Salvo excepciones en la naturaleza humana, en cuanto al ejercicio de las actividades políticas, el santo y seña no es la santidad entendida como honradez por lo que hace al manejo de los dineros de los gobernados: el pueblo, la sociedad civil, que se asocia al abuso del poder para el enriquecimiento ilícito que corre parejo a mil y una complicidades, como las que obligan a los ciudadanos que necesitan realizar un trámite administrativo, a sobornar a los funcionarios, empezando con las policías y ascendido burocráticamente hasta que parte del botín alcanza (si no es que la mayor parte) a los que ocupan los cargos de secretarios del despacho presidencial, gobernadores, presidentes municipales.
Es decir, cualquier servidor público (que se sirven hasta de entregas de las delincuencias encabezadas por los narcotraficantes). Los presidentes o titulares del Poder Ejecutivo se enriquecen por interpósitas personas. Jueces, magistrados y ministros de los poderes judiciales también le entran al toma y daca de resoluciones a cambio de tanto más cuanto. Los legisladores, que incluye a los asambleístas defeños, de las entidades y del Congreso de la Unión, también se prestan, solícitos, a esa corrupción.
Los mexicanos, con pruebas, sabemos que nuestros gobernantes en los tres poderes –¡y no se diga en las empresas públicas: Petróleos Mexicanos, Comisión Federal de Electricidad, etcétera!– salen de sus funciones enriquecidos y no solamente por sus altísimos sueldos, prestaciones y todas las concesiones de las que gozan, sino porque le meten mano –¡a dos manos!– a los presupuestos de ingresos. Asimismo, reciben cohechos para favorecer a compradores y vendedores de sus bienes y servicios. Les untan, los “aceitan” con dinero y son, cada trienio y sexenio, los nuevos ricos que, con los empresarios, banqueros e inversionistas que participan en esa corrupción, concentran la riqueza en medio del empobrecimiento masivo de la nación que sobrevive en la más desesperante desigualdad económica. Y disminuida la libertad de estos mexicanos, en más de 100 millones, atrapados en el desempleo, víctimas de la criminalidad y los disparos a tontas y locas de las fuerzas del orden para la paz pública y el combate al narcotráfico; con bajísimos salarios que disminuye su capacidad de consumo y sólo les alcanza para sobrevivir; acosados por los despidos y sin esperanzas electorales para cambiar ese desorden y relajamiento que han causado los panistas en los cargos claves.
No debe extrañarnos que en todas las calificaciones internacionales se ubique al país en los últimos lugares. La educación es un desastre, debido al ineficaz e ineficiente dizque secretario de Educación, Alonso Lujambio, y doña Perpetua, el alias de Elba Esther Gordillo, la millonaria dueña del magisterio. No hay políticas públicas en ningún ramo de la administración del calderonismo. Las relaciones internacionales carecen de un jefe de Estado. Entre insultos y comentarios, el supuesto alcoholismo del inquilino de Los Pinos evoca el fantasma de Victoriano Huerta, ya que sin el fundamento del artículo 29 constitucional, militares y policías federales se disputan por todo el territorio el control, por la violencia legítima e ilegal, con las delincuencias que aterrorizan y matan a la sociedad entera. En casi todos los medios se difundieron, debido a los reporteros (éstos en el ojo del huracán criminal), los resultados de la investigación de Transparencia Internacional.
La organización no gubernamental asegura que la corrupción aumentó en nuestro país. En una escala del uno al 10, México quedó con 3.1. Se demuestra que los gobernantes van de mal en peor: de 178 naciones, ocupamos el lugar 98 en ese asunto. Los panistas tuvieron como bandera, desde su fundación en 1939, la honradez para cuando ejercieran los cargos públicos… y lograron hacerlo en 2000 con la Presidencia de la República. Diez años después de esto, son los responsables –y beneficiarios– de la creciente corrupción. En prosperidad general, según lo investigado por la organización inglesa Instituto de Prosperidad, estamos en el sótano. Y de acuerdo a la fundación alemana que mide el desarrollo democrático, por la narcoviolencia y las fallidas estrategias calderonistas para combatirla, somos un país en la lona. Con sus notas, los reporteros Daniel Venegas y Yaotzin Botello (Milenio y Reforma, 27 de octubre de 2010) nos ilustraron al respecto.
Corrupción, antidemocracia, pobreza e impunidad son el cuarteto que arrojan las investigaciones de Transparencia Internacional, el Instituto Leghatum y la Fundación Konrad Adenauer. No dan nombres, pues son evaluaciones generales. Pero los mexicanos sabemos que, presentes o no en la Fundación Botín de España, Ebrard, Peña Nieto, Lujambio han hecho de las finanzas públicas su botín para promoverse, gastar con derroche en las fiestas porfiristas del calderonismo para el bicentenario y el centenario, sin rendir cuentas, y hasta montan en cólera porque se les exige dar cuenta y razón. El desgobernador panista de Sonora tiene su botín: la corrupción en la entidad, en un año de su mal gobierno, es devastadora. El priista Peña Nieto, más o igual en el Estado de México; Fidel Herrera, en Veracruz. Ulises Ruiz, en Oaxaca, convirtió el desgobierno en una cloaca de la corrupción. Baeza, el desgobernador de Chihuahua, más y peor de lo mismo, es un manoteo para los despojos al amparo del poder público, en la década del Partido Acción Nacional, como no se sabía desde el alemanismo y que el salinismo revivió para hacer de la divisa “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente” su lema. La nación está en su máximo malestar social ante “quienes se han vuelto indignos de gobernar”. No pasa nada, dicen los corruptos… o tal vez se esté gestando lo de que cuando “el pueblo recobre su libertad”, restablecerá la observancia de la Constitución contra la rebelión de la corrupción, el mal gobierno y la violencia criminal que ha interrumpido el estado de derecho democrático y republicano.
*Periodista
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