La Reserva Federal no ha resuelto ninguno de los problemas que llevó a la crisis financiera de 2008. De hecho, son mucho mayores que antes; debido a lo que hizo la Reserva Federal la crisis será más grande que nunca.
Con una mala política monetaria ha creado una burbuja mayor.
En cierto modo, somos como un parásito de la economía mundial: nos alimentamos del resto del mundo y necesitamos mantener la ilusión de que el mundo depende de Estados Unidos y no al revés.
Todo lo que tiene la Reserva Federal es gasolina, y todo el mundo espera que el fuego se apague. Esto no puede salir bien
Peter Schiff, presidente y dueño de Euro Pacific Capital, septiembre de 2014 y agosto de 2015
Para poner esto en términos muy técnicos: estamos todos bastante jodidos
Randall Wray, economista de la University of Missouri-Kansas City
A fuerza de ser repetitiva como tragedia y comedia, la historia de las consecuencias globales de un cambio en la política monetaria estadunidense, ya sea expansivo o restrictivo, es francamente tediosa. La pregunta, en todo caso, es: ¿qué han hecho los gobiernos para tratar de atenuar y neutralizar los efectos desestabilizadores que generan los aumentos o las bajas en las tasas de interés de referencia estadunidenses, que determinan la orientación de los demás réditos, dentro y fuera de ese país, y la flexibilización o contracción de las medidas monetarias no convencionales, entre ellas la llamada expansión cuantitativa (quantitative easing, cuya sigla en inglés es QE)?
En su sentido expansivo, el segundo instrumento señalado es normalmente empleado por algunos bancos centrales para aumentar la oferta de dinero y las reservas del sistema bancario. Por medio de la compra de bonos emitidos anteriormente por los mismos gobiernos centrales, con el objeto de ampliar la liquidez en la economía y reducir los réditos a largo plazo, como parte del esfuerzo para combatir la deflación (recesión y caída de los precios). Para estimular el consumo, reanimar la economía, el empleo y la tasa de ganancia, aceptándose como un costo necesario el alza de los precios.
Dicha herramienta busca reforzar los efectos esperados por la baja en las tasas de interés de descuento o interbancaria, cuando éstas son nominalmente cercanas a cero (y negativas, en términos reales, si se elimina la inflación). Su restricción genera los efectos contrarios, una vez que se cumplieron los objetivos señalados y se temen brotes inflacionarios.
Esas decisiones monetarias no son nuevas, ni por añadidura, sus secuelas desestabilizadoras internacionales.
Por extensión, no deberían resultar sorpresivas para los respetables banqueros centrales y las autoridades hacendarias de México y otras naciones, siempre atentos a la evolución de los mercados financieros, celosos guardianes del buen funcionamiento de los circuitos monetarios, fieles cancerberos del valor de las monedas, y prestos a utilizar todos los instrumentos proporcionados por la teoría y la praxis económica ortodoxa y, por qué no, heterodoxa, en los contados casos en los que los institutos centrales no han sido entregados a los monetaristas o han sido expulsados de esos templos.
Tampoco los inversionistas tendrían que verse perturbados, luego que, cíclicamente, han sido vapuleados y arrollados por los vendavales especulativos, los cuales, por cierto, ellos mismos han contribuido a desencadenar. De acuerdo con la doctrina económica neoclásica profesada por Pedro Aspe, su pupilo Luis Videgaray, Agustín Carstens y demás, deberían actuar como verdaderos zoon economicus racionales, capaces de procesar adecuadamente los signos del mercado y proceder en consecuencia. Ya deberían ser diestros navegantes de buen y mal tiempo después de reiterados naufragios.
Ante todo, nadie debería pasmarse, a estas alturas, ante el juego monetario.
Primero, porque la historia ha enseñado que los tiempos de acceso a los dólares “fáciles” internacionales (costo del endeudamiento externo, flujos de capitales, sobre todo de corto plazo, que buscan mejores ganancias financieras en los mercados que paguen más, y éstos son los llamados “emergentes”), que dan la apariencia de riqueza y son orgullosa y arbitrariamente manejados como símbolos de la confianza externa por los gobiernos agraciados, no son permanentes.
Tarde o temprano, la veleidosa suerte cambia drásticamente, sujeta a los caprichosos intereses y tragedias de otros. En especial, de los que propician el acceso a los dólares baratos, como es el caso de la política monetaria estadunidense, por ejemplo. Sustituye la imagen de la opulencia temporalmente protestada, que se esfuma traumáticamente con los desmanes y los ataques de nervios desestabilizadores de los esquizofrénicos apostadores de los casinos financieros, por la estampida de capitales y la época de vacas flacas del sector real de la economía y la agudización de los agobios y agravios de las escuálidas mayorías, tradicionalmente sacrificadas. Independientemente de las bonanzas y las indigencias.
Sobre los perros más flacos siempre llueven las desgraciadas patadas.
En segundo lugar, porque la inminente alza en los réditos de la nación hegemónica ha sido largamente anunciada.
Los avisos inaugurales de la modificación de la política monetaria fueron dados por Ben Shalom Bernanke, entonces responsable de la Reserva Federal (Fed, por su acrónimo en inglés) durante mayo y junio de 2013. En esos meses especuló sobre la posibilidad de reducir gradual y ordenadamente la compra de papales.
Esa fase tercera de la QE se había iniciado en septiembre de 2012, con la adquisición sin precedentes de activos financieros y préstamos hipotecarios basura –para limpiar las hojas de balance de la banca– para inundar de liquidez los mercados. Supuestamente, esa estrategia contribuiría a reanimar a la economía estadunidense que se encontraba en estado comatoso, postrada en su peor recesión desde la década de 1930.
En una primera etapa, que se extendió entre los meses de septiembre de 2012 y diciembre de 2013, se desembolsaron 85 mil millones de dólares mensuales para la compra de 40 mil millones de dólares de valores respaldados por hipotecas y el resto en títulos emitidos por el Departamento del Tesoro. Después se llevó a cabo el llamado tapering o retiro del estímulo, escalonado, por 10 mil millones de dólares, en siete tramos, casi mensualmente. El último monto destinado en septiembre de 2014, fue por 15 mil millones de dólares. El programa QE3 termina en octubre.
En términos contantes y sonantes, la inyección de recursos con la QE3 fue del orden de 1.8 billones de dólares.
Admirador de Milton Friedman y Anna Schwartz, y supuesto especialista en depresiones económicas –no en trastornos siquiátricos, por desgracia, ya que a los apostadores de los casinos financieros les hace falta una buena terapia, al igual que algunos banqueros centrales monetaristas–, deflaciones y demás yerbas dignas de los banqueros centrales, Bernanke dijo en 2002 que había aprendido de aquél que el uso juicioso de la política monetaria, la reducción de las tasas de interés, la oferta monetaria, a través de la QE, los apoyos directos a la banca, contribuye a evitar las crisis depresivas (www.federalreserve.gov/boarddocs/speeches/2002/20021108/default.htm).
¿Qué entendió Ben de su gurú y su cónyuge? Entre otras cosas, como sostienen aquellos, que la depresión de 1929 fue consecuencia de una tontería: la fuerte reducción (un tercera parte) en la oferta monetaria decretada por la Reserva Federal (History of United States). En ese sentido, la solución friedmaniana es evidente: en lugar de cerrar la llave, ésta debe abrirse y soltar la cantidad de dólares en los niveles requeridos por las circunstancias.
Bajo la divisa: “No dejaremos que vuelva a ocurrir” –como dijo durante un homenaje a Friedman–, e inspirado en su maestro, siguió el curso tecnológico y alegórico de su razonamiento.
Recordó que su nación posee una ingeniosa máquina, especializada para crear la cantidad de dólares que sean necesarios. “Por supuesto –agregó Bernanke–, el gobierno de Estados Unidos no va a imprimir dinero y distribuirlo de cualquier manera”. Es decir, no será compartido con cualquiera. “El dinero –aclara Ben– se inyecta en la economía mediante la compra de activos por parte de la Fed. Para estimular el gasto agregado cuando los tipos de interés llegan a cero, la Fed debe aumentar el nivel de compra de activos […]. De manera alternativa, la Fed podría encontrar otra manera de inyectar dinero en el sistema, por ejemplo, otorgando préstamos a bajo interés a los bancos o cooperando con las autoridades fiscales” (Michael Roberts, Ben Bernanke y la tasa “natural” de rentabilidad).
Más adelante veremos qué ha pasado con las tasas de interés.
En épocas críticas, el keynesianismo propone la ampliación del gasto público como instrumento contracíclico, debido a sus rápidos efectos, a diferencia de la política monetaria expansiva, cuyos efectos son lentos (se ha estimado que sus efectos esperados se manifiestan casi 1 año después, si es que se presentan).
Para enfrentar el desastre financiero, más que el productivo, el baby Bush aumentó nominalmente en 9 por ciento el gasto estatal en 2008 (de 2.7 billones de dólares en 2007 a 3 billones). En el primer año de gobierno de Barack Obama se elevó en 18 por ciento (a 3.5 billones de dólares). La contingencia obligó a despreocuparse momentáneamente del equilibrio en las cuentas públicas. Así, el déficit fiscal pasó de 161 mil millones de dólares en 2007 a 3.5 billones de dólares en 2009.
No obstante, para 2010, dice Randall Wray, economista de la Universidad de Missouri-Kansas City, “la enfermedad de la austeridad” proveniente de la Unión Europea “infecta a Washington”. Ese año se recortó el gasto en 1.7 por ciento, con el objeto del desequilibrio fiscal, el cual deberá caer a 525 mil millones de dólares en 2015, en 63 por ciento con relación a 2009.
Keynes fue desaparecido de la escena en favor del monetarismo. Desde 2008, Bernanke se trepó al helicóptero friedmaniano y empezó a arrojar dólares a manos llenas. Como se recordará, Friedman inventó la simpática “metáfora del helicóptero”, consistente en la hipotética decisión de que los banqueros centrales se subieran a ese aparato lleno de dinero para luego arrojarlo, en aras de evitar la recesión-deflación.
La generosidad monetaria de Bernanke fue monumental. Alcanzó una escala industrial de efectos planetarios.
Por esa razón pasó a la historia como el Helicóptero Ben.
En noviembre de 2014, Bernanke se apeó del helicóptero y, satisfecho, dio por concluida la EQ.
En julio de 2008, Bernanke estimó preliminarmente que la crisis hipotecaria (subprime) costaría alrededor de 100 mil millones de dólares. No obstante, la proporción del desastre superó cualquier estimación aventurada.
La primera ronda de inyección extraordinaria de liquidez (QE1), iniciada en octubre de 2008, y cuyo objetivo era rescatar al desbarrancado y paralizado sistema financiero estadunidense, demandó 600 mil millones de dólares; 500 mil millones de dólares fueron destinados a la compra de bonos, sobre todo del Tesoro, y de valores respaldados por hipotecas basura (mortage backed securities) y otros activos tóxicos, concentrados por bancos y otras entidades financieras. El resto es para la adquisición de obligaciones de deuda hipotecaria (debt obligations of mortage) y préstamos hipotecarios federales (federal home loans) en manos de Fannie Mae y Freddie Mac. Esa cantidad fue ampliada en marzo de 2009, y en el mismo mes de 2010, cuando se finiquitó la QE1, las erogaciones acumulaban 1.6 billones de dólares, es decir, 1.45 billones de dólares en bonos hipotecarios y 200 mil millones de dólares en deuda con problemas de agencias hipotecarias (Gerardo García, Política monetaria de Estados Unidos). La necesidad de recursos exigió la emisión de la QE2, vigente entre noviembre de 2010 y junio de 2011, agregándose otros 600 mil millones de dólares más, consignados a la compra de deuda pública (Treasury Securities).
¿El último bailecito? Para el periodo septiembre de 2011 y 2012 se inventó la Operación Twist.
La primera aplicación de ese tipo de medidas se registró durante la presidencia de John F Kennedy y tomó el nombre de un ridículo baile de moda de esa época. El bailecito monetario consiste en que la Reserva Federal compra bonos con vencimiento de largo plazo, entre 6 y 30 años, y los cambia por otros de menor maduración, menor a 3 años, por un monto de 667 mil millones de dólares.
El objetivo del plan es desalojar a los inversionistas del refugio de los bonos públicos de largo plazo y obligarlos a que tomen papeles con pérdidas reales (intereses devengados menores a la inflación). Al cabo esos valores aún representan una protección en contra de otra clase de quebrantos. Nada importa que el origen del dinero sea “honrado” o sucio. Pero sobre todo, lo que se busca es forzarlos a que se desplacen hacia el crédito y la inversión productiva a través del sistema bancario.
Los intereses pagados por los bonos públicos menores a 1 año son de casi 0 por ciento, y negativos si se elimina la inflación: -2 por ciento, en promedio, entre 2009 y 2012. Nada ha cambiado hasta 2015.
La inyección de liquidez ha contribuido a la baja de la tasa pagada por los bonos del Tesoro a 10 años, que influye en el costo del dinero local. De 4.6 por ciento nominal, en promedio, en 2007, a 1.8 por ciento en 2012. El rendimiento del último dato es negativo al descontar la inflación.
Después de todo, los compradores de esos papeles no tienen muchas opciones para huir como ratas enloquecidas.
Externamente, los mercados financieros no ofrecen mejores opciones.
Las tasas de referencia de los bancos centrales de las principales naciones industrializadas de la Unión Europea, de la eurozona, Canadá, Japón, son de casi 0 por ciento, negativas en términos reales.
Sólo queda una posibilidad: la salvaje periferia subdesarrollada del capitalismo: México, Brasil, Argentina, China y demás. Si bien sus réditos han bajado en simetría con los de las metrópolis, los rendimientos pagados son atractivos. Lo suficiente para atraer capitales y atragantarse e indigestarse con ellos.
Sin duda, la Operación Twist descontaba el menor ingreso de capitales financieros foráneos y la salida parcial de los capitales que ya estaban dentro, en búsqueda de alternativas más rentables. Pero en una cantidad que no comprometiera sus necesidades de recursos.
Como potencia hegemónica imperialista, Estados Unidos puede darse el lujo de emitir la moneda en la cantidad de quiera, sin que pierda su función de reserva internacional, y seguir recibiendo el suficiente ahorro externo para financiar sus déficit gemelos, el fiscal y el de balanza de pagos. El mundo paga y le inyecta el circulante que ayuda a mover al mundo.
Sumándose los recursos inyectados de las tres fases de la QE y la Operación Twist, el dinero inyectado suma 4.7 billones de dólares, equivalentes al 26 por ciento del producto interno bruto (PIB) estadunidense (17 billones de dólares en 2014). El PIB de México en ese año fue de 1.3 billones de dólares, según el Banco Mundial.
El confidencial: “¡Adiós a la vitamina QE!
¿Alguien puede imaginarse esa situación en el pobre paria de México que actualmente se codea con naciones humildes como Haití, sin que se fuguen masivamente los capitales y sin colapsarse?
La política monetaria expansiva estadunidense se ha guiado por un principio: que la inflación proyectada no supere el 2.5 por ciento, y que la tasa de desempleo abierta no sea sustancialmente menor a 6.5 por ciento.
En 2009 la inflación fue de 2.8 por ciento. En lo que va de 2015 es de 0.2 por ciento.
El desempleo medio en 2010 fue de 9.6 por ciento (14.8 millones de personas). En lo que va de 2015, de 5.5 por ciento (8.6 millones de de personas).
Se pregunta el economista Michael Roberts: “¿tuvo éxito este tipo de políticas de bajas tasas de interés y dinero lanzado desde helicópteros?”
Responde: “la política monetaria no es ni de lejos suficiente para que incluso la economía capitalista estadunidense vuelva a crecer y a la ‘normalidad’”. El PIB real actual de Estados Unidos es aproximadamente un 12 por ciento más bajo que el que habría sido si no hubiera habido crisis.
Más aún, afirma, esa política monetaria se ha convertido en un obstáculo a la reactivación, porque su objeto ha sido restaurar la rentabilidad financiera creando otra burbuja especulativa.
¿Su economía está lista para vivir robusta sin los estímulos del poderoso complejo vitamínico QE?
Luego de la recesión de 2008-2009, la tasa media real anual del crecimiento en 2010-2014 fue de 2.1 por ciento. En lo que va del siglo y antes del colapso era de 2.4 por ciento. En 1992-2007 fue de 3.2 por ciento. Antes de la experiencia neoliberal era de 4 por ciento.
Nadie aventura una tasa de 3 por ciento en lo que resta del decenio.
Los resultados económicos son miserables para los recursos inyectados y en nivel de los réditos.
En tercer lugar, nadie debería asombrarse por los efectos devastadores globales de los cambios en la política monetaria estadunidense, los cuales tampoco son novedosos.
El aumento de la tasa de referencia en 1979-1981 contribuyó a la crisis de la deuda externa internacional y el colapso mexicano. Su alza de 1993-1995 aplastó a México, Rusia o los extigres asiáticos. La de 2002-2004 ayudó al incendio global de 2007-2009, el cual no ha sido superado.
La experiencia histórica indica que más que apagafuegos, la Reserva Federal parece un nido de pirómanos monetarios.
Según los aspectos señalados, ¿cuáles son las medidas preventivas diseñadas por los bancos centrales y los gobiernos como el mexicano para el tsunami monetario y el fin del dinero fácil?
Nada.
Más allá de sobresaltarse.
Esperar los acontecimientos para subir los réditos cuando lo haga la Reserva Federal.
Apretarse el cinturón de la austeridad fiscal con la escasez de recursos.
Persignarse ante el piso financiero que ha empezado a resquebrajarse y no tarda en hundirse.
Marcos Chávez M*, @marcos_contra
*Economista
[BLOQUE: ANÁLISIS]
[SECCIÓN: ECONÓMICO]
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