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Guta: La guerra sucia contra Siria

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Prensa Latina

Investigaciones independientes concluyen que la matanza con gas sarín en Siria no fue obra del gobierno de Assad. Las mismas indagaciones –una de las cuales fue encabezada por un prestigiado periodista estadunidense– señalan que sí murió una cantidad indeterminada de personas por armas químicas prohibidas; pero no fueron actores gubernamentales los autores de ese crimen. Lo que siguió fue un montaje mediático por parte de Estados Unidos para acusar al gobierno sirio y con ello beneficiar a la oposición armada. A pesar de las evidencias, los autores de la masacre y de la operación mediática permanecen impunes

Roberto Castellanos/Prensa Latina

Damasco, Siria. En su ofensiva contra Siria, Estados Unidos y sus aliados aplican la conocida estrategia del entonces ministro de Propaganda Nazi Joseph Goebbels: “Si una mentira se repite lo suficiente, acaba por convertirse en una verdad”.

El uso de armas químicas el 21 de agosto de 2013 en la región de Guta, en las inmediaciones de esta capital, es un claro ejemplo de la campaña de desinformación.

Pese a los desmentidos de Damasco y las pruebas aportadas, el incidente fue utilizado para acusar al país árabe de traspasar la línea roja y con ello iniciar los preparativos para una agresión a gran escala, abortada por los esfuerzos de Rusia y Siria.

Casi 2 meses antes, el diario británico Daily Mail publicó un artículo (luego borrado), según el cual Washington estudiaba un ataque químico para culpar al gobierno.

En las semanas y meses siguientes comenzaron a salir a la luz nuevas evidencias sobre la implicación de extremistas islámicos y servicios de inteligencia extranjeros en ese suceso.

 “Es extraño que el ataque se produjera a 15 minutos en coche de donde se alojan los inspectores de armas químicas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), señaló entonces al diario español El País Dina Esfandiary, especialista del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos.

También Amy Smithson, del Centro James Martin para la No Proliferación, cuestionó las pruebas aportadas por la Casa Blanca.

Estados Unidos no proporcionó evidencias que descarten la participación de los armados, indicó Smithson, un criterio compartido por Jean Pascal Zanders, del Instituto Europeo de Estudios de Seguridad.

Una de las primeras personas en denunciar la maniobra para desacreditar al Ejecutivo Bashar al-Asad fue la monja siria Agnes-Mariam de la Croix, quien se dedicó a investigar el tema.

Miembro destacado del movimiento de reconciliación en el país árabe, la religiosa denunció en dos informes a la ONU la manipulación del operativo creado por Occidente.

De la Croix demostró el montaje de los videos que el gobierno de Barack Obama presentó ante el Congreso estadunidense para intentar culpar a Damasco.

Como ejemplo citó el caso de una enfermera que aparece en dos cintas diferentes “luchando con las víctimas en un lugar, y luego en otro lugar que está lejos y donde no se puede llegar tan fácilmente”.

Lo que es más grave, se encuentran las mismas personas muertas en una zona y luego en otra aldea, manifestó la religiosa.

El premio Pulitzer, Seymour M Hersh, también denunció la manipulación del caso y acusó directamente a las autoridades estadunidenses de esconder evidencias.

Washington sabía en los meses previos al ataque “que el Frente al-Nusra [brazo de Al Qaeda en Siria] había llegado a dominar la técnica de fabricación del gas sarín y que era capaz de producirlo en cantidades”, afirma Hersh en un extenso artículo en la revista London Review of Books.

 “Un oficial de inteligencia de alto nivel, en un correo electrónico enviado a un colega, calificó las aseveraciones de la administración sobre la responsabilidad de al-Asad en el ?ardid’”. El ataque, escribe, “no fue obra del régimen actual”, comenta.

Reconocido por revelar la masacre cometida por tropas estadunidenses en el poblado vietnamita de My Lai en 1968, Hersh criticó a la Casa Blanca por cifrar en 1 mil 429 los muertos, aunque otras organizaciones internacionales los rebajaron a menos de un tercio.

Ese número “no se basó en un recuento de cadáveres reales sino en una extrapolación de los analistas de la Agencia Central de Inteligencia, que escanearon más de 100 vídeos de YouTube”, subrayó.

Por su parte, en un reportaje elaborado a partir de decenas de testimonios en Guta, el portal noticioso MintPress News, con sede en Estados Unidos, consideró que no hubo un ataque químico, sino una mala manipulación de dichas sustancias por parte de los extremistas.

 “Sentíamos mucha curiosidad por esas armas y desgraciadamente algunos de los combatientes no las manejaron apropiadamente y causaron las explosiones”, explicó uno de sus jefes según el informe, redactado por el periodista jordano Yahiya Ababneh.

De acuerdo con las entrevistas en el terreno, “muchos creen que algunos rebeldes recibieron armas químicas a través del jefe de inteligencia saudí, el príncipe Bandar bin Sultan, y fueron los responsables de llevar a cabo el ataque con gas”.

Los médicos que atendieron a las víctimas del suceso advirtieron a los entrevistadores que tuvieran cuidado de hacer preguntas acerca de quiénes, exactamente, fueron los responsables del asalto mortal, resalta el texto.

Otro golpe a la teoría Occidental fue asestado por dos expertos estadunidenses.

En un estudio titulado Posibles consecuencias de la defectuosa inteligencia técnica de Estados Unidos, Richard Lloyd, exinspector de armas de la ONU, y Theodore A Postol, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts, desmienten la versión de Washington.

La investigación se basó en los datos de aerodinámica, diseño y posible trayectoria de los restos en Guta de dos cohetes cargados con gas sarín, el cual, dijeron, no podría superar los 2 kilómetros de alcance.

Tras analizar el despliegue de las tropas en el terreno el día del ataque, en un mapa presentado por la Casa Blanca el 30 de agosto, ambos analistas señalaron que todos los posibles puntos de lanzamiento dentro del radio de 2 kilómetros se encontraban en zonas controladas por los grupos armados.

 Roberto Castellanos/Prensa Latina

 

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Contralínea 401 / 31 agosto de 2014

 

 

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