Beirut, El Líbano. Con un escenario doméstico anhelante de cambios socioeconómicos, Hassan Rouhani asume su segundo mandato consecutivo comprometido a fomentar el progreso de Irán sin menoscabar la lealtad a la Revolución Islámica, ni escatimar en defraudar a enemigos.
El resultado de las elecciones presidenciales confirmó que los iraníes escogieron un camino de interacción con el mundo ajena a la violencia y el extremismo dentro de una estrategia que no disimula su interés en distender las relaciones con los vecinos árabes del golfo Pérsico.
Según informó el ente electoral adscrito al Ministerio del Interior, el presidente seguirá en el cargo otros 4 años, gracias a los 23.5 millones de votos (57.1 por ciento) de quienes valoraron su gestión, no exenta de incumplimientos e insatisfacciones, pero alineada con el sistema islámico.
Los datos oficiales refirieron que 41.2 de los 56.4 millones de iraníes aptos para emitir el sufragio (73.07 por ciento) acudieron a los 63 mil 500 centros habilitados en toda la nación persa, y 15.7 millones (38.3) votaron por el conservador Ebrahim Raeisi, principal rival de Rouhani.
Además de Raeisi, custodio del santuario del Imán Reza, concurrieron los exministros Mostafa Aqa-Mirsalim, conservador que obtuvo 1.16 por ciento, y Mostafa Hashemi-Taba, reformista (0.52).
El primer vicepresidente, Eshaq Jahangiri, y el alcalde de Teherán, Mohammad Baqer Ghalibaf, se retiraron de la contienda para favorecer a Rouhani y Raeisi, respectivamente.
Aunque los comicios se realizaron el 19 de mayo, la alta participación hizo prorrogar la votación tres veces hasta la medianoche y el resultado final se anunció al día siguiente, cuando el presidente estadunidense Donald Trump iniciaba en Arabia Saudita su primer viaje al exterior.
Tal coincidencia hizo que las reacciones internas y externas sobre las elecciones se enmarcaran de modo insoslayable en la recíproca animadversión de Washington y Riad, de un lado, y Teherán, del otro.
Esa realidad se acentuó por el hecho de que la capital saudita acogió tres cumbres con Trump que fueron aprovechadas por el mandatario visitante y el rey anfitrión para encarnar la más ponzoñosa retórica contra la república islámica, dejando poco margen a dudas sobre la obsesión anti-iraní.
A nivel doméstico, Rouhani se comprometió a cumplir sus promesas de campaña y atender temas apremiantes, como propiciar un sistema tributario más justo y reducir el desempleo que afecta a 3.5 millones de iraníes, aunque datos no oficiales lo sitúan entre 6 y 7 millones.
Si bien las estadísticas oficiales reconocen que hay enormes desafíos por delante, la administración de Rouhani fue blanco de críticas por parte de sus adversarios políticos que lo acusaron de solapar dígitos o minimizar la precariedad de la realidad social y económica del país.
De hecho, el mandatario dejó entrever varios de los problemas al enarbolar la denominada “Economía de Resistencia” como bálsamo para generar puestos de trabajo para jóvenes, frenar la migración desordenada a grandes ciudades, bajar la inflación, y garantizar subsidios a personas de bajos ingresos.
Presionado también por sus contrincantes, Rouhani habló de combatir la importación ilegal y el contrabando de mercancías, estimular el empleo y la creatividad entre los jóvenes, y atender problemas ambientales como la polución por partículas de polvo, sobre todo provenientes de Irak.
La batalla contra la corrupción es quizás, junto con el ambicioso plan de Economía de Resistencia, el reto más difícil que encarará el presidente moderado, quien deberá igualmente revertir el índice de trabajo infantil y el alarmante índice de drogadicción, según diversas fuentes.
Sus adversarios intentaron dañarlo durante la campaña precisamente denunciando la corrupción, llamando a “barrerla” y advirtiendo que fracasar en combatirla “equivale a imponer la opresión a la población en general”.
Por lo mismo, tendrá que considerar iniciativas contra el latrocinio para impedir a gerentes, gobernadores provinciales y ministros del gobierno involucrarse en actividades comerciales que propician la malversación, el desvío de fondos, lavado de dinero y otras prácticas irregulares.
Respecto a la política exterior de la república islámica, que algunos sectores describieron como la “diplomacia del poder”, Rouhani destacó que su solidez creó la oportunidad de negociar con el resto del mundo, gracias al acuerdo nuclear firmado en 2015 con seis potencias mundiales.
Las autoridades iraníes, encabezadas por el líder supremo de la Revolución Islámica, ayatolah Alí Khamenei, conciben la actuación allende fronteras como el enfrentamiento a las políticas hegemónicas de Estados Unidos y su principal aliado en Oriente Medio: Israel.
En ese sentido, para los iraníes de todos los estratos es prácticamente inconcebible desligar el Plan de Acción Conjunta Integral (PACI, nombre oficial del pacto atómico), la Resistencia a Washington, a otras “potencias arrogantes” europeas, al “enemigo sionista” y el apoyo a la causa palestina.
Pero si la gran mayoría acepta el PACI por haber sido negociado en nombre del sistema islámico, círculos críticos con la gestión económica de Rouhani recriminan que su entrada en vigor, el 16 de enero de 2016, no logró rebajar la recesión en el país ni eliminar todas las sanciones bancarias.
Rouhani y sus partidarios, que consideran el arreglo con el Grupo 5+1 como “uno de los mayores logros en la historia de Irán”, destacan también que sin su ejecución y la derogación de las sanciones hubieran continuado estancadas las exportaciones petroleras, uno de los motores de la economía nacional.
No obstante, analistas aconsejan al mandatario reelecto cesar la dependencia de los ingresos por venta de petróleo y reducir la exportación de ese rubro para favorecer la de otros productos domésticos.
A la par del derecho de Irán a desarrollar la tecnología nuclear con fines pacíficos, en lo meramente diplomático el mandatario enarboló los pilares de su política exterior, la interacción con los críticos, la política de defensa y seguridad nacional, así como el estilo de vida “islámico-iraní”.
Además, una economía con exportaciones orientadas ayudaría a disminuir el contrabando de mercancías y a promover la política de economía de resistencia, sostienen el jefe de Estado y sectores afines.
En opinión de Rouhani, su administración da y seguirá dando gran importancia a la interacción constructiva con los países del mundo, en particular con los Estados vecinos, aunque es consciente de los abismos que separan a Teherán y los árabes del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).
“Tendremos interacción con países asiáticos, europeos y americanos, así como con aquellos que no son hostiles a nosotros y tienen un comportamiento justo”, prometió al remarcar que “Israel siempre ha sido un enemigo y el terrorismo es una amenaza para la región”.
Agregó que Oriente Medio “tiene muchos enemigos y en las últimas décadas vimos que grandes potencias y los occidentales han lanzado un ojo codicioso sobre la región debido a sus enormes recursos”.
Por ello reclamó apoyo a la “resistencia regional” contra Tel Aviv, los Estados que interfieren en la zona y los terroristas, a fin de revertir la actual situación de inseguridad en esta parte del mundo.
El mandatario denunció que Estados Unidos persiste en sus “actos malvados” contra Irán y estimó que la mejor estrategia para contrarrestar sus “políticas arrogantes” es “robustecer la fortaleza y unidad nacionales”.
“Los poderes económico, cultural, social y militar iraníes deben unir sus manos para resistir al poder antagónico”, aconsejó, a la vez que alertó de que Washington tiene aliados en el área que tampoco cejan en aislar a Teherán.
Rouhani recordó que la nación persa tiene “mejores lazos” con Irak, Siria, El Líbano, Yemen y otras naciones de la región, y “continuará esas relaciones en los campos económico, político y cultural”.
De hecho, en su primer discurso tras ganar la elección, lanzó señales al exterior al afirmar que su pueblo “clara y explícitamente” envió desde las urnas el mensaje de que “desea vivir en paz y amistad con el mundo, pero al mismo tiempo no aceptará amenaza o humillación alguna”.
Pero desde Riad las reacciones fueron más virulentas de lo habitual, aprovechando las cumbres del rey Salman bin Abdulaziz de Arabia Saudita con Trump y las de éste con los seis gobernantes del CCG y con 55 de los 57 Estados árabes-islámicos. Sólo estuvieron ausentes Irán y Siria.
Tras firmar un acuerdo de 110 mil millones de dólares para la venta de armas, Trump y Salman señalaron que la asistencia militar al reino buscaba elevar su capacidad de enfrentar al terrorismo y contrarrestar la que consideran amenazante interferencia iraní en la zona.
De hecho, sus cancilleres Adel Al-Jubeir y Rex Tillerson pidieron a Rouhani “aprovechar la oportunidad (de su reelección) para acabar el apoyo a fuerzas desestabilizadores en esta región”, léase gobierno de Siria; el movimiento libanés Hizbulah y los rebeldes houthis de Yemen.
Sería inabarcable el cruce de ataques verbales de los últimos días entre los principales rivales del Golfo, en unos casos azuzado por las pautas que Trump trazó desde Riad, incluida la luz verde a la monarquía de Bahrein para reprimir una prolongada protesta opositora chiíta, lo cual repudió Irán.
Lejos de aplacar tensiones, la victoria del moderado Rouhani frente a sus adversarios conservadores irritó sobremanera a Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Bahrein, y algo menos a Kuwait y Catar, este último sumergido en una disputa con sus socios del CCG por su supuesto acercamiento a Teherán.
Omán, el Estado del bloque árabe que mejores y más cordiales nexos tiene con la república islámica, felicitó con prontitud a su vecino, contrario a la actitud de quienes fueron incapaces de ocultar su frustración.
Por lo mismo, el jefe del Poder Judicial iraní, ayatolah Sadeq Amoli Larijani, exhortó con vehemencia a los electores a votar por un presidente que desafiara los esquemas geopolíticos de Riad y Washington, en primer lugar, y del CCG y Occidente, en un ámbito más general.
“Como pueblo iraní, tenemos el deber de defraudar al enemigo y, por lo tanto, la cantidad de insatisfacción del enemigo por la elección de un candidato puede ser un criterio muy bueno para distinguir al más calificado”, afirmó el clérigo y jurista en un consejo a todas luces bien escuchado.
Ulises Canales/Prensa Latina
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