipo, comenzando por legitimar el modo dominante para la producción de formas expresivas. No quiere decir esto que no se pueda expropiar (consciente y críticamente) el terreno de las formas para ponerlas al servicio de una transformación cultural y comunicacional pero debe tenerse muy en cuenta, qué realmente es útil y por qué no somos capaces de idear formas mejores. Hay que estudiar cada caso minuciosamente y eso es algo que muy poco se hace.
Todavía somos víctimas del individualismo y no logramos construir la unidad de clase que nos permita aliar nuestras fuerzas comunicacionales en torno a un programa emancipador. Muchos se sienten “genio único” y “gurú” revelador de verdades mesiánicas. Uno de los cercos mediáticos más duros de romper está en la certeza soberbia (e individualista) del que se piensa “genio comunicacional” poderoso. Por eso nos derrotan con toda facilidad mientras las oligarquías se organizan y se reordenan para atacarnos. No es que seamos incapaces de lograr metas magníficas, el problema es que estamos desorganizados y no logramos concretar la dirección que nos haga entender el lugar que tenemos en la batalla comunicacional, unidos.
Todavía somos víctimas de la improvisación empirista. No pocos padecen alergia al estudio y no pocos sufren mareos sólo de pensar en planificar racionalmente las tareas que nos tocan. Por eso muchos repiten y repiten errores que no se cometerían con sólo abrir las páginas de algún libro medianamente especializado (y serio) o con trabajar en colectivo con las bases. Por eso, no pocos salen a filmar documentales, a grabar programas radiofónicos, salen a escribir reportajes o entrevistas… sin saber, siquiera, el nombre de sus interlocutores. Por eso muchos se sienten frustrados por los magros resultados, cuando el problema está en el método y en su praxis.
Todavía perdemos horas y días y semanas y meses buscando desesperadamente a quién echarle la culpa de nuestras “desgracias”. Hay camaradas que se resisten a entender que sólo la fuerza organizada de la clase trabajadora podrá generar las transformaciones que necesitamos y que de nada sirven las rogativas a las puertas de las burocracias ni de las sectas iluminadas
Nos equivocamos si creemos que “nos las sabemos todas”. Nos equivocamos si pensamos que nuestros diagnósticos inventados en noches diletantes son la “verdad revelada”. Nos equivocamos si no trabajamos en un frente de base al lado de los trabajadores que luchan por emanciparse. Nos equivocamos si creemos que todo se logra saliendo en la tele o siendo famosos. Nos equivocamos si abandonamos la militancia directa en las organizaciones de base. Nos equivocamos si creemos que los medios de comunicación lo “arreglarán” todo. Nos equivocamos si creemos que con “mensajes” ultrarrevolucionarios se logra mágicamente el avance de la conciencia. Nos equivocamos, en fin, si nos contentamos con repetir fórmulas y especialmente las fórmulas que la burguesía ha ideado para someternos y no nos damos cuenta. Es verdad que ellos generan efectos poderosos en nuestra contra pero nada serían si no dominaran, primero, la base económica y política desde donde financian sus máquinas de guerra ideológica.
Ninguno de nuestros errores podrá borrar los aciertos magníficos que siguen siendo orientadores e inspiradores. Pero no olvidemos que la primera de las manías, primera en importancia por su carácter dañino, es la carencia casi total de autocrítica y que somos víctimas de una especie de soberbia voluntarista plagada con empirismos de todo tipo. “Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase”: Lenin.
Esto no es un réquiem. Insistamos. Aunque hoy perece una “perogrullada” que, a fuerza de repetirse, puede perder “sentido”, conviene recordar (aunque moleste) que una de nuestras grandes debilidades y fallas, se expresa en la incapacidad para transmitir nuestras ideas y acciones. Especialmente las ideas y las acciones de los frentes sociales y sus luchas emancipadoras. Queden salvadas las excepciones honrosas.
Transferimos al aparato empresarial bélico, bancario y mediático (sin frenos y sin auditorias), sumas ingentes. Hicimos leyes que no cumplimos; adquirimos tecnología sin soberanía; no consolidamos nuestras escuelas de cuadros; no creamos una corriente internacionalista para una comunicación emancipadora organizada y apoyada con lo indispensable; no creamos las usinas semióticas para la emancipación y el ascenso de las conciencias hacia la praxis transformadora; no creamos un bastión ético y moral para el control político del discurso mediático y el desarrollos del pensamiento crítico… y no es que falten talentos o expertos, nos es que falte dinero ni que falten las necesidades con sus escenarios. Hizo estragos, nuevamente, la crisis de dirección política transformadora. Hablamos mucho, hicimos poco. Ni el “Informe MacBride” (1980) supimos escuchar y usar, como se debe.
Se ha convertido en una “tara” echar la culpa de todos nuestros “males” a los “medios de comunicación” de la clase dominante. Un recurso “fácil” que por su obviedad parece incontestable y parece reducto inapelable para refugiar a ciertos discursos plañideros. Cuando la culpa (toda la culpa) es de los “malos”, y nada se explica por los errores que cometemos, tributamos pleitesía a una emboscada que nos tendemos nosotros mismos para quedar encerrados en justificaciones a granel y con pocas esperanzas de superación concreta.
Nuestra dependencia tecnológica en materia de comunicación es pasmosa; gastamos sumas enormes en producir comunicación generalmente efímera y poco eficiente; nuestras bases teóricas están mayormente infiltradas por las corrientes ideológicas burguesas que se han adueñado de las academias y escuelas de comunicación; no tenemos escuelas de cuadros especializadas y no logramos desarrollar usinas semánticas capaces de producir contenidos y formas pertinentes y seductoras en la tarea de sumar conciencia y acción transformadora. Con excepción de las excepciones.
Para colmo, la clase dominante desarrolla permanentemente, medios y modos para anestesiarnos sin clemencia. Inventa falsedades alevosas que transitan con impunidad, y sin respuesta, a lo largo y ancho del planeta, siempre con un poder de ubicuidad y de velocidad que nosotros no podemos siquiera medir ni tipificar en tiempo real. Y la inmensa mayoría de las veces lo miramos desde nuestras casas (dormitorios incluso) en forma de “noticieros”, “entretenimiento” o “reality show”. Consumismos sus productos, engordamos sus ratings y rumiamos nuestra impotencia, hacemos catarsis indignados y enredados en frases hechas mayormente inútiles e intrascendentes. Eso es parte de la guerra.
No es que falten iniciativas o buenas voluntades que asumen su papel y emprenden tareas en la lucha comunicacional bien cargadas con intereses muy diversos y (a veces) contradictorios. Algunas son iniciativas que anhelan dar pasos transformadores jaloneando a destajo voluntades de todas partes. Otras veces, las menos, surgen tareas comunicacionales desde el corazón de las luchas sociales para especializarse, casi exclusivamente, en sí mismas. El panorama es de un archipiélago inmenso cargado con buenas ideas pero inconexo. Una muchedumbre de iniciativas sin programa de acción común. Fuerza debilitada. No nos detendremos en analizar ciertos sectarismos, individualismos, egolatrías ni oportunismos que hacen de las suyas de manera desigual y combinada. Con sus debidas excepciones.
Visto así, en lo general, vale decir que ya a nadie le sorprende (ni le ofende) semejante panorama. Nos acostumbramos. Hemos sido más audaces en el diagnóstico que en la acción. Ha sido más grande la petulancia que la eficacia. Somos campeones del empirismo ciego y le rendimos culto a la palabrería “progre” antes que a la acción organizada de la clase trabajadora en pie de lucha. Vamos a palos de ciego “dando respuestas artesanales” a la segunda mega industria de la guerra ideológica que más recursos económicos y tecnológica mueve en todo el planeta. Nos derrota más el auto-engaño que la fuerza. Pontificamos soluciones sin un programa de lucha, de unidad y consensuando porque, entre otras cosas, creemos que tenemos la razón y no tenemos por qué entablar acuerdos de lucha unificados. Por cierto “unidad” no es uniformidad.
Claro que hay grandes iniciativas y grandes avances. Claro que contamos con victorias de lo particular a lo general y viceversa. Claro que en nuestras filas hay grandes genios y genialidades individuales y colectivas. Y claro que con eso no nos alcanza en una lucha que además de su amplitud, duración y profundidad, crece exponencialmente porque, además de su carácter alienante, es un gran negocio muy rentable. El negocio de embrutecernos.
No vamos a salir del atolladero haciendo promesas para dejarlas truncas. No tenderemos fuerza comunicacional improvisando siempre mientras aguardamos que las “musas” nos iluminen. No conseguiremos transmitir nuestras ideas, ni construiremos un plan de lucha conjunto, aislados por nuestros egos ni resignados a la marginalidad. La clave no es imitar las fórmulas del éxito burgués ni copiar a sus operadores ideológicos creyendo que, siguiendo las biblias del marketing, vamos a ser exitosos progres. Necesitamos organizar una lucha comunicacional y cultural que no repita los errores ni las taras más comunes y necesitamos romper todo cerco entre nosotros mismos comenzando por poner en agenda, y acompañar sistemáticamente, las luchas del pueblo trabajador. Necesitamos que nuestra agenda prioritaria en comunicación no seamos nosotros mismos sino las luchas transformadoras de la clase trabajadora y de su mano. Hombro con hombro. No adelante, no encima. Estamos a tiempo.
Fernando Buen Abad/Telesur
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