El proselitismo islamista en África asume una nueva modalidad en el Este del continente mediante el reclutamiento de estudiantes de universidades de Kenia, quienes abandonan sus carreras para integrar grupos extremistas de la región, considerados terroristas.
Un informe del gobierno de Nairobi –publicado a fines de enero– denuncia el nuevo flagelo de conversión entre sus jóvenes, cuyos límites fluctúan entre lo religioso, lo político y lo militar acorde con las sicologías y proyectos personales de quienes pierden la fe… Y, muchas veces, la vida.
Una visión parcial del asunto tratado en el documento da cuenta de 54 alumnos de esos centros de altos estudios que abandonaron en los últimos 3 años sus aulas para incorporarse a grupos terroristas de Estados como Somalia, Nigeria y Libia, así como de Siria en el Medio Oriente.
Buena parte de esos estudiantes, 14 de los cuales desertaron y se integraron a esas facciones radicales desde el año pasado y los demás mucho antes, mueren en las condiciones más extremas y otros permanecen presos tras su detención por las autoridades de Kenia.
Entre esos últimos figuran alumnos cuyo reclutamiento fue detectado a tiempo, sobre todo antes de abandonar el país, pero los órganos de seguridad pierden la pista o desconocen el destino de muchos otros, entre el momento en que desaparecen de su Universidad y el de su ingreso a una célula terrorista africana o medio-oriental.
El reclutamiento y la radicalización de los objetivos islamistas ha asumido en Kenia las caras más inverosímiles, pero “la tendencia reciente entre los grupos terroristas es apuntar a los estudiantes universitarios”, subraya el informe del gobierno.
Y añade: “Con la globalización y el cambio de paradigma en el mundo digital, los terroristas han explotado las redes sociales, entre otras plataformas, para atraer a esos alumnos. A través de varios portales creados por Al Shabab, el Estado Islámico y otros grupos, la propaganda se difunde fácilmente entre ellos”.
Los universitarios perdidos de sus escuelas que peor salen durante ese trayecto son los asesinados por diversas causas y de disímiles modos, aunque también mueren en combate o son ejecutados luego de riñas con sus comandantes.
Entre los casos de ese tipo incluidos por el Ejecutivo en su informe figura Jared Mokaya Omambia, quien dejó los estudios en la Universidad Moi, en la antigua provincia de Rift Valley, para unirse a Al Shabab, y fue asesinado por un pelotón de fusilamiento bajo acusaciones de presunto espionaje a favor de Kenia.
Otros alumnos perecieron tras unirse al Estado Islámico durante ataques aéreos de Estados Unidos en la explosiva ciudad libia de Sirte, como Farah Dagane Hassan, de 26 años, y Hiish Ahmed Ali, de 25, ambos médicos internos hasta su reclutamiento del keniano hospital Kitale, donde también continuaban sus estudios.
Otro caso es el de Abdirahim Abdullahi, quien abandonó la Facultad de Derecho de la Universidad de Nairobi, se unió a Al Shabab y fue asesinado tras liderar a otros tres miembros del grupo en el ataque al keniano Colegio Universitario de Garissa, que mató a 147 estudiantes el 2 de abril de 2015, en uno de los peores hechos terroristas.
El Ejecutivo keniano reconoció que un número sin precisar entre los 54 estudiantes universitarios que refiere el informe están recluidos en casas de seguridad, donde son objeto del proyecto de rehabilitación de Nairobi para miembros de esas milicias integristas.
Las autoridades emprendieron ese proceso de reeducación en 2015 frente al creciente aumento de la radicalización y el extremismo violento entre los jóvenes, recuerda el informe oficial y advierte que “ya pasó la era en que los grupos terroristas captaban a jóvenes vulnerables, analfabetos y de origen pobre”.
Sin dudas, el punto geográfico y tal vez la vía más cercana a los universitarios kenianos hacia una organización extremista sea Lamu, condado y archipiélago occidental fronterizo con Somalia, donde opera a su antojo la secta islamista Al Shabab, originaria de ese país.
Las autoridades locales tienen que enfrentar un creciente número de ataques contra distintos objetivos de esa localidad que, según un medio local, los extremistas han convertido “en un patio de recreo”.
Esas acciones en Lamu integran una estrategia hostil de Al Shabab contra el gobierno de Kenia, en represalia por las operaciones del ejército de Nairobi contra sus milicias en territorio somalí, iniciadas en 2011.
Las acciones militares opositoras comprenden ataques con explosivos contra entidades oficiales, como edificaciones, personal de seguridad y vehículos, incluidos los privados, en los que mueren decenas de personas de manera sistemática y sufren pérdidas materiales tanto el gobierno como los particulares.
El Ejecutivo keniano sufre también frecuentes bajas entre policías, soldados y otras fuerzas de seguridad que actúan desde 2015, mediante la denominada Operación Linda Boni, para desplazar a Al Shabab del bosque de Boni junto a una extensa franja sureña limítrofe con Somalia.
Unos 30 efectivos murieron sólo entre mayo y noviembre del año pasado, mientras en lo que va de 2018 resurgen las emboscadas y acciones con minas y otros explosivos enmascarados en puntos de vías como la socorrida carretera Lamu-Malindi.
Entre los más relevantes escenarios de grupos islamistas en África figuran precisamente Somalia, con el referido Al Shabab; Nigeria, con Boko Haram; y Mali, con la triada de Al Qaeda del Magreb Islámico, Al Murabitun, Ansar ad Dine y el Frente de Liberación de Macina.
En el caso de la lucha contra Al Shabab, frase que en árabe significa “los jóvenes”, el gobierno recibe un fuerte apoyo de Estados Unidos, con unos 400 militares, y de la Misión de la Unión Africana en el país, mediante unos 22 mil soldados procedentes de 10 Estados, mientras Kenia y Etiopía mantienen fuerzas independientes.
Esa organización insurgente, surgida en 2006 como ala radical del desaparecido Consejo de Tribunales Islámicos, vinculado en 2012 a Al Qaeda y en lucha por un califato basado en la ley islámica o Sharía, controla vastos territorios del centro y Sur de Somalia, país sumido en un caos desde el derrocamiento en 1991 del presidente Mohamed Siad Barre.
El gobierno de Nigeria, por su parte, enfrenta a Boko Haram, frase que en lengua hausa africana significa “la educación occidental es un pecado”, mediante sistemáticas operaciones militares en el Norte del país y con fuerzas multinacionales en países limítrofes como Camerún, Níger y Chad, donde también accionan los extremistas.
Respecto a Mali, cerca de 10 mil efectivos de la Organización de las Naciones Unidas respaldan al ejército contra Al Qaeda del Magreb Islámico, Al Murabitun, Ansar ad Dine y el Frente de Liberación de Macina, organizaciones que en marzo de 2017 anunciaron su fusión bajo el nombre de Jamaat Nasr al Islam wa al Mouslimin, en lo que ya se considera como la organización terrorista más sólida del Sahel.
Antonio Paneque Brizuela/Prensa Latina
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