Así en la selva como en la sierra
En los 2 años y medio que transcurrieron entre el levantamiento zapatista y la irrupción en Aguas Blancas, una organización se reinventaba e integraba en otra aún en gestación, lapso que el Partido Revolucionario Obrero Campesino-Unión del Pueblo (PROCUP) dio el paso hacia el Ejército Popular Revolucionario (EPR). Ese espacio de transición y de acumulación de fuerzas no fue sólo político sino que exhibió una vertiente militar: el 7 de julio de 1995 llevó a cabo una emboscada contra policías en Cualac, Guerrero, que confirmó la existencia de la nueva generación de guerrilleros. Pero las distintas visiones y versiones que partieron desde la propia jefatura clandestina sobre esta primera acción, dejaron al descubierto una serie de contradicciones internas que continuaron agudizándose a lo largo de toda la existencia insurgente.
Tras el fraude de 1988 y en un contexto de insurgencia cívica, Guerrero vivía tiempos convulsos. Desde 1992 las actividades de las distintas corporaciones de seguridad se recrudecieron y los rumores por la presencia de encapuchados en la entidad fueron en aumento (o réplicas de amenazas para sedimentar miedos como diseño de escenarios administrables, propio de espacios políticos autoritarios o en descomposición). La militarización estaba extendida a lo largo de todo el territorio y la represión, persecución y asesinato de opositores políticos y sociales eran hechos cotidianos.
Pero la insurrección en Chiapas del 1 de enero aceleró los tiempos internos del PROCUP, que una semana después reivindicó acciones político-militares en distintos puntos del país como mensaje de solidaridad con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Fueron las últimas reivindicadas por la organización.
De nueva cuenta en Guerrero y según el documento interno Formalización y oficialización del EPR, a inicios de junio de ese año ya se había creado la nueva estructura militar. En mayo de 1995 dictó el Primer Curso Básico de Guerra en la Sierra Madre Oriental, y aunque dicho texto no está suscripto por alguna organización, en septiembre todavía circulaba Proletario, el periódico partidario. Ese 28 de junio se produjo la matanza en Aguas Blancas, el acontecimiento decisivo para la nueva definición político-militar.
El 7 de julio de 1995 en el paraje Ojo de Agua, entre los municipios de Cualac y Huamuxtitlán, una Brigada Campesina de Ajusticiamiento ejecutó una emboscada contra la policía como respuesta inmediata a la masacre: “concluimos que esto ya había llegado a su límite, que no había otro camino, que responder era urgente y necesario”. La única reivindicación se hizo a través de un comunicado enviado a un periódico de la ciudad de México, mediante el cual se adjudicó la “decisión de responder a este crimen con la justicia del pueblo para enfrentar la represión”. Reportes de inteligencia previos indicaban a Cualac como una zona conflictiva, y aunque en el recuento de grupos “subversivos” no se la menciona, no se duda de la carga ideológica-política del hecho. Así, la guerrilla en Guerrero dejó de ser un secreto a voces.
Además de tomar su nombre de la liderada por Lucio Cabañas 2 décadas antes, y con la que procuró legitimidad para su acción, lo poco que se sabe sobre ella es que se incluyó entre los grupos que conformaron en el eperrismo. (Esta versión fue redactada por la entonces jefatura de la organización donde se dio a conocer que el EPR fue producto de la unidad de organizaciones revolucionarias. Posteriormente, la actual conducción reescribió unilateralmente su historia confrontando el argumento de la continuidad histórica del PROCUP para desmentir la idea de unidad revolucionaria, a la que apeló como táctica defensiva frente al enemigo, según dio a conocer en el texto Un poco más de historia.) El relato indica que su existencia data desde fines de 1987 pero a mediados de 1988 se organizó como grupo de autodefensa y a fines de 1995 entró en contacto con el PROCUP y el Partido de los Pobres (Pdlp), en alianza con el PROCUP desde inicios de la década de 1980. Esto es: después de la emboscada.
En una entrevista, el comandante Antonio (jefe de Zona y luego uno de los líderes del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente, ERPI, escisión del EPR) afirmó que “a principios de julio de 1995, uno de los grupos que después integró el eperrismo realizó una emboscada a una patrulla de la Policía Motorizada”. Según sus dichos, la emboscada fue un de bautismo de fuego para el EPR: “ahí resurgió la actividad del movimiento armado en Guerrero”. La relevancia de este hecho no es menor ya que hizo saber que la acción en Cualac fue una respuesta inmediata a la masacre, idéntico argumento al utilizado por la Brigada en su mensaje. “Hay que responder”, recordó en otra entrevista más reciente, y “a bote pronto”. Fue iniciativa suya y decisión como responsable de Guerrero, al igual que otra acción semejante que finalmente no logró concretar. De acuerdo con sus palabras, la Dirección Nacional nada supo de ellas hasta el momento de consumarse.
El comandante José Arturo, miembro del comité nacional y futuro líder de Tendencia Democrática Revolucionaria, otra ruptura eperrista, abordó la cuestión desde una perspectiva muy distinta: “la dirección del partido ordenó la ejecución de emboscadas a las fuerzas policíacas y militares en dicho estado, aunque, finalmente, se redujo la réplica armada a una acción, contra la motorizada (Cualac, Guerrero), reivindicándola, en ese entonces, como Brigada Campesina de Ajusticiamiento”. Así lo hizo saber tiempo después a través del documento Crónica de una colisión inevitable, donde se destacó como la única hostilidad previa a la declaración formal de guerra.
Pero de acuerdo con esta construcción, la de un membrete generado por la dirección del partido, el recuento sobre la historia de la Brigada encierra una contradicción que condiciona el resto. Si por una parte se dice que la emboscada del 7 de julio de 1995 fue ordenada por el partido pero por otra se afirma que fue a fines de 1995 cuando entró en contacto con el partido, entonces la versión oficial se desmiente a sí misma. Ello deja una instancia para considerar que la Brigada existió como grupo real y autónomo.
Si fuese posible otorgarle algún grado de autonomía operativa, algunos elementos pueden ser recopilados: 1) un grupo que generó una acción como medio de ingreso a la organización mayor en gestación; 2) la confirmación de lealtad hacia el proyecto de unidad revolucionaria en ciernes; 3) una búsqueda de cobertura política-militar por su grado de vulnerabilidad; 4) fue célula de alguna otra organización local de autodefensa o clandestina; y/o 5) ya parte integrante del eperrismo, pero que no respondió a los tiempos impuestos por la jefatura nacional. Esta última posibilidad también pudo referir a otra estrategia para, sin hablar aún en primera persona, acceder a información del Estado y evaluar sus movimientos en el contexto de nuevas respuestas y futuras acciones.
A través de sus textos y por declaraciones posteriores de la comandancia eperrista, fue posible enmarcar esta breve actividad militar entre la masacre y la declaración de guerra, que resulta uno de los capítulos menos conocidos de las organizaciones clandestinas armadas mexicanas.
Tras la anécdota se acrecienta la relevancia de Cualac como clave fundacional para las visiones sobre los orígenes y continuidades del EPR. Las diferencias en asumir esta acción indican que desde su misma creación –y primera acción– la actual generación de guerrilleros entendió en forma disímil la integración en el proceso político-militar y que, a lo largo de todo el proceso, fue confirmándose con expulsiones y escisiones del tronco original. Tiempos distintos, concepciones distintas y todas conviviendo dentro de una misma estructura. Y aunque la emboscada puede leerse únicamente como un acto de afirmación de su existencia en el estado, las lecturas políticas no se acotaron a la iniciativa de una estructura estatal o nacional, sino que alimentó las contradicciones.
Pero fue también el sentido que se le atribuyó a este capítulo insurgente lo que pronunció aún más las diferencias entre posturas internas: Antonio lo visualizó como un acto simbólico que destacó la figura de Lucio, junto a la recuperación del nombre de la Brigada para adentrarse en el imaginario popular en pos de legitimidad; en tanto para José Arturo fue una decisión estratégica y un camino que debía conducir a otro evento de magnitud (la irrupción de junio de 1996). Distancia semejante como la que separa un grupo justiciero de otro decidido por la guerra popular prolongada o la que existe entre una visión idealizada de Lucio y el uso operativo de su imagen.
Aunque las precisiones de Antonio graficaron la idea de la confluencia de grupos en tanto que el posicionamiento de José Arturo no confronta la versión oficial eperrista, debe abordarse una definición política que destaque la importancia real de la emboscada: estaban dadas todas las condiciones para dar respuesta a la masacre, pero no podía estar limitada a un carácter exclusivamente militar ni reducida a una geografía localizada, sino que debía ser político-militar y de alcance nacional, incluso internacional, como en efecto ocurrió. Es por eso que se decide la irrupción en el primer aniversario luctuoso de la masacre, ocupando el centro de la escena ante todos los medios de comunicación y en el mismo lugar donde ocurrieron los hechos. La escenificación y el hecho simbólico debían trascender fronteras.
Las tempranas contradicciones durante la estructuración del eperrismo anticiparon el cisma; sin embargo, no todo fue desencuentro. En unas entrevistas de 1985, a través del comandante Eleazar Campos Gómez entre otros, el PROCUP afirmó que recuperaron el nombre del partido de Lucio por el prestigio que les confería. De esta manera, unirlo al acrónimo Pdlp fue un argumento de ruptura frente a la leyenda negra que se cernía sobre ellos y, por la misma razón, para romper el aislamiento. Con estos argumentos a la mano e intentando establecer una línea de continuidad histórica, la acción en Cualac tanto como respuesta a la represión, así como su reivindicación como Brigada y junto a la recuperación de la figura de Lucio, resultó funcional para todas las posiciones internas.
Finalmente: a lo largo de las 1100 páginas que contienen los dos libros de reciente circulación y donde desarrolla la historia de sus cincuenta años de existencia (uno de ellos signado por Eleazar Campos Gómez) la actual dirección nacional del EPR no hace ninguna mención del episodio.
Jorge Lofredo*
*Licenciado en ciencia política; autor de La generación Aguas Blancas. Organizaciones armadas clandestinas mexicanas. (CeDeMA, 2013)
[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÓN: SOCIAL]
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