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Ecuador: ¿la (contra) Revolución Ciudadana?

Publicado por
Prensa Latina

Lenín Moreno, flamante presidente de Ecuador, rompe ya con su antecesor: el líder latinoamericano Rafael Correa. Por lo que puede verse, no se trata sólo de un intento de Moreno de construirse una imagen y un estilo propios. Al parecer, buscará revertir los principios de la llamada Revolución Ciudadana y abrirle paso, de nueva cuenta en el país y luego de 10 años, al neoliberalismo

Quito, Ecuador. En la segunda vuelta (balotaje), realizada en Ecuador el 2 de abril de 2017, triunfó el binomio de Alianza País (AP) Lenín Moreno/Jorge Glas sobre el de Guillermo Lasso/André Páez, patrocinado por Creando Oportunidades/Sociedad Unida Más Acción (Creo/Suma). La diferencia fue mínima: 51.16 por ciento (5 millones 62 mil 18 votos) a favor de Moreno/Glas y 48.84 por ciento (4 millones 833 mil 389 votos) para Lasso/Páez.

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Ese triunfo alivió a los partidarios de la Revolución Ciudadana, que incluso dudaban sobre la posibilidad de derrotar a la otra candidatura directamente ligada con los intereses de la banca y  las derechas del país.

El triunfo también alivió a las fuerzas democráticas y progresistas de América Latina, que comprendieron que en Ecuador se jugaba el futuro del progresismo y de la nueva izquierda en la región. Se entendió que habían sido derrotadas las estrategias imperialistas encaminadas a los “golpes blandos”; que fueron golpeadas las derechas internas tanto como aquellos medios convertidos en voceros ideológicos del “anticorreísmo”, pero que también volvieron a quedar malparados esos minoritarios aunque bulliciosos círculos de las viejas izquierdas, en cuyas filas incluso surgió un sui géneris marxismo pro-bancario.

Todavía como candidato presidencial, Lenín Moreno llegó a expresar: “Querido Rafael: ya Jorge lo dijo, el mejor presidente que ha tenido el Ecuador. Que superemos la obra de Rafael Correa Delgado va a ser muy difícil; pero Rafael: lo vamos a intentar; y muy posiblemente lo vamos a lograr”. Y después del 24 de mayo, una vez posesionado como presidente, Moreno expresó: “Rafael, que tengas un buen viaje; que Dios te bendiga; y que bendiga a toda tu familia. Gracias, a nombre del pueblo ecuatoriano, por todos los logros de esta década, principalmente en beneficio de los más pobres y desprotegidos. ¡La Revolución continúa! ¡La Revolución sigue adelante!”.

El equipo ministerial, con el que se inició el gobierno, incluyó a varias personas que habían colaborado con el expresidente Correa; pero otro segmento era de nuevos funcionarios y varios de ellos ligados a la empresa privada. Además, en las elecciones para la Asamblea Nacional de 137 miembros, AP obtuvo la mayoría, con 74 asambleístas, lo que garantizó una holgada identidad entre Ejecutivo y Legislativo. Sin embargo, pese a tan auspiciosos momentos, con el transcurso de las semanas ocurrieron una serie de acontecimientos que sembraron inquietud en el mundo latinoamericano.

En el plano político, el presidente Lenín Moreno enfatizó en un nuevo estilo y convocó a un amplio diálogo nacional, que incluyó a sectores de la oposición, lo cual generó las primeras críticas del expresidente Correa. “Revolución es luchar por la paz”, contestó Moreno, quien habló de tolerancia y respeto, e incluso llegó a decir: “ahora se respira libertad y eso es maravilloso, de a poco, toda la gente va a ir abandonando ese comportamiento ovejuno y a respirar esta libertad nueva”.

Independientemente de las palabras en juego, el problema es que los opositores de derecha e izquierda, permanentemente han movilizado una serie de conceptos contra el “correísmo”, tildándole de autoritario, caudillista, populista, conculcador de libertades, intolerante; pero también han combatido a los asambleístas de AP, a quienes han calificado como “borregos” que supuestamente estuvieron bajo las “órdenes” de Correa.

En el plano económico, Moreno afirmó que la situación era “muy difícil” y que no había quedado la “mesa servida”, aludiendo con ello a una frase de Correa, quien había argumentado que la economía se hallaba en proceso de lenta recuperación. Pero Moreno también dijo: “Creo que se podía ser un poquito más mesurado el momento de dejar cuentas en mejores condiciones”; y además sostuvo:

“Ahora sabemos que no sólo se gastó en demasía, sino que nos endeudaron. Si seguimos por la misma senda, hipotecaremos el futuro del país”. Aseguró que la empresa privada debía ser el eje de la economía; ofreció revisar el impuesto de plusvalías; y también, al dirigirse al país, sostuvo que no habrá “paquetazo” contra el pueblo, y que en septiembre se conocerían las medidas económicas y el plan para enrumbar a Ecuador en los próximos 4 años de gobierno.

En este campo, el problema conceptual es que desde la oposición, y particularmente desde las cámaras de la producción, se cuestionó, en forma permanente, el “excesivo” gasto público tanto como el “irresponsable” endeudamiento externo; se sostuvo que Correa era “enemigo” de la empresa privada; se atacó el “tamaño” del Estado y su intervencionismo económico; se exigió suprimir impuestos y especialmente el anticipo del impuesto a la renta, el de plusvalías y el de salida de capitales, así como se abogó por la flexibilidad laboral disfrazada como “flexiseguridad empresarial” (http://bit.ly/2sj7gfR).

El expresidente Rafael Correa fue lapidario al sostener: “Es obvio que el 2 de abril derrotamos a la oposición; no estoy muy seguro si ganó la Revolución Ciudadana”.

Un tercer elemento se añadió en la coyuntura con más fuerza política que los anteriores: la corrupción. El escándalo saltó hace meses con los Panamá Papers, a través de los cuales se trató de comprometer al gobierno de Correa. Pero ganó a todo el “Caso Odebrecht” que llevó al enjuiciamiento y prisión de altos funcionarios del gobierno anterior. Finalmente, la beligerante oposición anticorreísta ha tratado de liquidar la presencia del vicepresidente Jorge Glas, quien llegó a ser vinculado por el Fiscal General.

El 2 de agosto, Glas suscribió un comunicado “A la opinión pública” (http://bit.ly/2u4NNlv), con duros términos de cuestionamiento al gobierno de Moreno y sosteniendo su inocencia frente a las acusaciones de corrupción. Le valió la inmediata reacción del presidente Moreno que, de acuerdo con la Constitución, quitó todas las funciones a su vicepresidente.

Estos temas han disparado las inquietudes ciudadanas. Los más contentos con lo que ocurre son las elites económicas junto con toda la gama del “anticorreísmo” de derecha y de izquierda. El clima de “libertad” es saludado como parte del diálogo y aplaudido por aquellos medios que dicen por fin respirarlo. Y en las encuestas más conocidas, Lenín Moreno llegó a una aceptación que bordea el 80 por ciento.

Bajo esas condiciones, no es posible observar y peor pedir que se obre con un mínimo de objetividad y coherencia. Es difícil apelar a la razón analítica y al pensamiento crítico sobre lo que sucede en el fondo de todo.

No hay duda que los casos de corrupción golpearon la imagen del gobierno de Rafael Correa. Pero todos ellos han servido más política que jurídicamente, aprovechando que la ciudadanía exige transparencia y “prisión” para todos los involucrados; pero el juzgamiento corresponde a los jueces y no a las fuerzas políticas y mediáticas, que ya han logrado posicionar “culpables” antes de cualquier sentencia.

Es legítimo que el gobierno de Lenín Moreno busque fijar su propia personalidad; pero lo ha hecho a costa no sólo de diferenciarse con el anterior gobierno, sino rompiendo con él, con Correa y con Glas, lo cual ha provocado el torbellino en que se halla AP, y sin que todavía se pueda prever lo que ocurrirá al interior de este movimiento.

Y este proceso de transición presidencial está caracterizado por la readecuación de fuerzas económicas, políticas y sociales, que pugnan por introducir sus intereses en el gobierno de Moreno, a fin de que el Estado se incline a su favor. Las elites económicas y particularmente las cámaras de la producción, tan conservadoras y atrasadas en el ámbito latinoamericano, apuntan a que se retire el Estado, se revisen los impuestos y se flexibilice el trabajo. Por su parte, los tradicionales dirigentes de los movimientos sociales, así como las izquierdas probancarias, han revivido sus planteamientos corporativistas o dogmáticos, que predominan sobre toda visión nacional.

En esta “lucha de clases”, el futuro inmediato aún es incierto. Pero finalmente, lo que está en juego es la afirmación, o no, de la Revolución Ciudadana, bien sea para ser radical o para ser moderada.

Si se preservan los intereses sociales y populares sobre las elites económicas y políticas tradicionales, se habrá afirmado el ciclo progresista. De lo contrario, América Latina quedará debilitada al cerrarse la era del progresismo de nueva izquierda también en Ecuador.

Juan J Paz y Miño Cepeda*/Prensa Latina

*Historiador y analista ecuatoriano.

[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÓN: INTERNACIONAL]

 

 

Contralínea 556 / del 11 al 17 de Septiembre de 2017

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