A 500 años de la noche victoriosa

Publicado por
Pablo Moctezuma Barragán

El próximo 30 de junio se cumpirán 500 años de la noche de la victoria y de la derrota de los españoles.

Hernán Cortés llegó el 8 de noviembre de 1519 a Tenochtitlan, donde fue recibido por Moctezuma. El haber enviado regalos a los extranjeros y recibirlos en su ciudad no fue una señal de sometimiento. Era su costumbre al entablar contacto con las embajadas extranjeras, mandar regalos, recibirlos para negociar, tener tres entrevistas que se efectuaban cada mes (que eran de 20 días). El más fuerte le regalaba al más débil alimentos y armas para que, si había un enfrentamiento, no se hiciera en condiciones inequitativas. Si luego de 3 entrevistas no se ponían de acuerdo, la batalla era al mes (20 días) en fecha prefijada por ambas partes, de día, entre ejércitos en batallas en la que no se mataban; sólo hacían prisioneros y sin afectar a la población civil. De modo que el que Moctezuma haya recibido a la embajada significó tan sólo seguir su costumbre ancestral.

Jamás podían imaginarse, porque nadie lo hacía, que iban a traicionarlos, atacar por sorpresa y apresarlos. Este que fue el método de los invasores españoles en todos lados (Cuba, La Española, Perú, etcétera) lo aplicaron también aquí. En cuanto pudieron hicieron prisionero a su anfitrión Moctezuma y a todos los altos dignatarios. Los atraían pidiendo rescate en oro y al entregar el tesoro también los aseguraban.

Los españoles que llegaron aquí eran muy salvajes. En el siglo XV era grande la ignorancia en Europa. Creían en aquel entonces que la Tierra era plana, y que conforme se alejaban los barcos de las costas el agua se iría calentando, por irse acercando al sol, y herviría; y luego en un punto dado se precipitarían en el vacío en una enorme cascada que los perdería para siempre y los llevaría a una muerte segura. De modo que ningún marinero tenía el atrevimiento de embarcarse en las expediciones que venían a lo que ellos consideraron el Nuevo Mundo al que llamarían más tarde América.

Ante este problema, la reina Isabel de España resolvió decretar que todos los presos condenados a pena de muerte, cadena perpetua o con largas condenas por delitos de asesinato, robo, violación, etcétera, podrían salir libres siempre y cuando se embarcaran con rumbo a estas tierras. Así salieron legiones de criminales ávidos de riqueza y de saciar sus bajos instintos. En España había mucha gente de trabajo y de bien, pero acá llegó gentuza bárbara y salvaje. Decían que traían la civilización y la religión, pero en realidad llegaron a robar, violar y matar a quienes durante siglos vivían en sus propias tierras. La colonización fue un crimen.

Fue tal el salvajismo de esta gente que, en las islas del Caribe, Cuba, La Española –donde hoy están Haití y República Dominicana, Trinidad y Tobago, Puerto Rico–, se arrasó con toda la población en un genocidio que acabó con los indígenas. Actualmente en esos países hay negros, mulatos y blancos, pero no sobrevivió ningún poblador originario.

Así que aquí llegaron a aplicar sus estrategias que habían aplicado antes. Otro de sus métodos era que, ya teniendo prisioneros a los principales, realizaban matanzas contra la población para producir pánico y parálisis. Una vez prisionero Moctezuma, se realizó la gran masacre de la Fiesta de Toxcatl en la que centenares de jóvenes que danzaban ataviados con joyas fueron asesinados y robados por los españoles.

Luego de enterrar a sus muertos, los mexicas comenzaron el asedio contra el palacio de Axayacatl donde estaban los españoles con sus rehenes. No dejaron entrar alimentos y los pusieron en sitio. Los españoles comenzaron a sufrir hambre y Hernán Cortes le gritó a Moctezuma encadenado: “Perro, haz que nos traigan abasto”. Moctezuma aprovecho la oportunidad para sugerir a Córtes que enviara a Cuitláhuac, quien también estaba preso, para que les trajeran abasto. Y así logró liberarlo.

Declarada la guerra a los españoles, asumiendo todas las consecuencias en acuerdo con Cuitláhuac, como la de que al contratacar Cortés, los españoles lo asesinarían con el resto de rehenes. Entonces Cuitláhuac salió a dar lucha a muerte sin cuartel contra los invasores. Cabe mencionar que ya antes, Moctezuma preso y encadenado ya había –según sus rituales– declarado la guerra a los españoles.

Salió libre Cuitláhuac y siguiendo las órdenes del Tlahtocan (consejo) y de su Tlahtoani (vocero) Moctezuma, comenzó el ataque. Los españoles no entendían cómo teniendo con ellos a su rehén, al que consideraban el “Emperador”, Cuitláhuac los atacaba sin piedad. En medio de una lluvia de piedras y flechas sacaron a Moctezuma a la azotea con el fin de que el pueblo, al verlo, parara el ataque. Pero la orden a Cuitláhuac fue clara: luchar a morir sin importar las consecuencias para los secuestrados. Al ver los españoles que ya no les servía su prisionero lo mataron y lo aventaron fuera del palacio…

Luego de asesinar al tlatoani, echaron su cadáver fuera del palacio de Axayácatl calculando que, mientras el pueblo le hacía sus honras fúnebres, ellos podían escapar en medio de la noche. Así lo hicieron, pero una mujer vigilante los vio y dio la voz de alarma y comenzó el ataque.

Cuitláhuac desató la ofensiva al grito de: “¡Atlachinolli, atlachinolli!” (¡agua y fuego, agua y fuego!) y a la orden de “¡tiahui, tiahui!” (¡adelante, adelante!) derrotó por completo a los ladrones que huían cargados de oro, luego de asesinar a quienes, siguiendo sus costumbres ancestrales, les habían dado hospitalidad. La derrota de los españoles fue abrumadora. Ellos vivieron su “noche triste”, pero para los mexicanos es la “noche victoriosa”. Esa noche murieron 2 mil 66 europeos (tan sólo sobrevivieron 425), además de miles de sus aliados indígenas a los que mandaron por delante como escudo protector, y sobre cuyos cadáveres pasaron los españoles pues los arrojaron a los canales para poder huir. Esa noche también perdieron todos los tiros de artillería, la pólvora, casi todas las ballestas y escopetas, además de 79 caballos y casi todos sus perros. Los mexicas pudieron haberlos perseguido y aniquilado, pero no era su costumbre pisotear al vencido. Cortés pudo llorar tranquilamente su desgracia bajo el ahuehuete conocido como “el árbol de la noche triste”, como reza la versión romantizada de Bernal Diaz del Castillo, con la intención de enaltecer las “heroicidad esforzada” de Cortés y los invasores en desgracia. Pero en realidad sólo tuvieron tiempo de huir despavoridos.

Esta fue nuestra noche victoriosa, triste para ellos. Hemos de reinterpretar la historia analizándola desde el punto de vista nuestro, mexicano, y deshacernos de una vez por todas de las mentiras medievales y de la oscuridad colonial que hoy se usa para mantenernos sometidos; ahora del saqueo neocolonial que se lleva nuestras riquezas: petróleo, plata, oro de forma desenfrenada.

Pero la historia nos la enseñan al revés, 500 años luego de la Conquista, tal como la contaron los invasores españoles. La realidad es que para nosotros esa noche fue un gran triunfo contra los crueles invasores.

A 500 años de estos hechos, es importante activar nuestra memoria histórica y difundir lo que realmente pasó en estas tierras, porque la historia oficial se basa en los dichos y los alegatos del mitómano Hernán Cortés. A 500 años de la Noche de la Victoria, unámonos, organicémonos, luchemos para conquistar nuevas victorias.

Pablo Moctezuma Barragán*

*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social

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