Lo mejor que pueden hacer los bancos centrales por el mundo es evitar este tipo de crisis [las depresiones], proporcionando a la economía, en palabras de Milton Friedman, un “escenario monetario estable”, que se refleje, por ejemplo, en una inflación baja y estable. […] Me gustaría decir a Milton y Anna [J Schwartz]: por lo que se refiere a la Gran Depresión, tenéis razón, nos equivocamos. Lo sentimos mucho. Pero gracias a vosotros, no lo volveremos a hacer
Nada retórico, se preguntó un analista español en octubre de 2014: “¿realmente alguien pensaba que el camino de vuelta tras 5 años de una política monetaria expansiva tendría lugar sin volatilidad?” (www.elconfidencial.com/mercados/inversion/2014-10-25/el-mundo-se-queda-sin-la-vitamina-qe_398167/).
Ciertamente, la experiencia histórica muestra que los cambios en los ciclos de la política monetaria, en particular la estadunidense, su tránsito de la resbaladiza y ambigua “neutralidad”, el “escenario estable” friedmaniano señalado por Ben Bernanke, compatible con una inflación relativamente constante en el mediano plazo, a la expansión (bajas tasas de interés reales) y la restricción (altos réditos reales), y sus consecuencias, nunca han sido tersos. Por el contrario, a menudo son francamente traumáticos.
Sobre todo cuando una nación hegemónica los impone arbitrariamente, y sus efectos se trasmiten como marejadas ciclónicas, y arrasan países, generalmente los más vulnerables, como si fueran castillos de naipes. Tal y como lo hizo el huracán Katrina, en 2005, con las costas del Golfo estadunidense, de Florida a Texas, ensañándose con Nueva Orleans. La desregulación interna y la apertura financiera externa indiscriminadas de los mercados nacionales, que no fueron modificadas después del desastre sistémico iniciado en 2007, sólo han amplificado el desastre.
Los ajustes monetarios restrictivos de la nación imperialista han contribuido a detonar al menos nueve crisis financieras y recesivas globales, de diversa intensidad, registradas en los 45 años precedentes: 1) el alza de sus tasas de interés de referencia en la axial década de 1970, donde el sistema monetario internacional pasó del orden de Bretton Woods, definido por la relación fija oro-dólar, la estabilidad de precios, tasas de interés y paridades cambiarias, y el crecimiento económico, a la nueva era de inestabilidad de los mercados financieros y el estancamiento crónico del neoliberalismo, transitando por las devaluaciones y la estanflación (recesión con inflación) de esa década; 2) su aumento de 1979-1981 (irónicamente, el entonces canciller alemán federal Helmut Schmidt dijo que estaban en “los niveles más altos de la era cristiana”), bajo el monetarismo reaganiano, que detonó la crisis internacional de la deuda externa, entre ellas la mexicana; 3) la quiebra masiva de las cajas de ahorro y de Wall Street en 1987, que inauguraban las crisis neoliberales; 4) la nueva crisis mexicana de 1994-1995; 5) el desplome de los tigres asiáticos en 1997 (Tailandia, Malasia, Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur); 6) la debacle rusa de 1998; 7) la quiebra de las empresas de alta tecnología de 2000; 8) la tragedia argentina de 2001-2002; 9) el primer gran colapso neoliberal global irresuelto hasta la fecha, iniciado en 2007, y gestado en las vísceras estadunidenses, el centro financiero del capitalismo mundial (véase gráfica 1).
En justicia, es menester señalar que tales crisis se deben a una diversidad de factores económicos y políticos. Las cambiantes decisiones monetarias de la Reserva Federal sólo son un ingrediente más de un coctel explosivo, aunque nada despreciable.
En el contexto de la arquitectura financiera del nuevo (des)orden internacional, definido por la desregulación financiera interna, la apertura externa de los mercados bursátiles, de dinero y de divisas nacionales y su integración mundial, los efectos contractivos de la política monetaria de la Reserva Federal, como el de otros acontecimientos –por ejemplo la crisis griega o el declinante crecimiento chino–, se amplifican, provocan sobrerreacciones. Se proyectan violentamente hacia el resto del mundo, a través de los reflujos enloquecidos de los capitales que desestabilizan y derrumban bolsas, mercados de dinero y de materias primas, y paridades cambiarias, y cuyas secuelas terminan por transmitirse, tarde o temprano, en forma recesiva, hacia el sector real de la economía.
La “estrategia de salida” hacia la “normalidad monetaria” se inició en enero de 2014, cuando la Reserva Federal anunció la reducción y el próximo término de la compra masiva de bonos, proceso que concluyó en noviembre de ese año. Así cerraba el ciclo de inyección de liquidez instrumentado a partir de 2008 a raíz del estallido de la crisis financiera y la depresión estadunidense, con los primeros apoyos concedidos a varios intermediarios, y seguido por las tres fases de la flexibilización cuantitativa (quantitative easing) y la Operación Twist, es decir, compra de bonos de lago plazo y venta de bonos de corto plazo (Federal Reserve’s exit strategy, 10 d febrero de 2010, www.federalreserve.gov/newsevents/testimony/bernanke20100210a.htm).
La compra de papeles indigestó las hojas contables de la Reserva Federal. Entre enero de 2005 y octubre de 2008 su valor pasó de 750 mil millones de dólares a alrededor de 950 mil millones de dólares. En marzo de 2015 sumaron casi 4.5 billones de dólares. En números redondos, la compra de títulos abultó el balance en 4 billones de dólares. De esa cantidad, se estima que unos 2.5 billones de dólares son activos tóxicos hipotecarios, es decir, carecen de valor. Son basura. En algún momento ese organismo decidirá qué hará con la inflación de sus estados contables y cómo los regresará a su nivel conocido antes del colapso financiero.
En junio de 2013, la economista Linda Yueh, de la Universidad de Oxford, del Reino Unido, estimó que “desde la crisis, los bancos centrales han inyectado 12 billones de dólares, equivalentes a una sexta parte del producto interno bruto del mundo”. Parte de ese dinero se filtró de Estados Unidos, la Unión Europea, la eurozona y Japón hacia las economías “emergentes”.
Cuando los bancos centrales de los países industrializados abandonen las políticas monetarias expansivas, en armonía con Estados Unidos, y empiecen a drenar los recursos inyectados, la sequía global adquirirá el carácter de conmoción.
Pero la política monetaria aún es asimétrica.
A Estados Unidos sólo le falta una medida para concluir con un experimento excepcional para una crisis única, la peor del capitalismo desde la gran depresión de 1930: aumentar la tasa de interés de referencia de su rango de cero por ciento y 0.25 por ciento. En octubre de 2008, ella cayó por abajo del punto porcentual y en negativa en términos reales. En julio de 2007 había sido de 5.26 por ciento. En el primer bimestre de 2014, promedió en su nivel nominal histórico más bajo (0.07 por ciento). Desde ese momento empezó a elevarse, casi imperceptiblemente, para mediar 0.14 por ciento en agosto y septiembre de 2015.
Una vez que se decrete el alza la meta de la Reserva Federal será la “tasa de neutralidad”: alrededor de 3.5 por ciento.
Pero gobernadores de la junta están indecisos y divididos. Unos –como el Chicago Boy Stanley Fischer– suponen que ya debe empezar el ajuste, pues ya se cumplieron los requisitos esperados: en julio, el desempleo fue de 5.3 por ciento, contra la meta fijada de 6.5 por ciento; el producto interno bruto (PIB) semestral fue de 2.8 por ciento; la inflación acumulada hasta agosto fue de 1.5 por ciento e insisten que no debe esperarse a que llegue al objetivo de 2 por ciento. Otros, como su presidenta, Janet Yellen, consideran que el nivel de los precios ofrece un margen de acción para esperar que se consolide la expansión productiva, cuyo ritmo aún estiman moderado.
Analistas del Banco Bilbao Vizcaya Argentaria-Bancomer pronostican que la tasa subirá a 0.5 por ciento en 2015. Luego en un punto porcentual en 2016 y otro en 2017, y en 2018 llegará a aquel nivel.
El imperativo monetario de otros banqueros centrales es el inverso. Sus tambaleantes economías nacionales, con síntomas deflacionarios, los han obligado a mantener la liquidez y las bajas tasas de referencias. Ése es el caso del Banco Central Europeo y de cinco de los siete bancos de las economías más grandes. Sólo Estados Unidos y el Reino Unido se encuentran en un punto muerto. India, Australia y Noruega han bajado sus intereses este año. Suiza ha vuelto negativa nominalmente su tasa. China hace malabares monetarios y cambiarios ante su desaceleración económica. De momento, países como Brasil, en plena recesión, Turquía o Sudáfrica, en franco declive desde 2012, han elevado sus réditos, para tratar de contrarrestar la especulación en contra de sus tipos de cambio.
En cualquier caso, el día del juicio está en puerta.
Dice el economista español José Carlos Diez: “Terminó el viento de cola” para los países “emergentes”. “La fiesta se acabó. El viento ha cambiado y ahora viene de frente. No creo que haya que autoflagelarse por eso”.
En esencia, el fin de la compra de bonos y el ajuste en las tasas de interés implicará el término de la era de la abundancia de dólares, que fue compartida con la periferia capitalista, por medio de los flujos de capital. El “dólar fácil” llegó en las modalidades de créditos externos baratos, inversión directa y especulativa, que buscaba ganar con los diferenciales de los intereses locales y foráneos pagados y en los casinos bursátiles.
Sólo por concepto de bonos, acciones y préstamos, el Fondo Monetario Internacional estima que en 2011-2014 captaron 618 mil millones de dólares, en promedio anual, en los mercados privados. En 2011 el monto fue por 525 mil millones de dólares; en 2012, 16.4 más (611 mil millones de dólares); en 2013, 17.3 por ciento más (717 mil millones de dólares. En 2014, 13.8 por ciento menos (619 mil millones de dólares).
La menor entrada de dólares en 2014 y 2015 manifiesta un fenómeno por todos tan temido. Alexandre Tombini, el Chicago Boy titular del banco central brasileño, lo calificó como el “efecto aspiradora”. La reversión de los capitales de la periferia a las metrópolis.
Es la siguiente fase del ciclo: el “gran retorno” de capitales (Linda Yueh). Su reflujo hacia sus países de origen, y otros nacionales, que buscarán puertos más seguros, como el estadunidense.
Las economías emergentes tendrán que regurgitar los dólares con que se atragantaron.
El ciclo es como una especie de yin y yang monetario internacional.
En junio de 2013, Linda Yueh escribió: “Cuán bien o cuán mal termine, dependerá de la forma cómo los principales bancos centrales emprendan su ‘salida’ de las políticas monetarias ultraflexibles”.
¿Quieres que te lo cuente otra vez?
La lógica de la política monetaria es harto y fastidiosamente, históricamente, conocida:
1) Los años felices por el regalo del helicóptero Bernanke
La inyección masiva de liquidez baja de la tasa de referencia de la Reserva Federal entre 2008 y 2014 provocó los siguientes efectos registrados en Estados Unidos, la Unión Europea, Japón y otros países industrializados: la sobre oferta de dólares; la caída en los intereses pagados por los bonos del gobierno estadunidense en todos sus plazos; la volatilidad bursátil; la devaluación del dólar ocasionada por la salidas de capitales en búsqueda de terrenos fértiles; la especulación en los mercados de futuros de las materias primas (commodities).
Del lado de las naciones receptoras de capitales las secuelas fueron: la apreciación de las monedas ante el ingreso masivo de capitales; las burbujas bursátiles y de los mercados de dinero; la reducción de las tasas de interés; una mayor flexibilidad fiscal ante ingreso de divisas; un mayor endeudamiento público y privado, interno y externo, debido al bajo costo del crédito local y foráneo; la ampliación del desequilibrio externo, fácilmente financiable por el endeudamiento y el ingreso de la inversión extranjera y financiera; la acumulación de reservas internacionales; un mayor crecimiento económico.
2) El efecto aspiradora
La conclusión de la política monetaria expansiva tendrá las siguientes consecuencias: la reducción de la liquidez internacional; el alza gradual de las tasas de interés de los bonos del Tesoro y del crédito; el reacomodo de los llamados portafolios de inversión. En los países “emergentes” implicará: menores ingresos capitales y salida de los mismos; la salida de los inversionistas de los mercados de materias primas y la pérdida de los ingresos de las naciones exportadoras de esos productos; el aumento de los réditos locales para tratar de evitar la pérdida de competitividad en los diferenciales de las tasas de interés internas y externas y contener la fuga de capitales; la devaluación de las monedas frente al dólar; la desacumulación de reservas internacionales para tratar de evitar la especulación del tipo de cambio y sus efectos sobre la inflación; el encarecimiento del costo del endeudamiento y el pago por concepto de intereses de los pasivos anteriormente contratados; la venta de papeles bursátiles y títulos gubernamentales; las caídas bursátiles, de los mercados de dinero y el deterioro fiscal; un mayor desajuste en las cuentas externas, en virtud de la pérdida de ingresos por concepto de exportaciones y el encarecimiento de los precios de las importaciones; las dificultades para financiar las brechas fiscal y externa; pérdida del crecimiento económico, agravada por las subsecuentes políticas ortodoxas y de austeridad fiscal (aumento de impuestos y recorte de gastos).
El reacomodo de capitales se orientará hacia los países industrializados, en especial hacia Estados Unidos, lo que facilitará el retorno a la “normalidad” monetaria.
Factores como los anteriores explican que, al evaporarse la especulación, los precios de las materias primas cayeron hasta en un 50 por ciento, en promedio, destacándose las cotizaciones del petróleo, y que más de una veintena de monedas se hayan visto obligadas a devaluarse o revaluarse frente al dólar, y que una cantidad similar de bolsas se hayan derrumbado.
“Tenemos que contener la aspiradora de dinero del mundo desarrollado”, dijo Tombini.
¿Cómo? Brasil ha puesto el ejemplo. Para enfrentar los problemas internos y externos, y asimilar una devaluación cambiaria del 50 por ciento en 1 año, el gobierno de Dilma Rousseff ha impuesto un severo programa de ajuste ortodoxo fondomonetarista: el recorte en el gasto público; el aumento de impuestos; el despido de empleados estatales; la reducción de la estructura del Estado; la congelación de salarios del sector público; la reducción de subsidios sociales y agrícolas, entre otras medidas draconianas.
Lo anterior profundizarla la recesión oficialmente reconocida (caída del PIB de 2 por ciento en el primer semestre de 2015).
México ha instrumentado un programa similar.
¿Cómo luce la salida de la política monetaria expansiva? Eso depende de los actores involucrados y sus decisiones.
Para “salir”, los bancos centrales así como la Reserva Federal, aumentarán gradualmente sus intereses para evitar abortar la reactivación de la economía. Venderán sus activos (bonos del gobierno y otros) para elevar su oferta, reabsorber el dinero que ha inyectado y dosificar el ingreso de capitales, en aras de evitar efectos traumáticos desestabilizadores y empujar sus precios hacia abajo. Estados Unidos puede darse ese lujo, ya que durante la etapa crítica, los inversionistas locales y foráneos, a un menor ritmo y aceptando tasas de interés negativas, o casi, siguieron comprando los títulos del Tesoro, lo que permitió financiar sus déficits fiscal y externo, así como las masivas inyecciones de liquidez.
A la mayoría de los países subdesarrollados, fieles a la ortodoxia neoliberal, como México y Brasil, no les quedará más que subir sus réditos, sacrificar sus reservas internacionales para tratar de sostener sus tipos de cambio y aplicar políticas fiscales restrictivas, entre otras medidas. Aunque tengan que sacrificar a sus economías y la población.
Los especuladores juegan como si fueran apostadores inteligentes. Aunque su lógica no tenga nada que ver con los animales racionales exaltados por los economistas neoliberales. Carecen, asimismo, del llamado “espíritu creativo y emprendedor” (unternehmergeist), con el que fantaseaba Joseph Alois Schumpeter: el mítico héroe del capitalismo intrépido, desafiante ante lo desconocido. Con la voluntad y la capacidad para modificar las condiciones existentes. Superar obstáculos y romper con las rutinas. De ir contra la corriente y crear cosas nuevas, transformar las condiciones existentes.
Marx dijo alguna vez –recuerda Rolando Astarita– que “los capitalistas están convencidos de que 5 minutos antes de que se desate el incendio podrán salir del mercado”. Pese a que un gran número de ellos queden atrapados con los dedos en la puerta y cosechen las pérdidas.
Pero hasta Alan Greenspan, artífice de sonoros fracasos monetarios, históricamente monumentales, llegó a entender algo (al final): que las compañías financieras pensaban que podrían anticiparse a las crisis y vender sus carteras sin pérdidas. Pero no hay manera de que enormes sumas de valores ficticios pasen de golpe a la forma dinero; es una imposibilidad objetiva (https://rolandoastarita.wordpress.com/2012/05/30/sobre-los-origenes-de-la-crisis-financiera).
La retirada de fondos en los mercados emergentes ha aumentado hasta superar 1 billón de dólares en los últimos 13 meses, prácticamente el doble de la cantidad registrada durante la crisis financiera. El fenómeno se debe a la pérdida de confianza que durante el último año sufren las economías emergentes.
Jan Bakkum, analista de mercados emergentes de NN Investment Partners, señaló que, entre julio de 2009 y finales de junio de 2014, los 19 mercados emergentes más importantes recibieron un total de 2 billones de dólares. Pero a parir de ese momento y hasta finales de julio de 2015, registraron una salida de divisas por 940.2 mil millones de dólares, casi el doble de la cantidad registrada en 3 trimestres de 2008 y 2009, en plena crisis financiera (www.expansion.com/mercados/2015/08/20/55d6280922601dac138b4586.html).
Es claro que la fuga de capitales, la volatilidad de los mercados financieros y las devaluaciones cambiarias se agudizarán una vez que la Reserva Federal decrete el alza de las tasas de interés.
Ese será el costo de la “normalización” monetaria, junto con la ralentización del crecimiento económico en el mundo subdesarrollado. En la siguiente entrega veremos los efectos específicos sobre México.
Marcos Chávez M*, @marcos_contra
*Economista
[BLOQUE: ANÁLISIS] [SECCIÓN: ECONÓMICO]
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