Damasco, Siria. Occidente está atravesando una crisis sistémica sin precedente: poderosas fuerzas están orientando poco a poco a todos los medios de difusión en una dirección única. Simultáneamente, el contenido de los medios se transforma. El año pasado todavía mostraban cierta lógica y tendencia a la objetividad. Y se aportaban mutuamente la contradicción en una sana emulación. Ahora actúan como manada, basan su coherencia en la manipulación de emociones y arremeten con saña contra las personas a las que denuncian.
La idea de un acuerdo de los medios de difusión es la prolongación del experimento del International Consortium for Investigative Journalism (ICIJ, Consorcio Internacional para el Periodismo de Investigación), un ente que no reúne medios de difusión sino sólo periodistas a título individual y que se hizo célebre publicando información robada en la contabilidad de dos oficinas de abogados de las Islas Vírgenes Británicas, el gabinete PricewaterhouseCoopers (PWC), el banco HSBC y la oficina panameña Mossack Fonseca.
Si bien algunas sacaron a la luz verdaderos delitos de una que otra personalidad occidental, esas revelaciones fueron utilizadas principalmente para desacreditar a dirigentes chinos y rusos. Lo más importante es que, con el pretexto de contribuir a la lucha contra la corrupción, la violación de la confidencialidad de abogados y bancos perjudicó gravemente a miles de clientes honestos sin suscitar reacción alguna de parte de la opinión pública.
Desde hace alrededor de 40 años puede verse un reagrupamiento paulatino de los medios de difusión en trusts internacionales. Hoy en día, más de dos terceras partes de la prensa occidental pertenece a sólo 14 grupos (21st Century Fox, Bertelsmann, CBS Corporation, Comcast, Hearst Corporation, Lagardère Group, News Corp, Organizações Globo, Sony, Televisa, The Walt Disney Company, Time Warner, Viacom y Vivendi). En este momento, la alianza montada entre Google Media Lab y First Draft está creando vínculos entre esos grupos, que ya se hallaban en posición dominante.
En ese acuerdo mediático están además las tres principales agencias de prensa del planeta –Associated Press (AP), la Agence France-Presse (AFP) y Reuters–, lo cual le garantiza una posición hegemónica en materia de información. Es evidente que se trata de un caso de “entendimiento ilícito” [en francés, entente illicite]. Pero su objetivo no es uniformizar precios sino uniformizar las mentes: imponer un pensamiento ya dominante.
Puede observarse que todos los miembros –sin excepción– del acuerdo de Google ya han venido presentando, durante los últimos 6 años, una visión unívoca de lo que sucede en el Oriente Medio ampliado. Pero no existía entre ellos ninguna forma de concertación previa… O no se conocía. Es interesante ver que en ese acuerdo también se encuentran cinco de las seis televisiones internacionales que participaron en el equipo de propaganda de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Al-Jazeera, BBC, CNN, France24 y Sky; sólo parece faltar Al-Arabiya).
En Estados Unidos, Francia y Alemania, Google y First Draft (expresión del inglés que significa “primer borrador” o “versión uno”) han reunido bajo su tutela medios localmente presentes en esos países y medios de alcance internacional, supuestamente para “verificar” la veracidad de ciertos argumentos. Además de que se desconoce quién se esconde detrás de First Draft y qué intereses han llevado a una firma comercial especializada en informática a asumir el financiamiento de esta iniciativa, lo cierto es que el resultado no tiene mucho que ver con un regreso a la objetividad.
En primer lugar, porque las imputaciones que esos entes “verifican” no se seleccionan en función de su importancia en el debate: se seleccionan porque las mencionan individuos a quienes este acuerdo quiere denunciar. Esas verificaciones supuestamente deberían acercarnos a la verdad, pero no es así: lo que hacen es tratar de convencer al ciudadano de que los medios del acuerdo son honestos y que las personas que los denuncian no lo son. El objetivo no es una mejor comprensión del mundo sino destruir la reputación de los individuos “incómodos”.
En segundo lugar, porque una regla no escrita de este acuerdo de medios es que se verifican solamente las afirmaciones de fuentes exteriores a ese acuerdo… Pero sus miembros no se critican entre sí. Lo que buscan es reforzar la idea de que el mundo se divide en dos bandos: “Nosotros” –que decimos la verdad– y “los otros” –obligatoriamente mentirosos.
Esta manera de proceder viola el principio del pluralismo, elemento básico de la democracia, y abre el camino a la imposición de una sociedad totalitaria. Pero eso no es nada nuevo porque ya vimos su aplicación en la cobertura de las primaveras árabes y de las guerras contra Libia y Siria. La diferencia es que ahora se aplica, por vez primera, a una corriente occidental de pensamiento.
Y, finalmente, porque las imputaciones que esa alianza califica de “falsas” nunca serán vistas como errores, siempre serán consideradas como mentiras. Es decir, se trata a priori de atribuir a “los otros” intenciones maquiavélicas para desacreditarlos. Con ello se viola la presunción de inocencia, principio básico de la justicia.
Por todas esas razones, el funcionamiento del Consorcio Internacional para el Periodismo de Investigación y el de la alianza creada por Google y First Draft contradicen la Carta de Munich de la Organización Internacional de Periodistas (OIP), concretamente los artículos 2, 4, 5 y 9, de su título II.
No por casualidad vemos como avanzan acciones judiciales descabelladas precisamente contra los mismos que ya son blanco de la alianza de medios de difusión. En Estados Unidos desenterraron la ley Logan para utilizarla contra el equipo de Donald Trump, un texto que nunca llegó a aplicarse desde su adopción, hace 2 siglos. En Francia, han recurrido a la ley Jolibois contra los tuits políticos de Marine Le Pen, un texto que la jurisprudencia había limitado a la difusión (por demás posible bajo ciertas condiciones) de algunas revistas ultrapornográficas. La erradicación del principio de presunción de inocencia, en los casos de los individuos a eliminar, permite llevarlos al banquillo de los acusados con cualquier pretexto jurídico. Es importante observar que las acusaciones que se esgrimen recurriendo a esas leyes contra el equipo de Trump (en Estados Unidos) y contra Marine Le Pen (en Francia) podrían servir también contra muchas otras personalidades… pero nadie lo hace.
Por otro lado, la ciudadanía ya no reacciona cuando es la alianza mediática quien divulga acusaciones falsas. Por ejemplo, en Estados Unidos ese ente inventó que los servicios secretos rusos tenían un expediente comprometedor sobre Donald Trump y que lo estaban chantajeando. En Francia, esa misma alianza inventó que es posible emplear ficticiamente a una asistente parlamentaria, delito que atribuyó a Francois Fillon, candidato “incómodo” a la Presidencia.
En Estados Unidos, los miembros, grandes o pequeños, de la alianza mediática están arremetiendo contra el presidente. Sus informaciones provienen de las intercepciones telefónicas que la administración de Barack Obama ordenó indebidamente contra el equipo de Trump. Todo eso demuestra que existe una coordinación entre la alianza mediática y los magistrados que utilizan las alegaciones que esta divulga para bloquear la acción gubernamental de la actual administración. Se trata, indiscutiblemente, de un sistema mafioso.
Los medios estadunidenses y franceses están atacando implacablemente a dos candidatos a la Presidencia de Francia: Francois Fillon y Marine Le Pen. Al problema general de la alianza mediática se agrega en este caso la impresión errónea de que ambos blancos son víctimas de una conjura franco-francesa, cuando en realidad las órdenes vienen de Estados Unidos. Los franceses están comprobando que sus medios emiten información sesgada, creen –erróneamente– que se trata de una campaña contra la derecha y buscan –también erróneamente– a los manipuladores en su propio país.
En Alemania, esta alianza todavía no resulta efectiva, sólo debería serlo durante las elecciones legislativas.
En tiempos del Watergate, ciertos medios dijeron ser un “cuarto poder”, después del Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Afirmaron que la prensa ejercía sobre el gobierno una función de control en nombre del pueblo. Ni siquiera entraremos a mencionar aquí el hecho que lo que en aquel momento se imputó al presidente Richard Nixon fue haber ordenado interceptar los teléfonos del partido de oposición, lo mismo que ha hecho Obama. Hoy se sabe que “garganta profunda”, la fuente del escándalo del Watergate, lejos de ser un denunciante ciudadano –los españoles dirían un “alertador”– era nada más y nada menos que Mark Felt, alto responsable del FBI que incluso se había convertido en número dos de esa agencia federal a finales de la década de 1960. El manejo de aquel escándalo en realidad fue parte de la lucha entre una facción de la administración y la Casa Blanca y los electores fueron simplemente manipulados por ambos bandos a la vez.
Aceptar la idea del “cuarto poder” sería reconocer a los 14 trusts que poseen la gran mayoría de los medios de prensa occidentales la misma legitimidad que al conjunto de la ciudadanía. Sería confirmar el reemplazo de la democracia por una oligarquía.
Queda un punto por aclarar: ¿cómo elije la alianza mediática los blancos de sus ataques? Lo único que Donald Trump, Francois Fillon y Marine Le Pen tienen en común es que quieren reanudar los contactos con Rusia y luchar a su lado contra la matriz del yihadismo, que es la Hermandad Musulmana. Aunque Francois Fillon ya fue primer ministro de un gobierno que estuvo implicado en esos acontecimientos, los tres encarnan la corriente de pensamiento que contradice la versión dominante sobre las primaveras árabes y sobre las guerras contra Libia y Siria.
Red Voltaire
[ANÁLISIS INTERNACIONAL]
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