Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco, Siria. Ha dejado de existir la oposición entre Estados Unidos e Irán, elemento que dominó el panorama político del Oriente Medio desde el discurso que el imán Ruhollah Jomeini pronunció en el cementerio de Teherán, el 1 de febrero de 1979, hasta la reciente firma del acuerdo bilateral entre Washington y el gobierno del jeque Hasán Rouhaní, el 14 de julio de 2015. Washington y Teherán persiguen ahora los intereses de la misma clase dirigente global.
En su momento, el entonces presidente estadunidense Jimmy Carter y su consejero de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski se ven obligados a enfrentar la pérdida de Irán, que hasta entonces había fungido como “gendarme regional” por cuenta de Washington. Primero reaccionan utilizando a la dinastía de los Saud –la familia real de Arabia Saudita– para contrarrestar el mensaje revolucionario y antiimperialista del imán Jomeini –se inicia entonces el proceso de wahabización del Islam mundial– y después deciden que Washington debe asumir directamente el control de los hidrocarburos del Oriente Medio.
En su discurso del 23 de enero de 1980 sobre el Estado de la Unión, Jimmy Carter declaró:
“Que nuestra posición quede absolutamente clara: todo intento de una fuerza extranjera por tomar el control de la región del Golfo Pérsico será considerado una amenaza para los intereses vitales de Estados Unidos y ese tipo de amenaza será rechazada con todos los medios necesarios, incluyendo la fuerza militar.”
Con ese objetivo, el Pentágono organizó un comando regional para sus Fuerzas Armadas, el Central Command (CentCom), cuya zona de “responsabilidad” incluye todos los países de la región, con excepción de Israel y Turquía.
A lo largo de 35 años hemos visto profundizarse lentamente un abismo entre los sunitas, bajo la dirección de su “defensor” saudita, y los chiítas, dirigidos por su líder iraní. Los primeros defendían a Estados Unidos y su modelo económico capitalista, mientras que los segundos aspiraban a morir en la lucha por liberar el mundo del imperialismo anglosajón.
Nunca antes en la historia este conflicto había alcanzado tanta intensidad, ni había dado lugar al surgimiento de una división en el plano económico. Y alcanzó su punto culminante con la Hermandad Musulmana, Al Qaeda y el Emirato Islámico, tres movimientos financiados por las monarquías del Golfo y que en diferentes momentos han sido aliados de Israel en contra de los chiítas.
Desde el 14 de julio, y sin la menor explicación, Riad ha cesado de mencionar ese conflicto religioso –todo parece indicar que ha sido resuelto sin que tuviesen que intervenir los teólogos. Arabia Saudita ya no combate a Irán, ahora convertido en socio del amo estadunidense, sino que se encuentra en una situación de rivalidad con ese país en un nuevo Oriente Medio. Además, ya Riad no dice representar a los sunitas sino a los árabes, mientras que Irán no podrá reclamar el liderazgo de los chiítas sino únicamente de los persas.
Sin embargo, hasta 2010, el mundo árabe no se hallaba solamente bajo influencia saudita, sino que estaba gobernado por un triunvirato conformado por Egipto, Siria y Arabia Saudita.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha anunciado su intención de organizar negociaciones inter-sirias y de comunicar sus resultados a un “grupo de contacto”, es decir, a las mismas potencias que han venido apadrinando la guerra en Siria desde hace 4 años y medio.
Globalmente, nos dirigimos hacia un acuerdo que reconocería la “victoria” de Arabia Saudita en Yemen y la de Irán en Siria.
Stefan de Mistura, el enviado especial de Ban Ki-moon, ha declarado:
• “Tengo ahora intenciones de invitar a los sirios a participar en debates temáticos simultáneos realizados de forma paralela en el marco de un grupo de trabajo inter-sirio y a estudiar los aspectos fundamentales del Comunicado de Ginebra que identificaron durante la primera etapa de las consultas, que suponen fundamentalmente garantizar la seguridad y la protección de todos, encontrar la manera de poner fin a los asedios, garantizar el acceso a los cuidados médicos y liberar a los prisioneros.
• La segunda fase abordará los aspectos políticos y constitucionales, sobre todo los principios esenciales, la autoridad transitoria y las elecciones.
• La tercera fase tendrá que ver con los aspectos militares y cuestiones de seguridad, principalmente una lucha eficaz contra el terrorismo con la participación de todos, los ceses de hostilidades y la integración.
• La cuarta fase tendrá que ver con las instituciones públicas, la construcción y el desarrollo, lo cual significa, como hemos subrayado, que tenemos que esforzarnos por no reproducir lo sucedido en Irak, principalmente cuando las instituciones desaparecieron brutalmente y el país se vio ante graves dificultades. Esas instituciones tienen que seguir garantizando los servicios públicos, bajo la dirección de altos dirigentes aceptados por todos y que actúen dentro del respeto de los principios de la buena gobernanza y de los derechos humanos.”
Simultáneamente, Turquía abrió un nuevo frente, declarando la guerra a su propia minoría kurda. Esa decisión, si Ankara se mantiene en esa posición, hundiría el país en una larga y terrible guerra civil. Después de toda una serie de declaraciones contradictorias, Estados Unidos le prohibió a Ankara perseguir al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK, por su sigla en turco) dentro de Siria –donde esa organización kurda es conocida como Unidad de Protección Popular (YPG, por su sigla en turco)–, lo cual significa que, en definitiva, Siria volverá a ser el país-refugio de los revolucionarios kurdos.
Y, muy importante, Turquía rompió las relaciones económicas que había establecido con Rusia hace 8 meses y creó con Ucrania una “Brigada Internacional Islamista”, es decir, una organización terrorista destinada a desestabilizar Crimea.
Dado que Turquía carece de gobierno legítimo desde hace poco más de 1 mes, resulta imposible prever en este momento lo que puede pasar en ese país. Pero es evidente que puede suceder lo peor.
En ese contexto, se observa con inquietud la adopción, por unanimidad, de la resolución 2235 del Consejo de Seguridad de la ONU. En esa resolución se decide la creación de un mecanismo conjunto de investigación de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ) y la ONU para determinar quién está recurriendo a la guerra química en Siria.
Los investigadores de la OPAQ, que hasta ahora no habían sido mandatados para determinar quién utiliza armas químicas, han comprobado que ataques con cloro han sido perpetrados al menos en 14 ocasiones. La embajadora de Estados Unidos ha declarado que esos ataques se han realizado con helicópteros, medios que no tienen los “rebeldes”, lo cual es una manera de decir que la OPAQ y la ONU tendrían que demostrar la responsabilidad de la República Árabe Siria. Sin embargo, una lectura cuidadosa de los tres informes anteriores de la OPAQ sugiere otra posibilidad: podría tratarse de ataques orquestados por el Ejército turco, como señaló el embajador sirio, quien por demás acogió con regocijo la adopción de la resolución.
Es importante señalar que las dudas sobre el papel de Turquía están totalmente justificadas porque ésta organizó –el 11 de mayo de 2013– un atentado bajo “bandera falsa” en la ciudad turca de Reyhanli, en el que murieron unos 50 ciudadanos turcos, para atribuirlo a Siria; y que el 21 de agosto de 2013 Turquía organizó un ataque químico en la región rural próxima a Damasco, también para atribuirlo a Siria y empujar así a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a emprender acciones militares directas contra Damasco; y en marzo de 2014 el Ejército turco entró, con Al Qaeda y con el “Ejército del Islam” (milicia prosaudita), en la localidad siria de Kessab –cuya población es mayoritariamente de origen armenio– para saquearla y continuar allí el genocidio contra los armenios.
Los informes de la OPAQ fueron presentados hace 8 meses, pero hasta ahora se aprobó esta resolución. Los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU disponen cada uno de sus propios medios de vigilancia satelital, lo suficientemente sofisticados como para permitirles saber quién es responsable de los ataques químicos. Si la OPAQ y la ONU llegaran a comprobar la responsabilidad de Turquía, el presidente turco Erdogan se convertiría en chivo expiatorio de toda la crisis siria.
La paz entre Estados Unidos e Irán deja a Washington en total libertad de concentrarse contra Moscú.
Ya mencionamos el traslado de los yihadistas del Emirato Islámico hacia Crimea, ya iniciado por Ucrania y Turquía. Sólo se trata, en el fondo, de la reanudación de las operaciones de sabotaje contra la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que caracterizaron los tiempos de la Guerra Fría.
Pero más grave resulta el intento de Estados Unidos de utilizar el derribo en Ucrania del vuelo MH17 para acusar a Rusia. El 29 de julio, Washington presentó en el Consejo de Seguridad un proyecto de resolución tendiente a crear un tribunal penal internacional para juzgar a los autores de ese crimen. Evidentemente, se trataba de un tribunal conformado para condenar al presidente Vladimir Putin, al estilo del Tribunal Especial para el Líbano, creado –con base en testimonios falsos– para condenar al presidente Bashar al-Assad y al entonces presidente del Líbano Emile Lahoud.
Por supuesto, Rusia se opuso recurriendo a su derecho al veto. Y no podemos menos que recordar ahora la proposición que el presidente Barack Obama le hizo en 2011 a su entonces homólogo ruso Dimitri Medvédev: apoyarlo si se comprometía a poner a su entonces primer ministro Vladimir Putin en el banquillo de los acusados de algún tribunal internacional. Se hablaba, en aquella época, de acusarlo de ser potencialmente responsable de la guerra en Chechenia… organizada por Washington.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
[BLOQUE: ANÁLISIS]
[SECCIÓN: INTERNACIONAL]
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