Los días del Mundial, que arranca en Sudáfrica el 11 de junio próximo, darán tregua a la ingobernabilidad que priva en el país, aunque sólo en el imaginario colectivo. En esa tregua, junto con la Selección Nacional, Felipe Calderón se jugará su única carta política y una de las muletas en las que apoya su fallido gobierno, explican analistas
La fiesta, que comenzó en el Estadio Azteca con el 4-1 del partido entre México y El Salvador, que le dio al primero el pase a Sudáfrica 2010, se desbordó en las calles, zócalos, parques, bares y clubes nocturnos de las principales ciudades del país. En el Distrito Federal, la francachela se prolongó hasta entrada la madrugada, con miles de hinchas que en torno al Ángel de la Independencia se desgarraron la garganta coreando a la Selección Mexicana.
Así, en las postrimerías del sabadazo futbolero, Felipe Calderón asestó el certero golpe a la paraestatal, sus 44 mil trabajadores y el sindicato más combativo y organizado del país, desmovilizando de facto la oposición a la privatización del sistema eléctrico mexicano, propósito que concibió desde sus años como secretario de Energía, que hoy consolida vía la Comisión Federal de Electricidad.
En transmisiones en cadena nacional, secretarios de Estado ejecutaban la ordenanza calderonista mientras que en la sobremesa del domingo y las charlas de café sólo había lugar para el espectacular primer gol de Cuauhtémoc Blanco, el que al minuto 84 tiró Juan Francisco Palencia, el que cinco minutos después anotó Carlos Vela, y hasta el autogol del defensa salvadoreño Marvin René González, que en los primeros 25 minutos del partido desmoralizó al equipo visitante. Cuarenta y cuatro mil nuevos desempleados por el “presidente del empleo”, pero los coros del “¡Nos vamos al Mundial, nos vamos al Mundial!”, que desde el coloso de Tlalpan hicieron eco en todo el país, aún regocijaban el imaginario colectivo.
Politólogos, sociólogos y analistas deportivos consultados por Contralínea hablan del “uso perverso” que Felipe Calderón dará a la participación de la Selección Mexicana en la XIX edición de la Copa Mundial de Futbol de Sudáfrica. De entrada, explican, la ingobernabilidad que impera en el país, la crisis económica y hasta el desempleo que, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, de nuevo repuntó en abril (sumando 2 millones 496 mil personas desempleadas en la Población Económicamente Activa), tendrán una tregua en la percepción de los mexicanos entre el 11 de junio y el 11 de julio de 2010, cuando en el continente negro se dispute la Copa, en partidos televisados las 24 horas.
En busca de esta tregua para su gobierno, Calderón “insistió tanto en que Javier Aguirre, que estaba en España, se hiciera cargo de la Selección en un momento en que pareció que perdíamos la calificación y que México no iba al Mundial de Sudáfrica”, explica José Miguel Candia, sociólogo egresado de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). “El futbol no es responsable de las políticas, pero no puede evitar ser utilizado para otros fines, yo diría perversos”, agrega el analista, coautor de diversos libros donde el tema central es el balompié, como Futbol, política y otras pasiones.
Miembro de un selecto grupo de hinchas estudiosos del futbol, comentaristas en medios electrónicos y autores de libros, que por lo menos una vez a la semana se reúnen para compartir sus impresiones sobre el balompié en restaurantes de exfutbolistas y entrenadores argentinos, José Miguel Candia habla, con información de primera mano, de “una fuerte presión” contra Javier Aguirre no sólo por parte de la Federación Mexicana de Futbol Asociación (Femexfut), sino de “las autoridades políticas”, pues, “si las cosas van bien para la Selección Mexicana, incidirá notoriamente en el gobierno de Calderón, pero si no le va bien, el gobierno perderá una de las muletas en las que se quiere apoyar en términos mediáticos”.
El deporte es una de las formas en las que un Estado se refleja como potencia ante los demás y ante sus propios ciudadanos. “Es el demostrar si se está en un nivel bueno, malo o regular; si se es o no una potencia”, explica el internacionalista Erasmo Zarazúa Juárez, analista en juegos olímpicos y mundiales. “Para el gobierno mexicano –dice–, el deporte no es un asunto de Estado, como lo es para países como Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Francia, o como lo fue para la Unión Soviética, cuyos nutridos cuadros de deportistas de alto rendimiento los confirmó como grandes potencias”.
Pese a la falta de interés que el gobierno de Felipe Calderón ha tenido en el desarrollo y fomento del deporte, además de la designación al frente de los respectivos organismos públicos de personajes con un cuestionado desempeño y muchos visos de corrupción –entre ellos Carlos Hermosillo y Bernardo de la Garza–, “en el caso del futbol, Calderón lo ha utilizado para distraer a la gente de decisiones relevantes, como la extinción de Luz y Fuerza de Centro y el golpe asestado al Sindicato Mexicano de Electricistas”, plantea Zarazúa Juárez. Refiere que aquel “sabadazo futbolero” fue una estrategia similar a la usada por Carlos Salinas para la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN):
“Calderón decidió actuar en el momento en que la atención pública estaba concentrada en el futbol, en el resultado de la Selección Mexicana. También aquel 1993, que precedió a la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio, vimos a la Selección Mexicana en una de sus mejores rachas, y a un Carlos Salinas acudir al Azteca a los juegos y ponerse la camiseta. El prestigio de México estaba en boga en Estados Unidos. Se estaba negociando un tratado y el futbol era una manera de decir: el Estado mexicano sirve, funciona y va a funcionar en el TLCAN.”
En esta lógica, los analistas advierten que, durante los días del mundial, Calderón podría consolidar los impopulares proyectos concebidos en su agenda de gobierno: tales como los nuevos esquemas de privatización en Petróleos Mexicanos, en el sector salud, o una mayor represión en contra del Sindicato de Electricistas para concluir el conflicto y la resistencia, apostándole al impacto mediático del futbol.
Elemento aglutinador de disímiles sectores sociales, factor de identidad, representación de un sentimiento colectivo. El sociólogo José Miguel Candia explica lo que hace del futbol deporte nacional y de la Selección, el oscuro objeto del deseo del gobierno en turno:
“Si quitáramos el profesionalismo, el futbol existe: tiene un reglamento, se puede jugar en cualquier llano y sin que el campo necesariamente reúna las dimensiones exactas que establece el reglamento. Es una actividad lúdica y es hermoso como todos los deportes. Pero el futbol es muchas cosas. En el futbol buscamos revancha frente a las adversidades de la vida. Si nos va mal en el trabajo, la economía, la política, o incluso como proyecto de nación, el que 11 muchachos que tienen la camiseta verde hagan un buen desempeño en un torneo internacional, nos llena de un gusto que se convierte en reivindicación frente a la vida.”
Lo negro, dice: “Los malos manejos que hacen los directivos, la ingerencia permanente de los poderes económicos y políticos, la manipulación y el uso comercial y electorero que hacen intereses económicos e intereses políticos”. De esa cara vergonzosa, “México es paradigma”, añade el también investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la UNAM. La razón: “Por la enorme y brutal ingerencia de las dos televisoras (Televisa y TV Azteca) que monopolizan las transmisiones comerciales”.
Aunque pírrico, el desarrollo del futbol profesional sobre cualquier otra disciplina deportiva es producto de la propiedad de la mayoría de los clubes por parte de la iniciativa privada, particularmente las empresas televisoras, con objetivos netamente comerciales y hasta de negociación política. La decisión de Emilio Azcárraga Milmo de comprar –en 1959– el club América, luego el Necaxa, y televisar los campeonatos, dio un giro al deporte, convirtiéndolo en una industria altamente rentable, aunque como disciplina lo redujo a una exhibición “de vitrina”, explica Erasmo Zarazúa.
En México, como en ningún otro país, la industria futbolística se ha desarrollado al margen de toda ley escrita y carente de toda norma ética. Para los amos del futbol, no existe la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y ni siquiera respetan los estatutos de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA). El politólogo Camilo Bonilla Medina, de la Universidad Complutense de Madrid, lo define como la muestra más evidente del “capitalismo salvaje” o laissez-faire (dejar hacer, dejar pasar) que además, dice, ha favorecido los oligopolios de los clubes, pervirtiendo el espíritu deportivo.
Al respecto, Camilo Bonilla, autor de un blog que cotidianamente hace análisis deportivo, explica que la relación televisoras-futbol genera un conflicto de intereses en el que los medios de comunicación suelen manipular las preferencias en los torneos para privilegiar a los equipos con mayor exposición mediática, que no son precisamente los que tienen el mejor desempeño deportivo. Por ello, dice: “Los campeonatos deben partir del hecho de que los equipos participantes están allí por sus méritos deportivos y no por sus relaciones y alianzas con las televisoras, y son estos logros los que deben ser exaltados a lo largo de los campeonatos”.
La relación futbol-televisoras (que en México tiene uno de los ejemplos más evidentes) provoca en el deporte un impacto negativo de tal magnitud que algunos hinchas han emprendido una batalla para combatir tal situación. Éste es uno de los objetivos de la organización no gubernamental Salvemos al Futbol, que surgió en Argentina hace tres años y poco a poco extiende sus brazos a diversas regiones del mundo con gente que, sin conocerse, los une la misma pasión.
En entrevista desde Buenos Aires, Mónica Nizzardo, la exdirectiva del Club Atlanta, que concibió la idea de la organización no gubernamental que busca “salvar” al futbol “de la manipulación, corrupción y violencia”, explica las implicaciones de que las televisoras controlen los clubes: “Se deja de lado la calidad futbolística, anteponiendo intereses económicos. Primero aparece el futbol como negocio y luego deporte; esto es lo que ha pasado en México desde hace tiempo”.
José Miguel Candia dice que el futbol es mucho más que un deporte. Para algunos, ha servido de plataforma política o para alcanzar cargos públicos de gran envergadura. En septiembre de 2007, Mauricio Macri, presidente del emblemático Boca Juniors de Argentina, se convirtió en gobernador de Buenos Aires. Dos años después, en Chile, Sebastián Piñera Echenique, presidente y accionista mayoritario del club Colo Colo, fue electo presidente de la República. Además de ser el zar de los medios de comunicación en Italia, la popularidad del primer ministro Silvio Berlusconi se debe a su propiedad del Club Milán, equipo con más de 25 títulos internacionales.
No hay lugar para la coincidencia. El futbol es utilizado como trampolín político, sobre todo en países latinoamericanos, donde el balompié pasa de ser una movilización social deportiva a una movilización electorera “de votantes atraídos por el sentimiento”, explica el politólogo Camilo Bonilla. Este tipo de movilizaciones, agrega, “terminan beneficiando los intereses particulares de algunos políticos o de los dueños de los clubes”.
México no es la excepción. Políticos y funcionarios manifiestan sus simpatías con el equipo local, entonan porras, los felicitan frente a los reflectores, algunos los patrocinan. La Selección es exclusividad del presidente para hacerse retratar con la camiseta oficial, abanderarlos y comer con ellos en Los Pinos.
“Cotidianamente, lo explotan como asunto nacional, patrio, para que la población mantenga un sentido de unidad en torno a algo compartible. Se sacan la foto, los abanderan, los reciben como ganadores, los felicitan bajo el argumento de que ponen en alto el nombre del país o del Estado. Aprovechan y alimentan los días de juegos populares para emitir normas impopulares o revelar errores. Hacen creer a los gobernados que los equipos o jugadores, cuando son exitosos, se lo deben al gobierno en turno”. El de la voz es José Luis Camba Arriola, doctor en sociología política por la Universidad Complutense de Madrid. Continúa:
“Excepcionalmente, cuando tienen la oportunidad de realizar la organización de un mundial, se convierte en lavadero de culpas y dispendio justificado. En definitiva, su acercamiento público al balompié mejora su imagen ante los aficionados, bajo la premisa del refrán: ‘dime con quién andas y te diré quién eres’, donde el peso de la imagen de los balompedistas supera la del desprestigio del político”.
En pos de capitalizar su imagen y ganar popularidad, algunos gobernadores han seguido al pie de la letra esta fórmula: adquieren clubes con recursos públicos de las entidades a su cargo o compran costosos jugadores mexicanos y extranjeros. A pesar de involucrar millonarios recursos económicos, no hay transparencia en su manejo y mucho menos rendición de cuentas.
Entre esos casos puede citarse el de Jaguares de Chiapas, franquicia adquirida por el gobernador Pablo Salazar Mendiguchía, en junio de 2002, al Grupo Pegaso, de Alejandro Burillo. En diciembre de 2000, Salazar llegó al poder con el voto y la simpatía de los múltiples grupos indígenas y organizaciones sociales de la entidad, para quienes a lo largo de su gestión, no hubo mejora alguna.
Chiapas continuó con los vergonzantes indicadores del ranking del menor índice de desarrollo humano del país, con decenas de comunidades y municipios en los que se sobrevive por el milagro del agua y la tortilla. En cambio, en Tuxtla Gutiérrez, desde agosto de 2002, en un remodelado Estadio Víctor Manuel Reyna, “la cueva naranja”, los capitalinos fueron testigos de los partidos de los Jaguares, que contaba en su plantilla jugadores como el argentino Lucio Filomeno y el paraguayo Salvador Cabañas. El gobernador Salazar, por supuesto, en palco central, franqueado por sus hermanos, convertido en constructores contratistas del gobierno del Estado.
Tan “insana” es la relación televisoras-futbol, como el que sean los gobiernos los que controlen los equipos de futbol, dice José Miguel Candia.
Otro caso es el de Tiburones Rojos, el legendario club veracruzano que contó entre sus filas con el centrocampista porteño Luis de la Fuente y Hoyos, el Pirata; el primer mexicano en jugar en Europa, fichado por el Racing de Santander. En 2009, en tiempos de profunda crisis económica, el gobierno del estado, que también alberga dos de los municipios más pobres del país (Mixtla de Altamirano y Tehuipango), se dio el lujo de comprar la cartera de Cuauhtémoc Blanco, el delantero más cotizado de México, quien recién había concluido su contrato con el Chicago Fire. En términos sociales, la “compra” del futbolista no significó nada para la entidad, pero sí detonó las simpatías por el Tío Fide, cuyo rostro apareció impreso en playeras rojas junto con el de Temo.
Lo que dicta el nivel de manipulación y la intencionalidad política del futbol tiene que ver con factores coyunturales, explica José Miguel Candia. Por supuesto, refiere, la Copa del Mundo Sudáfrica 2010 incidirá en las elecciones de julio próximo. De manera que, en la tierra de las minas de oro y diamantes, en una cancha de 110 por 75 metros, a miles de kilómetros de distancia, a partir del viernes 11 de junio, a las nueve de la mañana, en el partido inaugural entre México y el anfitrión, se jugará mucho del futuro político de Felipe Calderón y de su partido.
Los analistas deportivos calculan que en un “buen” desempeño, la Selección Mexicana podría llegar a octavos de final. En un desempeño “excelente”, a cuartos.
La intencionalidad calderonista, dice Candia, “es utilizar el factor de distractor que es el futbol y al mismo tiempo adjudicarse el eventual triunfo de la Selección como si fueran sus méritos propios. En tiempos electorales, es un desafío mayor ante la derrota anunciada que se espera el 4 de julio para el Partido Acción Nacional”.
Después de julio, pasada la efervescencia futbolera, el ánimo social, explica Erasmo Zarazúa, dependerá también del resultado que la Selección haya obtenido en Sudáfrica: “Si a la Selección le fue bien, el ánimo social crecerá, e incluso se tolerará la inseguridad desbordada en el país. Si no es así, será terrible”.
Pese a los traspiés de los muchachos de Javier Aguirre, el Vasco, en los partidos amistosos premundial, hoy más que nunca, dicen los analistas, el presidente Calderón rogaría por un buen papel de la Selección Mexicana en la Copa del Mundo, quizá pensando en la tesis del presidente estadunidense Gerarld Ford, de que “un éxito deportivo puede servir a una nación tanto como una victoria militar. Aunque, por lo visto, para Felipe Calderón la derrota será tanto en la cancha del narco como en la del futbol”.
Deporte, otro fracaso
En diciembre de 2006, Felipe Calderón recibió un país fanático del futbol, pero antideportista en la práctica. Las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía reportaban que más del 80 por ciento de los mexicanos no practica deporte alguno; en el otro porcentaje se contabilizaba a la población que realizaba ejercicio en promedio una vez a la semana, en contraste con países como Alemania donde el porcentaje era diametralmente opuesto.
El Plan Nacional de Desarrollo (PND) 2007-2012, dado a conocer a inicios de su gobierno, planteó que se privilegiarían las políticas públicas para que la mayoría de la población tuviera acceso al deporte, el arte, la cultura y la recreación, “al considerarlas actividades centrales para la salud y vitalidad de la sociedad”.
“Se impulsará también la práctica del deporte en sus diversas manifestaciones para que más mexicanos se ejerciten y se superen a sí mismos en disciplinas físicas que los conviertan en ejemplo y orgullo de su comunidad y de la nación”, cita el PND, que incluye “estrategias y líneas de acción” que supuestamente desarrollaría el Ejecutivo desde 2007.
La estrategia: “Estimular la formación y consolidación de una cultura deportiva entre todos los grupos sociales y de edad, en todas las regiones del país. La importancia del ejercicio físico es reconocida universalmente como factor esencial en el cuidado de la salud, no sólo del cuerpo sino también de la mente en todos los grupos poblacionales, sin importar su edad. Por eso, se impulsará el desarrollo de una cultura deportiva dentro y fuera de las escuelas, en las ciudades y en el campo”.
El objetivo: “Fomentar una cultura de recreación física que promueva que todos los mexicanos realicen algún ejercicio físico o deporte de manera regular y sistemática”.
En el discurso de Felipe Calderón, “es indispensable promover y propiciar la práctica del deporta desde la infancia. La escuela primaria debe aprovecharse como una vitrina que reconozca y aliente el potencial deportivo de los niños de México como la base del sistema deportivo nacional. En los países donde se ha desarrollado una cultura del deporte y en los que su práctica es generalizada entre la población, surgen los atletas que se convertirán en deportistas de alto rendimiento”.
Prometió que se intensificará la construcción de infraestructura deportiva tanto en las comunidades rurales como en las urbanas. Habló de miles de becas para deportistas a nivel de alto rendimiento y la construcción de centros de alto rendimiento por especialidad deportiva.
Estrategias y objetivos fallidos, con un gobierno centrado en su guerra contra el narcotráfico, la infraestructura deportiva no ha crecido, tampoco se han desarrollado programas de fomento, y el clima de inseguridad que priva en el país inhibe a la gente hasta de hacer uso de parques o áreas verdes públicas para actividades deportivas. A ello se suma la corrupción en dependencias que bajo su cargo tienen el sector deportivo en el país, detectada por ejemplo, en la auditoría que realizó la Auditoría Superior de la Federación al millonario presupuesto erogado por la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte, y la Confederación Deportiva Mexicana, en su asistencia a los Juegos Olímpicos en Beijín, China, en 2008.
Resultado del fracaso de las políticas públicas en materia deportiva, en el gobierno calderonista, México se colocó –en 2009– como uno de los tres países con mayores índices de obesidad en la población mayor de 15 años, junto a Venezuela y Guatemala, con el 31.8 por ciento de su población, según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Un asunto de salud pública cuyas consecuencias son mucho más alarmantes, entre ellas la incidencia a la diabetes, que, según la OMS se ha convertido en una epidemia mundial, que en los siguientes 10 años provocará más de 50 por ciento de las muertes en todo el mundo.
A diferencia de otras disciplinas, el futbol sí forma parte de la agenda gubernamental, pues existe una clara disposición a beneficiarlo por encima de cualquier otro deporte, aun por aquellos en los que se ha logrado campeonatos: el velocísimo, con figuras como Ana Gabriela Guevara o Alejandro Cárdenas; el taekwondo, con Iridia Salazar, “o algunas otras disciplinas más tradicionales como el beisbol, la lucha libre o el box. No es una política de Estado apoyarlos porque son deportes que no venden como el futbol, concebido así desde el mismo gobierno”, concluye Zarazúa, académico del Diplomado de Estudios Olímpicos de la Universidad Iberoamericana.
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