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Olimpiadas de invierno: testimonial, la única aspiración “mexicana”

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Mauricio Romero @mauricio_contra

De corbata roja protocolaria, tenis negros y cinturón de calaveras de huesos cruzados debajo de una ligera panza que el saco no alcanza a disimular; cabellera larga, castaña y cuidadosamente despeinada; cámara en mano, el príncipe espera detrás de la plaza convertida en escenario para la ceremonia cívica. Es el abanderamiento de Hubertus Rudolph von Fürstenberg-von Hohenlohe-Langenburg y Arly Velázquez, representantes de México en Sochi 2014 en las justas Olímpica y Paralímpica, respectivamente.
La Plaza Olímpica Don Mario Vázquez Raña (sic) del Centro Deportivo Olímpico Mexicano está amurallada por los nombres en letras doradas de los atletas que han asistido a lo largo de la historia de los Juegos Olímpicos; sin embargo, lonas blancas con la bandera mexicana y el logotipo de Nissan entremezclados son las que arropan el evento.

 Mientras la escolta y la banda perteneciente a una asociación privada, que vista desde la calle da la impresión de ser de la policía por los uniformes azules, ensayan al pie de los autos-muestra de la marca japonesa, los miembros del Comité Olímpico Mexicano, todos con pines de banderitas tricolores en las solapas, platican, se abrazan con efusividad de diputado; unos se quejan por la pobre participación de México en el evento internacional y otros hacen como que hablan en alemán, en clara referencia a Von Hohenlohe.

 La mitad de las sillas de tijera está reservada para un grupo de jóvenes de una secundaria que, aunque viste a los estudiantes con uniformes tamarindos como los de muchas escuelas públicas, también es privada. Los adolescentes, aburridos, ni siquiera voltean a ver la imponente estatua del teniente coronel Humberto Mariles Cortés, ganador de dos medallas de oro y una de bronce en los Juegos de Londres 1948, montando al caballo Arete. Tampoco nadie repara en la placa que agradece a empresarios como Raúl Salinas de Gortari o Roberto Hernández por hacer posible la escultura.

 El estrado, colmado de funcionarios del deporte con sobrepeso, tiembla con los aplausos. Saludos a la bandera y la entonación del himno nacional. “¡Sí, protesto!”, es el grito de la representación de la “patria”, calificativo a cargo de Jesús Mena, director general de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte.

 La mirada perdida y el gesto soñoliento del también cantante y fotógrafo, sólo desaparecen cuando los reporteros le piden alguna foto o un video. El hombre de 55 años transforma en un instante su aspecto de burócrata para posar con la mano en la cintura, la rodilla genuflexa y la cadera levantada.

 El esquiador, nacido en México cuando su padre implantó la Volkswagen en México, graba spots para televisión irónicamente con la marca Nissan detrás. “¡Hola! Soy el único representante mexicano en los Juegos Olímpicos en Sochi y te invito a verlos por…”, repite una y otra vez con su acento peninsular y la sonrisa amplia.

 El mismo Hohenlohe acepta que su participación es meramente testimonial y no competitiva. “Espero terminar la prueba”, dice sincero.

 “La principal importancia es que México va a estar presente y es un orgullo”, afirma Carlos Pruneda, jefe de misión de la delegación. “En ella sólo vamos tres: el entrenador, Hubertus y yo”, aclara.

 —¿En qué beneficia la participación de Von Hohenlohe al deporte mexicano? –se le pregunta al encargado oficial del tema, Jesús Mena.

 —Por supuesto, el hecho de que la bandera de nuestro país pueda tener presencia tanto en la Villa Olímpica como en la ceremonia de inauguración –responde sudoroso y sin dudar.

 “Hay un descuido al deporte porque los políticos sólo lo ven como un atractivo de promoción. No lo ven al revés, no lo promueven, sino que se promueven ellos mismos”, asegura el maestro en ciencias deportivas Adolfo Soberón. Y agrega:

 “La promoción de su imagen es lo que más parece interesar, en cambio la labor a largo plazo para que otro se lleve las medallas no es atractivo; no le ven ganancia. Y como la sociedad es desinteresada y sólo voltea cada 4 años, [las participaciones] quedan en una denigración social porque además lo atribuimos a un carácter que tenemos de perdedores, de raza de bronce cuando simplemente no nos hemos organizado para ofrecerle al país, a la sociedad, algo mejor, mejores resultados.”

 Que ondee la bandera mexicana y no se congele en Rusia es la única aspiración.

 

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Mauricio Romero @mauricio_contra

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