Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco, Siria. En tiempos de la Guerra Fría, el financiamiento para las investigaciones en materia de ciencias sociales iba a parar en manos de quienes se dedicaban a los estudios sobre el “totalitarismo” –o sea, a tratar de hacer ver que nazismo y estalinismo eran prácticamente lo mismo. Pero después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, ese financiamiento se reorientó hacia el “terrorismo”. De la noche a la mañana aparecieron miles de “expertos”, financiados para justificar a posteriori la versión oficial de los atentados, las guerras contra Afganistán y contra Irak y la proclamación de la Patriot Act.
Trece años más tarde, el fenómeno se repite en ocasión de la aparición del califato proclamado por el Emirato Islámico (Daesh, por su acrónimo en árabe). Ahora se trata no tanto de luchar contra una difusa amenaza terrorista como de combatir un Estado muy real, aunque no reconocido, y evitar el trasiego de armas, de dinero y de combatientes que está generando.
Dos organizaciones intergubernamentales –la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Unión Europea– han realizado un trabajo gigantesco para definir una estrategia de “prevención del extremismo violento” y luchar contra el Emirato Islámico. La Asamblea General de la ONU analizará esos trabajos, el 30 de junio y el 1 de julio. Pero es de temer que la “prevención del extremismo violento” no pase de ser una justificación para reprimir toda forma de oposición.
Quien lea los documentos disponibles –los del secretario general de la ONU, los del Comité 1373 de Lucha Antiterrorista, los del Equipo de Apoyo Analítico y Vigilancia de las Sanciones y los del Servicio de Acción Exterior de la Unión Europea– no puede sentir otra cosa que una especie de vértigo ante lo que, más que un plan de batalla, parece sobre todo la elaboración de una retórica políticamente correcta.
La ONU y la Unión Europea se basan única y exclusivamente en fuentes occidentales, alejadas del terreno y que nunca reflejan las informaciones que envían Irak, Siria y Rusia –de hecho ni siquiera mencionan la existencia de esas informaciones– a pesar de que esos datos fueron debidamente entregados al Consejo de Seguridad por los embajadores de esos países, respectivamente Mohamed Ali Alhakim, Bachar Jaafari y Vitali Churkin. Esas informaciones están por demás al alcance de todo el que desee consultarlas.
Siria y, en menor medida, Irak, han ido presentando día a día informaciones sobre las transferencias de dinero, los envíos de armas y la circulación de yihadistas. Rusia, por su parte, ha distribuido cinco informes elaborados por temas sobre:
– 1. El comercio ilegal de hidrocarburos
– 2. El reclutamiento de combatientes terroristas extranjeros
– 3. El tráfico de antigüedades
– 4. Las entregas de armas y municiones
– 5. Los componentes destinados a la fabricación de artefactos explosivos improvisados
El conjunto de esos documentos apunta directamente a la responsabilidad de Arabia Saudita, Qatar y Turquía. Esos tres Estados –aliados de Washington– respondieron a estos informes negando globalmente las acusaciones pero sin entrar jamás a discutir sobre ninguna de esas imputaciones.
El Emirato Islámico encaja a la perfección en los cuatro objetivos de la estrategia de Estados Unidos, tanto en cuanto a provocar la guerra civil entre sunnitas y chiítas en Irak como en lo tocante a la división de Irak en tres territorios federales, la interrupción de la comunicación terrestre entre Irán y el Líbano así como el proyecto tendiente a derrocar la República Árabe Siria. Se impone entonces llegar a la siguiente conclusión: Si no existiera un Emirato Islámico, ¡Washington tendría que inventarlo!
Creer que el silencio sobre los informes anteriormente mencionados es resultado de un prejuicio anti-iraquí, anti-sirio o anti-ruso sería un error. Las fuentes occidentales públicas o privadas que confirman esos informes también son totalmente ignoradas. Eso está sucediendo, por ejemplo, con los documentos desclasificados de la US Defense Intelligence Agency y los artículos de Jane’s, la revista preferida de los oficiales de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). No, la ONU y la OTAN abordan la cuestión del Emirato Islámico bajo un a priori simple y claro: este “Estado” surgió de manera espontánea, sin ayuda externa.
La ceguera de la ONU en ese sentido es tan grande que su secretario general, Ban Ki-moon, atribuye a la coalición internacional encabezada por Washington las victorias que en realidad se deben al sacrificio de los ejércitos de Irak y de la República Árabe Siria y los combatientes de la resistencia libanesa, así como a la intervención de las fuerzas armadas rusas.
El “resultado” de 15 años de “guerra contra el terror”, según nos dicen en esos documentos, consistiría en haber matado más de 1 millón y medio de civiles para liquidar entre 65 mil y 90 mil presuntos terroristas y en haber pasado de un ataque terrorista difuso (con al-Qaeda) directamente a un Estado terrorista (el Emirato Islámico). En otras palabras, después de habernos explicado que unos 15 países miembros de la ONU se han convertido en “Estados fallidos” (Failled States), a pesar de años de ayuda internacional, ahora quieren hacernos creer que en unos pocos meses unos cuantos matones incultos han logrado –¡sin ayuda de nadie!– crear un Estado que incluso pone en peligro la paz mundial.
Al-Qaeda ha pasado subrepticiamente del estatus de “amenaza” al de “aliado”, según los casos. O sea, al-Qaeda financió al AKP (partido de derecha) en Turquía, ayudó a la OTAN a derrocar a Muammar el-Kadhafi en Libia e hizo “un buen trabajo” en Siria, mientras seguía manteniéndose en la lista de organizaciones terroristas de la ONU. Nadie se toma el trabajo de explicarnos esa evolución ni la contradicción que implica. Al parecer eso ya ni siquiera importa dado que ahora se otorga el estatus de “enemigo” al Emirato Islámico.
Durante los últimos 15 años, hemos visto al bando occidental desarrollar su teoría sobre el 11 de septiembre y la amenaza de al-Qaeda. Después de la publicación de mi crítica sobre ese cuento de niños y a pesar de la multiplicación de los atentados, hemos visto las opiniones públicas dudar de la sinceridad de sus gobiernos y separarse poco a poco de las declaraciones oficiales de esos gobiernos, hasta llegar a un punto en que hoy ya ni siquiera creen en ellas. Mientras tanto, algunos jefes de Estado –en países como Cuba, Irán y Venezuela– han expresado públicamente su incredulidad al respecto.
Sabiendo que hoy en día el punto de vista que contradice “la verdad oficial” ya está siendo representado por un grupo de Estados –entre los que se cuentan dos miembros del Consejo de Seguridad de la ONU–, ¿aceptaremos pasar los 15 próximos años dejándonos arrastrar a la esquizofrenia con el cuento de la “amenaza del Emirato Islámico”?
Thierry Meyssan/Red Voltaire
[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÓN: INTERNACIONAL]
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