Damasco, Siria. A pesar de las apariencias, no es inútil el desfile de jefes de Estado y/o de Gobierno o de ministros de Relaciones Exteriores por la tribuna de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). No deja de ser cierto que, muchos de ellos, al no tener realmente nada que decir, optaron por utilizar esa tribuna internacional para dirigirse a la opinión pública de sus propios países, criticando el despilfarro de la ONU y haciendo llamados formales a respetar el derecho. Pero hubo varias intervenciones que sí abordaron el verdadero problema a debatir: ¿Cómo resolver los litigios entre Estados y garantizar la paz?
Los tres primeros días de discursos estuvieron marcados por la intervención del presidente estadunidense Donald Trump y las respuestas del presidente francés Emmanuel Macron y del presidente de Irán Hassan Rohani. Pero el cuarto día, esa problemática voló en pedazos con la intervención del ministro de Exteriores de la Federación Rusa, Serguei Lavrov, quien presentó a la Asamblea General el mapa del mundo postoccidental.
El presidente Trump, cuyos discursos son de costumbre extremadamente confusos y desordenados, había preparado esta vez un texto muy estructurado [1]. Distanciándose de sus predecesores, Trump dijo optar por “la independencia y la cooperación” antes que “la gobernanza, el control y la dominación globales”. Para decirlo en otros términos: los intereses nacionales están por encima de los intereses del “Imperio estadunidense”. Seguidamente, Trump enumeró los reajustes que él mismo ha realizado en el sistema.
– Estados Unidos no ha declarado una guerra comercial contra China sino que está tratando de reequilibrar su balanza de pagos. Simultáneamente está tratando de restaurar un mercado internacional basado en la libre competencia, así lo demuestra su posición en el plano energético. Estados Unidos se ha convertido en un gran exportador de hidrocarburos y, por consiguiente, le conviene que los precios sean elevados, pero cuestiona la existencia de un cártel intergubernamental –la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo)– y se pronuncia por precios más bajos.
– Estados Unidos se opone a las estructuras y tratados de la globalización (o sea, desde el punto de vista de la Casa Blanca, a las estructuras y tratados del imperialismo financiero internacional), sobre todo al Consejo de los Derechos Humanos, a la Corte Penal Internacional y a la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Oriente Próximo (UNRWA, siglas en inglés). No se trata, por supuesto, de predicar la tortura (legitimada en tiempos de la administración de Bush hijo) o el crimen, ni de hambrear a los palestinos sino de echar abajo organizaciones que se sirven de sus objetivos supuestos para alcanzar otros fines.
– En cuanto a las migraciones de Latinoamérica hacia Estados Unidos y dentro del propio continente sudamericano, la administración de Trump tiene intenciones de erradicar el mal atacando sus raíces. Para la Casa Blanca, ese problema es fruto de las reglas impuestas por los tratados de la globalización, principalmente por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN [2]). El presidente Trump ya negoció con México un nuevo acuerdo que vincula las exportaciones al respeto de los derechos sociales de los trabajadores mexicanos. Su objetivo es volver al sentido original de la doctrina Monroe: las transnacionales ya no podrán interferir en la gobernanza del continente.
La referencia de Trump a la doctrina Monroe merece una explicación aparte ya que esa expresión se vincula generalmente al colonialismo estadunidense de principios del siglo XX. Donald Trump es un admirador de la política exterior de dos personalidades estadunidenses muy controvertidas: los presidentes Andrew Jackson (1829-1837) y Richard Nixon (1969-74).
La doctrina Monroe –que data de 1823– se elaboró durante la intervención del entonces general Andrew Jackson en la colonia española de La Florida. En aquella época, James Monroe aspiraba a proteger el continente americano del imperialismo europeo. Se vivía en aquellos tiempos la “era de las buenas intenciones”. Monroe se comprometió entonces a que Estados Unidos no intervendría en Europa… si los europeos dejaban de intervenir en las Américas. No fue hasta tres cuartos de siglos después, principalmente bajo Theodore Roosevelt (1901-1909), que la doctrina Monroe fue utilizada para justificar la dominación del imperialismo estadunidense sobre Latinoamérica.
En una extraña inversión de los papeles, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se presentó en la ONU como el Barack Obama europeo frente al Charles De Gaulle estadunidense –Donald Trump. Macron declaró simbólicamente la guerra al jefe de la Casa Blanca al exclamar: “No firmemos más acuerdos comerciales con las potencias que no respetan el Acuerdo de París”, o sea con Estados Unidos. ¡Extraña manera de defender el multilateralismo!
El presidente francés inició su intervención aludiendo a lo que ya había señalado Donald Trump: la crisis del “orden liberal westfaliano” actual [3]. O sea, la crisis de los Estados-naciones, provocada en realidad por la globalización económica. Pero el objetivo de su alusión era cuestionar la solución de la Casa Blanca, que calificó de “ley del más fuerte”. Macron promovió entonces la solución “francesa” “alrededor de tres principios: el primero es el respeto de las soberanías, que forma parte de la base misma de nuestra Carta; el segundo es el fortalecimiento de nuestras cooperaciones regionales; y el tercero es la aportación de garantías internacionales más robustas”.
Luego, el discurso de Macron cayó en picada y el orador trató al final de recuperar altura recurriendo al lirismo, en lo que en realidad fue más bien un claro ejemplo de hipocresía infantil, rayana en la esquizofrenia.
– Como ejemplo del “respeto de las soberanías”, Macron llamó a no “suplantar al pueblo sirio” para decidir quién debe dirigirlo… pero excluye que el presidente Assad pueda someterse –nuevamente– al veredicto de las urnas.
– Sobre el “fortalecimiento de las cooperaciones regionales”, Macron citó el apoyo de la Unión Africana a la operación antiterrorista de Francia en el Sahel. El problema es que esa operación sólo es en realidad la parte terrestre de un plan más amplio, dirigido por el AfriCom estadunidense, cuya fase aérea está en manos de Estados Unidos. La Unión Africana, que carece de un ejército propiamente dicho, participa únicamente para legalizar lo que de hecho es una operación colonial. Asimismo, las sumas invertidas en el desarrollo del Sahel –sumas que el presidente francés no citó en euros sino en dólares estadunidenses– mezclan verdaderos proyectos africanos y una ayuda exterior al desarrollo cuya ineficacia está más que demostrada para todo el mundo.
– Sobre “la aportación de garantías internacionales más robustas”, Macron anunció el trabajo de lucha contra las desigualdades al que supuestamente se dedicará el G7 en la ciudad francesa de Biarritz. Lo que en realidad pretendía Macron era resaltar el liderazgo occidental sobre el resto del mundo. Para ello aseguró que “la época en que un club de países ricos podía definir solo los equilibrios del mundo ha quedado atrás” y se comprometió a… informar a la Asamblea General las decisiones tomadas por las potencias occidentales. También proclamó que el “G7 tendrá que ser el motor” de la lucha contra las desigualdades que prevé la ONU.
Por su parte, el presidente-jeque iraní Hassan Rohani describió como la Casa Blanca destruye uno a uno los principios del derecho internacional [4].
Rohani recordó que el Consejo de Seguridad de la ONU había avalado el acuerdo 5+1 (JCPOA), además de haber llamado –en la Resolución 2231– numerosas instituciones a respaldarlo, y que la administración de Trump sacó después a Estados Unidos de ese acuerdo, contradiciendo así la firma de la administración de Obama y el principio de continuidad de los compromisos de Estados Unidos como Estado. Rohani subrayó que, como lo demuestran 12 informes consecutivos de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA), Irán estaba respetando las obligaciones que ese acuerdo le imponía y expresó su indignación ante el llamado del presidente Trump a no respetar la resolución de la ONU y ante la amenaza del propio Trump contra quienes la apliquen.
El presidente Rohani terminó su discurso recordando que Irán combatió contra Saddam Hussein, contra los talibanes y contra el Emirato Islámico (Daesh) cuando Estados Unidos aún los respaldaba, con lo cual estaba subrayando que hace mucho que los cambios de posición de Estados Unidos no responden a la lógica del Derecho sino a la lógica de sus intereses ocultos.
Este debate, que no fue a favor o en contra de Estados Unidos y sus políticas sino a favor o en contra de Trump, se desarrollaba alrededor de dos argumentos principales:
– La Casa Blanca está destruyendo el sistema que tanto ha beneficiado a las élites financieras internacionales (argumento de Macron).
– La Casa Blanca ya ni siquiera finge respetar el Derecho Internacional (argumento de Rohani).
Para el ministro de Exteriores de la Federación Rusa, Serguei Lavrov, ese debate oculta un problema mucho más profundo:
“Por una parte, vemos el fortalecimiento de los principios policéntricos del orden mundial, (…) la aspiración de los pueblos a preservar la soberanía y modelos de desarrollo compatibles con sus identidades nacionales, culturales y religiosas.
Por otra parte, vemos el deseo de varios Estados occidentales de conservar sus estatus de autoproclamados “líderes mundiales” y de frenar el proceso objetivo irreversible de establecimiento de la multipolaridad” [5].
A partir de ahí, el blanco de Moscú no era el presidente Trump –ni siquiera Estados Unidos en sí– sino las potencias occidentales en general. Lavrov estableció incluso un paralelo con los Acuerdos de Múnich de 1938. En aquella época, el Reino Unido y Francia se aliaron con Alemania e Italia. Claro, ese hecho es presentado hoy en Europa occidental como una cobardía franco-británica ante las exigencias de los nazis. Pero se mantiene grabado en la memoria rusa como el paso decisivo que abrió la puerta a la Segunda Guerra Mundial. Mientras los historiadores de Europa occidental siguen empeñados en diferenciar quién tomó aquella decisión y quién se limitó a “seguir la corriente”, los historiadores rusos sólo ven un hecho: no hubo ni un país de Europa occidental que fuese capaz de asumir sus responsabilidades.
Extendiendo el alcance de su crítica, Serguei Lavrov no se limitó a denunciar las violaciones del Derecho sino las violaciones de las estructuras internacionales. Observó que las potencias occidentales pretenden obligar los pueblos a integrar –en contra de su voluntad– alianzas militares y que amenazan a los Estados que se atreven a escoger sus socios por sí mismos.
En alusión al caso del estadunidense Jeffrey Feltman [6], Lavrov denunció los intentos de controlar la administración de la ONU, de hacerle desempeñar el papel que pertenece a los Estados miembros y, en definitiva, de utilizar la secretaría general para manipular a los miembros de la organización internacional.
Lavrov ejemplificó la desesperación que caracteriza esas manipulaciones recordando la ineficacia de los ya más de 50 años de bloqueo económico y financiero estadunidense contra Cuba. También criticó la pretensión británica de juzgar y condenar sin pruebas en base a lo que Londres pueda considerar “altamente probable”.
El ministro ruso de Exteriores concluyó subrayando que todos los desórdenes occidentales no pueden impedir que los demás países del mundo cooperen entre sí y que se desarrollen. Recordó la “Asociación de la Eurasia ampliada”, mencionada por el presidente ruso Vladimir Putin en el Foro de Valdai –en 2016– como elemento que debe completar la “Iniciativa del Cinturón y la Ruta” (la “Nueva Ruta de la Seda” o, en inglés, “One Belt, One Road”) del presidente chino Xi Jinping. Inicialmente acogida con poco entusiasmo por la parte china, esa asociación cuenta ahora con el respaldo de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OSTC), de la Unión Económica Euroasiática, de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), de los países del grupo BRICS y de la Organización de Cooperación de Shanghai. Las contraproposiciones de Australia, Japón y la Unión Europea murieron antes de nacer.
Los responsables occidentales acostumbran a anunciar sus proyectos mucho antes de comenzar siquiera a ponerse de acuerdo, pero los diplomáticos rusos los mencionan sólo cuando ya están en marcha y existen garantías de su realización.
En resumen, la estrategia de “contención”, concebida contra Rusia y China por el diputado británico Halford J. Mackinder [7] y expuesta por el consejero de seguridad nacional estadunidense Zbigniew Brzezinski [8], ha fracasado. El centro de gravedad del mundo se desplaza hacia el este, pero no en contra de los occidentales sino por culpa de ellos mismos [9].
Sacando las primeras conclusiones de esos análisis, el viceprimer ministro de la República Árabe Siria, Walid al-Moallem, exigía al día siguiente, desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU, la retirada inmediata de las fuerzas militares de Estados Unidos, Francia y Turquía presentes ilegalmente en suelo sirio [10].
Referencias:
[1] “Discurso de Donald Trump en el 73º Periodo de Sesiones de la Asamblea General de la ONU”, Donald Trump, Red Voltaire, 25 de septiembre de 2018.
[2] El TLCAN también es a menudo designado por sus siglas en inglés (NAFTA) o en francés (ALENA). Nota de la Red Voltaire.
[3] “Discours d’Emmanuel Macron devant la 73e séance de l’Assemblée générale des Nations unies”, Emmanuel Macron, Réseau Voltaire, 25 de septiembre de 2018.
[4] “Remarks by Hassan Rohani to the 73rd Session of the United Nations General Assembly”, Hassan Rohani, Voltaire Network, 25 de septiembre de 2018.
[5] “Remarks by Sergey Lavrov to the 73rd Session of the United Nations General Assembly”, Serguei Lavrov, Voltaire Network, 28 de septiembre de 2018.
[6] “Alemania y la ONU contra Siria” y “De qué manera la administración de la ONU organiza la guerra”, Thierry Meyssan, Red Voltaire, 28 de enero de 2016 y 4 de septiembre de 2018.
[7] “The geographical pivot of history”, Halford J. Mackinder, The Geographical Journal, 1904, 23, pp. 421–37.
[8] The Grand Chessboard: American Primacy and Its Geostrategic Imperatives, Zbigniew Brzezinski, Basic Books. 1997.
[9] “The Geopolitics of American Global Decline”, por Alfred McCoy, Tom Dispatch (Estados Unidos), Voltaire Network, 22 de junio de 2015.
[10] “Remarks by Walid Al-Moualem to the 73rd Session of the United Nations General Assembly”, Walid Al-Moualem, Voltaire Network, 29 de septiembre de 2018.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
[ANÁLISIS INTERNACIONAL]
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