“Es casi una regla general que do
ndequiera que hay costumbres apacibles hay comercio, y que en todos los sitios donde hay comercio, hay costumbres apacibles.”(…) “La consecuencia natural del comercio es llevar la paz.”
Charles-Louis de Secondat, señor de La Bréde, barón de Montesquieu
Montesquieu postulaba la capacidad del comercio para regular las pasiones violentas, en particular políticas, lo que favoreció la aceptación de comportamientos orientados por la codicia y la búsqueda del lucro, contribuyendo así al desarrollo del capitalismo en la Europa del siglo XVIII.
De ahí en adelante, fue raro el economista que no se refirió al “dulce comercio” como santo remedio para las guerras. Ahora bien, el mundo occidental, en la conocida generosidad que le lleva a ofrecer lo mejor de sí mismo, abrió a cañonazos los mercados reticentes al “dulce comercio”.
Cuatro “navíos negros” –así los llaman los japoneses–, al mando del comodoro yanqui Matthew Perry, le pusieron fin a 2 siglos de aislamiento del Imperio del Sol Naciente en 1853, y le impusieron al Shogun las “costumbres apacibles”.
China, reacia a la presencia occidental, sufrió dos guerras impuestas por el Reino Unido, Francia, y Estados Unidos: las guerras del opio. Los Tratados de Nankin y de Tientsin (1842 y 1858) le abrieron 11 puertos chinos al “dulce comercio” del conocido narcótico. De paso la Royal Navy destruyó la flota china…
Inglaterra, Alemania e Italia bombardearon alegremente Puerto Cabello (Venezuela) en el año 1902, con el propósito de obtener el pago de un crédito francés. Este incidente fue resuelto en Washington el 13 de febrero de 1903, para alegría de los detentores franceses de bonos del Tesoro venezolano. El “dulce comercio” se pone amargo cuando no cumples con las leoninas condiciones impuestas por los imperios. Ejemplos hay muchos: la historia de México lo prueba, si hubiese necesidad de probarlo.
No citaré desde luego ni la Primera ni la Segunda Guerra Mundial, ni el colonialismo, ni la invasión del Canal de Suez por Francia e Inglaterra (1956), ni las guerras de liberación, ni los golpes de Estado –del que derrocó a Mohammad Mossadegh en Irán (1953) al que terminó con el gobierno de Salvador Allende en Chile (1973) y muchos otros–, que tanto contribuyeron a apaciguar el mundo de hoy.
Visto lo cual puedo permitirme calificar las gesticulaciones de Donald Trump de pinche guerrita comercial, una suerte de payasada a la Mussolini, quien tenía la costumbre de exhortar a la población italiana a un comportamiento aguerrido exclamando armiamoci e partite! (armémonos y partid a la guerra…).
Donald Trump, que cumple sus promesas, decidió –unilateralmente–imponerle aranceles a los productos de sus principales socios comerciales. El objetivo declarado consiste en equilibrar el gigantesco déficit comercial que Estados Unidos arrastra desde hace décadas, y que hace del imperio el país más endeudado del mundo en cifras absolutas.
Las primeras “víctimas” de la guerrita comercial son México, Canadá, la Unión Europea y China. Así, las sanciones comerciales impuestas a Rusia se ven acompañadas ahora de sanciones que dañan a los “aliados” y al poderoso imperio del Medio.
Es el momento de precisar que Estados Unidos –primera potencia económica del planeta no sabemos hasta cuándo– ostenta un sólido déficit comercial con nada menos que 101 países entre los cuales se cuentan, por orden de importancia, China, México, Japón, Alemania, Irlanda, Vietnam, Italia, Malasia, India, Tailandia, Suiza, Corea del Sur, Francia, Taiwán y Canadá, así como conocidas potencias industriales como Chile, Ecuador y las Islas Mauricio.
De modo que bien visto cualquiera de estos días Donald le declara la guerrita comercial al mundo. Después de todo se pasa los organismos internacionales por el Arco de Augusto, comenzando por la Organización de las Naciones Unidas, sin olvidar la Organización Mundial del Comercio, que pasó décadas organizando la dominación de las multinacionales hasta en los mercados más improbables.
Felipe Larraín, ministro de Hacienda de Sebastián Piñera, finge un terror de virgen primeriza y ruega por el precio del cobre. El diario madrileño El País –mentiroso como pocos– titula “China responde a los aranceles impuestos por Estados Unidos e inicia la guerra comercial.” Así, los desvaríos de Donald pasan a ser responsabilidad de Xi Jinping. La manipulación de la opinión pública: otra manifestación de las “costumbres apacibles”.
Se conocen andanadas más consistentes. Me dirás que de lo que se trata es del comercio chino-americano y llevas razón. En 1979, cuando se restablecieron las relaciones entre China y Estados Unidos, el comercio bilateral era de apenas 2 mil 500 millones de dólares. En 2016, los intercambios habían llegado a 519.6 mil millones de dólares, o sea 207 veces más.
De modo que las sanciones de Donald tocan al 6.5 por ciento del comercio bilateral. El déficit comercial global de Estados Unidos en 2017 fue de 810 mil millones de dólares, si excluimos los servicios. De modo que la proporción de bienes afectada por los aranceles es de un 4.2 por ciento del monto del déficit global. Atención… Donald advierte que si China contraataca, podría imponerle aranceles a 200 mil millones de dólares más.
Es lo que vamos a ver: en el minuto que siguió a la puesta en práctica de los aranceles estadunidenses, China le impuso aranceles a productos del imperio por un monto exactamente equivalente: 34 mil millones. Por su parte, Canadá, México y la Unión Europea aplican una política de estricta reciprocidad, imponiéndole aranceles a productos estadunidenses por un monto igual al que afecta a los suyos.
Sólo Angela Merkel se muestra floja de los cojinetes y busca negociar con Donald para evitar que la industria automotriz alemana (Mercedes Benz, Audi, BMW…) sufra los anunciados aranceles.
México y Canadá, firmes hasta ahora, se ven obligados a renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), y esperan que Donald se decida. El presidente de Estados Unidos espera que pasen las elecciones parlamentarias de noviembre de este año, que se anuncian desastrosas para los republicanos. Lo simpático es que, según connotados economistas estadunidenses, las causas del déficit comercial yanqui hay que buscarlas en ese país.
Warren Coats, por ejemplo, sostiene: “Nuestros déficits comerciales están causados más por los déficits del gobierno federal que por la promoción de las exportaciones mercantiles de China, Japón y Alemania. Las políticas mercantilistas que subvencionan las exportaciones y restringen las importaciones no eliminan puestos de trabajo en Estados Unidos, sino más bien redirigen trabajadores y capital hacia tareas menos productivas que reducen nuestro nivel de vida…”
El mismo Coats sugiere: “Desafiar esas políticas mercantilistas usando las herramientas y cláusulas de la OMC y otros acuerdos comerciales le prestaría un mejor servicio a nuestros intereses a largo plazo que imponer aranceles unilateralmente e incitar a guerras comerciales.”
En una nota fechada el 29 de junio de este año, titulada America’s Trade Deficit Begins at Home (El déficit comercial de Estados Unidos comienza en casa), Stephen S Roach escribe: “En 2015, Estados Unidos tenía déficits comerciales con 101 países (…) Sí, China –el cabeza de turco de todos– cuenta por la mayor parte del desequilibrio. Pero la suma de los déficits de los otros 100 países es aún mayor.” “En realidad, la razón real por la que Estados Unidos tiene tales déficits comerciales multilaterales es que los estadunidenses no ahorran”.
Stephen S Roach fue presidente de Morgan Stanley Asia y economista jefe de la firma. Ahora es profesor en el Instituto Jackson de la Universidad de Yale y en la Yalez’s School of Management. En esa calidad afirma: “cualquier curso básico de economía subraya la blindada identidad contable que dice que los ahorros deben igualar el monto de las inversiones en cada momento. Sin ahorro, invertir en el futuro es imposible. Y esa es la posición en la que Estados Unidos se encuentran ahora.”
Si tan eminente discurso no te aclara la película es como para desesperar.
Sigamos leyendo a Roach: “entonces, ¿por qué esto es relevante de cara al debate sobre el comercio? Para seguir creciendo, Estados Unidos debe importar los excedentes de ahorro desde el extranjero. Como primera potencia económica y emisor de la moneda de reserva global, Estados Unidos no tienen problemas –no por el momento– para atraer el capital extranjero que necesita para compensar el déficit de ahorro interno”.
“Pero hay un elemento crítico: para importar ahorro externo, Estados Unidos deben mantener un masivo déficit en su balanza de pagos internacionales. La imagen invertida del déficit de ahorro interno es su déficit de cuenta corriente, que ha promediado 2.6 por ciento del PIB desde 1980”.
En otras palabras, Estados Unidos vive a crédito. Ese país consume, y el mundo paga. Resuenan en nuestros oídos las palabras de Milton Friedman, ese chistocito amaestrador de los Chicago boys: “La deuda de Estados Unidos está expresada en dólares. Ahora bien… nosotros fabricamos los dólares, o sea que no le debemos nada a nadie.”
No sé tú, pero Milton se apretaba la tripa riéndose de sus propias ocurrencias. Lo cierto es que la conclusión de Stephen S Roach es clara como el agua de roca (lo que es raro en un economista): “es este abismo crónico en la cuenta corriente lo que provoca el déficit comercial con los 101 países. Para pedir prestado en el extranjero, Estados Unidos debe darles a sus socios comerciales algo a cambio de su capital: la demanda estadunidense de productos fabricados afuera”.
Como puedes ver no es casualidad que China sea el principal detentor de Bonos del Tesoro de Estados Unidos: unos 4 billones de dólares (20 por ciento del PIB estadunidense). Guerritas más, guerritas menos, si a China se le ocurriese deshacerse de esos 4 billones –negociándolos, o colocándolos en otra moneda– el dólar valdría lo que realmente vale: un cuesco. Justamente, hace ya algún tiempo que China comenzó a diversificar sus colocaciones en divisas. Y a desarrollar el comercio en su propia moneda, el yuan.
Esa fue, tal vez, la razón que llevó a Adam Posen, presidente del Peterson Institute for International Economics, a escribir en marzo pasado una nota en la que se refiere a la guerrita de Donald en los siguientes términos: “el lanzamiento de su guerra comercial podría –no obstante– transformarse en su Afganistán económico: costosa, interminable e infructuosa.”
Por una vez –una golondrina no hace verano– estoy de acuerdo con un pinche economista.
Luis Casado*/Prensa Latina
*Ingeniero del Centre d’Etudes Supérieures Industrielles (CESI-París). Ha sido profesor invitado del Institut National des Télécommunications de Francia y consultor del Banco Mundial
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