El también subdirector general de la FAO, quien ha trabajado durante décadas en temas vinculados al desarrollo rural, consideró que el pasivo más importante de América Latina y el Caribe es el de la desigualdad, que “nos pesa en cada acción y contribuye a muchos otros problemas”.
En un diálogo en la oficina regional de la FAO en Santiago de Chile, Berdegué, de nacionalidad mexicana, abordó también temas como la obesidad, “en que vamos perdiendo la pelea por paliza”, la debilidad en el mundo rural de las instituciones, que facilita la corrupción, o del tejido social, en lo que se apoyan las mafias del narcotráfico en varios países, y la necesidad de afrontar desde ya una escasez del agua que llegó para quedarse por el cambio climático y donde es clave la transformación de la agricultura, consumidora de 70 por ciento del recurso.
IPS: ¿Cuáles considera que son los mayores pasivos de la región en materia agroalimentaria?
Julio Berdergué: Seguimos con niveles lamentablemente muy altos de pobreza rural. Casi 50 por ciento de la población rural sigue viviendo en condiciones de pobreza y casi 30 por ciento en condiciones de extrema pobreza. Hay 58 millones de personas rurales pobres y 35 millones en condiciones de indigencia, que no pueden siquiera alimentarse adecuadamente.
IPS: Eso sucede en una región que ha sido la más exitosa en reducir la pobreza y el hambre este siglo…
JB: Tenemos un problema de desnutrición y hambre que, si bien lo hemos reducido notablemente, seguimos en 5.5 por ciento y eso hay que ponerlo en carne y hueso: son 35 millones de latinoamericanos que siguen yéndose a la cama cada día con hambre, 6 millones de niños con desnutrición crónica… Eso es un crimen. Y de ellos, 700 mil niños con desnutrición aguda y crónica… Eso es infernal.
IPS: Con ese contexto, ¿cuáles serán las prioridades de su gestión?
JB: Las grandes líneas son de continuidad y yo vengo a sumarme a eso. La misión y objetivos estratégicos de FAO están claramente delineados en un plan de trabajo de mediano plazo ya discutido y aprobado en mayo en Roma (sede mundial de la FAO).
El primer objetivo tiene que ver con el hambre: la desnutrición y la malnutrición seguirán siendo una agenda muy central. El segundo tiene que ver con una mayor sostenibilidad de una agricultura que aporta a la seguridad alimentaria global, pero que lo hace con sostenibilidad.
Los temas de la pobreza rural, más allá de lo que se piensa, no están derrotados y todavía tenemos un gran camino por delante, lamentablemente, donde queda englobado el tema de la agricultura familiar. También la relevancia de los sistemas alimentarios, que experimentaron en los últimos 25 a 30 años un cambio radical en su profundidad y en su velocidad, y la importancia de la resiliencia frente al cambio climático.
IPS: ¿Y cuáles son los activos regionales con que cuenta para esas tareas?
JB: No debemos perder de vista que América Latina es un gran contribuyente a la seguridad alimentaria global. Es muy importante lo que nuestra región hace en esta materia y eso es una fortaleza que debemos aprovechar. Y, además, es una región con una biodiversidad enorme. En materia de biodiversidad la región es un actor de importancia planetaria y lo que hagamos bien y lo que hagamos mal afecta a cada habitante de este planeta.
IPS: ¿En lo político y social, hay avances?
JB: La situación de paz regional es otro activo. Lo que ha sucedido en Colombia (con los acuerdos de Paz que entraron en vigor a fines de 2016) a todos nos entusiasma y es de una importancia fundamental. Ha habido en los últimos 20 años también fuertes inversiones en el mundo rural, en infraestructura, en caminos, en electrificación, en telecomunicaciones, acceso a servicios básicos, educación y salud. Los niveles de educación de nuestros habitantes rurales de menos de 35 años no tienen comparación con los de sus padres. Esos son activos que tenemos que movilizar.
IPS: ¿Y las debilidades que percibe en esos mismos ámbitos?
JB: En el mundo rural hay una institucionalidad gubernamental débil, en la mayoría de los países. Hay excepciones que se pueden contar con los dedos de una mano. Y es débil porque es anticuada, porque hay mucha corrupción, mucho clientelismo, mucha captura de presupuestos públicos por intereses particulares y eso debilita la acción gubernamental y pública en pos de beneficios para el conjunto de la sociedad. Eso nos hace más difícil la tarea.
IPS: Además de esa dificultad, ¿qué nuevos desafíos enfrenta la región?
JB: Hay un debilitamiento del tejido rural social en algunos países. La penetración del narcotráfico, de la violencia, muchas veces de la mano de la corrupción, hace muy difícil la vida de los habitantes de esas zonas rurales y muy complejo poder llevar soluciones políticas que aumenten las oportunidades y el bienestar de estas personas. La situación en algunos países centroamericanos es extraordinariamente preocupante. En mi propio país, México, es una situación que nos angustia a todos los mexicanos. Los niveles de violencia de Venezuela. Hay países donde las cosas en materia de debilitamiento del tejido social son un signo de alerta.
IPS: Los latinoamericanos afrontan un nuevo y creciente problema: la obesidad, sin haber resuelto el crónico de la desnutrición.
JB: La desnutrición es un crimen. El hecho que haya más de la mitad de los niños rurales en Guatemala sufriendo de desnutrición crónica es inaceptable en el siglo XXI, pero la obesidad nos está matando. Hace no mucho el secretario de Salud de México, el doctor José Narro, quien hasta hace poco era el rector de la UNAM [Universidad Nacional Autónoma de México], nos recordaba que la obesidad mata más personas que el crimen organizado en México. La obesidad efectivamente nos mata.
IPS: ¿Tienen algo en común la desnutrición y la obesidad?
JB: Primero, déjeme decir lo que tienen de distinto. La desnutrición y el hambre la hemos reducido fuertemente. En esto América Latina ha sido notablemente exitosa, incluso a nivel mundial. Somos la única región que cumplió con los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Mientras que en la obesidad vamos perdiendo la pelea por paliza. Cada día son más las personas con sobrepeso y obesidad. Lo que tienen en común, desde la perspectiva de la FAO, es una transformación muy radical de los sistemas alimentarios latinoamericanos. Este mundo en que teníamos mercados locales y que cada uno comía lo que se producía más o menos a su alrededor, donde mucha gente iba a comer a su casa, eso se acabó para siempre. Hoy día nuestros sistemas alimentarios están globalizados, el grueso de la distribución de alimentos es a través de cadenas de supermercados, la mayor parte de lo que comemos son alimentos ultraprocesados. Incluso nuestros campesinos comen la mayor parte de alimentos que compran: procesados y ultraprocesados.
IPS: Pero éste es un fenómeno global, como dice, no sólo de esta región…
JB: El punto no es la transformación de los sistemas agroalimentarios. Esta transformación también se observa en Noruega, Canadá o Nueva Zelanda. Ellos tienen los mismos patrones de urbanización, de muchos alimentos fuera del hogar, de compras en supermercados, de alimentos procesados, etcétera, pero allí hay políticas públicas. La nuestra fue una transformación que respondió a fuerzas del mercado sin política pública. El mercado logra cosas muy importantes: hoy día los alimentos son mucho más baratos, pero con enormes consecuencias, una de las cuales es la obesidad y la erosión de la salud pública en todas las materias que tienen que ver con qué comemos y cómo comemos.
IPS: ¿Entonces, qué políticas públicas se requieren en la región para enfrentar la obesidad?
JB: Lo que hay que hacer es “regobernar” estos procesos de transformación de los sistemas alimentarios y saber que aquí hay objetivos públicos. Regobernar significa poner ciertos límites. Por ejemplo, lo que están haciendo Chile y de alguna manera México con las bebidas azucaradas, etiquetar. Hay alimentos que son muy sanos y alimentos que son muy poco sanos y el consumidor tiene que saber eso. Regobernar significa poner más énfasis a la educación pública en materia de comer sano. Significa que si hay lugares con dificultades de acceso a una alimentación más variada, a frutas y verduras frescas, eso no podemos dejar que lo resuelva el mercado.
IPS: Otro problema que está creando conflictos es el del agua, su escasez y sus usos. ¿Qué hacer, mirando desde el sector agroalimentario?
JB: Aquí tenemos un problema espantoso y es que la agricultura está consumiendo 70 por ciento del agua fresca de nuestro planeta. Eso es insostenible y no tiene futuro. Si yo fuera el presidente de un país en 30 o 50 años más y me dicen: “para producir papas estás consumiendo 70 por ciento del agua y la gente no tiene agua en las ciudades por el cambio climático”, como presidente diría: “bueno, importemos las papas, dejemos de producirlas”.
Entre darle agua a los habitantes o producir papas o lechugas o espárragos, vamos a perder esa pelea. Nuestros agricultores luchan, se organizan para tener más agua, y está bien que lo hagan. Hagamos embalses, represas, qué bueno. Pero tenemos que comenzar a pensar cómo hacemos agricultura con menos agua, cómo producimos la misma cantidad de alimentos sin consumir 70 por ciento del agua sino la mitad. No podemos hablar de una agricultura “cero agua”, pero mucho menos que 70 por ciento y eso es algo que no estamos pensando.
Estamos acostumbrados a usar agua casi sin restricción y ese mundo se está acabando con el cambio climático. No vamos a lograr pasar rápido de un 70 a un 35 por ciento del uso de agua en la agricultura, pero más nos vale empezar ahora porque si no el cambio climático nos va a ganar la carrera.
Orlando Milesi/Inter Press Service
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