Las medidas preventivas anunciadas por la Comisión de Cambios (CC), integrada por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) y el Banco de México (Banxico), es decir, por Luis Videgaray y Agustín Carstens, para tratar de enfrentar la inestabilidad del mercado de divisas y la depreciación nominal del peso ante el dólar estadunidense –10 por ciento en lo que va del año, hasta el 5 de agosto; 25 por ciento desde el inicio de la segunda mitad de 2014, cuando comenzó el desplome de los precios y los ingresos petroleros, según datos del banco central–, son dignas de las doctas y legendarias reflexiones del segundo, cuando entonces despachaba en la SHCP.
En 2008, Carstens dijo proverbialmente, ante la catástrofe estadunidense que se iniciaba, que a la economía mexicana sólo “le dará un catarrito y no una pulmonía, como antes”. Justo cuando implosionó Wall Street, el corazón financiero de la mundialización neoliberal, sus efectos devastadores se extendieron rápida y prodigiosamente por los vasos comunicantes de los circuitos monetarios globales hacia todos los rincones del mundo, concentrándose en Europa con particular furia, y hundieron al sistema capitalista en su peor desastre productivo (recesión y deflación) desde la gran recesión de la década de 1930.
En esa ocasión, Carstens adoctrinó doctoralmente: “Tenemos recursos de la reforma fiscal y del petróleo”. Orondo, descartó el alza de los réditos, merced a la “buena conducción de la política monetaria, el tipo de cambio flexible, la disciplina fiscal y la inflación baja”. “Además –agregó–, se ha fortalecido el peso. Por tanto, remata: “No hay razón para que haya un movimiento abrupto contra nuestra moneda”.
Por si las dudas, para atender el dichoso “catarrito”, recomendó su terapia favorita de siempre: recortar gastos públicos innecesarios, y convocaba a las familias a “hacer lo mismo, ser más racionales”.
A mediados de 2007, la Reserva Federal estadunidense, para enfrentar el derrumbe, empezó a reducir gradual y sistemáticamente la tasa de interés de fondos federales (que los bancos se cobran entre ellos al prestarse dinero –fondos federales– y es fijada por el Comité Federal de Mercado Abierto, de la Reserva, y por medio de sus cambios se busca modificar la oferta de dinero en el mercado, su costo). Entre junio y diciembre de 2007 bajó de 5.25 a 4.25 por ciento. Al cierre de 2008 cayó a 0.16 por ciento; en promedio anual, descontando la inflación, fue negativa en 1.5 por ciento.
A contracorriente, el Banco de México, en ese entonces regenteado por Guillermo Ortiz, decidió elevar su tasa objetivo (para las operaciones de fondeo interbancario a 1 día) de 7.5 por ciento a 8.2 por ciento, entre enero y diciembre de 2008. Los Certificados de la Tesorería (Cetes) a 28 días pasaron de 7.4 por ciento a 8.2 por ciento. Sólo en 2009, ante los síntomas recesivos de la economía, la primera tasa bajó a 4.5 por ciento en julio, nivel que se mantuvo hasta marzo de 2013, y la otra a 4.5 por ciento al cierre de 2009. La “disciplina” fiscal redundó en la pérdida del superávit de 2007 y en un déficit creciente en 2008 y 2009, con el recorte del gasto programable en este último año, y en un deterioro nominal del tipo de cambio en 27 por ciento en 2008, al pasar de 10.92 pesos por dólar a 13.93.
El vendaval terminó por arrastrar a la onírica ínsula mexicana y enterrarla en la recesión de 2009 (-5.8 por ciento), la peor desde 1932 (-14.8 por ciento), en plena depresión internacional.
Decía Marx: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”.
Desconsolado, Carstens dijo después del diluvio: “Ya no voy a hablar en términos médicos. Soy doctor en economía, no en medicina”.
Aunque, en sentido práctico, no parece ser ni lo uno ni lo otro.
Ante el enésimo ciclo de volatilidad cambiaria desestabilizadora queda el consuelo de… Enrique Peña Nieto, autoproclamado enemigo de los “populistas” progresistas y socio de los “populistas” de derecha: a pesar de que no se alcanzaran los niveles económicos “que queremos”, hay otros países del mundo “a los que les ha ido peor”.
Algunas de las medidas de la línea de defensa de la paridad fueron especificadas públicamente por la CC el pasado 22 de mayo y 30 de julio: la reducción en el ritmo de acumulación de las reservas internacionales hasta el 29 de septiembre, en una proporción equivalente a una tercera parte de la acumulación neta esperada para los 12 meses siguientes a mayo de 2015; el aumento de los dólares subastados sin precio mínimo, de 52 millones a 200 millones; el mantenimiento de las subastas diarias con precio mínimo por un monto de 200 millones de dólares, cuya cotización será equivalente al tipo de cambio FIX determinado el día hábil anterior incrementado en 1 por ciento. Ambas subastas se mantendrán vigentes entre el 31 de julio y el 30 de septiembre del año en curso. El tipo de cambio FIX es fijado por el banco central los días hábiles bancarios con base en un promedio de las cotizaciones representativas del mercado de cambios al mayoreo para operaciones liquidables el segundo día hábil bancario siguiente, y es anunciado a partir del medio día.
En un régimen de tipo de cambio flexible o de libre flotación como el impuesto a finales de 1994 –en sustitución de la fracasada y la traumática experiencia de la banda de flotación con microdevaluaciones administradas (1991-1994), de Pedro Aspe, responsable de la hecatombe de ese año–, donde el precio de la moneda es fijado por la oferta y la demanda de divisas, el banco central vende dólares de las reservas internacionales para generar la liquidez requerida que contrarreste la escasez de divisas que presiona y deprecia la paridad. Despeje la inestabilidad y la incertidumbre. Facilite el ajuste ordenado del mercado, sin buscar un nivel definido de la paridad, y atempere la vulnerabilidad de la economía ante choques externos. Evite el aumento de las tasas de interés y genere tensiones inflacionarias y en las cuentas externas, entre otros males, que pondrían en riesgo las metas de política económica, las reformas estructurales y al propio modelo económico.
Al menos así rezan los documentos del Banxico, y Manuel Ramos Francia, subgobernador del organismo, complementa la zaga: “Ha habido una depreciación, sí, complicada, pero ordenada, y los costos, en términos de impacto económico”, no han sido fuertes. “El punto es cómo nos estamos depreciando; imagínate esta depreciación con más volatilidad”.
En el consuelo peñista, Ramos añade: varias monedas se han depreciado. “Es un movimiento generalizado”. Según él, el peso sólo se ha depreciado 13 por ciento en lo que va de 2015.
Cuantitativamente, la defensa de la estabilidad del peso es reforzada en la retaguardia por los recursos de las reservas internacionales –190.8 mil millones de dólares (mmd) acumulados al cierre de julio– y la línea de crédito flexible negociada con el Fondo Monetario Internacional –70 mmd–. Un escudo financiero por un total de 260 mmd. Una cantidad nada despreciable para intentar eludir la estampida masiva de capitales. Aunque nada garantiza el éxito de la estrategia ante un puñado de especuladores enfermos de los nervios.
“En tiempos de crisis es mejor encender una vela que maldecir en la oscuridad”, dijo Carstens. A eso se reduce el programa de subastas de dólares: a una simple vela.
Técnicamente, equivalen al tratamiento de los síntomas de una grave enfermedad con antipiréticos. Con aspirinas. Cada ciclo de ataque especulativo, de inestabilidad y volatilidad cambiaria, se enfrenta con los simples paliativos de venta de dólares para una enfermedad que genéticamente está asociado a la arquitectura del modelo económico neoliberal.
El gobierno y los analistas del sector privado afirman que la debilidad y la depreciación del peso se deben, fundamentalmente, a factores externos.
Según el Banxico: “si bien las reducciones recientes en el precio del petróleo jugaron un papel en la depreciación de la moneda nacional, se puede decir que el factor que más importa, que explica dicha depreciación, es la expectativa de incrementos inminentes en la tasa de interés de Estados Unidos”.
A finales de julio, Carstens señalaba que “estamos en el proceso de enfrentar un periodo que puede ser turbulento”, el cual está “asociado a las acciones de la Reserva Federal”. Sin embargo, en su irredento optimismo, el doctor experto en velas cree atisbar a la distancia del oscuro túnel una tiritante flama (ojalá que no sea el faro de un ferrocarril) que, “al final, el peso podría verse favorecido, porque la Reserva Federal estaría apretando su política monetaria porque tiene la convicción de que la recuperación económica en Estados Unidos está siendo más fuerte”.
En la lógica de Carstens, ese mal redundaría en un beneficio: el alza de la tasa de referencia de la Reserva se debería a la combinación de cuando menos tres elementos: un mejor crecimiento estadunidense, un mayor empleo y un bajo nivel de inflación, lo que redundaría en el aumento de las exportaciones mexicanas que estimularía la expansión económica local.
De cualquier manera, algo perturba a Carstens y que, como buen alumno de Milton Friedman, siempre le altera el sueño: la pesadilla de la “dinámica perversa” de los precios. “Si la depreciación nos está generando movimientos en las expectativas de inflación tomaremos las medidas correspondientes, también lo tomaremos cuando la Reserva tome sus acciones”.
Es decir, con o sin presiones inflacionarias, de todos modos el Banxico elevará los réditos en simetría a lo que decida la Reserva, por una sencilla razón: mientras no se apliquen localmente regulaciones a los movimientos de capitales, lo que se verá es la continuidad de la dinámica especulativa en los mercados de divisas, de dinero y bursátil, merced a la estampida en manada de los inversionistas financieros de corto plazo que sólo buscan la máxima rentabilidad, el diferencial ofrecido entre un país y otro. Quien pague más beneficios, ése será el elegido.
Por tanto, el banco central alimentará gustosamente a los buitres financieros con mayores réditos.
En manada, los banqueros centrales del mundo también ajustarán sus tasas de interés de referencia.
Aunque ello implicará, en el caso de México, encarecer el costo del crédito, afectar el consumo, la inversión, las deudas, y hundir más al gobierno peñista en la ciénaga del estancamiento y la recesión.
Los economistas de los empresarios coinciden que la volatilidad de la moneda se debe a factores externos. Todos resaltan la incertidumbre existente alrededor de las decisiones de la Reserva Federal o el desplome de los precios del petróleo. Los más “refinados” vislumbran otros elementos adicionales en sus respectivas bolas de cristal económicas.
Del lado externo, pueden citarse la crisis griega; el desplome bursátil chino (alrededor de 30 por ciento desde junio) y el temor a una posible crisis inmobiliaria en ese país, así como la ralentización de su economía (su crecimiento podría ubicarse en 7 por ciento o poco menos en 2015 y 2016, su tasa más baja en 24 años y distante de las de poco más de 10 por ciento registrada en un amplio periodo), lo que ha afectado sus exportaciones e importaciones en alrededor de 15 por ciento y 13 por ciento, en cada caso, afectando a países como Argentina o Brasil, que se encuentra en recesión; la caída de los precios de otras materias primas (metales, por ejemplo) y de los alimentos.
Algunos de esos analistas consideran que la economía mexicana contribuye a la debilidad de la moneda: el sonoro fracaso de la primera licitación de la Ronda Uno petrolera reprivatizadora; el deterioro de las finanzas públicas: la caída de los ingresos del Estado y el ostensible aumento del déficit fiscal y de la deuda pública; los síntomas de una nueva fase recesiva de la economía mexicana.
Aún así, Mario Correa, economista en jefe para México de Scotiabank, ha sostenido que “los fundamentos macroeconómicos de México son razonablemente buenos, aunque respecto a lo que teníamos hace pocos años han tenido algún deterioro, como la posición fiscal del gobierno”.
Raras veces esos analistas y el gobierno explican qué entienden por “fundamentos macroeconómicos” sólidos o razonables.
¿Se refieren acaso al cuasi equilibrio fiscal o la baja inflación que desde 1983 asfixian al crecimiento desde la cuna?
En su artículo “Lo que no hizo México para evitar una tormenta financiera” (publicado en la revista Expansión el 6 de agosto pasado), Alfredo Coutiño, director para América Latina de Moody’s Analytics, se queja porque la política económica peñista es cojitranca: “México está enfrentando la volatilidad financiera de manera ineficiente e incompleta. Todo el costo del ajuste se está cargando al tipo de cambio. El renunciar al uso del amortiguador doble le está costando al país reservas internacionales cuyo drenaje podría poner en riesgo la estabilidad financiera.
El país, agrega Coutiño, “está caminando en medio de la tormenta financiera con sólo una pierna: el tipo de cambio. La otra pierna, la tasa de interés, la han inmovilizado las autoridades monetarias bajo el argumento de que les costaría más desamarrarla. Por lo tanto han preferido cargarle al peso todo el costo de la volatilidad. México podría haberse defendido mejor del temporal financiero si hubiera utilizado el tipo de cambio y la tasa de interés de tal manera que el impacto de la volatilidad se habría distribuido entre las dos variables. Así, el peso no se habría depreciado tanto ya que la tasa de interés habría absorbido parte del choque externo”.
A juicio de Coutiño, el exceso de liquidez global bombeado a raíz de la recesión del 2008-2009, el peso mexicano se revaluó en 25 por ciento y la tasa de interés se redujo en 5.25 puntos porcentuales, hasta la tasa de 3 por ciento. Pero estos movimientos de dinero barato y abundante eran artificiales, temporales, y ahora tendrá que regresarse a la normalidad de la escasez y del financiamiento caro. Todo dependerá cuál sea en nivel de las tasas que fije la Reserva Federal. Mientras más se retrase el alza de los réditos, en tanto se mantenga esa “pierna amarrada”, más costoso será el ajuste (www.cnnexpansion.com/economia/2015/08/03/mexico-camina-en-una-tormenta-financiera-con-solo-una-pierna).
Sin embargo, la propuesta de Coutiño implica una ganancia por partida doble a los apostadores del casino financiero mexicano y de otras latitudes. En especial para los tiburones, expertos en nadar en aguas turbulentas, en generar ciclos especulativos artificiales.
De hecho, así sucederá. Recuérdese la amarga experiencia de la libra esterlina, derrumbada por el salvaje ataque especulativo de George Soros, en 1992, que le permitió embolsarse alrededor de 1 mil millones de dólares en 24 horas. O la del peso mexicano y argentino, el rublo y otras tantas monedas. Al desplome monetario le ha seguido el alza tardía de las tasas de interés. Un bocadillo adicional.
Los especuladores de 2015 ya han ganado en su apuesta en contra del peso y otras divisas. Y ganarán más con el alza de los réditos, porque los países subdesarrollados, conocidos con el eufemismo de “emergentes”, tendrán que pagar más intereses que los pagados en Estados Unidos y en otros países desarrollados, para tratar de evitar que la salida de capitales los desfonden.
Los costos los pagarán los consumidores, los productores, los deudores, los importadores y la economía en su conjunto.
México sufre las consecuencias de su subordinación pasiva a la zona de influencia del dólar estadunidense, agravadas por el empecinamiento de no imponer regulaciones a los flujos de capitales especulativos, de corto plazo (impuestos, tiempo de permanencia, monto de capitales repatriados, entre otras medidas), con el objeto de “arrojar arena en las ruedas” de la especulación, como ha propuesto desde 1978 James Tobin, Premio Nobel de Economía 1981.
Sería como aplicar una “tasa al pecado” para a castigar una actividad que provoca costos sociales y económicos inaceptables para la mayoría, agregaría, en 2000, Robin Round, de la Iniciativa Halifax, con sede en Vancouver, Canadá.
Cualquier cambio en la política monetaria instrumentado por la Reserva Federal, en el sentido que sea, se sobredimensionará en los mercados locales, de cambios, bursátil y de dinero. Esa desestabilización monetaria-financiera se transmitirá después, más temprano que tarde, sobre el sector real de la economía, las cuentas externas, las finanzas públicas, las condiciones de vida de la población.
En una perspectiva más amplia, al ocupar el dólar estadunidense el papel de moneda de reserva y de uso para las transacciones mundiales, como expresión de la hegemonía de ese país en el sistema capitalista, todo cambio o gesto de la Reserva Federal se transmitirán hacia todos los rincones del mundo, y obligará a las otras monedas a revaluarse o devaluarse.
En la gráfica 1 se muestra los cambios de la relación nominal del dólar con otras monedas. Enrique Peña Nieto señalaba que México libraba mejor la guerra de las monedas. La aseveración, empero, es parcialmente cierta, sin dejar de reconocer que las paridades de Brasil, Colombia o Turquía han sido las más castigadas hasta el momento.
En las gráficas 2 y 3 se muestra el comportamiento del peso mexicano. En 2010, 2011 y 2013 se revalúa frente al dólar. El promedio anual nominal se deprecia 4.2 por ciento en 2014 y 14 por ciento hasta el 5 de agosto de 2015.
El proceso de deterioro del peso prácticamente se inició a finales de mayo. El último día de ese mes la paridad era de 12.85 pesos por dólar. Para el 5 de agosto se ubicaba en 16.38 pesos por dólar. Eso significa una depreciación de 24.5 por ciento. Más adelante podría superar los 17 pesos por dólar. El nivel máximo es incierto.
La revaluación se explica por el ingreso de capitales, debido a que la Reserva Federal baja la tasa efectiva de fondos federales para enfrentar el colapso financiero. Entre los meses de julio de 2006 y 2007 ésta es de 5.24 por ciento y 5.26 por ciento. A partir de octubre a menos de 1 punto porcentual y desde ese momento promedia una tasa de 0.14 por ciento. Actualmente es de 0.13 por ciento.
La depreciación es consecuencia del riesgo del aumento de dicha tasa, la cual, quizá inicie ese ciclo en septiembre o lo que resta del año. Algunos estiman que podría subir gradualmente hasta instalarse en alrededor de 4 puntos porcentuales. Cuando llegue el día fatal, otras tasas, como los bonos del gobierno federal estadunidense, también iniciarán su tendencia ascendente. De hecho, las tasas pagadas por los bonos de 1 a 10 años, muestran una modesta alza desde finales de 2014, propiciando el reacomodo de los flujos de capital hacia esa nación.
En parte, esa situación también se debe a la caída de los precios del petróleo en el segundo semestre de 2014. Pero desde finales de septiembre del mismo año, se añadió el temor del aumento de los réditos, que en cualquier momento puede decretar la Reserva Federal.
Desde ese momento, la esquizofrenia especulativa se instaló en los mercados financieros y, a cada tanto, estallan los ataques de histeria.
La volatilidad y vulnerabilidad del peso refleja la limitada capacidad de las subastas de dólares, por no decir su inutilidad. En un mercado donde se estima que se negocian poco más de 20 mil millones de dólares, los efectos de los dólares vendidos por el banco central resultan marginales. Desde la puesta en marcha de ese instrumento de intervención en el mercado de divisas (no es tan “libre” como se dice), en 2006, no se observan resultados alentadores.
Los esfuerzos por mantener la estabilidad cambiaria son importantes para los programas económicos anuales. En 2015 se estima una paridad media de 13 pesos por dólar, contra la de 13.1 por dólar de 2014. Es decir, se había proyectado una revaluación marginal para tratar de lograr la meta de precios: 3 por ciento, +-1 punto porcentual. Para inicios de agosto, es de 15.26 pesos por dólar, 17 por ciento más alto de la meta programada.
Al desfondarse la paridad también desfondó el tercer año peñista.
Marcos Chávez M*
*Economista
[BLOQUE: ANÁLISIS]
[SECCIÓN: ECONÓMICO]
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