Guadalajara, Jalisco.- El zapateado de las palabras más luminosas sobre la tarima del papel, inspiradas por el rasgueo de las ideas más sonoras del ser latino, deleitaron las conciencias en la Perla Tapatía, entre son y son del pensamiento sociocultural, literario iberoamericano.
Cuatro fueron los nombres luminarias-eclipses solares de la 23 Feria Internacional del Libro de Guadalajara que tuvo como invitada de honor a la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos: el Premio Nobel de Literatura 2006, el turco Orhan Pamuk; el eterno aspirante al Nobel – el escritor mexicano Carlos Fuentes; el novelista Mario Vargas Llosa, y el escritor de ciencia ficción, el estadounidense Ray Bradbury.
Los tres primeros asistieron felices, orgullosos, a dar a conocer ante la sociedad hispana sus más recientes creaciones.
Durante su intervención, brevísima, ante un semilleno salón Juan Rulfo – el principal de la FIL – el autor de Aura afirmó que su novela, Adán en Edén, puede verse “como un noticiero de la actualidad mexicana, una actualidad que podrá ser vista como melodrama”.
“Yo prefiero la comedia con horror y es lo que ofrezco en esta novela a fin de hacer conscientes las convenciones que rigen tanto a la prensa, como a la historia y a la ficción misma”.
Durante la presentación, la actriz Ana Colchero y el actor Gonzalo Vega, dramatizaron, con sus voces bien entrenadas, fragmentos de capítulos de la obra, por cuyos diálogos puede colegirse que se trata de una novela sin mucho aliento, como sí lo tienen las tres más significativas de Fuentes: La muerte de Artemio Cruz, Terra Nostra y Cambio de Piel.
Por el contrario, el Nobel Orhan Pamuk ofrece a los lectores de lengua española, en su novela El museo de la inocencia, – presentada ante un auditorio a reventar en el salón Juan Rulfo – una obra más ambiciosa, no sólo por lo voluminosa de la misma, sino por la temática que disecciona, su Estambul, su Turquía islamista en proceso de occidentalización, país que pretende alcanzar la madurez de la democracia, de la justicia, de las libertades, del respeto de los derechos humanos, en suma, ser, mediante instituciones modernas, garantes de las leyes que rigen las sociedades seculares, miembro distinguido de la primermundista Unión Europea.
El autor de Me llamo rojo eludió los cuestionamientos de los periodistas sobre temas como el Medio Oriente, la relación del presidente de Estados Unidos Barak Obama con el mundo islámico, la posible guerra de Estados Unidos contra Irán en los próximos meses o años, etcétera.
Por cierto, la embajada de la República Islámica de Irán contó con un pabellón en la Feria, cuyo personal anduvo muy activo, a todas horas, repartiendo volantes, propaganda, en pro del Islam y del mundo árabe.
Así percutieron durante diez días los cantos verbales, semánticos, conceptuales, entre las murallas de miles de libros de las mil seiscientas casas editoriales procedentes de cuarenta países, de esta edición que galardonó con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2009 al poeta venezolano Rafael Cadenas, quien se condolió porque “la poesía nunca será masiva”, nunca tendrá las audiencias de un megaconcierto de rock, de unos Juegos Olímpicos o de un Mundial de Fútbol.
Un tercer faro estrella de neutrones es el legendario escritor de ciencia ficción, el estadounidense Ray Bradbury, famoso en todo el mundo por su novela Fahrenheit 451.
Hoja blanca, raíz de la conciencia planetaria en expansión: milagroso árbol
A sus 89 años de edad, con unos 140 libros inspirados por su otro yo – como él mismo explica su experiencia creativa, su yo vibrante más allá de este mundo- incluidos cerca de seiscientos cuentos, la mayoría, precisamente, ambientados en el futuro, es una auténtica leyenda de la literatura mundial contemporánea.
Es el tercer sol que ofuscara con sus fumarolas y rayos intensos, aunque fugazmente por unos minutos, cual cometa, en lo que duró su cotizadísima, ¡costosísima!, presencia, las mentes curiosas de los visitantes del planeta Libresco FIL 23.
Admitió, entre serio y bromista, su pretensión -además de intentar escribir otros treinta libros más- de convertirse en un ser inmortal, tanto como su célebre personaje el hombre eléctrico, y como la misma especie humana en la inconmensurabilidad del tiempo y espacio infinitos.
A pesar de su desilusión por no ver aún al hombre colonizar Marte – lo que según él tendría que haber hecho, décadas después de posar sus huellas sobre el suelo rocoso de nuestro satélite natural, a inicios de este siglo – se siente optimista en el futuro del ser humano.
Profetizó que dentro de cien años los terrestres, ¡pase lo que pase en el 2012!, según las profecías mayas, vivirán en el Planeta Rojo. Y de ahí podrán viajar hacia nuestra estrella más cercana, después del Sol, Alfa Centauri a 4.3 años-luz de la Tierra -le faltó precisar A, porque es un sistema binario Alfa Centauri A y B, como lo es nuestro Sol.
Porque los países más desarrollados, menos de diez, ya cuentan con la tecnología y los conocimientos científicos que les permitirán escapar de la Tierra y trasplantar la vida, la vida humana en el planeta vecino, hoy por hoy desértico, sin agua en su superficie, sin una densa atmósfera rica en óxigeno, como lo han reportado los robots de la NASA Spirit y Opportunity; y corroborado por la nave orbital Mars Express de la Agencia Espacial Europea (ESA), la que prepara lanzar para el 2011 su robot ExoMars para finalmente conquistarlo, los europeos, antes que los norteamericanos.
“Entonces nosotros, los terrestres, nos convertiremos, seremos, los verdaderos marcianos”, sentenció el autor de las famosísimas Crónicas marcianas.
Ante la multitud que no perdía detalle de sus gestos, el constante aletear de sus manos regordetas, su melena de hilos de nieve enmarañados, sus lentes transparentes que por momentos dejaban percibir sus ojos cerrados – sobre la gigantesca pantalla – confesó sentirse muy emocionado por participar en un proceso de comunicación -teleconferencia entre Los Ángeles y Guadalajara- a través de la tecnología que él imaginó, en mucho, en su adolescencia, ¡hace sesenta años! ¡Cuando sus compañeros lo tildaban de loco por pensar en tonterías!
Visionario como pocos humanos sobre la realidad de sociedades posibles – se pueden contar con los dedos de las manos: uno de ellos Isaac Asimov, ruso nacionalizado estadounidense, autor de El fin de la eternidad, de quien dijo “escribió más sobre tecnología, que sobre el ser humano, en sus obras no hay ese ingrediente vital que nos hace humanos, el amor, como sí existe en todas mis obras”; otro Arthur C. Clarke, británico, autor de la mundialmente conocida por generaciones 2001: odisea del espacio, escritor que “sí conectó el corazón de la gente en sus obras”.
El autor de la novela Fahrenheit 451, publicada en 1953; devorador de libros, miles de libros, desde su niñez; testigo, espeluznantemente sorprendido, en 1945 de la festividad del Día de Muertos en Pázcuaro, Michoacán; visitante meteórico de la Perla Tapatía, donde se hospedó en el hotel Fénix, “porque tenía precios muy accesibles”; hijo pródigo de Illinois; auguró que el ser humano será “un viajero del espacio”, con lo que se convertirá en inmortal a lo largo y ancho de esta galaxia y de todo el universo.
Para el octogenario escritor, con cuyo nombre la Sociedad Astronómica Mundial ha bautizado un enorme cráter de la Luna, “el conocimiento arderá por siempre para calentar a la humanidad”.
Escribió en Fahrenheit 451: “Los libros bombardearon sus hombros, sus brazos, su rostro levantado. Un libro aterrizó, casi obedientemente, como una paloma blanca, en sus manos, agitando las alas. A la débil e incierta luz, una página desgajada asomó, y era como un copo de nieve con las palabras delicadamente impresas en ella. Con todo su prisa y su celo, Montag sólo tuvo un instante para leer una línea, pero ésta ardió en su cerebro durante el minuto siguiente como si se la hubiesen grabado con un acero”.
¡Es el inmortal Ray Bradbury!
Constelación de mentes solares:
sobre el papel eternamente diamantinas
A unos días de alejarse el planeta FIL de la nebulosa de Letras, llegó a irradiar con su portentosa luz, sólo durante cuarenta y ocho horas, el cuarto sol lingüístico, otro auténtico meteoro del universo literario de la Era Espacial.
Procedente de Londres, Inglaterra, donde reside (en realidad alterna su residencia entre Madrid y la capital inglesa), vino a disertar sobre la vida y obra de otro astro de la galaxia novelística latinoamericana.
En El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti, su más reciente obra ensayística, el autor de La Fiesta del Chivo disecciona, destripa, incluso embalsama, con singular maestría analítica e idiomática, al creador de ese personaje oscuro, proclive al mundo de la violencia, de la criminalidad, un verdadero esperpento de la sociedad, El Juntacadáveres.
Del creador de la célebre novela, eminentemente existencialista, El astillero, el progenitor de la vanguardista La casa verde, dijo que “renunció a esa lucha por la vida, por lo tanto, se convirtió en un fracasado”.
“Para eso escribía, aseguró el autor de Pantaleón y las visitadoras, para crearse un mundo mejor del que tenía”, (repleto de seres mediocres, mezquinos, llenos de maldad, de intolerancia, vencidos por el sufrimiento).
El también autor de La ciudad y los perros reveló una anécdota vivida con Onetti: un viaje que hiciera a Estados Unidos con el escritor uruguayo.
“Prácticamente no salió del hotel donde se encerraba a leer novelas policíacas con una botella de whisky”, narró el autor de Los cachorros.
“Él no tenía necesidad de viajar, agregó, y algo que siempre desdeñó fue el prestigio, y escribía por rebeldía, porque descubrió, desde muy joven, que era la única forma de vengarse de la vida”.
“Ahí radica su genialidad, sentenció el autor de Conversación en La Catedral, convirtió la podredumbre en belleza”.
Evocó el comentario del autor de El pozo sobre sus respectivos sistemas de trabajo. Espantado por la disciplina y el orden -cotidiano- del peruano-español, el autor de Dejemos hablar al tiempo, exclamó: “Lo que pasa es que tú tienes una relación conyugal con la literatura y yo tengo una relación adúltera”.
El autor de la novela Las travesuras de la niña mala reconoció, en el auditorio Juan Rulfo, en esta ocasión ampliado por primera vez a causa del numeroso público, admirar la obra del cuentista y novelista uruguayo, Premio Cervantes de literatura 1980.
Admitió el igualmente Premio Cervantes de literatura, 1994, que un cuento onettiano lo estremeció de joven -y hasta la fecha-, un cuento que dijo, “condensa la manifestación del mal”, El infierno tan temido, publicado en 1957.
El novelista inauguró después de su participación en la FIL, la exposición “Mario Vargas Llosa. La libertad y la vida”, en el Instituto Cultural Cabañas, cuyo edificio es Patrimonio Cultural de la Humanidad.
La muestra salió por primera vez de su país natal, Perú, donde fue organizada por la Universidad Católica del Perú; contiene fotografías, objetos personales, manuscritos originales, de su niñez y adolescencia, incluso una entrevista que el Premio Príncipe de Asturias de la Letras 1986 hiciera treintañero al célebre poeta y cuentista Jorge Luis Borges.
La tercera aparición pública del autor de La guerra del fin del mundo fue ante periodistas y corresponsales extranjeros, con quienes dialogó durante una hora sobre diversos temas, sobretodo de política.
Una pausa tipos móviles en la escritura:
invento de la creación ilusoria: reinvento
Ningún otro intelectual, poeta, novelista, cuentista, periodista, sociólogo, ensayista… asistente a la FIL -ni el Nobel de Literatura Orham Pamuk- fue tan aclamado, aplaudido, asediado como el escritor Mario Vargas Llosa, quien vino por tercera ocasión a la fiesta de las letras latinoamericanas.
Su más reciente creación, La literatura y la vida, contiene pasajes de su infancia y adolescencia, de su carrera como escritor desde la década de los cincuenta; página a página ilustrado con elocuentes fotografías de diferentes momentos clave de su vida.
Vargas Llosa desnudó su alma ante los ensimismados espectadores al narrar el encontronazo que le causó conocer a su padre.
El novelista refirió que siempre le habían dicho, su madre y sus abuelos, que su padre había muerto antes de su nacimiento. Sólo conocía su rostro por el retrato que tenían en su cuarto, “como una especie de santo al que tenía uno que venerar y rezar cada noche”.
Cierta mañana, relató Vargas Llosa, su madre le confesó, cuando él tenía once años de edad, sin más preámbulos, de tajo, que su padre estaba vivo.
Él apenas podía sostenerse en pie ante la sorpresa. Después de unos instantes eternos, le pudo preguntar que dónde estaba, que cuándo iba a conocerlo.
Su madre le dijo que iban a verlo en ese momento.
“Así pasé, en pocos segundos, de la sorpresa al terror”, confesó con una voz quebrada uno de los más destacados integrantes de la generación del boom latinoamericano de los sesenta. (“Uno de los grandes novelistas de todos los tiempos”, como me lo comentara el también novelista y periodista Francisco Prieto, famoso por sus cápsulas radiofónicas Huellas de la historia, quien presentó su novela Crímenes en el crepúsculo; con los comentarios del presentador de la obra, el columnista Felipe Garrido. Entre el público estuvo el también novelista Alberto Ruy Sánchez).
Desde que el niño Mario Vargas Llosa vio a su padre, tal como era, un ser extraño, frío, de semblante hosco, sin mucho pelo, “totalmente diferente al joven de la fotografía casera”, supo que jamás mantendría una relación fraterna con su progenitor.
“La literatura fue para mí la mejor manera de resistir a esa odiada y odiosa autoridad. Los libros me daban refugio, libertad, y escribir me sacaba de la humillación sistemática que era vivir en la sumisión y el miedo”, dijo.
Tal experiencia predispuso a Vargas Llosa a ser un incansable explorador, analítico de la figura del poder, un férreo defensor de las libertades. De ahí surgió su interés por recrear en sus novelas a algunos dictadores latinoamericanos.
Cuando era niño, dijo algo nostálgico, halló accidentalmente en la casa materna el libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada, del chileno Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura 1970.
“Tanto me cambió mi vida saber leer que los recuerdos de mis primeros diez años en Cochabamba (Bolivia) son mucho más vivos respecto a los libros que leí, que a las personas que conocí en ese tiempo. Me acuerdo de mis compañeros de colegio, de mis profesores, pero ninguna de esas imágenes es tan vívida, tan nítida como la de los personajes de las primeras historias que leí”, comentó.
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