Beirut, Líbano. El asesinato del periodista Jamal Khashoggi [ocurrido el pasado 2 de octubre, en el consulado de Arabia Saudita en Estambul] es uno de los numerosísimos casos donde se aplica la ética de geometría variable que practican las potencias occidentales.
Hace 70 años que las potencias occidentales prefieren ignorar lo que todo el mundo sabe: Arabia Saudita no es un país como los demás, es propiedad privada del rey que la gobierna y todos los que allí residen están al servicio de ese rey. El nombre mismo del país proclama que se trata, ante todo, de la “residencia” de los Saud.
En el siglo XVIII, una tribu de beduinos –los Saud– concluyó una alianza con la secta de los wahabitas y se levantó contra el Imperio Otomano. Lograron instaurar un reino en Hejaz, región de la Península Arábiga donde se encuentran las ciudades santas de Medina y La Meca. Pero pronto tuvieron que enfrentar la represión otomana.
A principios del siglo XIX, un sobreviviente de la tribu de los Saud inició una nueva revuelta. Pero los miembros de su familia comenzaron a luchar entre sí y acaban nuevamente derrotados por los otomanos.
Finalmente, ya en el siglo XX, los británicos apostaron por los Saud para acabar con el Imperio Otomano y poder explotar los yacimientos petrolíferos de la Península Arábiga. Con ayuda de Lawrence de Arabia, fundaron el reino actual.
La diplomacia británica sabía perfectamente que tanto los Saud como los wahabitas se habían ganado el odio de sus servidores y que serían incapaces de entenderse con sus vecinos. El desequilibrio militar entre los Saud, armados con sables, y el armamento moderno de los británicos garantizaba que esa familia nunca pudiese rebelarse contra sus amos occidentales.
Pero al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos aprovechó el debilitamiento del Reino Unido para suplantarlo. El presidente Roosevelt concluyó con el fundador del reino saudita el llamado Pacto del Quincy [1]. En ese pacto, Estados Unidos se comprometía a proteger a la familia Saud a cambio del petróleo del reino. Los Saud también se comprometían a no oponerse a la creación de un Estado judío en Palestina. George W Bush renovó aquel pacto a inicios de la década de 2000.
El fundador del wahabismo, Mohamed ben Abdelwahhab, estimaba que quienes no se unieran a su secta debían ser exterminados. Numerosos autores han resaltado la cercanía entre el modo de vida de los wahabitas y el de algunas sectas judías ortodoxas, así como el parecido entre los razonamientos de los teólogos wahabitas y los de algunos pastores cristianos puritanos.
Sin embargo, para mantener la influencia británica en Oriente Medio, Londres decidió combatir a los nacionalistas árabes y respaldar a la Hermandad Musulmana y a la secta de los Nachqbandis. Es por eso que, en 1962, los británicos solicitaron a los Saud que crearan la Liga Islámica Mundial y después –en 1969– la creación de lo que hoy llamamos la Organización para la Cooperación Islámica. El wahabismo acabó admitiendo el islam sunnita –al que hasta entonces había combatido– y ahora se erige en protector del sunnismo mientras se obstina en combatir las demás manifestaciones del islam.
Tratando de evitar las guerras fratricidas que habían marcado la historia de su familia en el siglo XIX, el rey Ibn Saud instituyó un sistema de sucesión que, a la muerte del rey, transfería la corona al mayor de sus hermanos. El fundador del reino había tenido 32 esposas, que le dieron 53 hijos y 36 hijas. El mayor de los sobrevivientes –el actual rey Salman– tiene 82 años. En aras de salvar el reino, el Consejo de Familia de los Saud aceptó en 2015 modificar la regla de sucesión y designar a los hijos del príncipe Nayef y del rey Salman como futuros herederos. Pero el príncipe Mohamed ben Salman –hijo del actual rey Salman– apartó de su camino al hijo de Nayef, convirtiéndose así en único príncipe heredero del trono.
La familia Saud pasó bruscamente del camello al jet privado, pero ha conservado, en pleno siglo XXI, la cultura arcaica del desierto. Ejemplo de ello es su odio hacia la historia. Los Saud han destruido todo rastro de la historia de su país. Ésa es la mentalidad retrógrada que se expresó en las destrucciones de monumentos históricos y arqueológicos perpetradas por los yihadistas en Irak y en Siria. No existe ninguna otra razón que justifique la decisión de los Saud de destruir la casa del profeta Mahoma y la destrucción de las históricas tablillas sumerias perpetrada por los yihadistas del Emirato Islámico (Daesh).
Las potencias occidentales que en el pasado utilizaron a los Saud para acabar con el Imperio Otomano –hecho que todos reconocen hoy en día– son las mismas que utilizaron a los yihadistas, financiados por los Saud y formateados ideológicamente por los wahabitas, para destruir Irak y Siria.
Aunque ya nadie quiere recordarlo, al principio de la agresión contra Siria, mientras la prensa occidental nos mostraba la fábula de la “primavera árabe”, Arabia Saudita sólo exigía que el presidente Bashar al-Assad que dejara el cargo. Riad aceptaba que se quedaran sus consejeros, su gobierno y hasta su ejército y sus servicios secretos. Sólo quería la cabeza de Assad… Porque Assad no es sunnita.
Cuando el príncipe Mohamed ben Salman (a quien la prensa prefiere llamar “MBS”) se convirtió en el ministro de Defensa más joven del mundo, exigió poder explotar los yacimientos petrolíferos que abarcan parte de su país y del territorio yemenita. Ante la negativa de Yemen, inició una guerra con la que esperaba cubrirse de gloria, como su abuelo. Pero, a través de la historia, nadie ha logrado mantenerse en Yemen, ni en Afganistán. Pero eso poco importó: el príncipe heredero “demostró” su poderío hambreando a 7 millones de personas. Todos los miembros del Consejo de Seguridad dijeron sentir preocupación ante la crisis humanitaria en Yemen, pero ninguno se atreve a criticar al “valeroso” príncipe MBS.
Como consejero de su padre el rey, MBS propuso eliminar al jefe de la oposición saudita: el jeque Nimr Baqr al-Nimr [2], partidario de la no violencia… y chiíta, o sea un “infiel”, según la visión de los wahabitas. El jeque al-Nimr fue decapitado, sin que las potencias occidentales se escandalizaran por ello. Después, MBS destruyó Mussawara y Chuweikat, en la región saudita de Catif, ¡de población fundamentalmente chiíta! Las potencias occidentales tampoco vieron allí las ciudades arrasadas por los blindados del reino ni sus pobladores masacrados.
El príncipe heredero no soporta la menor contradicción y en junio de 2017 empujó a su padre a romper con Catar, porque el pequeño pero riquísimo emirato había tenido la audacia de ponerse del lado de Irán ante Arabia Saudita. MBS intimó entonces a todos los países árabes a seguirlo en su disputa con Catar y logró hacerlo retroceder temporalmente.
Al llegar a la Casa Blanca, el presidente Donald Trump decidió ser pragmático: aceptó la agonía de los yemenitas, a condición de que Riad pusiera fin al respaldo que aportaba a los yihadistas.
Es entonces cuando al consejero de Trump, su yerno Jared Kushner, tuvo la idea de recuperar el dinero que los Saud ganan con el petróleo y usarlo para revitalizar la economía de Estados Unidos. La inmensa fortuna de los Saud es el dinero que las potencias occidentales en general y los estadunidenses en particular han venido pagando por el petróleo saudita. No es fruto del trabajo de la familia real sino la renta que sacan de un país que les pertenece. El príncipe Mohamed ben Salman organizó entonces el golpe palaciego de noviembre de 2017 [3]. Al menos 1 mil 300 miembros de la familia real fueron puestos bajo arresto domiciliario, incluyendo al primer ministro libanés Saad Hariri, descendiente bastardo del clan Fadh. Algunos de ellos fueron torturados para “convencerlos” de que debían “ofrecer” la mitad de sus fortunas al príncipe heredero, quien se echó así en el bolsillo 800 mil millones de dólares en dinero y acciones [4]. ¡Craso error!
La fortuna de los Saud, hasta entonces dispersa entre todos los príncipes y sus descendientes, se concentró en una mano que no es la del rey, representante del Estado. Así que sólo hay que torcer esa única mano para recuperar el botín.
El príncipe MBS amenazó también con imponer a Kuwait el destino que ya sufre Yemen, si él no puede explotar las reservas de petróleo ubicadas en las regiones limítrofes con Arabia Saudita. Pero el viento y el tiempo ya no son favorables al heredero.
Sólo había que esperar la oportunidad. El 2 de octubre de 2018, uno de los servidores del acaudalado príncipe Al-Walid ben Talal Abdulaziz Al-Saud, el periodista Jamal Khashoggi, fue asesinado por orden de MBS en la sede del consulado de Arabia Saudita en Estambul, lo cual constituyó una violación del artículo 55 de la Convención de Viena sobre las relaciones consulares [5].
Jamal Khashoggi era nieto del médico personal del rey Abdul Aziz y sobrino del vendedor de armas Adnan Khashoggi, el hombre que equipó la fuerza aérea saudita y posteriormente armó –por cuenta del Pentágono– al Irán chiíta contra el Irak sunnita. Samira Khashoggi, tía de Jamal Khashoggi, es la madre de otro vendedor de armas, Dodi al-Fayed, amante de la mediática princesa británica lady Diana, junto a la cual fue eliminado [6]).
Jamal Khashoggi estaba implicado en un nuevo golpe palaciego que el príncipe Al-Walid ben Talal estaba preparando contra MBS. Varios asesinos presentes en el consulado le cortaron los dedos, descuartizaron su cuerpo y posteriormente presentaron su cabeza al amo MBS. Todo fue meticulosamente grabado por los servicios secretos de Turquía y Estados Unidos.
En Washington, la prensa y los miembros del Congreso estadunidense exigieron al presidente Trump la adopción de sanciones contra Riad [7].
Turki al-Dakhil, uno de los consejeros del príncipe heredero, respondió que si Estados Unidos adopta sanciones contra Arabia Saudita, esta última es capaz de echar abajo el orden mundial [8]. Según la tradición de los beduinos del desierto, a todo insulto debe responderse con una venganza… A cualquier precio.
Según ese consejero, Arabia Saudita está preparando una treintena de medidas, y las más importantes serían:
-Reducir la producción de petróleo a 7.5 millones de barriles diarios, lo cual provocaría un alza de precios, que podrían llegar a 200 dólares por barril. Además, Arabia Saudita no aceptaría pagos en dólares estadunidenses, provocando así el fin de la hegemonía mundial de esa moneda;
-El país se alejaría de Washington para acercarse a Teherán;
-Compraría armamento a Rusia y China. El reino propondría además a Rusia abrir una base militar en suelo saudita, concretamente en la provincia de Tabuk, en el Noroeste (cerca de Siria, Líbano e Irak);
-De la noche a la mañana, pasaría a respaldar al Hamas y al Hezbollah.
Consciente de los daños que la fiera es capaz de provocar, la Casa Blanca promete a sus perros parte de los despojos. Recordando tardíamente sus bellos discursos sobre los “derechos humanos”, las potencias occidentales claman en coro que ya no soportan más esa tiranía medieval [9]. Uno a uno, todos los líderes económicos de Occidente se alinean tras las instrucciones de Washington y anulan su participación en el Foro de Riad. Al recordar que Jamal Khashoggi era “residente estadunidense”, el presidente Trump y su consejero Jared Kushner hablan de confiscar bienes, que pasarían a manos de Estados Unidos.
Mientras tanto, en Tel Aviv reina el pánico. El príncipe MBS era el mejor socio del primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu [10]. Este último incluso solicitó al príncipe heredero la creación de un estado mayor común israelo-saudita en Somalilandia para aplastar a los yemenitas. MBS viajó en secreto a Israel a finales de 2017. El exembajador de Estados Unidos en Tel Aviv, Daniel B Shapiro, advierte a sus correligionarios israelíes que al aliarse al príncipe heredero saudita, Netanyahu pone a Israel en peligro [11].
El Pacto del Quincy sólo protege al rey de Arabia Saudita. No incluye al príncipe heredero.
Referencias:
[1] El “Pacto del Quincy” debe su nombre al hecho de haber sido firmado a bordo del navío de guerra estadunidense USS Quincy (CA-71) [Nota de la Red Voltaire].
[2] “El régimen de los Saud se tambalea después de ejecutar al jeque al-Nimr”, André Chamy, Red Voltaire, 4 de enero de 2016.
[3] “Golpe palaciego en Riad”, Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de noviembre de 2017.
[4] “Saudis Target Up to $800 Billion in Assets”, Margherita Stancati y Summer Said, Wall Street Journal, 8 de noviembre de 2017.
[5] “Convention de Vienne sur les relations consulaires”, Réseau Voltaire, 24 de abril de 1963.
[6] Lady died, Francis Gillery, Fayard éd., 2006/“Francis Gillery: “Yo estudié el mecanismo de la mentira de Estado en el caso de la princesa Diana”, Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de septiembre de 2007.
[7] “The disappearance of Jamal Khashoggi”, Manal al-Sharif, The Washington Post, 9 de octubre de 2018. “Letter by the Senate Foreign Relations Committee on the disappearance of Jamal Khashoggi”, 10 de octubre de 2018.
[8] “US sanctions on Riyadh would mean Washington is stabbing itself”, Turki Al-Dakhil, Al-Arabiya, 14 de octubre de 2018.
[9] “Declaración Conjunta de los ministros de Exteriores de Alemania, Francia y Reino Unido sobre la desaparición de Jamal Khashoggi”, Red Voltaire, 14 de octubre de 2018.
[10] “Exclusivo: Los planes secretos de Israel y Arabia Saudita”, Thierry Meyssan, Red Voltaire, 22 de junio de 2015.
[11] “Why the Khashoggi Murder Is a Disaster for Israel”, Daniel Shapiro, Haaretz, 17 de octubre de 2018.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
[ANÁLISIS INTERNACIONAL]
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