La nueva fase de la guerra de Estados Unidos contra Venezuela

Publicado por
Prensa Latina

Fracasaron las guarimbas y fracasó el embate mediático –el cual incluso utiliza francas mentiras para denostar al gobierno de Venezuela–. La siguiente fase es armada. Pero los instigadores están contra el tiempo. También el pueblo ya está cansado de su violencia

Buenos Aires, Argentina. El ataque terrorista aéreo utilizando un helicóptero robado en el aeropuerto de La Carlota, contra el Ministerio del Interior, de Justicia y de Paz y la Corte Suprema de Justicia, disparando y arrojando además granadas de origen colombiano y procedencia israelí, evidencia la desesperada carrera de Washington ante la imposibilidad de derrocar al presidente Nicolás Maduro y terminar con la Revolución Bolivariana.

Esta acción del 27 de junio puede verse como un salto cualitativo que evidencia el fracaso de las “guarimbas” violentas que han dejado muerte y destrucción, sin lograr su objetivo, actuando desde hace más de 3 meses sin tregua.

El helicóptero secuestrado del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC) estaba en la  base aérea militar Francisco de Miranda (La Carlota, Caracas), que también ha sido objetivo de reiterados ataques opositores en los últimos meses, como se han montado provocaciones ante otros cuarteles.

El autor de estos hechos, identificado como Óscar Alberto Pérez, usó su condición de inspector adscrito a la División de Transporte Aéreo del CICPC para secuestrar el helicóptero. Pérez se declaró en un video como “un guerrero de Dios”, rodeado de un grupo armado hasta los dientes.

Su acción terrorista que pudo haber dejado decenas de víctimas, aparece para algunos analistas como un “ensayo” del enemigo, o como un avance en la guerra por “goteo”, como la ha llamado el presidente Maduro. También puede pensarse que intenta quebrar la confianza en las Fuerzas Armadas patriotas.

Hay que ser extremadamente cuidadosos para hablar de Venezuela en esta situación, porque algunos “consejeros” se aventuran a proponer a Maduro peligrosas “soluciones” como si en realidad supieran contra lo que se enfrenta cada día el gobierno venezolano.

Hasta ahora –como lo ha dicho el canciller Samuel Moncada– ninguna de aquellas naciones que dicen luchar contra el terrorismo ha enviado un mensaje a Venezuela. Como no lo hicieron cuando la escena de un joven, golpeado brutalmente y rociado con gasolina por los opositores que recorrió el mundo. Y otros casos similares, asesinatos brutales, como sucede en Siria.

Esto es terrorismo, como también lo son las supuestas manifestaciones pacíficas, que en ningún momento han sido “pacíficas” –valga la redundancia–, en la que los “manifestantes” antigubernamentales no sólo declaran que están actuando para derrocar al gobierno elegido democráticamente, es decir que son en realidad protagonistas de un intento de golpe, sino que utilizan a mercenarios y paramilitares colombianos para activar la violencia.

En realidad el mando de estos grupos se encuentra en las tropas “especiales” de Estados Unidos estacionadas en las bases de ese país en territorio colombiano; en las famosas Fundaciones de la estadunidense Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y sus Organizaciones No Gubernamentales, que no sólo reparten dinero entre la oposición venezolana, sino también todo lo que se utiliza como los cascos, las máscaras antigases, las armas supuestamente caseras, que usan los también supuestos pacíficos manifestantes.

Imaginemos una de estas manifestaciones “pacíficas” con sus grupos de choque avanzando hacia la Casa Blanca o contra el palacio de gobierno de España, o en México, Colombia, Argentina y otros. ¿Los van a dejar llegar a sus objetivos para tirar bombas incendiarias contra las casas gubernamentales, edificios públicos, centros de salud y otras instituciones civiles?

Y vamos más lejos aún: las decenas de muertos que esta violencia opositora ha provocado son atribuidos al gobierno de Maduro cuando en realidad existe una cantidad de policías y guardias nacionales asesinados, y la mayoría de las víctimas no son precisamente opositores.

La brutal acción de los medios masivos de comunicación venezolanos es parte indispensable de esta guerra contrainsurgente que se escenifica en Venezuela. Sus mentiras y las que difunden los medios del poder hegemónico a nivel mundial son tan criminales como las armas usadas por los grupos de choque que han provocado centenares de acciones terroristas.

Desde la sede central del verdadero terrorismo internacional, Washington, hablan además de “la falta de libertad de expresión” cuando los medios del poder económico venezolano han sido claves y siguen siéndolo, actuando como equipos de guerra, y están detrás de toda la violencia aplicada en el país.

La imagen de edificios destruidos, los robos millonarios de alimentos, medicamentos y gasolina llevados a Colombia para desabastecer al pueblo venezolano y acusar al gobierno de “fracaso económico” y desgastar a la población, los atentados terroristas en todo el país contra tendidos eléctricos, refinerías y otros lugares; universidades destruidas, así como instituciones estatales, han recrudecido desde el intento de golpe llamado “La Salida” de comienzos de 2014, cuyo cabecilla Leopoldo López, anunció entonces que no se iban de las calles hasta derrocar a Maduro y ahora es considerado por Estados Unidos y sus asociados como un “preso político”.

López es responsable de casi medio centenar de muertos y miles de heridos. A esto se agrega lo sucedido en los últimos meses, como se describe en el párrafo anterior para entender la absoluta falsedad e hipocresía de llamar “marchas pacíficas” a este accionar que hemos visto tan claro en lo actuado en Ucrania, en Siria, en Libia creando las condiciones para la constante escalada de violencia en las calles, sembrando muertes, destrucción caos y daños económicos, para justificar lo injustificable: la invasión de esos países.

En medio de todo esto y la tragedia de Oriente Medio el gobierno de Maduro ha resistido a la más brutal guerra económica y mediática. En medio de la resistencia el presidente y su equipo lograron mediante acuerdos con otros miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) una evolución de los precios del mismo que le permitió un mayor equilibrio en medio del ataque contrainsurgente del imperio.

El precio del barril que había bajado a unos 19 dólares en enero de 2016 –por acción del poder hegemónico– subió a unos 50 dólares en mayo de 2017. Esto permitió que aumentara la producción de alimentos y de otros productos necesarios para la población.

Por supuesto los medios ocultaron estos logros en medio de la guerra en diversos frentes y el cambio ayudó en este período en que vimos las marchas organizadas en defensa del gobierno venezolano que fueron las más importantes y multitudinarias de los últimos años, pero ocultadas por el poder mediático y dictatorial a nivel mundial.

De la misma manera funcionan las exigencias de Washington y sus aliados o del secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, pidiéndole al gobierno venezolano que termine con “la represión” que en realidad se limita al ejercicio de la defensa como un derecho legítimo.

Mienten descaradamente al mundo sobre las llamadas “manifestaciones pacíficas” y “las graves violaciones a los derechos humanos”, discursos  escuchados una y otra vez cuando quieren destituir a gobiernos populares.

Hay que destacar que cuando alguna víctima es responsabilidad de algún agente gubernamental, éste es de inmediato separado, y que se investiga caso por caso, en función de la verdad y la justicia.

Maduro se ha convertido en un “dictador feroz”, en el esquema de guerra, como Bashar Al Assad en Siria. ¿Será por eso que millones de venezolanos y sirios siguen defendiendo a su patria, a su gobierno y a sus fuerzas armadas patrióticas?

Las “guarimbas” son el primer paso de un camino abierto hacia lo que podría ser una intervención armada en nombre de la “democracia” y del “humanitarismo”, como si una invasión no fuera la más temible violación de todos los derechos humanos y de los pueblos.

Recientemente el gobierno de Maduro denunció con pruebas el financiamiento y apoyo logístico estadunidense a los grupos violentos en Venezuela que han facilitado una insurgencia armada, a la que responde con la aplicación de las leyes de la República en el marco del Estado de derecho venezolano, como sostuvo el mandatario.

 “El sistema de poder estadounidense se vale de pronunciamientos frecuentes y reiterados, sanciones unilaterales extraterritoriales, financiamiento económico de organizaciones en Venezuela con fines terroristas, bloqueo financiero, amenazas de intervención militar, entre otros, para enmascarar un abierto proceso de intervención marcado por el injerencismo grosero y la violación del Derecho Internacional”, sostiene un comunicado del Ministerio del Poder Popular para Relaciones Exteriores.

Este golpe continuo permanece casi sin treguas desde el 14 de abril de 2013, cuando el dirigente de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) Henrique Capriles Radonski llamó a desconocer el triunfo de Maduro y grupos motorizados salieron a ejercer violencia, asesinando a más de una docena de personas y quemando o intentando hacerlo a centros de salud y otros edificios.    La oposición venezolana actúa dentro del esquema de una guerra contrainsurgente de Baja Intensidad y de Cuarta Generación, ajustándose a todos sus diseños como hemos demostrado en otros artículos.

Es un plan estadunidense como fue la siembra de dictaduras militares en América Latina y especialmente en el Cono Sur en las décadas de1970 y 1980, dejando miles de muertos y desaparecidos. Entonces se trataba de la Doctrina de Seguridad Nacional de Estados Unidos en el esquema de la Guerra Fría, que enfrentaba a ese país con la Unión Soviética.

Hoy son otros los diseños para reapropiarse colonialmente de toda América Latina y de un país clave como Venezuela, con sus enormes reservas petroleras y otras grandes riquezas, que durante años fueron manejadas por el poder oligárquico, dejando en la pobreza al 80 por ciento de la población. Ese 80 por ciento que el presidente Hugo Chávez Frías (1999-2013) rescató de las catacumbas de la miseria y la ignorancia.

Fue Nicolás Maduro el hombre elegido como su sucesor por el presidente Chávez antes de su muerte el 5 de marzo de 2013, cuando el imperio pensó que había llegado el momento de “tomarse” Venezuela. Nunca imaginaron  los hombres de Washington que iba a ser tan difícil derrocar a Maduro.

Ni siquiera ha podido la inmadurez, en unos casos, y la traición en otras, de sectores de una supuesta izquierda que hace tiempo dejó de serla, que terminan ayudando al imperio en su tarea de destruir los gobiernos progresistas o que intentaron e intentan llegar a la independencia definitiva. Maduro junto a su pueblo no cede, porque ceder es entregar la patria, mientras continúa con sus obras.

La unidad cívico militar en favor del pueblo venezolano, es un ejemplo definitivamente “peligroso” como modelo regional, para el imperio decadente que se desenmascara cada día más.

La idea del gobierno ante el rechazo del diálogo, fue convocar a una Constituyente que tanto había pedido la oposición, que la rechazó, porque no quiere el diálogo, ni la paz ni una salida democrática.

En medio de esa lucha desigual, donde muchos no han entendido lo que ha significado resistir en estos últimos años como lo está haciendo el gobierno y los sectores más patrióticos de las Fuerzas Armadas han surgido “chavistas” más chavistas que Chávez, y por supuesto algunos “progresistas” de izquierdas radicales que no tienen ni la mínima idea de lo que significa resistir a una guerra contrainsurgente dirigida por Estados Unidos, en circunstancias en que hay cambios dolorosos en nuestra región.

Debemos aprender de Venezuela, de las creativas formas para desafiar la guerra, de saberse limitados para una defensa más profunda, que podría rápidamente ser utilizada para una invasión, ya que el enemigo tiene suficientes fuerzas y equipos en sus bases tanto en Colombia como en Perú y otros lugares de Nuestra América.

Esta es la hora de demostrar a ese país y a ese pueblo de enorme generosidad que estamos dispuestos a defender sus derechos soberanos, sus políticas de diálogo y paz, para seguir construyendo un proceso destinado a los millones de venezolanos que pasaron siglos en la exclusión y el olvido, mientras una minoría se quedaba con la mayoría de la renta petrolera y disfrutaba de un poder ilimitado.

Bajo ninguna circunstancia vamos a dejar caer a Venezuela, en momentos en que las amenazas retornan contra la heroica Cuba. Nuestros pueblos se han empoderado de sus derechos en todos estos años de unidad, de rescate de identidades, culturas, de justicia, de sueños que regresarán, porque este es el siglo de Nuestra América, de nuestra independencia definitiva y somos el continente de la esperanza, sin duda alguna.

Stella Calloni/Prensa Latina

[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÓN: INTERNACIONAL]

 

 

Contralínea 547 / del 10 al 16 de Julio de 2017

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