Corazón del tiempo, “un viaje al corazón de la resistencia zapatista”, es un largometraje de ficción que podría considerarse no sólo singular, sino rebelde: en la vida real, sus actores declararon desde 1994 la guerra al capitalismo y siguen luchando “por un mundo donde quepan muchos mundos”; viven en comunidades sin luz, televisión, salas de cine.
Filmada en la Selva Lacandona, en un pueblo asignado por la Junta de Buen Gobierno Hacia la Esperanza, la película tiene su propia historia: casi una década de intercambios culturales, de palabra, pensamiento, cosmovisión; de aprender a ver y sentir el cine.
—Fue un proceso que duró alrededor de ocho años, desde el primer momento en que se planteó la posibilidad de hacer la película hasta que quedó terminada. Fue un proceso integral, como son los zapatistas. Nosotros nos tuvimos que hacer a su modo, entrar en su tiempo. Nunca llegar como con la prisa de hacer la película rapidito, porque se me va el presupuesto –narra Alberto Cortés, director y productor de la cinta.
La propuesta se aceptó transcurrido el “tiempo exacto” para los rebeldes. El análisis hecho por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) también fue integral.
—Los zapatistas nos abrieron las puertas, estuvieron de acuerdo en hacer la película, asumieron la producción en el mejor sentido de la palabra: con conocimiento del guión, del proyecto, del presupuesto, de los tiempos, de la logística que se empleó. Son cosas que ellos nos resolvieron. El movimiento de los extras, los lugares para dormir, para comer, para la higiene personal, se hizo con la colaboración de ellos.
Luego comenzó la búsqueda de los actores. Durante meses, el director y su equipo visitaron pueblos choles, mames, tojolabales.
—Empezamos exhibiendo películas, porque era agresivo plantear hacerla cuando la mayoría nunca ha visto una película. Son comunidades que no tienen luz, televisión. Proyectamos Chaplin, películas del cine mexicano de las décadas de 1940 y 1950, y terminamos con Matrix, y con El tigre y el dragón. A través de ese proceso nos fuimos dando a conocer como cineastas, como gente del cine. Todas las funciones se hicieron con pantalla grande, con buen sonido, con oscuridad en la sala, como un evento colectivo.
Los propios zapatistas rompieron la barrera de la lengua, al sugerir pueblos y familias que hablan español. “Trabajamos con las comunidades menos tradicionales, que son las que están en la Selva Lacandona, en la zona fronteriza, donde predomina el castellano. Incluso en zonas en las que también nos tocó trabajar donde se habla tzeltal o chol, sobre todo las mujeres, pasábamos Chaplin, Tin Tan o algún documental de ellos mismos”.
No sólo se eligieron a los actores, también a los extras, a los ayudantes del departamento de arte, de animales, de comida, de asistencia técnica…
—No fue un casting. Se hizo un trabajo de reparto, porque aprendimos a no hablar el cine en inglés: de por sí era complicado llegar con términos cinematográficos. Hubo un proceso largo para encontrar a cada uno de los elementos que iban a trabajar en la película, que tuvieran disposición y disponibilidad de asimilarse a este tipo de trabajo, con el respeto y con el compromiso que significaba estar en una comunidad zapatista.
“Ellos nos designaron un pueblo donde filmar, que obviamente no estaba diseñado para recibir entre 30 y 50 personas de fuera. Toda la logística la asumieron ellos con un conocimiento profundo del proyecto, de la calendarización, del costo, del compromiso de cada uno de los compañeros zapatistas que iban a actuar o que trabajaron en el departamento de arte, de animales, de transporte.”
Se intervino el pueblo, se construyó la escenografía. “El pueblo que ellos nos designaron es muy pequeño y sí construimos la casa de la familia, los lugares para dormir, las letrinas, los bañaderos. (Éramos) como 30 personas, aunque si incluimos al reparto, a los carpinteros, a los constructores, pues éramos como 60; e incluso hubo días, pocos, en los que fuimos hasta 200”.
Inició el rodaje: seis semanas. “Aquí teníamos muchas ventajas. Fue sólo en un lugar que está controlado, porque es territorio zapatista: nadie se roba nada y es como estar en un set; entonces no teníamos que recoger el equipo, no había policías o líderes sindicales a los cuales corromper. Superamos las partes difíciles de vivir en la selva, en una comunidad: dormir en la hamaca, en el catre, bañarte con jícara, el clima, los insectos, la humedad, el lodo, muchas incomodidades para los que venimos de zonas urbanas”.
Trabajo en comunidad
Alberto Cortés se pasea un cigarrillo por los labios al tiempo que evoca su trabajo con las comunidades zapatistas. “Visto desde el lado urbano se piensa que los indígenas no son modernos. Pero lo más moderno está ahí, si entendemos que la modernidad no es solamente los tenis Nike, el automóvil, la patineta. Ahí hay una generación de jóvenes que ha vivido y crecido en el zapatismo y son muchos de los que trabajaron en esta película. Son jóvenes que han aprendido a vivir en un entorno de dignidad, respeto y libertad”.
En territorio zapatista se aprendió que los compromisos no siempre conllevan dinero.
—Aquí no hubo eso, a lo que recurre mucho el cine, de pagar: el estelar gana mucho, los extras ganan poquito. Aquí tuvo que hacerse un trabajo comunitario, cada quien tenía una responsabilidad y siempre hubo una situación de igualdad en todo. Todos dormíamos en el mismo lugar, comíamos lo mismo, estábamos en las mismas condiciones, independientemente de que a uno le tocara ser chofer o cuidar a la vaca o hacer el papel protagónico.
El costo de la producción, sin embargo, sí implicó recursos económicos: entre 800 mil dólares y 1 millón 200 mil dólares, dice el también director de Ciudad de ciegos.
Éstos fueron cubiertos en coproducción por la iniciativa privada –Batachán Cinematográfica, Dipa, Cinefución, Imval Producciones–, el sector público –Foprocine/Imcine, Estudios Churubusco Azteca, Universidad de Guadalajara, Filmoteca de la UNAM– y el EZLN, a través de la Junta de Buen Gobierno Hacia la Esperanza.
El derecho de la mujer en resistencia a tomar decisiones sobre su vida, en un ambiente tradicional y combativo, da cuerpo a la historia. Pero la lucha de este film va más allá de lo ficticio, incluye una batalla que se libra a diario en el mundo del cine y que tiene que ver con la distribución.
—El 14 de agosto vamos a sacar la película con una distribuidora pequeña llamada Macondo; pero no por ser pequeña deja de tener una gran historia en el cine mexicano.
“Salir con 14 copias es una propuesta modesta pero suficiente: le estamos apostando, no tanto a hacer una gran estreno nacional porque no tenemos los recursos, sino a que la película funcione, le guste a la gente y ésta la recomiende. No será algo que se anunciará en televisión ni en radio, difícilmente estará anunciado en prensa, a excepción de los medios que nos apoyen.”
De las 14 salas donde se exhibirá Corazón del tiempo, sólo la Cineteca Nacional está confirmada: 13 están en negociación. “Los cines se mueven en relación con los espectadores que van teniendo las películas. Las que se van estrenando y son un éxito se quedan y van quitando posibilidades de tener más salas. Debe haber ahorita como 50 películas esperando ser estrenadas, y se siguen produciendo”.
Para Alberto Cortés, el problema no son las películas que apuestan por la oferta cultural: “es el cine mexicano en general, (es) el sistema de exhibición que impera ahora, que se abandonó a eso que llaman mercado y que está dominado y diseñado para las películas de Holliwood”.
El cineasta explica que las cadenas de cines nunca se plantean favorecer una cinematografía nacional o cuidar la calidad de las películas: “Les interesa su lado comercial, no ven al cine como un producto cultural, menos como un espejo de la sociedad. Las películas mexicanas se exhiben en alguna rendija que nos dejan dentro de ese esquema, pero tampoco se ve cine latinoamericano, europeo, asiático. Es una invasión cultural tremenda (…) Es un fenómeno mundial. En Varsovia, Polonia, España ves las mismas películas que aquí: La era del hielo, Enemigos públicos.
“Hay países que lo han resuelto mejor, que tienen una ley de protección a su cinematografía, con una serie de incentivos a la exhibición, que buscan que las televisoras te compren a precio justo. Aquí en México no pudimos ni implantar el peso en taquilla. En Argentina hicieron unas leyes que obligan a las televisoras a comprar las películas y estrenarlas, pero a pagarlas bien, a 200 mil o 250 mil dólares por estreno; no como están acostumbradas (a pagarlas) Televisa y TV Azteca. Hay otros países que tienen un porcentaje de pantalla nacional (…) Son políticas públicas y culturales, pero aquí al cine no se le ve como un producto cultural, sino comercial.”
En México se producen alrededor de 70 largometrajes por año y “la estructura de exhibición no tiene para estrenarlas, menos para cuidarlas”, critica el cineasta. De 2002 a mayo de 2009, el Fidecine apoyó 106 producciones a las cuales destinó 626 millones 590 mil 961 pesos; los inversionistas privados, 1 mil 356 millones 802 mil 376, mientras que el ingreso en taquilla ascendió a 2 mil 169 millones 677 mil 324 pesos (“Ugalde deja Fidecine ‘saturado de tanta burocracia de Hacienda’”, Juan José Olivares, La Jornada, 12 de mayo de 2009).
—Ahora tienes a otro gran público que ve las películas en piratería. La piratería está cubriendo un hueco que este sistema de distribución y comercialización no cubre, que son la clase baja y la clase media baja que ya no pueden pagarse el cine.
“Al entretenimiento y, en particular, al cine se les han quitado los espacios populares: ya no existe el cine de barrio, las casas de cultura, la idea del cineclub en las escuelas. Se ha implantado una manera de ver el cine como entretenimiento holliwoodense”, reflexiona Alberto Cortés. Luego indica que con infraestructura y educación se podrían recuperar esos espacios comunitarios.
Breve sinopsis
“En un mundo donde todo cambia, en una tierra extraordinaria de indios libres, la pasión de una mujer se juega el sentido de su libertad en el corazón del tiempo”
Ficha técnica
Corazón del tiempo
México-España, 2008
Ficción, 90 min 35 mm
Director: Alberto Cortés
Guión: Hermann Bellinghausen, Alberto Cortés
Director de fotografía: Marc Bellver
Dirección artística: Ana Solares
Sonido: Emilio Cortés
Montaje: Lucrecia Gutiérrez Maupomé, Alberto Cortés
Música: Descemer Bueno, Kevis Ochoa
Diseño sonoro: Nerio Barberis, Santiago Arroyo
Productores: Ana Solares, Alberto Cortés
Productores asociados: Isabel Cristina Fregoso, Sandra Solares, Luis Ángel Ramírez
Reparto: Rocío Barrios, Francisco Jiménez, Marisela Rodríguez, doña Aurelia, Leonardo Rodríguez
Compañías productoras: Bataclán Cinematográfica, Junta de Buen Gobierno Hacia la Esperanza, Foprocine/Imcine, Universidad de Guadalajara, Dipa, Cinefución, Estudios Churubusco Azteca, Filmoteca de la UNAM, Imval Producciones
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