Kitty Stapp/IPS
Organización de las Naciones Unidas, Nueva York, Estados Unidos. Los desastres naturales ya son una realidad para millones de personas en distintas partes del mundo y los pronósticos no hacen más que empeorar las perspectivas.
Desde fuertes tifones, pasando por inundaciones y sequías, hasta deslizamientos de terreno, todos son episodios que tienden a ampliar las desigualdades ya existentes entre y dentro de los países y a dejar a las personas más pobres literalmente sin nada.
Sólo en 2013, tres veces más personas perdieron su hogar por desastres naturales que por la guerra, según un nuevo informe del Instituto para el Liderazgo en Sostenibilidad, de la británica Universidad de Cambridge.
El documento, que recomienda incorporar un seguro de riesgo accesible a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que entrarán en vigor a fines de este año, considera que se trata de una cuestión de derechos humanos.
“Los Estados y otros actores tienen el deber de proteger el derecho humano a la vida, al sustento y a la vivienda de sus ciudadanos, quienes pueden estar en riesgo por peligros naturales si la exposición es alta y la resiliencia baja o inadecuada”, señala la autora del informe, Ana González Peláez.
“El seguro es un elemento esencial en la construcción de resiliencia, y para que éste pueda funcionar de forma adecuada es necesario crear un marco normativo”, explicó.
Por lo menos parte de esos recursos pueden destinarse a las medidas de adaptación que los países discutirán en París, indicó, refiriéndose a la 21 Conferencia de las Partes (Cop 21) de la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (CMN UCC) que se realizará en diciembre.
A principios de junio pasado, el Grupo de los Siete (G7) países más ricos se comprometió a asegurar a unas 400 millones de personas en situación vulnerable contra riesgos vinculados al cambio climático. Eso puede lograrse mediante una combinación de sistemas de seguros público, privado, mutual o cooperativo.
El gerente del programa de ClimateWise, Tom Herbstein, entre cuyos miembros tiene a 32 de las principales compañías de seguros, dice que muchas de ellas exploran formas de ampliar la cobertura en los mercados emergentes y a las comunidades vulnerables.
Eso incluye utilizar pronósticos climáticos de largo plazo para sustentar la cobertura de los pequeños agricultores con la African Risk Capacity, creada para ayudar a los miembros de la Unión Africana a responder a los desastres naturales.
“Pero entrar a esos mercados supone muchos desafíos”, precisa Herbstein en diálogo con Inter Press Service (IPS). “Entre ellos, la distribución de modelos inadecuados para productos con prima baja; falta de datos actuariales históricos; población con dificultades para comprender productos financieros de los cuales nunca obtendría un beneficio; y una inseguridad política y normativa generalizada”, acota.
Por último, indica, si la cobertura de las comunidades pobres se va a incorporar “será necesaria la coordinación entre aseguradoras, dirigentes políticos, reguladores y otros actores a fin de reducir los riesgos, vale decir los costos, asociados al ingreso en ese tipo de mercado nuevo y desafiante”, añade.
Peláez señala que los microseguros también avanzan en la estrategia de incorporación de grandes aseguradores comerciales como Alliance y Swiss Re.
En enero de 2015, un consorcio de ocho instituciones globales anunció la creación de Blue Marble Microinsurance, una entidad formada para abrir mercados y ofrecer protección de riesgos en países en desarrollo y de pocos recursos.
Ya se han obtenido logros. Tras el tifón Haiyan, en octubre de 2013, CARD Mutual Benefit Association de Filipinas pagó a casi 300 mil clientes afectados por la catástrofe en los primeros 5 días que siguieron al episodio.
Pero algunos especialistas en desastres también sostienen que más vale prevenir que lamentar, y que aun las mejores intenciones pueden arrojar resultados mediocres.
Haití es el principal ejemplo. Hace más de 5 años, un terremoto brutal sacudió a ese país caribeño, que ya era el más pobre de la región, y dejó a más de 230 mil personas muertas.
Un año después, el Comité Internacional de la Cruz Roja dio inicio a un proyecto multimillonario llamado Lamika para reconstruir las viviendas dañadas o destruidas, y reunió casi 500 millones de dólares en donaciones. Pero según una investigación realizada este año por ProPublica, sólo se construyeron seis casas.
La directora ejecutiva del Instituto de Recuperación de Desastres (DRI, por su sigla en inglés), Chloe Demrovsky, dice que ayudar a las comunidades locales enseguida después del desastre nunca será tarea simple. “El mayor error es esperar a que ocurra algo para responder”, indica a IPS.
“Muchos desastres podrían prevenirse concentrándose en la preparación previa de las comunidades. Cada desastre presenta desafíos únicos, por lo que no existe la posibilidad de aplicar un enfoque común para todos”, explica. “Por ese motivo, la idea de promover la resiliencia gana terreno frente a enfoques tradicionales de reducción del riesgo de desastre. Resiliencia se refiere a la capacidad de recuperarse de un golpe”, subraya Demrovsky.
“La resiliencia de una comunidad en términos de recuperación tras un desastre depende de los recursos, del nivel de preparación y de la capacidad organizativa de la comunidad. Las comunidades fuertes se recuperan más rápido”, acota.
El concepto de “continuidad operativa” es un elemento clave en la construcción de sistemas resilientes, prosigue Demrovsky.
“Las comunidades vulnerables siempre son las más golpeadas cuando hay un desastre a gran escala y es importante que el gobierno despliegue suficientes recursos y rápido para ayudar en la recuperación. Si el sector privado está bien preparado, eso reducirá la carga sobre el Estado y le permitirá concentrar recursos en las comunidades más perjudicadas”, añade. “El sector privado debe estar incluido en cada etapa del proceso para que sea un recurso, en vez de un potencial detractor de los grandes objetivos de mejorar nuestro enfoque respecto de la asistencia frente a un desastre”, puntualiza.
Es más útil ofrecer donaciones en efectivo que enviar bienes materiales, y es preferible dar a una organización local que a una internacional de renombre, observa.
“Las organizaciones locales están acostumbradas a trabajar en la comunidad, comprenden su sistema único y están capacitadas para identificar más rápido las necesidades. Como son locales, permanecerán en el área por mucho tiempo, aun después de que el flujo original de ayuda comience a menguar”, precisa Demrovsky.
“Finalmente, necesitamos aprender de las experiencias pasadas y comenzar a prepararnos para el próximo desastre antes de que ocurra. Muchas tragedias se pueden evitar con un buen plan. Las cosas pasan, pero los desastres son producidos por actividades humanas”, recuerda. (Traducción de Verónica Firme)
Kitty Stapp/IPS
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