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El uso de armas químicas y biológicas por parte de Estados Unidos

El uso de armas químicas y biológicas por parte de Estados Unidos

La campaña de demonización usada por Estados Unidos contra Irak, antes de la invasión, y la que conduce hoy día contra Irán y Siria son efectivas para preparar invasiones e imponer sanciones criminales que afectan a millones de seres humanos, porque los medios masivos de comunicación son cómplices, al promoverlas intensamente al tiempo que niegan a los pueblos la posibilidad de recordar su propia historia.
 
La lista de atrocidades es larga y requiere bastante espacio describir cada una a detalle. Por ahora dedicaremos un breve espacio para enumerar algunas de las más sobresalientes.
 
El libro Bioterror; manufacturing wars the american way, editado por Ellen Ray y William H Schaap (Ocean Press, 2003), cuenta de la hipocresía del gobierno estadunidense al hablar de armas de destrucción masiva, pues se sabe que Estados Unidos es la única nación que ha usado armas atómicas para matar centenares de miles de civiles inocentes (Hiroshima y Nagasaki en 1945) y ha sido el más notorio practicante del uso de armas químicas y biológicas desde la Segunda Guerra Mundial.
 
En su trabajo titulado The history of US biochemical killers, Ken Lawrence describe el uso de armas biológicas que comenzara en 1763, cuando el gobierno estadunidense regalaba cobijas infectadas con viruela a los indígenas que buscaban relaciones amistosas con los recién llegados colonos europeos. Miles murieron y la táctica fue repetida por el ejército durante las llamadas indian wars (guerras indias) entre mediados y finales del siglo XIX.
 
Y durante la llamada madre de todas las guerras, alrededor de 1944, Estados Unidos y Britania planearon atacar seis ciudades alemanas –Berlín, Hamburgo, Stuttgart, Frankfurt, Wilhelmshaven y Aachen– con bombas con ántrax dentro que matarían cerca de la mitad de la población. Se ordenó la construcción de las bombas en una fábrica en Vigo, Indiana, pero los contratiempos de la producción retardaron el proyecto y la guerra terminó antes de que los mortales artefactos fueran fabricados.
 
En febrero de 1952, la República Democrática de Corea y la República Popular de China denunciaron que pilotos estadunidenses habían arrojado bombas con gérmenes en Corea del Norte.
 
Los países denunciantes presentaron como evidencia el testimonio de oficiales de la Fuerza Aérea y agentes de inteligencia capturados, así como coreanos que dijeron haber encontrado grandes cantidades de pulgas y otros insectos poco después de que volaran los aviones estadunidenses por encima de ellos.
 
El gobierno en Washington negó los cargos, pero un grupo respetable de científicos declaró que la evidencia era prueba convincente de que Estados Unidos había usado armas biológicas.
 
La Comisión Científica Internacional para la Investigación de los Hechos Concernientes a la Guerra Bacteriológica en Corea y China incluía científicos de Gran Bretaña, Francia, Italia, Suecia, Brasil y la Unión Soviética. Uno de los más reconocidos científicos del siglo XX, el inglés Joseph Needham, lideró la investigación.
 
Su reporte de 700 páginas describió una amplia gama de armas biológicas: plumas infectadas con ántrax; piojos, pulgas y mosquitos infectados con viruela negra y fiebre amarilla; roedores muertos; y varios objetos contaminados con microbios mortales (papel sanitario, sobres y tinta para plumas de escribir).
 
El 30 de noviembre de 1961, al seguir las recomendaciones del secretario de Estado, Dean Rusk, el presidente estadunidense John F Kennedy aprobó el uso de químicos destinados a destruir las hojas de la vegetación en Vietnam para quitarle a la guerrilla parte de su escondite, para quemar sus sembradíos y privarlos de alimentos.
 
Al final de la guerra, Washington había rociado 55 millones de kilos de defoliantes químicos, la mayoría, Agente Naranja, compuesto de dos herbicidas y dioxina, una sustancia 100 veces más venenosa que el cianuro. Sólo en el Sur de Vietnam, donde vivían sus aliados, Estados Unidos roció 5 millones de acres, es decir, el 12 por ciento del territorio.
 
Cuando se decidió rociar el veneno en Laos, el Estado Mayor pidió cautela para evitar que Estados Unidos fuera acusado de usar armas químicas y biológicas, ya que podría haber serias repercusiones internacionales.
 
Entre los efectos de la dioxina están: debilidad de la vista, ceguera, debilidad muscular, daños al hígado, cáncer, un alto índice de abortos y bebés deformes. Los reportes médicos mencionan cientos de bebés nacidos sin ojos. El efecto bumerán no se hizo esperar, cerca de 50 mil veteranos experimentaron enfermedades similares.
 
Aunque la información sobre la investigación y producción de estas armas es “clasificada”, el comité del senador Frank Church publicó un memorándum de la CIA (Agencia Central de Inteligencia estadunidense) que describía los agentes mortales y toxinas guardadas a mediados de la década de 1970, en Fort Detrick. Éstas incluían ántrax, encefalitis, tuberculosis, veneno mortal de víbora y media docena de venenos letales para alimentos. Dicho comité se enteró que habían sido enviados en la década de 1960 al Congo y a Cuba para ser usados en atentados fracasados para matar a Patrice Lumumba y Fidel Castro, respectivamente.
 
Mientras que Washington hacía uso de armas químicas y biológicas en la guerra de Vietnam, repetidamente acusaba a sus enemigos de hacer uso o de estar a punto de usar esa clase de armas. En la década de 1980 acusó a Vietnam de arrojar la llamada “lluvia amarilla” en Camboya, y a la Unión Soviética de usar armas químicas letales en Afganistán.
 
En otras ocasiones ha acusado a Irán, Irak, Corea del Norte, Libia y Siria. Muchas de esos señalamientos –se ha revelado después– son meras trampas de desinformación de los servicios de inteligencia, o se trata de sustancias que Washington proveyó en otro tiempo a algún país (como Irak en la década de 1980).
 
El abogado e investigador William H Schaap señala que por décadas Cuba ha sido víctima de ataques estadunidenses: barcos y edificios bombardeados, cañaverales quemados, invasiones y aviones destruidos en el aire. Pero muchos ataques han sido menos convencionales y han sido realizados con armas químicas y biológicas.
 
Uno de esos ataques ocurrió en mayo de 1981. Fue del tipo 2 de dengue con choque hemorrágico. De mayo a octubre se reportaron más de 300 mil casos con 158 muertes, 101 habrían sido niños menores de 15 años.
 
Reportes de la Organización Panamericana de la Salud y del Ministerio de Salud Pública de Cuba indicaban que la epidemia fue artificialmente inducida.
 
De alguna manera, mosquitos infectados aparecieron en tres provincias de la isla al mismo tiempo, y la fiebre se esparció a una velocidad increíble, todo indicaba una introducción artificial de mosquitos.
 
En el siglo XXI, Estados Unidos continúa acusando a países adversarios de planear la fabricación de armas atómicas o de hacer uso de armas químicas y biológicas. Sin embargo, sus fuerzas policiales usan gases lacrimógenos contra sus ciudadanos y exporta las armas letales a varias naciones, entre ellas Baréin, donde su uso ha provocado ceguera y hasta la muerte de manifestantes.
 
Physicians for Social Responsability (PSR) señala, en su reporte de agosto de 2012, que los gases lacrimógenos en la forma en que son utilizados por las fuerzas de seguridad de Baréin pueden causar daños permanentes, abortos y hasta la muerte.
 
Esas tácticas incluyen disparar el cartucho directamente a los civiles dentro de sus automóviles, casas u otros lugares de espacio reducido donde los efectos son exacerbados, dice Richard Sollom, subdirector de PSR.
 
Este organismo señala que Baréin no es el único país que usa gases lacrimógenos como arma: Egipto, Grecia, Honduras, Israel, Libia, Turquía y Uganda, por mencionar algunos, también hacen uso de esa mortal práctica.
 
*Periodista en Radio Pacífica, en California, Estados Unidos
 
 
 
 
Fuente: Contralínea 316 / Enero de 2013