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Brigadas médicas cubanas, 20 años repartiendo salud por Guatemala

Brigadas médicas cubanas, 20 años repartiendo salud por Guatemala

Durante 20 años, los médicos cubanos han salvado 331 mil 114 vidas humanas en las regiones más pobres de Guatemala. De enero a septiembre de 2018, realizaron 1 millón 711 mil 807 consultas. Tras la erupción del Volcán de Fuego, su ayuda fue fundamental para los damnificados.

Guatemala. Una Guatemala devastada por el huracán Mitch convocó a las primeras brigadas médicas cubanas que abrieron el camino de una colaboración humanitaria intacta hasta ahora, después de 20 años.

El 22 de octubre de 1998, la depresión tropical 13 se formó en el Mar Caribe y ese número se convirtió en infortunio, pues pasó rápidamente a tormenta y luego a huracán.

Ya el día 26 tenía categoría 5 de intensidad, con vientos de hasta 305 kilómetros por hora.  Después, disminuyó a categoría 1, pero los sistemas lluviosos que formó causaron correntadas, derrumbes, inundaciones y crecida de ríos en diversas regiones del país.

Al mediodía del 29 de octubre tocó la costa de Honduras y se debilitó hasta volver a ser tormenta tropical. El sistema se internó en tierra, pero no desapareció. El 2 de noviembre, Día de Difuntos, hizo honor a su nombre en todo el Istmo.

Parecía disiparse sobre territorio mexicano, pero el 3 de noviembre sus remanentes entraron en contacto con la humedad del Golfo de México y su trayectoria lenta y errática se prolongó hasta morir en las aguas del Atlántico Norte, el 5 de noviembre.

Ante el llamado de auxilio de las autoridades guatemaltecas, ese día desembarcaba en el aeropuerto La Aurora el primer grupo de médicos cubanos, dispuestos a socorrer a la población más sufrida, sin importar lo recóndito de los parajes.

Las imágenes difundidas por los medios de prensa mostraban un panorama lánguido no sólo en la tierra del quetzal, sino en toda Centroamérica, a la vez que auguraban el surgimiento inminente de epidemias.

Las estadísticas de entonces hablaban de 46 mil personas evacuadas debido a las inundaciones en Zacapa, Izabal, Alta Verapaz, Petén y Chiquimula, mientras que en el área capitalina fueron trasladadas a albergues unas 2 mil 500, que vivían en zonas de riesgo.

Los fuertes aguaceros dejaron incomunicadas varias comunidades y se contabilizaron 75 derrumbes viales en el nororiente y el sur de este país centroamericano, muy vulnerable a los cambios climáticos.

La tinta, el primer aprendizaje

La vista del doctor cubano William Trujillo Blanco recorre hoy el río La Pasión, en el Petén guatemalteco, donde cumplió misión por casi 2 años, y sus recuerdos viajan a los días iniciales de noviembre de 1998.

Partió junto con 30 colegas, prácticamente sin despedirse, con poco equipaje y una misión bien definida: serían parte de una avanzada dispuesta a socorrer a los guatemaltecos más humildes y excluidos, en medio del luto por el paso del Mitch.

“Nada más llegar nos reunimos de inmediato con el ministro de Salud de entonces, Marco Tulio Sosa, quien explicó la compleja situación de salud de todo el país, pero en especial de La Tinta, en Alta Verapaz, un municipio con alrededor de 10 mil habitantes, principalmente indígenas”, rememora Trujillo.

La destrucción de la red vial impidió el traslado ese mismo día, pero el gobierno dispuso utilizar helicópteros de la Fuerza Aérea Mexicana, que ya prestaban auxilio.

En La Tinta se encontraron con la sorpresa de un hospital estructuralmente en buenas condiciones, pero sin recursos humanos y atrapado por 2 metros de lodo.

“Con picos, palas y otros instrumentos de limpieza prestados por la comunidad, logramos remover la tierra y, al empezar a abrir los distintos cubículos, comprobamos que todos los equipos funcionaban, incluido el salón de operaciones.

“Limpiamos el mobiliario clínico y no clínico, y lo primero que montamos fue el cuerpo de guardia para atender las urgencias y comenzar las guardias médicas. Todo lo hicimos sin dejar de consultar en condiciones de campaña; fue una experiencia extenuante, pero en sólo 48 horas se abrió el salón de operaciones y el hospital olvidado comenzó a funcionar.

“En esos primeros días atendimos el primer parto, y cuando la paciente salió de alta con su hijo en brazos nos dijo que lo llamaría Fidel, en agradecimiento a los cubanos que salvaron su vida”, recuerda emocionado.

En medio de la emergencia hubo que cubrir más frentes y tres médicos se trasladaron a otra comunidad montañosa y fría, donde montaron por primera vez una posición de salud para sus habitantes.

“En La Tinta se hizo lo mismo: un especialista en medicina general integral y yo nos quedamos atendiendo los problemas de salud directamente en la comunidad y el resto se incorporó al área hospitalaria.

“Nos enfrentamos fundamentalmente a enfermedades infecciosas de la piel, respiratorias, diarreicas y leptospirosis junto a la morbilidad normal de esa zona: malaria, parasitismo y mucha desnutrición”, precisa.

Los galenos comprendieron rápidamente que era necesario trabajar con el enfoque de atención primaria de salud validado en Cuba, para atacar las causas de los problemas y no quedarse sólo en su identificación.

“En 1 semana logramos el levantamiento de las principales enfermedades crónicas y riesgos de la comunidad con el apoyo de sus líderes y de la iglesia católica. Al unísono tratábamos las enfermedades agudas provocadas por el desastre, como fiebre, diarrea, síntomas respiratorios y de la piel.

“Eso nos permitió organizar el trabajo con las embarazadas y el niño menor de 1 año. Logramos reunirnos con las comadronas, capacitarlas y sumarlas a nuestro trabajo como condición para disminuir el alto porcentaje de muerte materna y fetal”, dice.

Veinte años con el mismo amor

Pasados los primeros meses de la emergencia, las autoridades de salud de Cuba y Guatemala valoran iniciar una colaboración más duradera.

La experiencia de La Tinta dio las herramientas necesarias para defender al especialista en Medicina General Integral (MGI) como la pieza más valiosa del futuro Programa Integral de Salud (PIS), que en abril de 1999 dio paso a una colaboración de continuidad.

Se cumplía el sueño de su creador, el comandante Fidel Castro Ruz, para detener en Centroamérica un huracán mucho más silencioso, permanente y terrible que el Mitch, la muerte por enfermedades previsibles.

Serían principios del PIS cubrir las zonas más apartadas de Guatemala –donde sus propios profesionales no llegaban– y aportar servicios de calidad sin distinción de raza, credo e ideologías en función del mejoramiento continuo de los indicadores de salud.

Veinte años después, los cooperantes cubanos están en 16 de los 22 departamentos guatemaltecos (72 por ciento de cobertura) y continúan en los lugares más apartados de su geografía.

El doctor Yuri Batista, a 1 año de estar al frente de la Misión Médica, no duda en resaltar el espíritu de sacrificio y entrega del colectivo de 420 colaboradores, de ellos 240 médicos (153 especialistas en MGI), 113 licenciados en enfermería y nueve técnicos, más del 85 por ciento del total.

“Trabajamos en 17 hospitales, 10 centros de atención materno infantil, 41 centros y 12 áreas de salud, respectivamente, 35 centros de atención permanente y 102 puestos de salud”, precisa.

Batista menciona, asimismo, el aporte de licenciados en anestesia y reanimación, laboratorio clínico, imagenología, farmacia, óptica y optometría, entomología, higiene y epidemiología, informática, estadísticas y contabilidad y finanzas, así como de siete ingenieros biomédicos e informáticos.

Aunque las estadísticas suelen ser frías, en este caso demuestran el impacto de una cooperación de alta calidad: “De enero a septiembre de 2018 se realizaron 1 millón 711 mil 807 consultas médicas, 92 mil 764 más que el pasado año, y en los 20 años de presencia hemos salvado 331 mil 114 vidas humanas”, destaca el coordinador nacional de la misión.

Entre las especialidades quirúrgicas sobresalen ginecobstetricia (7 mil 407 casos), cirugías generales, (4 mil 248), ortopedia (1 mil 299) y otras intervenciones menores (4 mil 95).

Mención especial requiere el personal de enfermería, el cual llegó a este país en agosto de 2013 y ha sido clave para la atención a los pacientes en sus casas, y para cubrir el amplio universo de embarazadas, niños y ancianos, explica.

La labor asistencial y preventiva en las zonas que no cubre la BMC se realiza mediante jornadas médicas fuera del horario normal de trabajo, un extra que agradecen sobre todo quienes ven por primera vez a un médico preocuparse por sus padecimientos.

Una “enfermedad” también silenciosa, la ceguera, trajo para los guatemaltecos el beneficio de la Operación Milagro, otra idea de Fidel compartida por el comandante Hugo Chávez para sacar de la oscuridad a millones de personas en la región.

El 4 de agosto de 2006 se inauguró el primer centro oftalmológico José Joaquín Palma, en San Cristóbal Verapaz, el cual se trasladó en 2009 para Villa Nueva, más cercano a la capital.

Le siguieron el José Martí en 2007, en el departamento de Jalapa; el Carlos J Finlay en San Marcos, en abril de 2008, y el de Escuintla, 4 meses más tarde.  Después del terremoto en San Marcos, la unidad pasó para Mixco en 2014 y todos se mantienen en activo hasta la fecha.

En estos 12 años suman 193 mil 283 los pacientes intervenidos de catarata y pterigion, incluidos de países fronterizos como El Salvador, México y Belice.

La continuidad de la obra es posible gracias a la creación de la Escuela Latinoamericana de Medicina en Cuba, en 1999, la cual ha permitido la graduación de 1 mil 73 guatemaltecos; de ellos, 920 vinculados al sistema de salud pública nacional.

Recientemente otro fenómeno natural, la erupción del volcán de Fuego, volvió a poner a prueba la disposición de los especialistas cubanos. Desde el mismo 3 de junio de 2018 estuvieron atendiendo a los pobladores de Escuintla, uno de los departamentos más golpeados, sin que medios de prensa extranjeros que llegaron a la zona le dedicaran un titular.

Pero los médicos tampoco lo buscan: se conforman con el sentido ¡Dios lo bendiga!, por parte de hombres y mujeres muy humildes que hoy conocen un poco más de Cuba y sus hijos, ya sea en la inhóspita selva del Petén o en la fría Sierra de los Cuchumatanes.

Maitte Marrero Canda/Prensa Latina

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