La reunión de la coalición anti-Daesh realizada en Washington 22 y 23 de marzo estuvo muy lejos de ser una muestra de unidad. En apariencia, los 68 miembros de esa coalición reafirmaron su voluntad de luchar contra esa organización terrorista. En realidad, lo que hicieron fue exponer sus profundas divergencias.
El secretario de Estado Rex Tillerson recordó a sus socios que el presidente Donald Trump se comprometió ante el Congreso de Estados Unidos a acabar con el Emirato Islámico (Daesh) y no a limitarse a reducirlo, como pretendía hacer la administración Obama. A la vez que hacía ese recordatorio, y sin aceptar discusiones, Tillerson puso a los demás miembros de la coalición ante hechos consumados.
Primer problema: si ya no se trata sólo de desplazar a los yihadistas sino realmente de liquidarlos, ¿cómo podrán los europeos, sobre todo los británicos, salvar a “sus” yihadistas?
El secretario de Estado Tillerson y el primer ministro iraquí Haider al-Abadi, presentaron un balance de la batalla de Mosul. A pesar de las muestras públicas de satisfacción, es evidente para todos los expertos que los combates por Mosul están llamados a durar aún por largos meses dado el hecho de que en esa ciudad iraquí prácticamente cada familia tiene al menos uno de sus miembros enrolado en las fuerzas de Daesh.
En el plano militar, la situación en Raqqa es mucho más simple. En esa ciudad siria los yihadistas son extranjeros. La prioridad sería entonces comenzar por cortarles el aprovisionamiento y después separarlos de la población siria.
Segundo problema: el ejército de Estados Unidos debe obtener previamente la autorización del Congreso, y también la autorización de Damasco, para desplegarse en Siria. Los generales James Mattis –secretario de Defensa– y John Dunford –jefe del Estado Mayor Conjunto estadounidense– han tratado de convencer a los congresistas, pero nada garantiza que obtengan esa autorización. Habrá entonces que negociar con Damasco y, por tanto, aclarar cierto número de cosas.
A la pregunta de los europeos sobre lo que Washington haría con Raqqa después de la liberación de esa ciudad, Rex Tillerson respondió enigmáticamente que haría regresar la población desplazada o refugiada. Los europeos sacaron como conclusión que, dado que esa población es masivamente favorable al gobierno de Damasco, la intención de Washington sería devolver ese territorio a la República Árabe Siria.
Al hacer uso de la palabra, el ministro de Exteriores de Portugal, Augusto Santos Silva, señaló que esa proposición contradecía lo que se había decidido anteriormente. Y afirmó seguidamente que los europeos tienen el deber moral de continuar su esfuerzo por proteger a los refugiados que huyeron de la «dictadura sanguinaria». Eso da a entender que, después de ser liberada de los yihadistas, Raqqa no sería todavía una zona segura, ya que el Ejército Árabe Siria sería peor que el Emirato Islámico (Daesh).
No es por casualidad que los europeos optaron por el representante de Portugal para hacer esta intervención. El actual secretario general de la ONU, Antonio Guterres, fue primer ministro de Portugal y tuvo a Santos Silva entre los miembros de su gobierno. Guterres también fue presidente de la Internacional Socialista, organización totalmente controlada por las estadounidenses Hillary Clinton y Madeleine Albright. En otras palabras, Guterres es la nueva fachada en la ONU del embajador estadounidense Jeffrey Feltman –a cargo de los “asuntos políticos” en la organización internacional– y del clan belicista.
Tercer problema: Todos parecen de acuerdo para liberar Raqqa de Daesh, pero –según los europeos– no para restituirla a Damasco, de ahí las maniobras de Francia en el terreno.
Inmediatamente después del encuentro de Washington, los yihadistas atrincherados en Yobar –un barrio en la periferia de Damasco– iniciaron una ofensiva hacia el centro de la capital. Y los de la provincia de Hama emprendieron ataques contra aldeas aisladas. Quizás se trata para ellos de un intento desesperado por obtener un premio de consuelo en Astaná y Ginebra antes de que termine la partida. Pero es también posible que sea una estrategia coordinada por Londres con París.
En este último caso, seguramente veremos una gran operación de las potencias coloniales en Raqqa. Londres y París decidirían atacar Raqqa antes de que esté completamente cercada, propiciando así la huida de Daesh, o sea obligando a los yihadistas a desplazarse nuevamente y salvándolos con ello del exterminio. Daesh se replegaría entonces hacia la frontera turca y sería la fuerza que podría liquidar a los kurdos por cuenta de Recep Tayyip Erdogan.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÍON: INTERNACIONAL]
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