Maquiavelo fue testigo de la actuación religiosa-política del más célebre ejemplo del profeta desarmado: el monje Fray Girolamo Savonarola, hasta que éste fue llevado a la hoguera con la sentencia de que “no se puede gobernar con padresnuestros” ni los pueblos pueden vencer a sus malos gobernantes con rezos y buenas intenciones; de tales actos “está empedrado el camino al infierno”.
De las muchas biografías sobre Maquiavelo, en la de Marcel Brion (ediciones Vergara) y la de Maurizio Viroli (ediciones Tusquets), hay páginas muy ilustrativas sobre Savonarola y su relación con el florentino. Éste, por cierto, aparece en la serie actual de Los Borgia (con diez episodios), cuando Alejandro VI se apodera del Papado (1492-1503).
Y en la obra completísima del gran historiador John Greville Agard Pocock, El momento maquiavélico, con el subtítulo El pensamiento político florentino y la tradición republicana atlántica (editorial Tecnos), hay un capítulo magistral: “De Bruni a Savonarola”. Pocock plantea la pregunta: “¿El concepto de ciudadano activamente implicado en su propio gobierno que aspira a encontrar el significado de su propia existencia en esa implicación (en ese tomar parte directa), se encontraba ya obsoleto en el año 1700… los ciudadanos han de tomar parte exclusivamente a través de la representación… puede el ser humano, que según la definición de Aristóteles, es político por naturaleza, existir como algo más que una simple sombra en un universo capitalista y comercial?”.
Éste lo cita a propósito de que en nuestro país la democracia indirecta, la de la representación, parece agotada y los movimientos sociales insisten en retomar la democracia directa, como quiere ser el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Y que, al menos, frente al representante Calderón, con discutida legitimidad por su dudosa elección, el poeta Sicilia (y su ideólogo Álvarez Icaza) actuó como un profeta desarmado, entregando escapularios, rosarios y abrazando a su enemigo-adversario quien, con índice acusador gritó al poeta: “¡Estás equivocado, Javier!”.
Se dejaron impresionar por la presencia del equipo de Calderón, particularmente por los que el “yo acuso” de la nación señala corresponsables: la Procuradora General, los secretarios de la Defensa, de Seguridad Federal y de Marina. De profeta armado, desde el homicidio de su hijo y el de cinco o seis mexicanos más, hasta su marcha a Ciudad Juárez, Sicilia y la mayoría de los integrantes del Movimiento hicieron a un lado las demandas principales que recogieron de mujeres y hombres que les confiaron sus tragedias.
¿Traición? No, indudablemente que no. El presidencialismo los intimidó. Se pusieron mansamente cristianos frente a un soberbio Calderón católico, también profeta desarmado y actorcillo que pasaba de la ira a la falsa compasión. El que amenazó a la nación cuando gritó que tenía la fuerza, que no cambiaría de estrategia militar-policiaca y que “mientras sea presidente” mantendría su no-guerra hasta ahora ineficaz.
Sicilia fue un profeta desarmado. Aguantó la embestida de Calderón custodiado por Genaro García Luna, por el general Galván, por su grupo que transita en el filo del deslinde de responsabilidades penales, civiles y constitucionales (si y sólo si el golpismo militar-panismo no logra impedir las elecciones del 2012 con algún émulo del Tejero español y no asalta el Congreso, donde sobre todo el Senado, se mantiene como contrapeso). Y en las calles las protestas.
En esa reunión estuvo la oportunidad para el viraje histórico, desperdiciada en un acto fundamentalista, cuando se planteó como el encuentro de un acto político de la democracia directa, ante un poder presidencial que representa a un tercio de la democracia indirecta que ya no gobierna en beneficio del pueblo. Se impuso Calderón y el calderonismo por la fuerza de las bayonetas, en un escenario donde paseaban los fantasmas de Maximiliano y Carlota. El Estado laico fue puesto en la picota, mientras que los que fueron espantados por Calderón, olvidaron que “los profetas armados venzan y todos los desarmados se arruinen”.
Recordemos los dardos-preguntas: “¿Les parecemos daños colaterales?” y, “¿Quiere ser recordado como el presidente de los 40 mil muertos?”, con el factor común: “Está obligado a pedir perdón, presidente, por las 40 mil víctimas de la guerra… Porque el Estado ha fallado en su función de proteger al pueblo”, fueron los asideros de una reunión donde el Calderón a la Díaz Ordaz, a la Victoriano Huerta, a la Echeverría, de momento salió airoso, prometiendo rezar el rosario y usar el escapulario.
Pero no hay duda: se debe demandar, en un ejercicio de la democracia directa, un cambio de conductas de los gobernantes. No es con padresnuestros, propios de los profetas desarmados, como se hacen valer política y jurídicamente los principios de que: la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo; todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste, y el pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.
*Periodista
[TEXTO PARA TWITTER: Sicilia, un profeta desarmado; se impresionó ante el presidencialismo: Cepeda Neri]
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