Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco, Siria. El presidente de la República Francesa, François Hollande, asimiló lo que él llama “teorías del complot” al nazismo y llamó a impedir la difusión de éstas a través de internet y de las redes sociales.
En efecto, Hollande declaró, el 27 de enero de 2015, en el Memorial de la Shoah:
“[El antisemitismo] alimenta las teorías del complot que se difunden sin límites. Teorías del complot que, en el pasado, ya condujeron a lo peor […]. [La] respuesta es tomar conciencia de que las tesis complotistas se difunden a través de internet y de las redes sociales. Pero tenemos que recordar que es primeramente a través del verbo que se preparó el exterminio. Tenemos que actuar a nivel europeo, e incluso internacional, para que pueda definirse un marco jurídico, para que las plataformas de internet que administran las redes sociales asuman sus responsabilidades y para que haya sanciones si hay violaciones.”
Varios ministros franceses también fustigaron lo que llamaron “las teorías del complot”, calificándolas de “fermentos de odio y de desintegración de la sociedad”.
Sabiendo que el presidente Hollande llama “teorías del complot” a la idea de que los Estados, sea cual sea su régimen –incluyendo las democracias–, tienen una propensión espontánea a actuar en su propio interés en vez de hacerlo en interés de la ciudadanía, podemos llegar a la conclusión de que el objetivo de su discurso es justificar una posible censura contra sus opositores.
Esta interpretación se confirma con la publicación, por parte de la Fundación Jean Jaures –think tank del Partido Socialista, que tuvo al propio Hollande como primer secretario– de una nota intitulada Conspirationnisme: un état des lieux.
Sin entrar a analizar las relaciones políticas de François Hollande, del Partido Socialista francés, de la Fundación Jean Jaures, de su Observatorio de las Radicalizaciones Políticas y del autor de la nota, concentrémonos en el mensaje de ese documento y su contenido ideológico.
En aquel momento se nos hacía difícil comprender el significado de tales expresiones, ya que se referían a la historia política estadunidense. En Estados Unidos usualmente se llamaba “conspiracionista” a todo aquel que estimaba que el expresidente Kennedy no había sido víctima de un asesino solitario sino de un grupo de personas participantes en una “conspiración”, en el sentido judicial de la palabra. Con el tiempo esas expresiones fueron introducidas en la lengua francesa, superponiéndose a recuerdos de 1930 y de la Segunda Guerra Mundial: los de la denuncia del “complot judío”. Hoy en día se trata de expresiones polisémicas que evocan a veces la “ley del silencio” estadunidense y, en otras ocasiones, el antisemitismo europeo.
En su nota, la Fundación Jean Jaures aporta su propia definición del “conspiracionismo” como “una descripción ‘alternativa’ que pretende trastocar de manera significativa el conocimiento que tenemos y por consiguiente competir con la ‘versión’ comúnmente aceptada, estigmatizada como ‘oficial’” (página 2).
Es interesante observar que esa definición no se aplica únicamente a los delirios de los enfermos mentales. Por ejemplo, Platón, con el mito de la caverna, buscaba poner en tela de juicio aquello que se daba por sentado en su época y, posteriormente, Galileo desafiaba con su tesis heliocéntrica la lectura que en aquel momento se hacía de La Biblia.
En lo que me concierne, y ya que a menudo me presentan como “el papa del conspiracionismo” o más bien como el “herejiarca”, según el término del filósofo italiano Roberto Qaglia, reafirmo mi compromiso político radical –en el sentido del radicalismo republicano francés de León Bourgeois, de Georges Clemenceau, de Alain y de Jean Moulin. Para mí, al igual que para estos personajes de la historia de Francia, el Estado es un Leviatán cuya naturaleza lo lleva a abusar de aquellos a quienes gobierna.
Como republicano radical estoy consciente de que el Estado es enemigo del interés general, de la Res Publica. Por esa razón, mi objetivo no es abolirlo sino domarlo. El ideal republicano es compatible con diversos regímenes políticos –incluyendo la monarquía– como lo sentaron por escrito los autores de la Declaración de los Derechos del Hombre, de 1789.
Esta oposición, cuestionada por el actual Partido Socialista francés, marcó la historia de Francia de tal manera que, en 1940 –bajo la ocupación nazi– el régimen colaboracionista de Philippe Petain abrogó la República Francesa y proclamó el “Estado francés”. Desde el primer momento de su investidura como presidente de Francia, denuncié el petainismo de François Hollande. Ahora, el señor Hollande invoca la República precisamente para combatirla e invierte los valores hundiendo así el país en la confusión.
¿Quiénes son los “conspiracionistas”?
Así que los “conspiracionistas” son ciudadanos que se oponen a la omnipotencia del Estado y que aspiran a ponerlo bajo la vigilancia de la ciudadanía.
La Fundación Jean Jaures los describe en los siguientes términos:
“[Es un] movimiento heteróclito, fuertemente imbricado con la tendencia negacionista y donde se codean admiradores de Hugo Chávez e incondicionales de Vladimir Putin. Un entorno equívoco de exmilitantes de izquierda o de extrema izquierda, “exindignados”, soberanistas, nacionalrevolucionarios, ultranacionalistas, nostálgicos del III Reich, militantes antivacunación, partidarios del sorteo, revisionistas del 11 de septiembre, antisionistas, afrocentristas, supervivencialistas, adeptos de las “medicinas alternativas”, agentes de influencia del régimen iraní, bacharistas, integristas católicos o islamistas” (página 8).
El lector percibirá de inmediato las amalgamas e injurias que pululan en esta descripción, tendiente a desacreditar a las personas a las que designa.
Todos notarán que el ejemplo que menciona a Étienne Chouard no tiene nada que ver con los otros dos mitos anteriormente citados por la Fundación. Pero lo más interesante es que la Fundación se dirige únicamente a ignorantes que no han leído la respuesta de Chouard al texto de Libération ni la contribución que hiciera un “conspiracionista” llamado Michel Rocard, al intervenir en un debate donde quedó demostrado que la Ley de 1973 realmente permitió la explosión de la deuda francesa en beneficio de varios bancos privados, lo cual habría sido imposible anteriormente.
Para la Fundación Jean Jaures, los intelectuales conspiracionistas son “esencialmente estadunidenses. Citemos en particular a Webster Tarpley y William Engdhal (exmiembros los dos de la organización político-sectaria estadunidense encabezada por Lyndon LaRouche), Wayne Madsen
En primer lugar, si la Fundación Jean Jaures cree que el fenómeno sólo existe en Francia, Canadá y Estados Unidos será porque quizá lee únicamente francés e inglés y ni siquiera leyó bien la lista de participantes de Axis for Peace. La realidad es muy diferente, ya que existe muy abundante literatura en alemán, árabe, español, italiano, persa, polaco, portugués y ruso, idiomas que además son mayoritarios en Axis for Peace.
Obsérvese además el carácter evidentemente mal intencionado de la alusión a “la organización político-sectaria estadunidense encabezada por Lyndon Larouche”. En efecto, en la época en que Webster Tarpley y William Engdhal pertenecían a esa formación, este partido organizaba sus congresos con su organización hermana francesa: Lutte ouvrière.
Un poco después, la Fundación Jean Jaures menciona al humorista Dieudonne? M’Bala M’Bala, cuyos espectáculos el gobierno francés pretende prohibir; al sociólogo Alain Soral, cuyo sitio web (EgaliteEtReconciliation.fr) registra récords de audiencia en Francia; y a Alain Benajam (facebook.com/alain.benajam), presidente de Réseau Voltaire France y representante del gobierno de la Novorossia del Donbass.
Después de los aperitivos anteriormente mencionados, la Fundación Jean Jaures entra de lleno en la parte fundamental del tema: las ideas políticas. Y define las ideas de los “conspiracionistas” de la siguiente manera:
“Borrar toda distinción entre la naturaleza de los regímenes autoritarios y las democracias liberales (considerando a estas últimas más ‘totalitarias’ que los peores totalitarismos);
“[Oposición a] toda legislación antirracista bajo pretexto de defender la ‘libertad de expresión’;
“[Rechazo de] la existencia de la diferencia entre la derecha y la izquierda, afirmando que la verdadera diferencia es la que existe entre ‘el sistema’ (o ‘el imperio’, o ‘la oligarquía’) y aquellos que le oponen resistencia [página 8);
“la idea de que el sionismo es un ‘proyecto de dominación’ del mundo” (página 9).
La Fundación menciona con precisión los temas de conflicto, pero exagera los términos para desacreditar a sus opositores. Por ejemplo, nadie se ha opuesto a la legislación antirracista, sino única y exclusivamente a la disposición de la ley Fabius-Gayssot, que castiga con la cárcel todo debate sobre el exterminio contra los judíos de Europa.
¿Qué es el sionismo?
La Fundación procede entonces a un larguísimo análisis de mis trabajos sobre el sionismo, los tergiversa y después comenta:
“El antisionismo que aquí reivindica Thierry Meyssan no tiene que ver con la crítica de una política coyuntural, es decir, con la política de los gobiernos que han encabezado el Estado de Israel. No tiene que ver con un anticolonialismo que hallaría satisfactoria la retirada de Israel de los territorios ocupados después de la Guerra de los Seis Días y la creación de un Estado palestino. Tampoco procede de un internacionalismo que hallaría sospechoso, por principio, todo movimiento nacional, sin importar de dónde venga, dado que ni siquiera considera el sionismo como un movimiento nacional. Este antisionismo de factura paranoica no pretende combatir el sionismo bajo la diversidad de sus expresiones históricas sino una hidra fantasmagórica que sería la fuente de las desgracias del mundo.”
El primer jefe de Estado que expresó su intención de reunir a los judíos del mundo entero en un Estado que sería para ellos fue Lord Cromwell, en el siglo XVII. Su proyecto, claramente enunciado, consistía en utilizar la diáspora judía para extender la hegemonía inglesa. Posteriormente, todos los gobiernos británicos sucesivos defendieron ese proyecto y Benjamin Disraeli lo incluyó en la agenda de la Conferencia de Berlín.
El propio Theodor Herzl era un discípulo de Cecil Rhodes, el teórico del Imperio británico. Al principio, Herzl proponía crear Israel no en Palestina sino en Uganda o en Argentina. Cuando por fin logró que algunos militantes judíos se unieran al proyecto británico, Theodor Herzl compró tierras en Palestina y creó la Agencia Judía, cuyos estatutos son una copia íntegra de los de la sociedad que Cecil Rhodes había creado en África Austral.
En 1916-1917, el Reino Unido y Estados Unidos se reconciliaron, comprometiéndose entonces a trabajar juntos en la creación del Estado de Israel, lo cual se traduce para Londres en la Declaración Balfour y para Washington en los 14 puntos de Wilson.
La posición del Partido Socialista francés sobre ese tema no tiene absolutamente nada de inocente. En 1936, con León Blum, esa formación proponía el traslado de los judíos alemanes al sur del Líbano para que Israel anexara ese territorio después de su creación. Pero aquel proyecto fue rápidamente descartado por el alto comisario francés en Beirut, el conde Damien de Martel de Janville, ya que era una evidente violación del mandato de la Sociedad de Naciones. Actualmente, el grupo de presión israelí creado en el seno del Partido Socialista francés en 2003, cuando el hoy presidente de la República, François Hollande, era primer secretario del partido, se llama –por supuesto– Círculo León Blum.
En 2008, el profesor Cass Sunstein, consejero del presidente Barack Obama y esposo de la actual embajadora de Estados Unidos ante la Organización de las Naciones Unidas, había redactado una nota similar a la que hoy publica en Francia la Fundación Jean Jaures sobre el “conspiracionismo”.
El estadunidense Cass Sunstein escribía en aquella nota:
“Podemos imaginar fácilmente una serie de posibles respuestas:
“1. El gobierno puede prohibir las teorías del complot.
“2. El gobierno podría imponer una especie de impuesto, financiero o de otro tipo, a quienes divulguen tales teorías.
“3. El gobierno podría implicarse en un contradiscurso para desacreditar las teorías del complot.
“4. El gobierno podría implicarse en la comunicación informal con las terceras partes y estimularlas.”
En definitiva, el gobierno de Estados Unidos decidió financiar a individuos, tanto en suelo estadunidense como en el extranjero, para que se dediquen a perturbar en internet los fórums de los sitios clasificados como “conspiracionistas” y a crear grupos encargados de contradecirlos.
Como eso no ha sido suficiente, ahora se le ordena a Francia recurrir a la adopción de medidas autoritarias. Al igual que en el pasado, las elites francesas –de las que el Partido Socialista constituye el ala supuestamente de izquierda– se ponen hoy a las órdenes de la principal potencia militar del momento, en este caso Estados Unidos.
Para garantizar la aplicación de ese proyecto queda por definir qué instancia, necesariamente administrativa, va a encargarse de aplicar la censura y cuáles serán los criterios.
No seamos ingenuos. Nos encaminamos hacia un enfrentamiento en el cual el Estado tiene intenciones de recurrir a la fuerza.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
Contralínea 429 / del 22 al 28 de Marzo 2015
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