La mitad del título de esta columna es del galardonado filme El año que vivimos peligrosamente, donde acompañan a una funcionaria estadunidense, un reportero con su pluma y libreta y uno gráfico para adentrarse en la locura de la guerra (Conrado Xalabarder, Enciclopedia de los Oscar, ediciones B, Barcelona, España). Viene muy a propósito del año que vivimos a partir de septiembre de 2011, donde las aguas electorales amenazan con desbordarse y sobre cuyas encrespadas olas zozobra la nave del Estado mexicano, con sus 110 millones a bordo; 90 millones de ellos en calidad de galeotes (los condenados que remaban en las galeras del barco) por sus bajísimos salarios, miseria, desempleo y la creciente amenaza de motín a bordo de los narcotraficantes que como piratas asaltan la nave, y los militares que en vano tratan de repelerlos y echarlos por la borda; amén de una clase política desatada en sus ambiciones para enriquecerse y agandallarse los poderes gubernamentales.
Transitamos en el filo del peligro, acosados por una guerra interna escenificada por la delincuencia que ha provocado más de 60 mil homicidios y que las instituciones, en manos de panistas, perredistas y priístas incompetentes no han podido contener. Y la sociedad civil, atrapada en la cada vez más posible suspensión de sus garantías y derechos, como establece la Ley de Seguridad a punto de entrar en vigor, reglamentando al artículo 29 de nuestra Constitución. Corren toda clase de rumores parecidos a los sucesos de 1994 que anuncian tragedias. Y es que los demonios vuelven a estar sueltos por la violenta y complicada disputa de intereses creados y encontrados.
El calderonismo y sus actores más radicales están desesperados porque el Partido Acción Nacional (PAN), en declive, no ganará las elecciones. Vivimos y quién sabe si sobrevivamos a esta noche polar… de ¡un año!, con visos de pasar del teatro shakespereano a la realidad donde los espectadores creemos que el Macbeth es sólo una obra de fantasía. Pero es la exploración de la naturaleza humana dando rienda suelta a sus traiciones, asesinatos y golpismos de toda marca… “los agentes de las tinieblas nos profetizan verdades y nos seducen con inocentes bagatelas para arrastrarnos pérfidamente a las consecuencias más terribles… damos simplemente lecciones sangrientas”. Contadas voces llaman a la prudencia, pero pasan inadvertidas en la disputa a muerte por hacerse del principal poder del Estado: la Presidencia de la República, de una república y una democracia con la pistola amartillada sobre ellas, por el nuevo cesarismo (Tom Holland: Rubicón: auge y caída de la república romana, editorial Planeta).
Los mexicanos, aunque angustiados, enlutados y víctimas de esa violenta inseguridad, hacen como si esta crisis política, económica y social fuera pasajera; cuando va en aumento y tan despiadada que el fantasma de Victoriano Huerta ronda amenazante para cancelar las elecciones presidenciales, si antes la nación no impone la unión de la sociedad para, con la Constitución, hacer prevalecer sus principios democráticos y republicanos regresando a los militares a sus cuarteles, sometiendo policiacamente a los delincuentes sin concesiones de ninguna especie y devolviendo la credibilidad a los mexicanos acabando con la impunidad de los funcionarios y con todo aquel que ha hecho de las empresas públicas un botín con su saqueo, mala administración, falta de rendición de cuentas y encubrimiento de todos a una.
Eso como si nada pasara es una simple apariencia. Los mexicanos, con sus minorías de vanguardia en actos de inconformidad, son la avanzada del volcán que se gesta, si antes los políticos, sus partidos e intereses no deponen su encono, su ira y su todo o nada. Estamos en un cruce de caminos, donde izquierdas y derechas no quieren caminar por el centro para conciliar y con arreglo a un presidencialismo semiparlamentario, que implante un jefe de gobierno y un jefe de Estado; con secretarios que transiten a ministros responsables ante un Congreso transformado en parlamento. Y gobiernos de coalición. Una reforma como la que propone el Senado de la República, antes que el cesarismo y sus dragones –cuyas cabezas se asoman con fauces voraces– le prendan fuego a la seca pradera de nuestra democracia que debe resolver sus problemas con más democracia, máximas libertades y el contrapeso de las obligaciones para todos los ciudadanos: gobernados y gobernantes.
El poder presidencial en nuestro régimen-sistema, corrompe y enloquece, hasta hacer perder el piso de la realidad. En esto estamos. El señor Calderón no cede y, al contario, más adrede parece hacerlo, como si tramara cómo perpetuar, entronizándolo, al dios Marte de la guerra romana, pero a la Thomas Hobbes: la guerra de todos contra todos, para justificar la intervención de los tambores que ya retumban en la frontera, al otro lado del río Bravo, donde Obama lo alienta a seguir la guerra, mientras vende armas a nuestro Ejército y narcotraficantes por igual.
Este año electoral semeja otra noche de los cuchillos largos, organizada por el jefe de la policía nazi (Peter Padfield, Himmler, líder de las SS y la Gestapo; editorial La Esfera de los Libros). Y ¿como si nada los mexicanos?… O como los inconformes en Chile, los anticorrupción en Brasil, los indignados en España, los que protestan contra el desastre económico en Israel, los con ira en Grecia, los hartos en Italia… Los encabronados mexicanos.
Si sigue la descomposición política, económica y social, los inconformes se rebelarán en oleadas de millones contra los malos gobernantes que, interrumpiendo la vigencia de la Constitución, han establecido un gobierno contrario a los principios que ella sanciona. Este año electoral que vivimos peligrosamente está amenazante sobre nuestras cabezas.
*Periodista
FUENTE: Revista Contralínea 282 /
29 de abril de 2012