Dos hechos recientes marcan las rutas críticas que empiezan a seguir los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN) en su afán de llegar a la Presidencia de la República, a pesar de la debilidad que entrañan sus candidatos José Antonio Meade y Ricardo Anaya, respectivamente.
Sus estrategias desesperadas son una aceptación tácita de que el partido de Andrés Manuel López Obrador, Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), va a la cabeza, al menos en las preferencias electorales que se contabilizan en las encuestas.
Por un lado está el uso faccioso de las instituciones, burda maniobra del PRI para sacar de la contienda a Anaya y tratar de posicionar con todo el dinero posible –por supuesto, del erario– a Meade, además de su ridícula campaña mediática en la que se supone ese partido ha salvado a los mexicanos de la pobreza y ha dado instituciones sólidas, entre las que menciona los servicios de salud.
Queda claro que los priístas de cúpula, esos que visten y calzan con prendas que superan cada una y por mucho el salario mínimo, no se atienden en el IMSS, el ISSSTE ni tienen Seguro Popular como para darse cuenta de que no hay medicinas y las consultas e intervenciones quirúrgicas llegan tan tarde que no pocas veces el enfermo ya murió.
Por otro lado, el PAN se aferra a lo que le queda: el miedo de sectores en el poder fáctico que apuestan por el candidato menos débil frente a López Obrador, en una lógica de fortalecerlo para frenar a quien consideran, desde hace años, “un peligro para México”. En realidad, un peligro para sus bolsillos y negocios al amparo de la corrupción.
Así es como se explica que, de la nada, Anaya empiece a crecer en las encuestas sin mover un solo dedo para generarse una imagen de estadista que, evidentemente, no tiene. Porque los spots y giras realmente no le alcanzan, y menos enfrentando la campaña sucia del PRI donde le tildan de corrupto y lavador de dinero.
Así que, en esas rutas críticas, el PRI y el PAN luchan contra sí mismos, contra lo que son y eso no sólo tiene que ver con sus grises y desconocidos candidatos. ¿Quién en el más recóndito lugar de este México pluricultural conoce a Meade? ¿Quién conoce a Anaya?
Y es que ambos partidos enfrentan ante todo el descrédito de sus propias historias. Así que sus candidatos no sólo deben superar sus propias flaquezas, sino también y urgentemente “limpiarse” la carga que entraña ser priísta o panista en una época de hartazgo social como la que vivimos ahora.
Meade y Anaya son abanderados de una clase política corrupta que, desde la Presidencia de la República, se ha servido a sí misma y a los intereses que representa, sobre todo de grandes trasnacionales, a costa de la gente empobrecida y violentada a lo largo y ancho de este país.
Ejemplo de ello son los cuestionamientos sobre la riqueza acumulada por el político Felipe Calderón, quien fue presidente de México gracias al PAN. ¿De dónde saca su familia millones de pesos para financiar la precampaña de Margarita Zavala? ¿Acaso su pensión de expresidente pagada con el erario le alcanza?
Datos del propio Instituto Nacional Electoral demostraron que 8 de cada 10 pesos destinados a la patética precampaña de Zavala provenían del bolsillo del desprestigiado Calderón, y ella gastó más de 10 millones de pesos en comprar su registro como candidata independiente.
Y hablando de Calderón y lo que representó su gobierno para los mexicanos, resulta que Anaya no sólo carga con el desprestigio por el escandaloso saqueo a las finanzas públicas ocurrido en los gobiernos calderonista y de Vicente Fox (¿acaso ya se olvidaron los negocios de sus hijos e hijastros al amparo del poder?), sino también con el peso de la historia respecto de la actual crisis humanitaria en la que está sumido el país.
Pero esto también se aplica para Meade, porque el PRI es autor de la Guerra Sucia y continuador de la “guerra” contra el narco; y qué decir de las miles y miles de estafas al erario causadas por priístas.
Calderón y Enrique Peña –el PAN y el PRI en la Presidencia– son los principales responsables de la actual tragedia que enfrentan decenas, cientos, miles de familias desmembradas por las ejecuciones, desapariciones forzadas, secuestros, drogadicción, desplazamiento forzoso, tortura y un largo etcétera de crímenes donde el gobierno ha tenido metidas las manos hasta el fondo.
Al frente del gobierno, prominentes integrantes de esos partidos han fungido como autores intelectuales de las más terribles atrocidades que ha padecido nuestra sociedad, y se han garantizado a sí mismos impunidad de por vida.
Desde la Presidencia, PRI y PAN han sido cómplices de sus propias fechorías. Los peces gordos de la corrupción que Fox prometió encarcelar quedaron en eso: promesas. Lejos de hacer justicia, el foxismo generó sus propios peces gordos: Enciclomedia y Pemex son ejemplos del saqueo en su gobierno, pero no son los únicos. Eso lo encubrió Calderón. Y a este último y a sus amigos los protegió Peña Nieto.
Es en este contexto en el que el PRI de Peña –dado por muerto en 2000– echa mano del aparato de Estado para generar ventajas artificiales a favor de Meade. El uso faccioso de las instituciones se lleva entre las patas a la Procuraduría General de la República, que sigue armando expedientes a modo, como el del supuesto lavado de dinero que inculpa en los medios –al filtrar la información sesgada– a Anaya.
Hasta el Servicio de Administración Tributaria participa en esta campaña, al revelar lo que nunca quiere por el llamado secreto fiscal: que la empresa involucrada en el presunto fraude es fantasma.
Y el PAN recurre a sus aliados momentáneos: empresarios y medios de comunicación aterrorizados ante la fortaleza que ellos mismos le reconocen a Morena. Por eso manipulan encuestas y noticiarios para restar la ventaja de López Obrador, al menos de forma artificial.
Con ello buscan imponer en la gente la idea de que Anaya es el único candidato que le puede hacer frente al tabasqueño.
Y mientras PRI y PAN se destrozan, Morena teje cuestionadas alianzas. ¿Ya olvidó Obrador que no quiere el poder por el poder?
Nancy Flores
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