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De combatiente de ETA a taxista en México

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Rogelio Velázquez @rogelio_contra

Fue buscado durante años por el gobierno español por sus acciones como miembro de la ETA, otrora una de las organizaciones armadas clandestinas más importantes a nivel mundial. Por largo tiempo, su cabeza fue reclamada por las fuerzas policiales, y la imagen de su rostro se imprimió en cientos de carteles donde se exigía su captura. Hoy es un ciudadano mexicano que lleva una vida común; en este país encontró refugio, pero también la cárcel. Sin dejar atrás su ideología política, ahora lucha, a través de la pluma, por las mujeres que han sido encarceladas injustamente

Es una tarde fría al Norte de la Ciudad de México. El tráfico es intenso sobre las calles. Luis Miguel Ipiña Doña, un hombre de 64 años de edad, aparece vestido con chamarra azul y camisa blanca; llega en su taxi, lo estaciona. Busca un café.

De acuerdo con reportes de prensa, es presunto responsable de cinco atentados con bombas entre 1977 y 1979, cuando formaba parte del comando Oxobi. Para el gobierno español no cabe duda: es un terrorista.

El excombatiente de Euskadi Ta Askatasuna (ETA, Patria Vasca y Libertad, en euskera) acepta hablar con Contralínea.

La organización a la que pertenecía es considerada terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea desde 2002. Fue fundada en 1958. Desde entonces se le ha responsabilizado de, al menos, 829 asesinatos; de ellos, 506 cometidos contra miembros de las fuerzas de seguridad, 58 formaban parte del sector empresarial y 39 eran políticos. Otros eran miembros de la judicatura, del sistema penitenciario, civiles y periodistas.

Sin embargo, cientos de miles de ciudadanos vascos han contradicho a Estados Unidos y a la Unión Europea: consideran a ETA como una organización combatiente por la libertad. En decenas de ocasiones se han manifestado por la independencia del País Vasco (Euskal Herria) y por terminar con la dominación española y francesa sobre sus tierras que data desde el siglo XII.

ETA anunció el cese a la lucha armada en 2011 y desde entonces lucha –aún en la clandestinidad– por la independencia del País Vasco mediante vías políticas. En ese sentido, la organización Euskal Memoria informó que durante el conflicto armado, 474 ciudadanos vascos han fallecido a causa de la represión; en su mayoría, asesinados por fuerzas de seguridad del Estado español y por grupos antiterroristas. También estiman que en el conflicto ha habido al menos 10 mil torturados y 35 mil presos.

Antes de iniciar la charla, Ipiña Doña ordena un café americano. Su amistoso rostro contrasta con la imagen generada por las capuchas blancas que utiliza la organización armada. Su voz tiene un marcado acento vasco, pero se distingue del tono que usan los etarras en los comunicados. Le agrada leer a Gabriel García Márquez y a Miguel de Cervantes Saavedra. Es aficionado del equipo de futbol La Real Sociedad; en su juventud pretendió ser torero, pero desertó después de ver el sufrimiento animal al que someten a los toros.

“Mi simpatía con ETA comenzó cuando yo era joven. Ellos luchaban contra la Policía española que nos violentaba, y yo apoyaba eso a pesar de no entender bien su lucha ni el proceso político en el cual se desarrollaba. Tenía aproximadamente 22 años”, comenta mientras bebe lentamente su café.

—¿Cómo es tu ingreso en una de la organizaciones armadas clandestinas más importantes del mundo? –se le pregunta.

—Un amigo [del cual omite el nombre por cuestiones de seguridad] tenía contacto con la organización. Estamos hablando de 1975. Ya había asistido con anterioridad a diversas manifestaciones pero ahí inicié formalmente. Mi primer trabajo fue difundir panfletos en la calle en los que nos manifestábamos en contra de la ejecución de tres combatientes del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota y dos de ETA en su rama político-militar. Si me hubieran detenido por esa acción de difusión, hubiera pasado por lo menos 5 años en la cárcel, torturado continuamente.

Ipiña Doña quería colaborar con ETA en algún comando de inteligencia. Es decir, pretendía pasar información sobre algunos funcionarios o policías a la organización armada. Sin embargo, ETA ya lo había estudiado y tenía un destino para él.

Un compañero lo contactó con un etarra –es decir, miembro de la ETA– que se había exiliado en la parte francesa del País Vasco. Días después, en la ciudad de Bayona, llegó a una de las casas de seguridad que en ese entonces era utilizada por una de las más altas estructuras de ETA. Ahí le informaron que le darían un curso, y que debía buscar lugares para guardar armas y captar a más personas para la lucha clandestina.

“¡Puta madre! La bronca es total –pensé–. En unas horas me convertí ese día en militante de ETA”, explica. Era 1976.

En ese entonces trabajaba como pescador en el puerto de San Sebastián, su ciudad natal. Ahí le ofreció pertenecer a la organización a uno de sus amigos con los que más simpatizaba ideológicamente. Éste aceptó, y junto con otros dos formaron un comando.

—¿Sabías usar armas?

—No. En el servicio militar sólo disparé pocas veces con un fusil. Es gracioso, durante mi reclutamiento me obligaron a gritar ¡Viva España! No se imaginaban que años después pertenecería a ETA y lucharía contra el dominio del Estado español.

Durante 4 años el comando realizó varias acciones armadas. Por un compromiso no firmado con sus excompañeros y por mantener la seguridad de ETA, que aún se considera una organización ilegal, no las detalla.

Sin embargo, luego de casi 1 lustro de llevar dos vidas y combinar la lucha armada con la vida de un ciudadano común y corriente, el 10 de octubre 1980 detuvieron a la persona que lo había cooptado. Aquel militante había confesado bajo tortura el paradero de sus compañeros. Fue el momento en que Ipiña Doña y varios más decidieron esconderse, para posteriormente exiliarse.

No fue tan fácil.

Ese día, dos guardias civiles detuvieron a uno de sus compañeros. Le apuntaban con sus armas. De pronto, la gente comenzó a agredir a los agentes de la Policía para que lo soltaran, se formó un tumulto y su compañero logró escapar con un balazo en la pierna.

Luis Miguel Ipiña y su compañero se resguardaron en el primer piso de un condominio. Mientras cinco personas se resguardaban en el apartamento, tres de ellos etarras; abajo, la calle era cubierta con camionetas del Cuerpo de Policía Nacional español.

“¡Suelten a los perros!”, gritaban las fuerzas del orden.

Sonó el teléfono. Los vecinos alertaban sobre un posible cateo en cada uno de los departamentos. El herido no dejaba de sangrar: una bala le había atravesado el muslo.

“¡Abran! ¡Somos la Policía!”, decían al tiempo que golpeaban la puerta. La tensión crecía. Cuando las fuerzas del orden ingresaron, la gente de ETA estaba en una mesa comiendo chícharos fingiendo no ser miembros de una organización clandestina armada.

“¡Sal, hijo de puta!”, exclamó un agente de la Policía al encontrar al militante baleado. Lo golpearon entre varios. Pero con la euforia de la detención ni siquiera trataron de investigar si la gente que se encontraba comiendo también era de ETA. Bajaron y se fueron con un solo detenido.

Horas después Ipiña Doña y su compañero llegaron a una casa de seguridad de la organización. Mientras, la Policía tapizaba las calles con imágenes de los rostros de ambos. Su amigo detenido había dicho que los jóvenes que comían también eran etarras: lo había revelado después de que sus captores metieron con fuerza una aguja a su herida.

Días después, Ipiña llegó a una casa en Francia donde acogían a los de ETA. Meses después llegó a México.

—¿Cómo combinabas tu trabajo con la lucha armada?

—Era difícil. En ocasiones trabajaba de 7 de la noche a 7 de la mañana sin parar en el barco. Y después debía ir a recoger material para las acciones político-militares. Era vivir al filo del peligro todos los días.

—¿Cómo soportabas esas largas jornadas con el asedio constante de las fuerzas de seguridad del Estado español?

—He visto sufrir tanto a mi pueblo que siempre tuve la convicción de que era algo que debía hacer.

La llegada a México

El 28 de diciembre de 1980 un vuelo salido de París lo trajo a México junto con otros dos etarras. En sus primeros días conoció el Centro Vasco ubicado en Polanco, la Zona Rosa en el Centro de la Ciudad de México, Puebla y las pirámides de Teotihuacán. Todo era totalmente nuevo para el nacido en San Sebastián.

—¿Fue difícil pasar por tres países cuando ya era buscado en todo España?

—ETA había negociado con un familiar del presidente mexicano José López Portillo. Días después de nuestra llegada nos dieron cartas de expulsión, pero la Secretaría de Gobernación habló con los responsables y se nos otorgaron permisos de trabajo temporal.

Su primer trabajo fue en El Sardinero, una popular tienda de abarrotes en ese entonces. Era jefe de almacén. Su empleo, acomodando cajas y productos, contrastaba con el que realizaba en su tierra natal: pescar durante horas en mar abierto.

En 1982 intentó regresar al País Vasco, pero la Policía francesa lo detuvo con un pasaporte falso. Después de un interrogatorio sobre su militancia, el gobierno francés lo dejó en libertad. Inmediatamente pensó en regresar a México: los españoles ya estaban alertados de su presencia. Un compañero trató de convencerlo para continuar la lucha clandestina, pero optó por regresar a tierras aztecas. Su amigo fue asesinado 2 años después por los Grupos Antiterroristas de Liberación.

A su regresó a México comenzó a trabajar como encargado en un bar de la zona Norte de la Ciudad, cerca de Lindavista. Llevaba las cuentas y el control de los eventos. Durante 7 años trabajó ahí. En 1987, y después de un tortuoso proceso legal, consiguió la nacionalidad mexicana.

Durante sus ratos libres en el bar, desarrolló su gusto por la lectura. “En México sólo se publicaba la versión del gobierno español en las noticias sobre ETA. Yo había luchado allá y sabía que no se informaba correctamente. Poco después encontré una vieja máquina de escribir en el bar y aprendí mecanografía con un libro que un músico me regaló”.

En 1990 compró un taxi. Manejaba todo el día un Volkswagen modelo 1976 color coral. Lo vendió para comprar otro de la misma marca, modelo 1985, color amarillo; hizo lo mismo y compró otro color verde modelo 1991, pero tuvo el mismo destino que los anteriores porque tenía fallas mecánicas constantes.

En 1997 publicó su primer libro titulado Un mexicano en Euskadi, en el que reconoce a ETA como un ejército de liberación de la patria vasca. El tiraje fue de 1 mil ejemplares y destinó aproximadamente 30 mil pesos para su publicación.

“¿Son en verdad los de ETA los asesinos terroristas que nos dicen o, por el contrario, son unos héroes adorados por su pueblo y ejemplo a seguir por todos los oprimidos del mundo? De Euskadi a México. ¿Es cierto que ETA actúa en México o es una mentira más del gobierno español?”, se lee en la contraportada.

—¿ETA tiene presencia en México? –se le cuestiona.

—No. Hay exmilitantes de ETA, pero no podemos realizar acciones acá. Nos exiliamos para llevar una vida diferente y para no ser detenidos. Eso no significa que yo no apoye la lucha del pueblo vasco por su independencia, pero soy un ciudadano con una vida normal. El gobierno español nos señala como miembros activos de la organización para que seamos extraditados. Sin embargo, yo ya soy ciudadano mexicano.

En las vísperas del nuevo milenio trabajó en una empresa maderera en Querétaro, y luego en una vidriería.

En el verano de 2003 fueron detenidos en México seis ciudadanos vascos –cinco hombres y una mujer– acusados de pertenecer a ETA y coordinar actividades financieras de la organización en este país.

“Yo conocía a cuatro. Inmediatamente fui a visitarlos a la cárcel”, menciona. A partir de entonces comenzó a visitarlos regularmente en el Reclusorio Preventivo Varonil Norte, hasta que fueron extraditados en 2006 a España.

Sin embargo, la única mujer del grupo se encontraba en una cárcel exclusiva para mujeres. Ahí, Luis Miguel Ipiña conoció decenas de historias de las reclusas.

Para darle difusión a las historias que escuchó y darle voz a las presas que entrevistó, creó en 2007 un blog llamado Cárcel de Mujeres, dónde describía el infierno que viven cientos de mujeres en las prisiones mexicanas, muchas de ellas inocentes.

Una de ellas da nombre a uno de tres libros inéditos que el exmilitante de ETA planea publicar en próximas fechas. El primero es Diana quiere libertad, el cual narra la vida de una mujer que por su adicción a las drogas sufre maltratos, es herida de bala y cae en prisión; el otro, El arrepentimiento de un torero, es sobre un niño huérfano que lucha por ser torero; cuando lo consigue se da cuenta del sufrimiento animal y se arrepiente de su profesión, en éste tal vez se refleje un poco la historia del propio autor, y La auténtica historia de Claudia Mijangos, que habla sobre una mujer acusada de asesinar a sus tres hijos.

En octubre de ese año fue publicado por la editorial Plaza y Valdés un libro autobiográfico titulado Exiliados vascos. “Un libro que nos hará meditar sobre las injusticias que se cometen contra los vascos por el hecho de luchar por su justa libertad”.

Dos años después comenzó de nuevo a trabajar en un taxi. A partir de entonces mezcla su empleo con su labor como escritor.

Comenzó a publicar las contradicciones sobre el famoso caso Wallace, en el cual se acusó a varios muchachos de participar en 2005 en el secuestro y posterior asesinato de Hugo Alberto Wallace, hijo de la empresaria Isabel Miranda.

Sin embargo, después de 9 años, el cuerpo no ha aparecido y en los procesos jurídicos abundan las irregularidades jurídicas, evidenciadas por asociaciones internacionales de derechos humanos. Incluso la prensa mexicana ha documentado que dos de las detenidas, Juana Hilda González Lomelí y Brenda Quevedo Cruz, han sido torturadas. En ese sentido Isabel Miranda se mostró como heroína al supuestamente resolver el caso de su hijo y fundó la organización Alto al Secuestro.

El exetarra publicó al menos 30 artículos relacionados con el caso. Por ello, en varias ocasiones fue amenazado por anónimos en su blog.

La detención

En México, la vida de Luis también ha tenido sus dificultades:?el 20 de mayo de 2011, a las 5 de la mañana, cuando se disponía a trabajar en su taxi, fue detenido por una unidad de la Policía Federal Ministerial. El delito: posesión de arma exclusiva de las Fuerzas Armadas. También era investigado por la Procuraduría General de la República por posibles delitos de delincuencia organizada y terrorismo.

Según la versión de quien lo detuvo, encontraron un fusil de asalto del Ejército en el comedor de la casa de Ipiña Doña. De igual forma, fue relacionado con Juan Carlos Recarte, presunto etarra detenido en México meses antes. De acuerdo con su abogado, el arma fue sembrada por la misma Procuraduría General de la República. Su departamento fue saqueado por las autoridades y su blog en internet fue cerrado.

Ipiña Doña permaneció hasta finales de octubre de 2012 en el penal de Chiconautla, en el Estado de México. Finalmente se desecharon las supuestas pruebas en su contra. En la cárcel, sus amigos le apodaban, irónicamente, el Español

Hasta la fecha, Ipiña no sabe qué motivó su detención: si su pasado como etarra para tratar de desestabilizar el proceso de paz en el País Vasco o la influencia de Isabel Miranda sobre las autoridades mexicanas para que dejara de publicar cosas sobre el caso Wallace en su blog.

Ahora, el exetarra escribe el libro Tras las rejas de Chiconautla, en el cual narra su historia y la de otras personas que han padecido el encierro en una de las cárceles más hacinadas del país, donde meten a 60 personas en celdas para 12.

Al mismo tiempo maneja un taxi Derbi modelo 2006 al Norte de la Ciudad. Como no es de su propiedad, paga 250 pesos diarios al dueño por la renta del auto. Por ello trabaja desde las 5 de la mañana hasta la tarde-noche. Una labor de más de 12 horas.

A la fecha sigue considerando que la lucha de su organización es justa, debido a la represión que aún ejerce el Estado español contra su pueblo. No obstante, se muestra optimista respecto al futuro político de su tierra natal.

La historia de Euskadi Ta Askatasuna parece ser la misma que la de Luis Miguel Ipiña Doña. Nacieron en la misma década, mantienen su nacionalismo y convicciones, han tenido momentos convulsos, han padecido la represión y la cárcel. Ahora luchan por alcanzar sus objetivos en paz: la paz que puede dar el desarme de la organización, y la paz que pretende conseguir en su vida un escritor tras el volante de un taxi.

 

Rogelio Velázquez

[ENTREVISTA]

 

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Contralínea 444 / del 06 al 12 de Julio 2015

 

  

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