Marianela Jarroud/IPS
Valparaíso, Chile. El incendio que afectó al puerto chileno de Valparaíso dejó al descubierto el lado oculto de una de las ciudades más turísticas y conocidas de este país suramericano, que esconde entre sus colinas un coctel de miseria y abandono.
El incendio iniciado el sábado 12 de abril pasado y que aún mantenía algunas zonas en llamas 2 días después, de al menos 12 personas muertas, 2 mil casas completamente destruidas y 10 mil damnificados, según el saldo provisional.
Las llamas consumieron al menos seis de los 42 cerros de esta peculiar ciudad, que se erige como un gran anfiteatro natural que mira hacia el Océano Pacífico.
Jorge Llanos, de 60 años, vivía en el cerro El Litre. El sábado temprano partió a su trabajo de comerciante en un puesto de verduras en una feria de Quilpué, una localidad cercana a la central Valparaíso.
“Venía de vuelta en el autobús cuando vi el infierno. Me bajé y desde la calle miré hacia el cerro: ‘¡mi casa!’, grité. Cuando llegué era demasiado tarde”, relata a Inter Press Service (IPS).
Llanos duerme desde la noche del incendio en el albergue habilitado en la escuela Grecia.
El lunes 14 subió a ver su casa: “No hay nada… Lo perdí absolutamente todo”, dice entre sollozos tras visitar el lugar donde vivía cerca de unos familiares.
Valparaíso, situada 140 kilómetros al Noroeste de Santiago, es una bahía rodeada de montañas en las que viven la mayor parte de sus habitantes, y el segundo puerto más importante del país.
Sólo 1 kilómetro separa el mar del inicio de los cerros que, poblados de numerosas casitas de colores, fueron declarados Patrimonio de la Humanidad en 2003 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por su acrónimo en inglés).
Es también epicentro de la cultura en Chile. En ella construyó una de sus tres casas el poeta Pablo Neruda (1904-1973), premio Nóbel de Literatura 1971, y se ubica la sede del gubernamental Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.
Además, aquí se asienta el bicameral Congreso Nacional, que se edificó al retorno a la democracia en 1990, para descentralizar los poderes del Estado.
Sin embargo, el 22 por ciento de los 253 mil habitantes de la comuna (municipio) viven por debajo de la línea de la pobreza, mientras que el promedio nacional es de 14 por ciento.
También es una de las zonas con mayor cantidad de familias que viven en campamentos, como se llaman en Chile a los barrios informales y pobres sin agua, luz ni alcantarillado.
Según la organización no gubernamental Techo Chile, Valparaíso es la ciudad que tiene más barrios informales en todo el país, y la región del mismo nombre alberga a un tercio de las familias que viven en esos campamentos.
En materia de desigualdad, Valparaíso también ostenta un récord: mientras el ingreso mensual por persona del 10 por ciento más pobre de su población es de apenas 270 dólares, el de su 10 por ciento más rico supera, en promedio, los 7 mil 200 dólares.
“El gigantesco incendio que ha afectado a esta ciudad trae a la luz la inmensa vulnerabilidad que viven las familias de campamento y que han sido las más afectadas”, dice a IPS el director de Techo Chile región Valparaíso, Alejandro Muñoz.
Tras el fuego, que anómalamente se propagó de arriba hacia abajo, “cuatro campamentos quedaron completamente destruidos”, detalla.
Éste es el mayor incendio en una ciudad en Chile por el área afectada, unas 900 hectáreas, pero no en cuanto a víctimas en esta urbe propensa al fuego por su ubicación y por las típicas construcciones de madera. En 1953, por ejemplo, murieron 50 personas y en 1960 el fuego arrasó la parte plana de la ciudad.
Muñoz recuerda que Valparaíso es Patrimonio de la Humanidad, y Viña del Mar, la comuna vecina, es la llamada “ciudad bella”. Pero “tras los cerros de ambas ciudades se esconde una realidad cruda y difícil a veces de entender: la de las familias de los campamentos”, afirma.
Lorena Carraja y sus padres, una pareja de 80 años, duermen desde el sábado en un albergue improvisado en una cancha de tenis. En medio del frío y la desolación, ella recuerda el momento en que las llamas asediaron su vivienda.
“Fue un verdadero infierno, rodeado todo de fuego que en un segundo pasó de un lado al otro, con un fuerte viento que llevaba las llamas de cerro a cerro. Fue terrible, muy impresionante; nunca había visto en mi vida algo tan grande como esto; no se lo deseo a nadie”, dice a IPS esta mujer de 50 años.
Pese a todo, Carraja no perdió su casa, pero sí numerosos enseres. “No importa, todo se recupera, gracias a Dios que estamos vivos”, añade.
Suspira y comenta con voz quebrada que la noche del sábado, cuando el fuego ardía en los cerros, “se escuchaban personas gritando, niños llorando, había gente desmayada”.
Las ciudades de Chile se construyeron con poca o ninguna planificación, dicen los expertos, y en los cordones exteriores de las grandes urbes, como Valparaíso, se han ido concentrando poblaciones en busca de mejores oportunidades de vida.
Pero “los gobiernos centrales y locales no se han preocupado por el arribo de las poblaciones marginales a las ciudades y no ha habido en este país una preocupación sistemática por la gente que llega”, afirma a IPS el antropólogo Leonardo Piña, de la Universidad Alberto Hurtado.
“Valparaíso no es la excepción”, completa.
Piña puntualiza que las casas en los cerros se erigieron “una sobre la otra, y desde la estética exótica nos parecen de una belleza enorme, al punto de llamarlo Patrimonio de la Humanidad, pero que no supone una preocupación efectiva que vaya más allá del rótulo”, asegura.
“El desastre muestra el abandono”, sentencia el antropólogo.
En efecto, la declaración de la Unesco atrajo a Valparaíso fuertes inversiones del Banco Interamericano de Desarrollo, y la ejecución de un ambicioso Programa de Recuperación y Desarrollo Urbano que generó grandes expectativas en los habitantes del puerto.
Sin embargo, los 73 millones de dólares invertidos en este programa entre 2006 y 2012, no lograron aminorar el abandono y la pobreza.
Para Piña, la carencia central es una política y un conjunto de normas para la instalación de la población con los servicios necesarios para una vida digna.
Una larga e intensa sequía, los vientos fuertes y las inusualmente elevadas temperaturas para el otoño austral se conjugaron para que este fuera “el incendio perfecto”, trató de disculpar el jefe regional de Valparaíso, Ricardo Bravo.
Los expertos coinciden en que lo urgente ahora es aplacar la tragedia.
Pero luego se requerirá voluntad política para resolver la precariedad del “puerto loco”, como lo llamó Neruda en su Oda a Valparaíso, desde la atalaya de su casa-barco La Sebastiana. La ciudad, decía el poeta, pronto deberá olvidar las lágrimas para volver a “pintar puertas verdes y ventanas amarillas”.
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