En marzo de 2015, en las elecciones legislativas celebradas en Israel y que significaron el triunfo de Benjamín Netanyahu, sostuve que esa victoria implicaba el éxito de las posiciones más extremas de la entidad sionista.
Cuatro años después, este 9 de abril del año 2019, tal conclusión se inscribe en la misma dirección, sin mayores variaciones, consolidando una sociedad cada día más fundamentalista. No importaba el apellido del Benjamín que presidiera estos nuevos 4 años de gobierno en Israel, el sionismo seguirá con su senda de crimen y extremismo. Las cifras finales muestran, en forma contundente que Netanyahu, el Benjamín más vociferante, ocupará por quinta vez el cargo de primer ministro de la entidad sionista.
Ha sido el premio a un trabajo constante de elevar el belicismo como una conducta insustituible, para todo candidato que pretende presidir los destinos del régimen israelí. Una entidad autodenominada como la “mayor democracia de Oriente Medio”, que es parte del mito tejido por esta sociedad que en realidad ha demostrado ser una etnocracia. Los votos obtenidos por Benjamín Netanyahu del Likud, 36 escaños de un total de 120 en disputa, en pugna con el exgeneral Benny Gantz, que preside la coalición de centroderecha Kajol Lavan, que alcanzó 35 cupos parlamentarios, le otorga a Netanyahu la opción de formar gobierno con la suma de 65 escaños parlamentarios, cuatro más que los 61 necesarios para ser mayoría.
Un Netanyahu que, a sus 36 asientos, suma los parlamentarios electos de lo más extremo, ultranacionalista y fundamentalista de la sociedad israelí: cinco diputados de la Derecha Unida, cinco de Ysrael Beitenu (del exministro de Asuntos Militares Avigdor Lieberman), los siete asientos de la UTJ (Yahadut Hatorá: judaísmo ultraortodoxo), Kulanu (del dirigente Moshe Khalon) que posee cuatro escaños y, finalmente, los ocho del movimiento ultraortodoxo sefardí Shas. No obtuvieron representación los partidos de los extremistas sionistas Naftali Bennett, quien ocupa el cargo de ministro de Educación de Netanyahu, y el de la ministra de Justicia Ayelet Shaked, conocida por demandar en su época de diputada, la muerte de madres de hijos e hijas palestinas: “Deberían desaparecer junto a sus hogares, donde han criado a estas serpientes. De lo contrario, criarán más pequeñas serpientes”. En todo caso está pendiente una solicitud de revisión ante el comité central de elecciones que podría significar, si se acepta la alegación que este partido logre los 4 escaños mínimos si obtiene representación parlamentaria –superando el umbral del 3.26 por ciento– lo que significaría una merma en la Alianza Azul y Blanco y una subida en la alianza de la ultraderecha.
En algún momento los partidarios de la Alianza Kajol Lavan, y en general los opositores a Netanyahu, expresaron su esperanza en contar con 36 asientos en la Knesset (parlamento) obtenido por la alianza liderada por Gantz, formada por: Resiliencia para Israel; el centrista Yesh Atid, del exministro Yair Lapid, y el movimiento Telem. Tal situación lo llevarían a tener una opción más que favorable, vista la alta votación obtenida, para presidir así el gobierno israelí y desbancar a Netanyahu. En función del sistema electoral israelí, necesitaba sumar votos de diversos frentes políticos: la centroderecha, la izquierda e incluso estimular el apoyo de los grupos políticos árabes, que se veía a todas luces imposible. Netanyahu triunfó porque es un político astuto, sin remilgos morales, sin reparos ni aprensiones a la hora de ofrecer incluso lo que parezca contradictorio entre los objetivos de su coalición. Todo vale para atraer a los partidos minoritarios, que le van a permitan a este político sionista asumir por quinta vez el cargo de primer ministro. Ya verá cómo otorga más casas en territorios usurpados; cómo asigna beneficios a los estudiosos de la Torá y les permite a los ultraortodoxos no hacer el servicio militar. Ya discutirá con sus amigos estadunidenses la manera de allegar más recursos al Ejército, como también la forma de favorecer al 17 por ciento de población israelí de origen.
Recordemos, que desde 1948 (cuando nace la entidad israelí) ninguno de los partidos participantes en las elecciones ha podido obtener los 61 escaños que garantizan la mayoría en el Parlamento, por lo que tras el anuncio de los resultados siempre ha sido necesario formar una coalición de gobierno. En esta elección legislativa 2019 no se exceptúa tal situación y por ello los primeros cómputos sólo dieron paso a la especulación, pues lo verdaderamente fundamental es la capacidad que tuviera Netanyahu y Gantz para atraer a sus rediles a aquellos partidos y movimientos que le garantizaran la mayoría requerida en el parlamento de esta entidad. La única salida que le queda a Gantz y en general a aquellos opositores a Netanyahu es un procedimiento destinado a lograr su destitución (impeachment) por las acusaciones, que activen sin frenos las instancias judiciales, que lleven a este primer ministro a juicio por las acusaciones de soborno, corrupción y tráfico de influencia, inhabilitándolo para ejercer cargos de representación popular, ¿será capaz la justicia de Israel de concretar una acción así? No lo creo y tampoco es viable, aunque no imposible, que Kajol Lavan, Meretz o los partidos árabes se definan por esa vía.
Uno de los partidos y movimientos, sin opción, es el Laborismo, en la debacle electoral (sólo obtuvo seis escaños con un 4.46 por ciento de los votos, el peor resultado desde que nació la entidad sionista en 1948). Los resultados lo tienen en la UCI discutiendo el exigir la renuncia de su presidente Avi Gabbay y promover la unión con el partido Meretz, que es la única organización judía que plantea la necesidad de un proceso de negociación con los palestinos y cree en la idea de los dos estados.
Los partidos de la comunidad árabe, por su parte, que en las elecciones pasadas obtuvieron 13 escaños, esta vez bajaron su número a 10 representantes, principalmente por la escasa asistencia a los centros de votación. Cuatro partidos árabes entraron en las elecciones del 9 de abril con dos listas: la del Frente Árabe Demócrata y Árabe para el Cambio y la lista de la Unión Árabe y el Partido Tagammu, compuesto por el Movimiento Islámico del Sur y el Partido Democrático del Sur, fundado por el exdiputado Azmi Bishara. Un sector que ve constreñido sus derechos y su participación al amparo de la Ley del estado de nación judía, una ley que consolida la etnocracia judía en Israel.
El pasado miércoles la alianza Azul y Blanco de Benny Gantz (Kajol Lavan) que parecía encaminarse a la victoria reconoció su derrota al constatar que la suma total de votos parlamentarios en la elección legislativa daban la primera opción a Netanyahua la hora que el Presidente Reuven Rivlin inicie el miércoles 17 de abril las consultas con los partidos que obtuvieron representación parlamentaria, para así formar gobierno. Tras esta ronda de reuniones, Rivlin recomendará a uno de los diputados electos como primer ministro (que será, sino existe una catástrofe, Benjamín Netanyahu). El elegido tendrá así 28 días para formar su gabinete, ampliable a otros 14 días.
Para el diario israelí Haarezt, lo positivo de esta elección es que Netanyahu no arrasó como era su pretensión. “Como muchos han observado, ésta no fue una elección sobre temas, sino un referéndum sobre Netanyahu. Luchó con los dientes y las uñas, utilizando todos los trucos sucios del libro, burlándose sin vergüenza de Gantz, a quien en realidad había nombrado jefe de personal del ejército israelí y elogiado de manera implacable, antes de convertirse en un rival político, con noticias falsas e insinuaciones. Y a pesar de tener dos púlpitos de acoso masivo como primer ministro y ministro de defensa; a pesar de presionar cada botón de pánico, decir cada mentira, soplar cualquier silbato de perro racista que pudiera encontrar y toda la ayuda que recibió de Donald Trump, Vladimir Putin y Jair Bolsonaro, y enfrentar una oposición mal coordinada y a menudo desafortunada, sólo fue una estrecha victoria”.
Lo referido habla de lo formal, de votos, de recuentos, de participación de ciudadanos israelíes, donde la comunidad árabe se restó masivamente (en comparación con 2015) y que a pesar del gran número de nombres que estaban en las papeletas y la diversidad de partidos y movimientos, en esencia representan exactamente lo mismo: consolidar la visión y práctica de una sociedad, que normaliza la ocupación y colonialismo sobre Palestina. El racismo y la violencia cotidiana ejercida sobre los territorios ocupados, el refuerzo de una etnocracia donde la Ley de Estado Nación judía, aprobada el 19 de julio de 2018 comprueba que la segregación es parte inseparable de la vida política y social en Israel. Una ley que especifica que “Israel es la patria histórica del pueblo judío” y deja formalizada la condición de ciudadanos de segunda clase a la minoría árabe, así como acrecienta el carácter de apartheid de una sociedad dominada abrumadoramente por el sionismo.
Escrutadas el 99 por ciento de las mesas de votación, el organismo electoral –comité central electoral– señaló que con 3.9 millones de votos escrutados, el Likud obtuvo un 26.47 por ciento del total de los votos válidamente emitidos mientras Kajol Lavan de Benjamín Gantz acumulaba un 26.11 por ciento. La participación electoral rondó el 68 por ciento cuatro puntos menos que la elección de 2015 según lo dio a conocer Times of Israel. Las informaciones con respecto de lo que se avecina señalan que “en el plazo de una semana en función de los resultados y tras consultar a los representantes de los partidos elegidos para la Knesset, el presidente Reuven Rivlin, encargará a uno de los diputados formar esta coalición de gobierno. El candidato a ocupar el cargo de primer ministro suele ser el líder del partido con el mayor número de escaños. Hecho el encargo, existe un plazo de 42 días para formar gobierno. De no hacerlo, el presidente le pediría a otro político que lo intente. En ese marco, los 36 escaños obtenidos por Netanyahu lo harán buscar aliados con aquellos que formó gobierno en 2015, con el clásico ofertón de carteras ministeriales, subsidios, prebendas, sobre todo a los partidos y movimientos ligados a los fundamentalistas y colonos, que en coaliciones anteriores han vendido sus voluntades y apoyos vislumbrándose un futuro profundamente fundamentalista.
Hace 4 años atrás sostuve que la guerra tras las elecciones de 2015 estuvo de fiesta y tras las adelantas elecciones celebradas este 9 de abril del 2019 esa festividad ha mostrado que no quiere parar, convirtiéndose en la esencia de una sociedad israelí que le otorga carta blanca a sus líderes políticos y militares más extremistas representados por Benjamín Netanyahu, que a pesar de las acusaciones por corrupción no tuvo reparos en presentarse a estas elecciones, a sabiendas que la impunidad lo acompaña. No le perdió pisada otro de los candidatos, Benny Gantz, exjefe del Estado Mayor del Ejército Sionista, responsable de miles de crímenes contra el pueblo palestino (estuvo a cargo de las Fuerzas Militares que atacó la Franja de Gaza en 2014 en la denominada campaña “margen protector”). Un militar que a pesar de los intentos de la prensa occidental no pudo cambiar la visión de “halcón” que se tiene de él y sus acciones militares.
Este es el mismo Gantz que tras las operaciones de crímenes de guerra contra la Franja de Gaza sostuvo “que hemos devuelto a partes de Gaza a la edad de Piedra”, de lo cual se jactó en videos de campaña donde presentaba como “fruto” de su labor militar el asesinato de 2 mil 300 palestinos, causando heridas a 10 mil y a la destrucción de gran parte de la infraestructura gazatí. Este es el mismo exgeneral que activó en agosto de 2014 el llamado Protocolo Hannibal, destinado a prevenir la captura de soldados israelíes en la campaña que significó, en pocos días, la muerte de 135 civiles palestinos. Además, de ordenar el castigo indiscriminado a latigazos a barrios enteros en la ciudad de Rafah el 1 de agosto de ese año trágico. Un Gantz no es menos sionista ni menos criminal que Netanyahu, aunque la prensa “liberal” pretendió mostrarlo como una especie de un “cambio necesario”. Ambos benjamines han expresado en forma indiscutible la esencia fundamentalista de la etnocracia israelí.
Una sociedad como la israelí, donde las opciones políticas fueron candidatos de la catadura moral de Netanyahu, Benny Gantz, Naftali Bennett, Ayeled Shaked, Avigdor Lieberman, o cualquiera cuyas declaraciones y acciones van encaminadas a plasmar una política de genocidio del pueblo palestino, no puede ser denominada una democracia. Un remedo a lo más, una caricatura amplificada por los medios de información dominados por el sionismo y que pretenden mostrar a Israel como una especie de faro en una creciente corriente de islamofobia promovida por las grandes potencias occidentales. El cuento de considerar a Israel como “la mayor democracia de Oriente Medio” es para incautos, para aquellos seducidos por la mitificación de una entidad, que se ha consolidado en virtud del crimen, la ocupación y colonización de Palestina. Una entidad que ha concretado una etnocracia, donde la condición de judío otorga derechos y el resto de los goyim (no judíos) son simplemente “excremento, ganado, servidumbre” con que los políticos sionistas han calificado a los pueblos de Oriente Medio.
Un Israel que segrega a la población árabe que habita en los territorios usurpados tras su nacimiento en 1948 y, sobre todo, ha permitido a este régimen extremista erigirse como la punta de lanza de la política estadunidense para Oriente Medio, que en los últimos años ha significado tratar de derrocar al gobierno sirio, desestabilizar el Líbano en su pugna con Hezbolá y generar una política hostil contra la República Islámica de Irán. En este último punto, la cercanía lograda entre el régimen israelí y Washington ha significado contar con la plena incondicionalidad del gobierno de Donald Trump en todas las políticas dirigidas contra la nación persa, la última de las cuales ha sido declarar a una de las ramas de las Fuerzas Armadas de Irán, el Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica, como un grupo terrorista.
Una decisión que el propio Netanyahu dejó claro que obedeció al pavor del que está poseído el régimen israelí ante la clara presencia y poder de la nación persa y el Eje de la Resistencia cuyas fuerzas están en las fronteras de la Palestina histórica, en los límites de los Altos del Golán sirio ocupado, estrechando cada día más el cerco contra la entidad sionista. Netanyahu no pudo ocultar la satisfacción ante el regalo ofrecido por Trump a las posturas en política exterior de Tel Aviv. Ello porque implica atacar directamente a un formidable enemigo como es Irán, sino que al mismo tiempo favorecer la campaña de Netanyahu que se jacta de poder dirigir la política exterior de Estados Unidos en materias que incumben a Israel. “Gracias, mi querido amigo, presidente Donald Trump, por declarar organización terrorista al Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica iraní (…) Gracias por responder a otra de mis peticiones importantes”, fueron las palabras gozosas de Netanyahu y la muestra más clara de esta alianza entre el imperialismo y el sionismo. Dos ideologías nefastas para la humanidad.
Irán, en una medida que lo muestra con la entereza y decisión que la ha caracterizado desde el triunfo de la revolución el año 1979 contestó con una medida firme al proponer, mediante una carta enviada al presidente de la República y jefe del Consejo Supremo de Seguridad Nacional, Hassan Rohani, que se clasifique al Comando Central de Estados Unidos (Centcom) como una organización terrorista por ser la responsable de las tropas estadunidenses en Oriente Medio. El canciller persa invocó para esta petición, aprobada unánimemente el parlamento iraní, una ley que el propio parlamento había aprobado para lidiar con las conductas violatorias de los derechos humanos y acciones terroristas que estados unidos propicia en la región. El Centcom es uno de los nueve comandos unificados que posee Estados Unidos alrededor del mundo y que en este caso comprende la presencia militar de estados Unidos en 27 países, que van desde el cuerno de África, pasando por Oriente Medio y Asia Central.
Esto implica un reto que ha despertado la admiración de aquellos que han visto con pesar como Washington hace y deshace en el plano internacional. Considerar a los cuerpos armados de Estados Unidos, presentes en el área de operaciones de Irán, implica una mirada y una acción decidida, donde todas las opciones están en la mesa, sobre todo si está en peligro o se amenaza la integridad territorial y la soberanía iraní. Teherán sostuvo que el Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica es “la entidad antiterrorista más poderosa y pionera en la lucha contra el terrorismo en Oriente Medio”, realidad expresada en los combates sostenidos contra los grupos terroristas takfirí, tanto en Siria como Irak, que han nacido al alero y el apoyo financiero, político, militar y logístico justamente de Estados Unidos y sus socios regionales representados por el sionismo y el wahabismo saudí.
El triunfo de las posiciones belicistas en las elecciones legislativas en Israel ejemplifica la dinámica criminal que anima la política del régimen sionista. Apelando al temor frente Palestina e Irán, Netanyahu centró su campaña en los aspectos externos obviando las deficiencias económicas y sociales que golpean a la sociedad israelí. Netanyahu apeló al sentimiento de temor, a la irracionalidad de ver en el otro al enemigo, apeló a la ignorancia y los recelos atávicos de una sociedad que se siente víctima de sus vecinos, que encerrada en sus muros defensivos cree construir un futuro más seguro en un territorio erizados de soldados y dotado de un escudo militar protector donde el arsenal nuclear pretende ser su estandarte de batalla. Incluso, en un claro guiño a los sectores terroristas al señalar que si accede a un quinto mandato “anexará Cisjordania a Israel” violando todas las resoluciones internacionales respecto a la prohibición de construir asentamientos en Cisjordania y el traslado de colonos sionistas, para poblar dicho territorio imposibilitando la conformación de un Estado palestino.
Desde la Autoridad Nacional Palestina tal realidad ha sido reafirmada. El secretario general de la Organización para Liberación de Palestina (OLP), Saeb Erekat, en declaraciones ante la prensa internacional, señaló que estas elecciones muestran que la sociedad israelí “ha dicho no a la paz y sí a la ocupación pues sólo el 8 por ciento (18 diputados electos de un total de 120) está en la idea de respaldar la solución de los dos Estados” . Las elecciones con sus resultados muestran que la realidad del pueblo palestino no cambiará. Resulta evidente que un envalentonado Netanyahu tras su triunfo no avanzará en un proceso de negociación con Palestina, no terminará la ocupación ni la estrategia de construcción de más asentamientos destinados a impedir el objetivo de concretar la autodeterminación del pueblo palestino. No se va a cejar en los intentos de judaizar Al Quds. Con Netanyahu el apoyo a bandas terroristas que afectan la estabilidad de Siria, El Líbano e Irak seguirá estando a la orden del día. Al igual que la política de presión a la República islámica de Irán y la estrecha alianza con el gobierno estadounidense.
Israel, con Netanyahu (pero también con Gantz si este hubiese triunfado) como primer ministro, seguirá violando el derecho internacional. El lobby sionista, a través del AIPAC, seguirá dictando la política de Washington con respecto de su hijo putativo en Oriente Medio. Tal como 2015, estas elecciones de 2019 signan para Oriente Medio en general y Palestina en particular, negros nubarrones. Nada bueno puede esperar el pueblo de la Franja de Gaza, ni la Cisjordania ocupada ni Al Quds. Nada positivo se avecina para los pueblos del Líbano, de Siria, pues el extremismo se ha convertido en línea estratégica en la política israelí.
Israel seguirá siendo gobernado por un político, un halcón, un belicista definido por el pensador estadunidense Noam Chomsky como “un atrevido, hipócrita y agresivo”, a quien lo siguió en las preferencias de la sociedad israelí un exgeneral acusado por crímenes de guerra, interesados ambos en asegurarse que ninguna fuerza regional frene la política expansionista de Tel Aviv y la política belicista de Estados Unidos en esa zona del mundo. Interesados, igualmente, en cercar a Irán, detener la influencia rusa en la zona del Cáucaso. Este 9 de abril ha triunfado nuevamente la guerra, además de la consolidación de la doctrina del nacionalsionismo. Triunfó el Benjamín de civil, con mentalidad bélica, el que ha prometido anexionar los asentamientos sionistas ilegales en Cisjordania a este Israel nacido arbitrariamente en 1948 y que ocupa desde entonces la Palestina histórica. Ha triunfado el político corrupto que ha recibido el espaldarazo de una sociedad que cada cuatro años realiza el espectáculo electoral de turno para continuar mostrando y exhibiendo con su hasbara una mascarada de democracia.
Pablo Jofre Leal/Telesur
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