Damasco, Siria. En 1916, durante la Primera Guerra Mundial, Lenin analizaba las razones que llevaron al enfrentamiento entre los imperios de su época. Escribió entonces El imperialismo, fase superior del capitalismo, donde precisaba su pensamiento en los siguientes términos:
“El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en la que ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, en la que ha adquirido una importancia de primer orden la exportación de capitales, en la que ha comenzado el reparto del mundo entre los trusts internacionales y ha terminado el reparto de todo el territorio del mismo entre los países capitalistas más importantes.”
Los hechos han confirmado la lógica de concentración del capitalismo que Lenin describía. En 1 siglo, un nuevo imperio reemplazó a los anteriores: “América” (no confundir con el Continente que lleva ese nombre). A golpe de fusiones y de compras de otras empresas, un grupo de transnacionales ha parido después una clase dirigente global que se reúne cada año en la localidad suiza de Davos. Esos personajes no están al servicio de los intereses del pueblo estadunidense y, por cierto, no son necesariamente estadunidenses sino que utilizan los medios del Estado federal estadunidense para maximizar sus propias ganancias.
Donald Trump fue electo presidente de Estados Unidos con base en su promesa de volver al estado anterior del capitalismo, el del “sueño americano” a través de la libre competencia. Aunque puede plantearse a priori, como Lenin, que ese retroceso es imposible, lo cierto es que el nuevo presidente ha optado por esa vía.
El núcleo del sistema capitalista imperial está expresado en la doctrina del Pentágono, concebida por el almirante Arthur Cebrowski. Según esa doctrina el mundo actual está dividido en dos. De un lado tenemos países desarrollados y estables; del otro, países no integrados aún a la globalización imperial y, por ende, condenados a la inestabilidad. Las Fuerzas Armadas de Estados Unidos tienen como misión destruir los Estados y las estructuras sociales de los países de las regiones no integradas a la globalización. Desde 2001 han venido destruyendo el “Oriente Medio ampliado” y ahora se disponen a hacer lo mismo en la “Cuenca del Caribe”.
Los hechos demuestran que la manera de ver el mundo que tiene el Pentágono coincide con los conceptos enunciados por pensadores antiimperialistas como Immanuel Wallerstein, Giovanni Arrighi o Samir Amin.
El objetivo de Donald Trump consiste al mismo tiempo en reinvertir los capitales transnacionales en la economía estadunidense y sacar al Pentágono y a la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés) de su función imperialista actual para que vuelvan a dedicarse a la defensa nacional. Para lograr eso, Trump está obligado a retirarse de los tratados comerciales internacionales y a disolver las estructuras intergubernamentales que mantienen el orden anterior.
Desde los primeros días de su mandato, el presidente Trump sacó a Estados Unidos del Acuerdo de Asociación Transpacífico, que no estaba firmado aún. Ese tratado comercial estaba concebido como un plan estratégico para aislar a China.
Al no poder anular la firma de Estados Unidos en tratados ya en vigor, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), Trump ha comenzado a desmantelarlos mediante la imposición de gravámenes aduanales que, sin violar su contenido, contradicen los objetivos de esos documentos.
Hemos demostrado repetidamente desde este sitio web que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) han dejado de ser un foro por la paz para convertirse en un instrumento del imperialismo estadunidense mientras que algunos países miembros de la ONU siguen oponiendo resistencia en el seno de la organización. Así fue en el momento de la política soviética de la “silla vacía”, durante la guerra de Corea, y así ha venido sucediendo nuevamente desde julio de 2012.
El presidente Trump ha atacado directamente las dos principales herramientas imperialistas en el seno de la ONU: las operaciones de mantenimiento de la paz (que tomaron el lugar de las misiones de observación inicialmente previstas en la Carta de la ONU) y el Consejo de Derechos Humanos de esa misma organización (órgano que no tiene actualmente otra función que justificar las guerras “humanitarias” de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN). Lo ha hecho negando fondos al presupuesto de las operaciones de mantenimiento de la paz y sacando a Estados Unidos del Consejo de Derechos Humanos. Pero acaba de perder la elección del nuevo director de la Organización Internacional para las Migraciones [1], lo cual deja momentáneamente el campo libre al tráfico mundial de personas. El objetivo de Trump no es destruir la ONU sino redirigirla para volver a meterla en lo que fue su función inicial.
Trump acaba de torpedear a Grupo de los Siete (G7). Inicialmente previsto como un intercambio de puntos de vista entre los participantes, el G7 se había convertido –desde 1994– en otra herramienta al servicio de la dominación imperial. En 2014, el G7 se convirtió en un instrumento anti-ruso, conforme a la naturaleza de la nueva estrategia de los anglosajones, tendiente a evitar una guerra mundial extendiendo el imperio hasta las fronteras de Rusia y aislando a esta última. En el G7 de Charlevoix, el presidente Trump se esforzó por mostrar a sus confundidos aliados que ya no los quiere como vasallos y que tendrán que arreglárselas solos.
Y finalmente, después de haber tratado de utilizar a Francia para dinamitar la Unión Europea, Trump se volvió hacia Italia enviando allí a Steve Bannon para crear un gobierno antisistema, con ayuda de varios bancos estadunidenses. Roma se ha aliado con otras cinco capitales en contra de la Unión Europea.
A través de diversas medidas fiscales y aduanales, raramente votadas por el Congreso y más frecuentemente implantadas por decreto, el presidente Trump está estimulando las grandes empresas de su país a repatriar sus fábricas. Esto se ha traducido de inmediato en una reactivación económica, prácticamente el único logro que la prensa reconoce a la gestión de Trump.
Sin embargo, está muy lejos de verse aún un retroceso del mundo de las finanzas, que probablemente seguirán prosperando fuera de Estados Unidos y, por ende, absorbiendo las riquezas del resto del mundo.
Esto es, evidentemente, lo más difícil. En el momento de su elección, Trump obtuvo los votos de los simples soldados y oficiales subalternos, no así los de los oficiales superiores y generales.
Donald Trump llegó a la política el 11 de septiembre de 2001. Inmediatamente cuestionó la versión oficial de los acontecimientos de aquel día. Luego expresó su sorpresa ante las contradicciones del discurso dominante: los presidentes Bush hijo y Obama dijeron querer eliminar los movimientos yihadistas, pero lo que se observó bajo sus respectivos mandatos fue una drástica multiplicación e incluso una globalización del yihadismo que culminó en la creación del Emirato Islámico –con pretensiones de Estado independiente– en Irak y en Siria.
Es por esa razón que, desde que asumió sus funciones como presidente, Trump se rodeó de oficiales de reconocida autoridad en el seno de las Fuerzas Armadas estadounidenses. Esa era para él la única posibilidad de evitar un golpe de Estado militar y de imponer obediencia para realizar la reforma que quería emprender. Luego dio carta blanca a los militares en conjunto para todo lo concerniente a la táctica en el terreno. Además, aprovecha toda ocasión posible para reafirmar su apoyo a las Fuerzas Armadas y los servicios de inteligencia.
Luego de cancelar la presencia permanente del jefe del Estado Mayor Conjunto y del director de la CIA en el Consejo de Seguridad Nacional, Trump ordenó poner fin al respaldo estadunidense a los yihadistas. Al-Qaeda y el Emirato Islámico (Daesh) comenzaron entonces a perder terreno. Esa política prosigue actualmente con el fin del apoyo estadunidense a los yihadistas presentes en el sur de Siria. Los yihadistas han dejado de ser verdaderos ejércitos privados y se han reducido al estado de grupos dispersos utilizados en determinadas acciones terroristas.
Siguiendo esa misma línea, Trump fingió al principio renunciar a la disolución de la OTAN a condición de que esta agregara a su función anti-rusa una función antiterrorista. Pero ahora ha comenzado a mostrar a la OTAN que los privilegios que hoy tiene ese bloque militar no serán eternos, como pudo verse con la negativa de una visa estadunidense especial a un ex secretario general de la alianza atlántica [2]. Lo más importante es que Trump ha comenzado a recortar la función anti-rusa de la OTAN. Por ejemplo, está negociando con Moscú la anulación de los simulacros de guerra de la OTAN en el este de Europa. También está planteando una serie de actos administrativos que demuestran que los demás miembros de la OTAN se niegan a aportar a la defensa colectiva una contribución proporcional a sus verdaderos medios. Con ello se prepara para dinamitar la OTAN cuando lo juzgue posible.
Ese momento sólo llegará cuando la deconstrucción de las relaciones internacionales actuales alcance su estado óptimo tanto en Asia (Corea del Norte) como en el Medio Oriente ampliado (Palestina e Irán) y Europa (Unión Europea).
-El presidente Trump no es el personaje «imprevisible» que los medios nos describen. Más bien es todo lo contrario y está actuando de manera bien pensada y lógica.
-Donald Trump está preparando una reorganización de las relaciones internacionales. Esa reorganización pasa por un cambio completo e inesperado, dirigido contra los intereses de la clase dirigente transnacional.
Notas
[1] “Nuevo director en la Organización Mundial para las Migraciones”, Red Voltaire, 1 de julio de 2018.
[2] “Estados Unidos niega visa a un exsecretario general de la OTAN”, Red Voltaire, 26 de junio de 2018.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
[ANÁLISIS][INTERNACIONAL]
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