Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco, Siria. La ofensiva de los anglosajones (Estados Unidos, Reino Unido e Israel) por el control del mundo se mantiene simultáneamente en dos direcciones: la creación del “Oriente Medio Ampliado” (Greater Middle East) –con los ataques contra Irak, Siria, Líbano y Palestina– y el proceso destinado a separar a Rusia de la Unión Europea mediante la crisis organizada por Washington en Ucrania.
En esta carrera contra el tiempo parece que Washington quisiera imponer el dólar como única moneda en el mercado del gas, la fuente de energía del siglo XXI, como ya lo había hecho anteriormente en el mercado del petróleo.
Los medios de prensa occidentales casi no hablan de la guerra del Donbás y la población de sus países nada sabe sobre la envergadura de los combates, la presencia de militares estadunidenses en Ucrania, la cantidad de víctimas civiles ni la ola de refugiados. Los medios de la prensa occidental sí mencionan, aunque con retraso, los acontecimientos del Magreb y el Levante, pero los presentan como el resultado de una supuesta Primavera Árabe (es decir, en la práctica, de una toma del poder por parte de la Hermandad Musulmana) o como el efecto destructivo de una civilización naturalmente violenta. Y nos dicen que es más necesario que nunca acudir en ayuda de los árabes, incapaces de vivir en paz sin los colonos occidentales.
Rusia es hoy la principal potencia capaz de encabezar la resistencia frente al imperialismo anglosajón. Para ello dispone de tres herramientas: el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), una alianza de rivales económicos que saben que sólo pueden crecer si se ayudan entre sí; la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), una alianza estratégica con China para estabilizar Asia central; y, finalmente, la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva (OTSC), una alianza militar de Estados exsoviéticos.
En la cumbre de Fortaleza, Brasil, realizada del 14 al 16 de julio de 2014, los BRICS dieron el paso necesario al anunciar la creación de un Fondo de Reserva Monetaria –principalmente chino– y de un Banco BRICS como alternativas al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial, es decir, como alternativa al sistema-dólar.
Incluso antes del anuncio, los anglosajones ya habían preparado su respuesta: la transformación de la red terrorista Al-Qaeda en un califato con el fin de orquestar problemas e incidentes entre todas las poblaciones musulmanas de Rusia y China. Prosiguieron su ofensiva en Siria y la extendieron además a Irak y el Líbano. Pero fracasaron en su intento de expulsar a los palestinos de Gaza hacia Egipto y acentuar la desestabilización de la región. Y, como punto final, siguen sin meterse con Irán para dar al presidente Hasán Rouhaní la posibilidad de debilitar la corriente antiimperialista de los khomeinistas.
Consciente de que los dirigentes europeos no están trabajando a favor de los intereses de sus propios pueblos sino en función de los intereses de los anglosajones, Rusia prefirió contenerse y se abstuvo –hasta ahora– de entrar en guerra en Ucrania. Apoya a los rebeldes con armas e información de inteligencia, acoge en su propio territorio a más de 500 mil refugiados, pero se abstiene de enviar tropas y de seguir el juego de la guerra. Y es probable que no intervenga antes de que la gran mayoría de los ucranianos se subleve contra el presidente Petró Poroshenko, aunque eso implique no entrar en el país hasta después de la caída de la República Popular de Donbás.
Ante la guerra económica, Moscú ha optado por responder con medidas similares, pero no en el sector financiero sino en el de la agricultura. Dos consideraciones le llevaron a preferir esa opción: en primer lugar, a corto plazo, los demás países BRICS pueden aliviar las consecuencias de las llamadas “sanciones” mientras que, por otro lado y a largo plazo, Rusia se prepara para la guerra y tiene intenciones de reconstituir completamente su agricultura para vivir en situación de autosuficiencia.
Los anglosajones también han previsto paralizar a Rusia desde adentro. Primeramente, mediante la activación, a través del Emirato Islámico (entonces Estado Islámico de Irak y el Levante), de grupos terroristas en el seno de su población musulmana y también organizando una oposición mediática en ocasión de las elecciones municipales del 14 de septiembre. Importantes sumas de dinero han llegado a todos los candidatos de la oposición en la treintena de grandes ciudades rusas implicadas en esas elecciones, mientras que al menos 50 mil agitadores ucranianos, infiltrados entre los refugiados, están reagrupándose en San Petersburgo. La mayoría de esos individuos tienen la doble nacionalidad ruso-ucraniana. El objetivo es, evidentemente, reproducir en el interior del país las manifestaciones orquestadas en Moscú después de las elecciones de diciembre de 2011 –agregándoles la violencia como nuevo ingrediente– e imponer al país un proceso de revolución de color, al que una parte de los funcionarios y de la clase dirigente sería favorable.
Para lograrlo, Washington ha nombrado un nuevo embajador en Rusia, John Tefft, el mismo que preparó la revolución de las rosas en Georgia y el golpe de Estado en Ucrania.
Para el presidente Vladimir Putin será muy importante poder confiar en su primer ministro, Dimitri Medvédev, a quien Washington esperaba reclutar para derrocarlo.
Teniendo en cuenta lo inminente del peligro, Moscú parece haber logrado convencer a Pekín de aceptar la incorporación de la India, a cambio de la de Irán –pero también las de Pakistán y Mongolia–, a la OCS. Esa decisión debería hacerse pública durante la cumbre programada en Dusambé, capital de Tayikistán, para los días 12 y 13 de septiembre. Eso debería poner fin al conflicto de siglos entre la India y China e implicarlas en una cooperación militar. Ese drástico cambio de la situación, si se confirma, también pondría fin a la luna de miel entre Nueva Delhi y Washington, cuando este último esperaba distanciar a la India de Rusia ofreciéndole acceso a diversas tecnologías nucleares. La incorporación de Nueva Delhi a la OCS constituye también una apuesta por la sinceridad de su nuevo primer ministro, Narendra Modi, sobre quien pesan sospechas de haber estimulado actos de violencia antimusulmana en 2002, en Guyarat, cuando dirigía ese estado de la India.
Por otro lado, la incorporación de Irán, que constituye una provocación para Washington, aportaría a la OCS un conocimiento preciso sobre los movimientos yihadistas y los medios de contrarrestarlos. También en este caso, si se confirma, debe reducir la voluntad iraní de negociar una pausa con el Gran Satán, intención que motivó la elección del jeque Hasán Rouhaní a la Presidencia de la República Islámica. En este caso, la apuesta sería por la autoridad del guía supremo de la Revolución Islámica, el ayatola Alí Jamenei.
La entrada de esos países a la OCS marcaría de hecho el inicio de un cambio de rumbo del mundo, que después de estar encaminado hacia Occidente se encaminaría hacia el Oriente. Pero esa evolución tendría que contar con protección en el plano militar. Ése es el papel de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), conformada alrededor de Rusia pero que no incluye a China. A diferencia de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la OTSC es una alianza clásica, compatible con la Carta de las Naciones Unidas, ya que cada uno de sus miembros conserva la posibilidad de separarse de la OTSC si así lo desea. Y es basándose en esa libertad de los miembros de la OTSC que Washington ha tratado durante los últimos meses de comprar a varios de ellos, como Armenia. Pero la caótica situación que prevalece en Ucrania parece haber enfriado a los que podían soñar con una “protección” estadunidense.
Así que hay que prever un aumento de la tensión durante las próximas semanas.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
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