Damasco, Siria. En la noche del 29 al 30 de abril de 2018, Israel lanzó 9 misiles contra 2 bases militares sirias, causando importantes daños.
Lo que sorprende en esa operación es que los radares rusos no trasmitieron la alerta a las autoridades sirias, que por consiguiente no pudieron interceptar los misiles israelíes.
El hecho es que el ataque no apuntaba a objetivos sirios sino a blancos iraníes en instalaciones militares sirias.
En virtud de un tratado anterior al actual conflicto, Irán acudió en ayuda de Siria desde el inicio de la actual agresión exterior, que comenzó en 2011. Sin esa ayuda, Siria habría sido derrotada, la República habría sido derrocada y la Hermandad Musulmana habría logrado instalarse en el poder. Pero desde septiembre de 2015, Siria cuenta también con el respaldo militar de Rusia, cuyo volumen de fuego es muy superior. Fue la aviación de la Federación Rusa la que logró, con sus bombas antibunker, destruir las fortificaciones subterráneas que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la transnacional francesa Lafarge habían construido para los yihadistas. La acción de la aviación rusa abrió el camino al Ejército Árabe Sirio para la recuperación del terreno perdido.
Hoy en día, los objetivos de Irán y Rusia son divergentes.
El objetivo de Rusia es erradicar las organizaciones yihadistas y restablecer la paz en la región. Posteriormente, Rusia espera restaurar el vínculo histórico entre su cultura ortodoxa y Damasco, la ciudad que vio nacer el cristianismo. Ese objetivo corresponde a la estrategia trazada en el siglo XVIII por la emperatriz Catalina La Grande.
Irán es actualmente un país dividido entre tres poderes diferentes: los Guardianes de la Revolución, el poder presidencial en manos del presidente-jeque Hassan Rohani, y, para terminar, el poder del Guía de la Revolución –el ayatola Alí Khamenei– que actúa como árbitro en los conflictos entre los otros dos poderes.
Los Guardianes de la Revolución son una fuerza armada de élite, separada del ejército regular. Obedecen al Guía de la Revolución mientras que el ejército regular depende del presidente de la República Islámica. Los Guardianes de la Revolución se plantean como objetivo liberar el Oriente Medio del imperialismo anglosajón. Garantizan la protección de las poblaciones chiítas en todo el mundo y, a cambio, cuentan con esas poblaciones para la protección de Irán. Los Guardianes de la Revolución están presentes en Yemen, Irak, Siria y el Líbano.
El presidente Hassan Rohani trata de sacar la República Islámica del aislamiento impuesto a ese país a raíz de la Revolución del imam Khomeiny. Pretende desarrollar el comercio internacional y restaurar la condición de potencia regional dominante que tenía Irán en tiempos del Sah.
El ayatola Alí Khamenei, ideológicamente cercano a los Guardianes de la Revolución, trata de mantener el equilibrio entre los dos poderes anteriormente descritos y salvaguardar a la vez la unidad del país. Pero su papel ha ido haciéndose cada vez más difícil, en la medida en que van en aumento las tensiones entre los Guardianes de la Revolución y el presidente Rohani. El expresidente Mahmud Ahmadineyad –proveniente de los Guardianes de la Revolución– y su exvicepresidente Hamid Beghaie han sido proclamados “malos musulmanes” por el Consejo de los Guardianes de la Constitución [1]. El expresidente Ahmadineyad acaba de ser puesto bajo prisión domiciliaria y su exvicepresidente Beghaie fue objeto de un juicio secreto que acabó condenándolo a 15 años de cárcel.
Desde el asesinato de Jihad Moughniyah –hijo de Imad Moughniyah, el jefe militar del Hezbollah libanés– y de varios oficiales de los Guardianes de la Revolución, en enero de 2015, en la línea de demarcación que separa las fuerzas israelíes y las fuerzas sirias en el Golán, todo hace pensar que Irán trata de implantar bases militares en el sur de Siria. Al parecer se trata de planificar un ataque coordinado contra Israel desde Gaza, el Líbano y Siria.
Ése es el proyecto que Israel trata de contrarrestar y al que Rusia niega su apoyo.
Desde el punto de vista de la Federación Rusa, Israel es un Estado internacionalmente reconocido, con más de 1 millón de ciudadanos provenientes de la antigua Unión Soviética, y tiene derecho a defenderse, independientemente del conflicto que plantean tanto el robo de territorios por parte de Tel Aviv como su actual régimen de apartheid.
Por el contrario, desde el punto de vista iraní, Israel no es un Estado sino una entidad ilegítima que ocupa Palestina y oprime a los habitantes históricos de esa tierra. Por consiguiente, es legítimo combatirlo. Al hacerlo, sin embargo, la República Islámica va más allá del análisis de su fundador. Para el imam Khomeiny, Israel era sólo un instrumento de las dos principales potencias imperialistas, que son Estados Unidos y el Reino Unido. En los últimos años, el discurso iraní sobre Palestina se ha hecho particularmente confuso, convirtiéndose en una mezcla de argumentos políticos y religiosos y recurriendo a estereotipos antisemitas.
Hace 3 años que Israel exige que Rusia impida que Irán instale bases militares a menos de 50 kilómetros de la línea de demarcación. Al principio, Rusia resaltó el hecho que Irán había ganado la guerra en Siria, mientras que Israel la ha perdido. Por consiguiente, Tel Aviv no estaba en condiciones de exigir nada. Pero ahora, cuando el posible fin de la guerra parece cercano, la posición rusa ha cambiado: permitir que Irán inicie un nuevo conflicto no es una opción.
Se trata exactamente de la misma actitud que llevó a Rusia a bombardear, en 2008, los dos aeropuertos que Israel había alquilado en Georgia. Moscú evitó así un ataque de Tel Aviv contra Teherán. Esta vez, Rusia se opone a una iniciativa militar iraní contra Israel.
Desde el punto de vista sirio, Israel es un enemigo que ocupa el Golán ilegalmente. Durante la guerra, ese enemigo apoyó de facto a los yihadistas y bombardeó Siria un centenar de veces.
A pesar de ello, el proyecto iraní no es bienvenido. Al igual que Moscú, Damasco no cuestiona la existencia del Estado hebreo sino sólo su régimen, que excluye a los palestinos. Lo más importante es que la República Árabe Siria no busca el enfrentamiento con su vecino sino la paz. Tanto Hafez como Bachar al-Assad trataron de negociar esa paz –principalmente con el presidente estadunidense Bill Clinton– pero sus esfuerzos fueron vanos.
Por otro lado, todos saben que el ejército israelí cuenta con el apoyo total de Estados Unidos, atacarlo sería atacar a Washington. Después de 7 años de agresión extranjera, Siria no estaría en condiciones de hacerlo, ni aunque quisiera.
O sea, aunque ha aceptado permitir a Irán instalar bases en suelo sirio, Damasco no irá más allá de ese consentimiento.
El posible fin de la guerra ha provocado la crisis actual, y también pesa sobre el futuro del acuerdo 5+1. Parece probable que Estados Unidos deje de ser garante de este último.
Pero ese acuerdo multilateral no es lo que parece. El texto firmado el 14 de julio de 2015 es exactamente idéntico al que ya se había negociado el 4 de abril. El hecho es que durante los últimos meses de aquella negociación, Washington y Teherán discutieron bilateralmente varias cláusulas secretas cuyo contenido nadie conoce.
Sin embargo, todos han podido comprobar que desde la conclusión de aquel acuerdo secreto, las fuerzas de Estados Unidos y de Irán, presentes en todo el Oriente Medio, no han llegado nunca a enfrentarse directamente.
La parte del acuerdo que todo el mundo conoce trata sobre una suspensión del programa nuclear iraní por un plazo de al menos una década, estipula un levantamiento de las sanciones internacionales contra Irán y un fortalecimiento de los controles que realiza la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA). Ese acuerdo resulta catastrófico para Teherán que, por ejemplo, se vio obligado a renunciar a la enseñanza de la física nuclear. Pese a ello, Teherán firmó el acuerdo 5+1 con tal de obtener el levantamiento de las sanciones que afectaban gravemente su economía. Sin embargo, luego del esperado levantamiento, esas sanciones fueron restauradas de inmediato… con otro pretexto (el programa de desarrollo de misiles) y el nivel de vida de la población iraní sigue bajando.
Contrariamente a lo que afirma la propaganda occidental, la República Islámica había puesto fin a su investigación nuclear militar en 1988 porque el imam Khomeiny decretó que las armas de destrucción masiva contradicen los principios del islam. O sea, desde 1988, Irán sólo conservaba su investigación nuclear de carácter civil y algunas investigaciones sobre aplicaciones militares tácticas. Hoy en día, sólo son susceptibles de reactivar el programa nuclear militar los sectores que aspiran a seguir los pasos del régimen del Sah –o sea, el grupo cercano al presidente Rohani–. Pero no lo harán debido a las excelentes relaciones que, a pesar de todo, mantienen con Washington.
Una reunión preparatoria de la Conferencia Mundial de Seguimiento del Tratado de No Proliferación nuclear se desarrolla actualmente en Ginebra. Irán y Rusia defienden allí una moción para declarar el Oriente Medio “zona exenta de armas nucleares”, moción que encuentra la oposición de Israel, Arabia Saudita y las potencias occidentales.
La amenaza que Teherán ejerce desde Siria debe interpretarse como una forma de presionar para que se mantengan las cláusulas secretas del acuerdo 5+1.
Aunque nadie conoce el contenido exacto de esas cláusulas, es evidente que tienen que ver con la repartición del Oriente Medio. Mientras estuvieron vigentes, las fuerzas de Estados Unidos coincidieron con las fuerzas iraníes en numerosos campos de batalla pero sin enfrentarse directamente. Esa etapa ha terminado.
Teherán tenía dos opciones: atacar a los soldados estadunidenses o atacar Israel. El general Qassem Soleimani optó por el Golán sirio, ilegalmente ocupado por Israel.
En la madrugada del 10 de mayo de 2018, hacia las 00:30 horas, la Fuerza Al-Qods de los Guardianes de la Revolución –la élite militar iraní– disparó hacia el Golán ocupado una salva de misiles desde sus bases en Siria. Israel es el arsenal del Pentágono en el Oriente Medio (con las instalaciones 51, 53, 55 y 56). Optando por la escalada, el Estado hebreo respondió de manera desproporcionada, disparando cerca de 70 misiles contra objetivos iraníes en Siria y tratando de destruir la defensa antiaérea siria.
Oficialmente, la operación iraní era una respuesta al ataque israelí del 29 al 30 de abril contra varias bases de los Guardianes de la Revolución iraníes. En aquella ocasión, la defensa antiaérea siria, quedó paralizada al no disponer de los datos que podían proporcionarle los radares rusos. Esta vez, por el contrario, la defensa antiaérea siria destruyó numerosos misiles israelíes.
Misiles israelíes y contramisiles sirios se enfrentaron durante varias horas. Aunque la salva iraní, neutralizada por el sistema israelí Cúpula de Hierro, no había causado ningún daño a los israelíes, el ataque israelí provocó varias bajas entre los iraníes y en el sistema de defensa sirio.
Esto sucede precisamente después del viaje de Benyamin Netanyahu a Moscú. El primer ministro israelí fue hasta Moscú para decirle a sus interlocutores rusos que Israel no se dejaría atacar simultáneamente desde Gaza, el Líbano y Siria.
Damasco y Moscú se ven así ante un problema derivado de su alianza con Teherán. Están agradecidos a los Guardianes de la Revolución por haber salvado la República Árabe Siria al principio de la guerra, pero ahora se ven arrastrados a un conflicto que no les pertenece: Siria y Rusia reconocen a Israel como Estado, mientras que la República Islámica de Irán rechaza ese reconocimiento.
Paradójicamente, la Casa Blanca había previsto esta situación. Donald Trump, quien estima que la paz en Oriente Medio sólo puede ser posible si cada cual acepta sus propias derrotas, considera a Irán como un peligro precisamente porque la República Islámica niega su reconocimiento al Estado de Israel. Si ha decidido trasladar la embajada de Estados Unidos a Jerusalén es para empujar a todos los actores a aceptar la existencia del Estado israelí como una realidad.
En la mañana del mismo día 10, en la Conferencia de Seguridad de Herzliya, el ministro moldavo-israelí de Defensa, Avigdor Liberman, se enorgullecía –con razón– de haber defendido su país y de haber causado bajas a sus adversarios. Se dio el lujo de recordar que Israel es un país pequeño cuyos dirigentes son recibidos regularmente tanto en el Kremlin como en la Casa Blanca. Y al hacerlo se felicitaba implícitamente por el actual giro de los acontecimientos, que obligará las fuerzas de Estados Unidos a quedarse en suelo sirio y a Rusia a aceptar eso.
Israel trata de presionar a Siria para que controle a las fuerzas iraníes en suelo sirio, exactamente como ha presionado a los gobiernos libaneses para que controlen al Hezbollah.
Sin embargo, esa estrategia no ha funcionado en Líbano, donde el Hezbollah es hoy la principal organización militar del país –mucho más poderosa que el ejército nacional– y es también la principal fuerza política –como acaba de quedar demostrado en las elecciones legislativas del 6 de mayo–. Claro, Siria sigue un siendo un Estado en todo el sentido de la palabra, mientras que el Líbano sigue sin lograr serlo. Por otro lado, los iraníes no son parte de la población árabe pero el Hezbollah forma parte del pueblo libanés. Así que hay que tener cuidado con la comparación entre Siria y el Líbano.
Desde el punto de vista ruso, el despliegue de los Guardianes de la Revolución junto a las poblaciones chiítas en Yemen, Arabia Saudita, Irak, Siria y Líbano es más o menos comparable al de los soldados rusos que protegen a las poblaciones rusas que viven en Transnistria, Abjasia, Osetia y Ucrania. Pero la presencia de los Guardianes de la Revolución en Gaza –donde asesoran y dirigen la organización conocido como Yihad Islámica y una facción del Hamas– no puede justificarse de la misma manera, por no entrar a mencionar su infiltración en África y en Latinoamérica.
Por otro lado, si Moscú solicitara a Teherán la retirada de sus fuerzas presentes en Siria, tendría que tomar su lugar o permitir que Ankara instalara más tropas en suelo sirio. Una retirada iraní no se aplicaría sólo a los Guardianes de la Revolución sino a las milicias chiítas afganas e iraquíes vinculadas a ellos… y el Hezbollah se vería obligado a elegir entre Siria e Irán.
Para los sirios, la situación es incómoda. Nadie en Siria tiene intenciones de expulsar a estos valiosos aliados… pero tampoco es una opción permitirles desatar un nuevo conflicto con Israel.
Varias preguntas se imponen. ¿Por qué tomaron esta iniciativa los Guardianes de la Revolución? ¿Pusieron al tanto previamente al Guía de la Revolución, Alí Khamenei? Dicho de otra manera, ¿deben interpretarse estos hechos como una amenaza real contra Tel Aviv o como una jugada de política interna iraní?
En cuanto el presidente Trump anunció que Estados Unidos se retira del JCPOA, el presidente iraní Hassan Rohani intervino en la televisión para declarar que el JCPOA es un acuerdo multilateral que no puede ser echado abajo por una sola de las partes firmantes. Pero sobre todo trató de tranquilizar a sus compatriotas asegurando que el país se había preparado para esta situación y que su nivel de vida no se verá afectado. El problema es que nadie le cree. En un solo día, la moneda iraní se derrumbó y perdió cerca de la tercera parte de su valor.
Luego intervino el Guía, Alí Khamenei, maldiciendo a Trump y dando así la impresión de confirmar que Irán enfrenta una catástrofe. Además, Khamenei puso en duda que los europeos sean capaces de enfrentarse a Estados Unidos y concluyó que también acabarán saliendo del acuerdo.
Por el momento, las empresas europeas están en espera de conocer la posición de sus gobiernos. Pero todas se preparan para la posible pérdida de sus inversiones en Irán, como ya sucedió en el momento de las primeras sanciones contra ese país.
En todo caso, mientras que Estados Unidos no ha sacado aún conclusiones militares de su propia retirada del JCPOA, los iraníes dan por recobrada su libertad de acción. Con el ataque contra Israel han respondido al presidente Trump. Es probable que mantengan la presión, en Siria y en otros lugares, hasta que Washington vuelva a la mesa de negociaciones.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
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