Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco, Siria. El referéndum griego ha provocado en la Unión Europea intensos debates que demuestran la ignorancia generalizada sobre las reglas del juego. Los participantes se disputan sobre la cuestión de saber si los griegos eran o no responsables de la deuda, poniendo siempre mucho cuidado en no mencionar la usura que practican los acreedores. Pero también pasan por alto la historia del euro y las razones de su creación.
A partir del Tratado de Roma, hace 64 años, las instancias administrativas sucesivas del “proyecto europeo” (Comunidad Europea del Carbón y del Acero, CECA; Comunidad Económica Europea, CEE; Unión Europea) dedicaron sumas colosales y de una envergadura nunca vista anteriormente al financiamiento de su propaganda a través de todos los medios de difusión. Cientos de artículos y programas de radio y televisión pagados por Bruselas se publican o se transmiten diariamente para inculcarnos una versión falsa de su historia y hacernos creer que el actual “proyecto europeo” corresponde a los deseos de los europeos que vivieron el periodo intermedio entre las dos guerras mundiales.
Lo que entonces se denominaba el “proyecto europeo” no consistía en defender supuestos valores comunes, sino en fusionar la explotación de las materias primas y las industrias vinculadas al sector militar en Francia y en Alemania, para garantizar que esos países no pudiesen volver a guerrear entre sí (ver la teoría de Louis Loucheur y del conde Richard de Coudenhove-Kalergi). El objetivo no era negar profundas diferencias ideológicas sino garantizar que esas diferencias no condujesen nuevamente al uso de la fuerza.
El Servicio de Inteligencia Secreto (MI6) británico y la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés) estadunidense se dieron entonces a la tarea de organizar el primer Congreso de Europa, en La Haya, en mayo de 1948, en el que participaron 750 personalidades (entre ellas quien sería el futuro presidente de Francia, Francois Mitterrand) de 16 países. Se trataba ni más ni menos que de resucitar el “proyecto de Europa federal” (redactado por Walter Halstein –quien sería el futuro presidente de la Comisión Europea– para el canciller Adolfo Hitler) basándose en la retórica de Coudenhove-Kalergi.
Es necesario aclarar aquí una serie de ideas falsas sobre ese Congreso:
En primer lugar, es necesario recordar el contexto que rodea la realización del Congreso. Estados Unidos y el Reino Unido acababan de declarar la Guerra Fría contra la URSS. Esta última ripostó respaldando a los comunistas checos que lograron apoderarse legalmente del poder durante el llamado Golpe de Praga (Febrero Victorioso, según la historiografía soviética). Washington y Londres organizaron entonces el Tratado de Bruselas, preludio de la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En el Congreso de Europa, todos los participantes eran favorables a los anglosajones y antisoviéticos.
En segundo lugar, al pronunciar su discurso, Winston Churchill utilizó el término “europeo” para designar a los habitantes del Continente Europeo (sin incluir a los británicos que –según Churchill– no son europeos) que decían ser anticomunistas. En tiempos de Churchill no se hablaba de que Londres integrara la Unión Europea. Su papel sería supervisarla.
En tercer lugar, entre los participantes del Congreso aparecieron dos tendencias: los “unionistas”, para quienes se trataba únicamente de prever un uso común de los medios que podían servir para resistir a la expansión del comunismo, y los “federalistas”, que querían poner en práctica el proyecto nazi de Estado federal bajo la autoridad de una administración no electa.
El Congreso estableció con precisión todo lo que se hizo desde entonces bajo las sucesivas denominaciones de CECA, CEE y Unión Europea.
El Congreso adoptó el principio de creación de una moneda común. Pero el MI6 y la CIA ya habían fundado la Independent League for European Cooperation (ILEC) –que se convirtió después en la European League for Economic Cooperation (ELEC)–. Su objetivo era que, después de creadas las instituciones de la Unión, todos los miembros pasaran de la moneda común (la futura European Currency Unit, ECU) a una moneda única (el euro), para que los países que integraran la Unión ya no pudiesen salir de ella.
Fue ése el proyecto que François Mitterrand concretó en 1992. A la luz de la historia y de la participación misma de François Mitterrand en el Congreso de La Haya, en 1948, es absurdo afirmar hoy que existiese otro motivo para instaurar el euro. Es por eso que, con toda lógica, los tratados actuales no prevén que un miembro de la Unión Europea pueda abandonar el euro, lo cual obligaría a Grecia a salir primero de la Unión Europea para poder abandonar el euro.
La Unión Europea ha pasado por dos momentos de definición fundamentales:
Con la disolución de la URSS, Estados Unidos quedó como dueño del terreno. El Reino Unido colaboró con Washington y los demás Estados les obedecieron. Por consiguiente, la Unión nunca llegó a deliberar sobre su expansión hacia el Este, sólo se limitó a hacer lo que Washington había decidido y lo que el entonces secretario de Estado, James Barker, ya había anunciado. La Unión Europea también adoptó tanto la estrategia militar de Estados Unidos como el modelo económico y social de ese país, caracterizado por desigualdades muy acentuadas.
El referéndum griego ha hecho aparecer una línea divisoria entre las elites europeas, cuya vida se ha hecho cada vez más fácil y que apoyan sin reservas el “proyecto europeo”, y las clases trabajadoras, que sufren ese sistema y lo rechazan. Este fenómeno ya había aparecido anteriormente, aunque sólo a escala nacional, durante el proceso de ratificación del Tratado de Maastricht por Dinamarca y Francia, en 1992.
En un primer momento, los dirigentes europeos cuestionaron la validez democrática del referéndum. El secretario general del Consejo de Europa, Thorbjorn Jagland (el mismo personaje que fue expulsado por corrupción del jurado del Premio Nobel) declaró que la duración de la campaña fue demasiado corta (10 días en vez de 14); que no habría supervisión internacional (las organizaciones que habitualmente se dedican a eso no tenían tiempo de montar la supervisión); y que la pregunta planteada a los electores no era clara ni comprensible (a pesar de que la proposición de la Unión publicada en la Gaceta Oficial es mucho más corta y simple que los tratados europeos anteriormente sometidos a referéndums).
Pero esa polémica se desinfló cuando el Consejo de Estado griego, llamado a pronunciarse sobre esas tres cuestiones a instancias de varias personas privadas, confirmó la legalidad de la consulta.
La prensa dominante afirmó entonces que al votar por el “no”, la economía griega estaría dando un salto hacia lo desconocido.
Pero lo cierto es que el hecho de ser miembro de la eurozona no garantiza buenos resultados económicos. Según la lista del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre el producto interno bruto (PIB) con relación a la paridad de poder adquisitivo (PPA), entre los 10 primeros países del mundo hay sólo un Estado de la Unión Europea: el paraíso fiscal conocido como Luxemburgo. Francia aparece en el lugar 25 de esa lista de 193 países.
El crecimiento de la Unión Europea en 2012 fue de 1.2 por ciento, lo cual la sitúa en el lugar 173 a nivel mundial, es decir, uno de los peores resultados del mundo (la media mundial es de 2.2 por ciento).
También resulta evidente que ser miembro de la Unión Europea y utilizar el euro tampoco garantiza el éxito económico. Si las elites europeas siguen apoyando ese “proyecto” es porque les resulta ventajoso. En efecto, al crear un mercado único y, posteriormente, una moneda única, los “unionistas” escondieron el verdadero sentido de la maniobra. Hoy en día, las antiguas desigualdades nacionales han cedido el lugar a las desigualdades entre las clases sociales, que a su vez se han uniformizado a escala europea. Es por eso que los más ricos defienden la Unión, mientras que los más pobres aspiran al regreso a los Estados con autoridad sobre la economía nacional.
Lo que sí es cierto es que, como dice la sabiduría popular, los perros no paren gatos. La Unión Europea, concebida por los anglosajones, junto a los nazis y contra la URSS, hoy respalda al gobierno ucraniano, incluyendo a los nazis que lo componen, y ha declarado la guerra económica contra Rusia, camuflándola bajo la denominación de “sanciones”.
A pesar de su nombre, la Unión Europea no fue creada para unir el Continente Europeo, sino para dividirlo, separando definitivamente a Rusia. Charles De Gaulle denunció la maniobra pronunciándose por una Europa “de Brest a Vladivostok”.
Los unionistas aseguran que el “proyecto europeo” ha permitido 65 años de paz en Europa. Pero, ¿hablan de ser miembro de la Unión Europea o de la condición de vasallos de Estados Unidos? En realidad, ese vasallaje es lo que ha garantizado la paz entre los países del Oeste de Europa, manteniendo por demás la rivalidad entre ellos fuera del marco de la zona de la OTAN. Basta recordar, por ejemplo, que los miembros de la Unión Europea respaldaron bandos diferentes en la antigua Yugoslavia, antes de acabar marchando juntos bajo la voz de mando de la OTAN. Pero, ¿hay que considerar acaso que, si recuperaran su soberanía, los miembros de la Unión Europea acabarían fatalmente volviendo a pelear entre sí?
Volviendo al caso griego, los expertos han demostrado exhaustivamente que esa deuda es imputable tanto a problemas nacionales no resueltos desde el fin del extinto imperio otomano como a una estafa conjunta de grandes bancos privados y dirigentes políticos.
Lo cierto es que la deuda griega es tan impagable como las deudas de los principales países desarrollados. En todo caso, Atenas podría resolver el problema fácilmente negándose a pagar la parte odiosa de su deuda, saliendo de la Unión Europea y aliándose con Rusia, que es para Grecia un socio histórico y cultural mucho más serio que los burócratas de Bruselas. Pero la situación de Grecia se complica aún más debido a su condición de miembro de la OTAN, que ya en 1967 organizó en el país heleno un golpe de Estado militar para impedirle acercarse a la extinta URSS.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
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