El presidente estadunidense Donald Trump parece dispuesto a lidiar de forma violenta o mediante presiones diplomáticas y políticas con una amplia gama de organizaciones o países que ponen en riesgo las ambiciones hegemónicas de Washington.
Sus amenazas contra Irán, la República Popular Democrática de Corea, Venezuela, Siria, Rusia, China y también el Estado Islámico (EI), Boko Haram, el movimiento Talibán en Afganistán están respaldadas por el poderío militar, las campañas mediáticas y las presiones de todo tipo contra estos “adversarios”.
Informes recientes señalan que Estados Unidos tiene más de 600 instalaciones militares de todo tipo y unos 180 mil soldados en 140 países, en misiones combativas, de diferentes tipos, pero que necesitan un liderazgo civil y militar para desempeñar sus funciones.
Tareas similares cumplen las fuerzas navales en regiones conflictivas en ultramar –en particular los grupos de ataque de portaaviones– así como la aviación, infantería de marina y los servicios de inteligencia del Pentágono en estrecha coordinación con la CIA (Agencia Central de Inteligencia) y el resto de los órganos de espionaje.
Pocos expertos ponen en duda las capacidades del poderío nacional estadunidense para llevar a la práctica sus intenciones agresivas y hegemónicas, y su falta de escrúpulos a la hora de usar la fuerza.
Sin embargo, el accionar poco tradicional de Trump como presidente de la primera potencia económica y militar del mundo pone a sus subordinados en una situación difícil para llevar a cabo estos designios y levanta verdaderos “muros” de impedimentos para lograr sus propios fines.
La sucesión de escándalos que afectan al gobernante y la inestabilidad de su equipo de seguridad nacional conforman apenas la punta del iceberg de males mucho más graves que dificultan el funcionamiento del gobierno.
La presentación el 8 de junio pasado del exdirector de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) James Comey –a quien Trump expulsó del cargo el 9 de mayo– ante el Comité de Inteligencia del Senado fue una muestra adicional del estado de “caos” en la administración.
Comey calificó al jefe de la Oficina Oval de mentiroso y de difamarlo después de despedirlo con el pretexto de que manejó de manera incorrecta la investigación sobre los correos electrónicos de la exsecretaria de Estado Hillary Clinton, además de que supuestamente perdió la confianza de sus subordinados.
A juicio de Peter Bake, analista del diario The New York Times, el testimonio de Comey fue casi con toda seguridad la acusación más atroz de un alto funcionario contra un presidente “durante toda una generación”.
Para otros especialistas, este enfrentamiento tendrá consecuencias negativas y un impacto imprevisible en la labor del mandatario durante meses y años, si es que logra librarse de un proceso legal más profundo al estilo de Watergate.
Las contradicciones del jefe de la Casa Blanca con la comunidad de inteligencia y agencias federales clave para el cumplimiento de las misiones en ultramar impusieron otro muro que impide la comunicación imprescindible para el desempeño de las tareas que él pretende imponer a su equipo de trabajo.
Algunos especialistas señalan que el presidente no tiene la menor idea de lo que significa dirigir un país como Estados Unidos, y esto hace que crezca la importancia del papel de sus asesores, a quienes no siempre obedece.
Uno de los varios ejemplos sobre este divorcio entre los objetivos hegemónicos de Estados Unidos y las capacidades organizativas de la actual administración es que el Departamento de Defensa apenas logró completar su nomenclatura debido a las indecisiones y la improvisación del poder Ejecutivo.
A pesar de toda la compleja situación global en el plano militar, cuatro meses después de asumir la Presidencia, Trump apenas llenó cinco de los 53 principales puestos en la dirección del Pentágono, el menor ritmo de nombramientos en más de medio siglo.
Varios candidatos a puestos de alto rango tuvieron que retirarse de las listas debido a las demoras y a problemas en sus respectivos negocios personales, o simplemente porque algunos estaban en las listas negras de personalidades que expresaron discrepancias con Trump durante la campaña para las presidenciales de noviembre de 2016.
Medios de prensa estadunidenses calculan que hay alrededor de 150 exaltos responsables republicanos en materia de seguridad nacional y defensa que el jefe de la Casa Blanca no tuvo en cuenta para ocupar puestos importantes por tales motivos.
Un artículo reciente de la cadena de periódicos McClatchy señala que el problema no es que el Senado no confirme a los propuestos por Trump, sino que varias docenas de cargos relacionados con la seguridad nacional del país aún carecen de aspirantes.
Algo similar ocurre en el Departamento de Estado, que apenas tiene ocho funcionarios confirmados de un total de 120 posiciones que deberán llenarse, mientras en el Departamento de Seguridad Nacional sólo se ocuparon dos de los 16 pendientes, lo que impide la adopción de decisiones urgentes.
El desorden llega a tal punto que motiva pifias de altos responsables estadunidenses en la arena internacional por falta de comunicación y coordinación.
Así fue cuando Trump anunció el envío de una poderosa agrupación de buques a las inmediaciones de la península coreana, encabezados por el grupo de ataque del portaaviones USS Carl Vinson, cuando éste en realidad participaba en ejercicios militares a más de 6 mil kilómetros en dirección opuesta.
También en medio de una campaña contra el EI en Siria e Irak, cuando más necesita el apoyo de sus aliados incondicionales en el Medio Oriente, Trump no supo –o no pudo– sacar provecho de su reunión reciente con los líderes de más de 55 naciones del área.
Expertos en la conflictiva región del Levante aseguran que las conversaciones del jefe de la Oficina Oval con el rey Salman bin Abdulaziz de Arabia Saudita, durante su visita a Riad, fue decisiva para el inicio de la crisis en torno a Catar, aunque ciertamente había otros problemas de fondo.
Según el periodista estadounidense Fareed Zakaria, Trump regresó de dicha visita convencido de que unificó a los aliados históricos de Washington en la zona, le dio un duro golpe al terrorismo y calmó las aguas de una región ingobernable, pero lo que hizo “fue darle luz verde a la política exterior agresiva y sectaria de Riad”.
Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Bahrein anunciaron el 5 de junio la ruptura de todo nexo diplomático, consular, aéreo, terrestre y marítimo con Catar por considerar que dicho país amenaza la seguridad de las naciones del Consejo de Cooperación del Golfo al apoyar y promover el terrorismo y tener estrechos lazos con Irán.
El propio Trump aseguró el 10 de junio en Washington DC que las autoridades de Doha financian el terrorismo a un nivel muy alto y exhortó a que cese este apoyo.
Esta crisis pone en riesgo incluso las operaciones que lleva a cabo contra el Estado Islámico, la coalición militar liderada por Estados Unidos, lo cual fue reconocido por el secretario de Estado, Rex Tillerson.
El Pentágono mantiene en Al Udeid Air Base, a unos 35 kilómetros al Suroeste de Doha, su mayor instalación en el Medio Oriente, con unos 11 mil efectivos, en la que pueden operar hasta 120 aeronaves militares.
Allí radica el Centro de Operaciones Aéreas Combinadas, que garantiza el mando y control de las acciones de la aviación estadunidense en Siria, Afganistán y otras 18 naciones.
Quizá el senador republicano Lindsey Graham es quien da una panorámica más exacta de lo que sucede con el jefe de la Casa Blanca, al señalar en una entrevista el 8 de junio en el programa televisivo This Morning, de la cadena CBS, que el problema es que la mitad de lo que Trump hace está mal hecho.
Es probable que no sea tan exacta la cuantificación expresada por Graham, pero todo parece indicar que se aproxima bastante a la realidad, aunque quizá el porcentaje de lo que hace mal sea muy superior, a juzgar por los muros que levanta en su actuación diaria, a veces desde su cuenta en Twitter y otras en vivo y en directo.
Así, con esos promedios de equivocación, el magnate inmobiliario convertido en presidente pretende enfrentar al mundo e imponer un orden internacional a la medida de sus caprichos, algo que provoca preocupación incluso entre sus aliados incondicionales tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo.
Roberto García Hernández/Prensa Latina
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