En octubre de 2012 el Consejo Atlántico denuncia “los actos agresivos del régimen sirio en la frontera sudoriental de la OTAN [Organización del Tratado del Atlántico Note]”. Los gobiernos de esas naciones se muestran listos para invocar el artículo 5 de ese tratado que obliga a asistir con las Fuerzas Armadas al país miembro “agredido”, en este caso, Turquía. Sin embargo, lo que ya se activa es el “nuevo modelo defensivo”. Se busca utilizar la misma receta que ya se ha aplicado contra la antigua Yugoslavia, Afganistán y Libia. En lo hechos, se autorizan operaciones que no están previstas siquiera en dicho artículo, es decir, fuera del territorio de la Alianza.
La guerra contra Siria comienza en 2011. Espeluznantes son las imágenes de los edificios de Damasco y Alepo, devastados con enormes explosivos. Los ataques son enderzados contra el gobierno constitucional de Bassar Al-Assad. No son simples rebeldes, como grita la presa proestadunidense, sino un verdadero ejército entrenado y financiado por las monarquías del Golfo (Catar, Arabia Saudita y Emiratos Árabes), Israel y Estados Unidos, con sus agentes infiltrados en las filas de estos combatientes. Más de 200 especialistas de las fuerzas especiales británicas SAS y SBS –según como escribe el Daily Star– operan en Siria, junto a unidades estadunidenses y francesas.
El ejército secreto es constituido por unos grupos islamistas (hasta unos meses antes considerados terroristas por Washington) que llegaban desde Afganistán, Bosnia, Chechenia, Libia, y los demás países aquí ya mencionados. Los supuestos “rebeldes” deciden ubicarse en las provincias turcas de Adana y Hatai, fronterizos con Siria, donde la estadounidense Agencia Central de Inteligencia ha abierto centros de formación militar. La armas llegan, principalmente desde Arabia Saudita y Catar que, como en Libia, envían también fuerzas especiales.
El comando de las operaciones se realiza desde barcos de la OTAN. En Estambul se abre un centro de propaganda donde los mal llamados “disidentes” sirios, fabricados por el Departamento de Estado estadunidense, crean noticias y videos falsos que luego son difundidos por redes satelitales. Además –según un informe del Bureau Of Investigative Journalism que hace hincapié en el testimonio del video editor Martin Wells– el Pentágono, mediante la Agencia de Publicas Relaciones británicas Bell Pottinger, la cual por unos 5 años ha trabajado en Irak bajo contracto de Departamento de la Defensa estadunidense, confeccionaba los famosos videos de Al Qaeda donde a los rehenes occidentales, los “terribles terroristas islamistas” los degollaban con cuchillos de producción israelí y utilizados por las fuerzas especiales de este país.
La historia es importante porque hace comprender muy bien cómo Estados Unidos gastan el dinero de los contribuyentes estadunidenses (540 millones de dólares) para financiar la “guerra psicológica” y, así, llevar adelantes sus intereses de Estado mediante guerras y golpes de Estado.
Por eso la necesidad de contarla. Wells, un operador free lancer, en mayo del 2006 viene llamado con la perspectiva de un contracto en Oriente Medio y en la primera entrevista se da cuenta que quien lo quiere contratar es una persona muy especial, pues que no se trata de cualquier sociedad de producción: aquí el ambiente donde se reúnen es militar.
Lo acompañan guardias armados hasta el último piso de un edificio. La entrevista es muy breve, le comunican que han hecho unas investigaciones sobre su persona y lo encontraron “limpio”. En solo 48 horas se encuentra en Bagdad en una base militar ultra protegida, una central de la inteligencia estadunidense donde son planificadas operaciones de guerra psicológica, que los militares llaman psyops. Su trabajo consistía en producir videos “blancos”, donde declaraba la fuente que, siempre era un “spot” contra Al-Qaeda, como explica Wells.
Había también una segunda y tercera tipología de videos: los “grises”, o sea, “falsos” que venían enviados en los noticieros de los canales árabes. Y los “negros”, donde la paternidad del video era atribuida falsamente, según como explica Wells: “Producir videos falsos de propaganda de Al-Qaeda, según reglas y técnicas bien precisas; duraban 10 minutos y eran registrados sobre CD que, luego, los marinos estadunidenses dejaban en el lugar donde se realizaban sus bombardeos; o por ejemplo, durante la incursión dentro casas de personas sospechosas de ser terroristas. El fin era sembrar estos videos en lugares, posiblemente lejos de los teatros de guerra”. Esto para crear la justa indignación en la sicología de masa de la opinión pública internacional. Más bien si estos video se encontraran no sólo en Bagdad, sino, sobre todo, “en Irán, en Siria [antes de la guerra] y hasta en Estados Unidos”.
Así que los espeluznantes videos presentados en los canales internacionales y en internet no fueron hechos por Al-Qaeda, sino fabricados por una sociedad de public telations británica. Y lo más grotesco es que al certificar la autenticidad, las conexiones llegaban a la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés) y la Casa Blanca.
Wells explica muy bien todas las modalidades que los expertos de la guerra sicológica conocen muy bien. El gobierno de Estados Unidos contrata una sociedad de consultoría externa para burlar la ley, para evitar el control de comisiones parlamentarias y proteger las instituciones en el caso que estas operaciones sean descubiertas y denunciadas en los medios de comunicación. Algo que –como ya sabemos– nunca pasa. Esta operación se realiza en el periodo de 2006 a 2011, pero nunca ha tomado gran relevancia internacional, Claro: resulta incómodo para los intereses de Estados la obviedad de que la mayor parte de los medios de comunicación sean sus plumas asalariadas y amanuenses.
La guerra de Estados Unidos y la OTAN es, por ende, llevada adelante mediante aquellos medios que se suelen definir como “guerra sin límites”, en forma asimétrica y no ortodoxa. La guerra sicológica es llevada a cabo para preparar la opinión pública ante una nueva agresión que cometerán. Tal vez, sea como el embate contra Yugoslavia o Libia: con el pretexto de terminar con un “dictador” y parar el “masacre” de civiles, o que sea mediante la justificación de la lucha contra el terrorismo. Para los analistas militares estadunidense poco importan los civiles y, en general, todos los daños colaterales.
La guerra en Siria ya es en camino con su oleada de muerte y destrucción, pero las razones no son ni éticas ni morales, como Estados Unidos quieren hacer pensar, sino geopolíticas y económicas. En Siria se ha descubierto la presencia de petróleo en Homs, que podría volverse en uno de los canales energéticos más importantes y alternativos a los que pasan por Turquía, y controlados por las compañías estadunidenses y europeas.
Alessandro Pagani*/ Octava de 10 partes
*Historiador y escritor; maestro en historia contemporánea; diplomado en historia de México por la Universidad Nacional Autónoma de México y en geopolítica y defensa latinoamericana por la Universidad de Buenos Aires
[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÓN: INTERNACIONAL]
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