Bruselas, Bélgica. El 29 de julio de 2016, después del cierre de los mercados bursátiles estadunidenses, la Autoridad Bancaria Europea (ABE) entregó los resultados del stress test (“prueba de resistencia”) aplicado a los bancos de la Unión Europea para evaluar su vulnerabilidad en caso de crisis. La ABE dio a conocer datos sobre 51 bancos europeos que representan el 70 por ciento de los activos bancarios del Viejo Continente. Por su parte, el Banco Central Europeo (BCE) pasó revista a otros 56 establecimientos de la eurozona, sin divulgar los resultados.
La Autoridad Bancaria Europea no se pronunció en cuanto a saber si cada uno de los bancos sometidos a esos exámenes sería capaz de resistir una degradación abrupta del entorno económico. Después del examen no hubo advertencias ni órdenes dirigidas a los bancos donde se descubrieron problemas. Los datos simplemente fueron transferidos a las autoridades que supervisan el proceso, el Banco Central Europeo y las autoridades nacionales.
Esta serie de pruebas de resistencia es la tercera realizada desde la crisis financiera de 2008, en la que se invirtieron fondos públicos para “salvar” bancos de varios países miembros de la Unión Europea. Pero esta vez las pruebas de resistencia no incluyeron parámetros específicos que permitieran determinar si los establecimientos sometidos a prueba habían fracasado o no en estos stress tests.
El hecho de que nadie quiera hablar del fracaso de ciertos bancos hace pensar que se trata ante todo de una operación destinada a tranquilizar a los ahorristas y a los diferentes actores económicos. Las conclusiones, que hablan sobre todo de una sensible mejoría de la situación en los bancos sometidos a las pruebas, destacan una forma de pensamiento positivo con la esperanza de que se autorrealice, como un método de autosugestión tendiente a convencer de que los problemas actuales no son graves. Pero esto no es más que el resultado de una primera mirada sobre la parte visible de esta operación publicitaria.
Si vamos más allá de la presentación, una segunda mirada al contenido del estudio permite observar otra cosa. El estudio no tiene absolutamente nada de tranquilizador, pero no por sus resultados –que en realidad no hacen más que anunciar lo que ya todo el mundo sabía– sino sobre todo por el método utilizado. Este último es ante todo una operación de negación de la realidad de lo que es una crisis económica y financiera. Por ejemplo, para Peter Garnry, analista de Saxo Banque citado por Bloomberg:
“El problema con estas pruebas de resistencia es que son demasiado suaves ya que sólo plantean una recesión liviana o moderada. Lo cual significa que los resultados finalmente no demuestran casi nada y que no es sorprendente que la mayoría de los bancos hayan pasado esas pruebas.”
Las pruebas sólo muestran lo que es evidente (fundamentalmente, las dificultades del banco Monte Paschi), pero, debido a la manera cómo han sido concebidas, resultan más bien inquietantes. Una fuerte recesión es el tipo de escenario que no puede preverse. Además, el método utilizado, en aras de poder presentar resultados aceptables, ignora la naturaleza misma de la realidad económica, como la conexión y la interdependencia de los diferentes agentes financieros. Lo principal es que los cálculos efectuados no se basan en los precios del mercado sino en el valor que se atribuye a los activos en la contabilidad, lo cual indica que la realidad no es integrable a las pruebas, además de mostrar lo preocupante de una situación que no se puede ver. Así que el resultado no tranquiliza a los actores económicos sino que los sume en la sideración, indicándoles que lo mejor es no provocar movimientos bruscos.
En todo caso, parece que el mensaje no cayó en oídos sordos, ya que la oleada –anterior a las pruebas– de declaraciones sobre el preocupante estado del sistema bancario se vio sustituida por una especie de pensamiento positivo que permite, por ejemplo, a la bolsa considerar favorablemente proposiciones que hasta los mismos protagonistas consideraban irrealizables, como una fusión entre el Deutsche Bank y la Commerzbank, dos establecimientos que mostraron debilidades en las pruebas de resistencia.
Según las pruebas, sólo dos establecimientos dieron muestras de gran febrilidad. El banco italiano Monte dei Paschi di Siena, cuyo fracaso ya se esperaba, obtiene ampliamente el peor resultado. Su ratio de solvencia se derrumbó en más de 14 puntos, cayendo a -2.44 por ciento. Ese resultado se produce poco después de que este banco lograra un acuerdo de salvamento de último momento en el sector privado para recapitalizarse.
El establecimiento irlandés Allied Irish Bank tampoco logró un resultado satisfactorio en materia de solvencia ya que se situó en 4.31 por ciento. El mínimo aceptado en los tests realizados el año pasado correspondía a un ratio de fondos propios duros de 5.5 por ciento y puede ser considerado como la tasa oficiosa de éxito en esas pruebas. Pero es importante saber que la última versión del documento del comité de supervisión bancaria de Basilea recomienda un ratio de 7 por ciento. Esa última tasa es también el límite más allá del cual empiezan a perder valor las obligaciones subordinadas que los bancos emiten para reforzar sus fondos propios. Sin embargo, el Banco Popular, el Bank of Ireland y el banco Raiffeisen terminaron las pruebas de resistencia con ratios inferiores a ese nivel (6.62, 6.15 y 6.12 por ciento respectivamente).
De los 51 bancos sometidos a las pruebas de resistencia, 10 –como el español Banco Popular, el irlandés Bank of Ireland, el primer banco de Italia Unicredit y el Deutsche Bank, considerado este último como “el banco más riesgoso del mundo” por el Fondo Monetario Internacional (FMI), con 72 mil millones de dólares de productos derivados en su cartera, lo cual es 20 veces el PNB de Alemania– presentan puntos frágiles, aunque pasaron los tests.
El Deutsche Bank obtuvo, al igual que el Commerzbank, un ratio CET1 inferior a 8 por ciento. Pero en la década de 1980, el Banco de Pagos Internacional (BPI) adoptó una regla que los establecimientos bancarios están obligados a respetar. Según esa regla del BPI, los bancos pueden obtener préstamos que representen 12.5 veces el monto de sus capitales propios para financiar sus activos, lo cual corresponde al ratio llamado CET1, que debería ser superior al 8 por ciento. Después de las turbulencias de la crisis financiera de 2008, Alan Greenspan, entonces presidente de la Reserva Federal (Fed, el banco central estadunidense), elevó sus exigencias proponiendo un múltiplo de endeudamiento de sólo 10. La gran mayoría de los bancos sometidos a los stress test están muy por debajo de esa exigencia.
El stress test o “prueba de resistencia” es una forma de evaluar la falta de capital de los establecimientos bancarios europeos en una situación crítica. Sin embargo, el informe no ofrece cifras sobre las necesidades de capitalización de los bancos. Lo que hace es establecer un conjunto de ratios de fondos propios que expresa la evolución de la solvencia de los bancos ante una situación de stress. El guion corresponde a una recesión que afectaría la economía de la Unión Europea, durante un periodo de 3 años, comenzando a finales de 2015, y plantea una caída de 7.1 por ciento del producto interno bruto (PIB) de la Unión Europea para los 3 próximos años y una reducción de 20 por ciento de los ingresos correspondientes a los intereses. O sea, no simula una crisis financiera como la de 2008.
Además, la prueba de resistencia atribuye un valor constante a los activos financieros de los bancos durante ese periodo de 3 años de recesión, lo cual no es lo que realmente sucede en una crisis financiera como la de 2008, en la que se registró una importante reducción del valor de esos activos. Por cierto, en los cálculos efectuados, el precio real de los activos, según se fija en los mercados, no es importante ya que sólo se tiene en cuenta su valor contable. Esa opción permite trabajar partiendo de las cifras de capitalización bancaria de diciembre de 2015. En cuanto al valor de las acciones de la Deutsche Bank, lo cierto es que disminuyó en más del 60 por ciento en un año.
El valor contable de los activos tiene, por consiguiente, un carácter ficticio. Y no es el único elemento virtual que sirve de base a la evaluación realizada por la Autoridad Bancaria. Los bancos de Grecia y de Portugal, los dos países más frágiles de la Unión Europea, no aparecen en el informe. Los resultados de las pruebas de resistencia de esos bancos no serán publicados.
Esas pruebas también resultan problemáticas en la medida en que no tienen en cuenta un prolongado periodo de tasas bajas, incluso negativas, a pesar de ser ese un factor esencial que socava la rentabilidad del sector. Se trata incluso del factor que señala el Deutsche Bank para explicar la caída de sus ganancias en 98 por ciento. Las pruebas tampoco tuvieron en cuenta las consecuencias del Brexit.
Esas pruebas también subestimaron los peligros más importantes. Por ejemplo, los riesgos que representan los derivados se calculan basándose en la bancarrota del comprador y/o del vendedor, pero en caso de bancarrota el peligro raramente concierne sólo a esas dos partes sino que se extiende a toda la cadena.
El hecho que el resultado de las pruebas haya mostrado el inevitable fracaso de Monte Paschi, al que se agregó un banco español, es una manera de dejar de lado todo el problema de las deudas “tóxicas”. Ese problema es particularmente grave en Italia, donde el monto bruto de esas deudas se eleva a 360 mil millones de euros, lo cual equivale a un 22 por ciento del PIB.
En Italia las deudas “tóxicas” representan un poco más de un 17 por ciento del total de los préstamos. Pero en Grecia representan un 47 por ciento. Mientras tanto, en Portugal representan un 19 por ciento, también un 19 por ciento en Irlanda, un 4 por ciento en Francia y sólo un 2 por ciento en Alemania.
Según el Fondo Monetario Internacional (FMI) hay en Europa unos 1 mil 100 millardos de deudas “tóxicas”. También según esa institución internacional, esas deudas se multiplicaron por dos desde 2009, aumento que amenaza la solidez de los bancos europeos, como denuncia el propio FMI en un informe publicado el 24 de septiembre de 2015.
Las deudas “tóxicas” normalmente se contabilizan en el balance de un banco hasta que se liquidan y consumen poco capital. Cuando pasan a la cuenta resultante, las pérdidas aparecen pero se cubren a un nivel del 60 por ciento, según una investigación del Banco de Italia. Los bancos prevén recuperar de esa manera un promedio del 40 por ciento del valor de la deuda en el momento de liquidarla. Pero el precio del mercado está más cerca de un 20 por ciento del monto de la deuda bruta del balance. Se plantea así el problema de la evaluación de los activos sobre bases ficticias en vez de utilizar parámetros correspondientes a su verdadero valor en el mercado. Podemos considerar, por consiguiente, que estas pruebas de resistencia subestiman ampliamente el peligro que representan las deudas tóxicas ya que sólo tienen en cuenta el valor estimado por los bancos mismos, o sea cerca del doble de su valor real.
El Centro de Gestión del Riesgo de la Universidad de Lausana ha perfeccionado un modelo diferente de evaluación, no basado en los valores contables sino en los precios de mercado de los activos bancarios. Sus resultados son mucho más negativos que los anunciados por la Autoridad Bancaria. Al registrar las pérdidas acumuladas desde diciembre de 2015, las necesidades de recapitalización de los bancos estarían, según la Universidad de Lausana, alrededor de los 882 mil millones de euros en junio de 2016.
También hay que ver que, según Diane Pierret, de la Universidad de Lausana, si se hubiesen aplicado las reglas estadunidenses de evaluación, igualmente basadas en los valores contables pero más estrictas, 29 bancos europeos no habrían logrado pasar el test. Sólo los grandes bancos públicos tendrían que ser recapitalizados con unos 92 mil millones de euros.
El instituto alemán de investigaciones económicas ZEW, que realizó pruebas de resistencia según este método estadounidense, confirma esos resultados. Ese instituto estima que “Los bancos europeos no disponen de fondos suficientes para compensar las pérdidas previsibles en caso de nueva crisis financiera”.
El estudio del ZEW indica que las faltas de fondos más importantes se elevan a 19 mil millones de euros, en el caso de la Deutsche Bank; a 13 mil millones, en el caso de la Société Générale, y a 10 mil millones de euros en el caso de BNP Paribas. Según ese mismo estudio, los 51 establecimientos europeos sometidos a la prueba necesitarían entre todos un total de 123 mil millones de euros.
Y no se trata de estudios aislados. Estos estudios son consecuencia de otras investigaciones que demuestran que el sistema bancario europeo es más frágil y menos resistente ante un choque importante que los bancos estadounidenses. Ya en 2012, una investigación sobre el riesgo sistémico en Europa, realizada de forma conjunta por la Facultad de Altos Estudios Comerciales de Lausana (HEC) y la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York, mostraba en varios países europeos una significativa insuficiencia de capitales en caso de crisis. Los riesgos sistémicos eran particularmente importantes en Francia y en el Reino Unido. Estos dos países representaban juntos cerca del 52 por ciento de la exposición total de las instituciones financieras europeas.
En 2012, las 5 instituciones que más riesgo presentaban eran el Deutsche Bank, el Crédit Agricole, Barclays, el Royal Bank of Scotland y BNP Paribas. El estudio se actualizó en diciembre de 2014 y la clasificación fue similar, con BNP Paribas, el Deutsche Bank, el Crédit Agricole y Barclays en los cuatro primeros lugares y el Royal Bank of Scotland en sexto lugar después de haber dejado el quinto lugar a la Société Générale.
Este doble estudio ofrece un enfoque alternativo a los stress tests del Banco Central Europeo: un enfoque basado en la realidad del valor de mercado, como una instantánea del riesgo sistémico de las instituciones bancarias de Europa en un momento determinado.
Durante la presentación de los resultados de las pruebas de resistencia, el 29 de julio de 2016 la Autoridad Bancaria Europea afirmó insistentemente que la salud global del sector bancario mejoró muchísimo desde la crisis de 2008. Pero los mercados financieros no parecen haber quedado muy convencidos sobre la evaluación de los resultados. A pesar de una recuperación de las bolsas, los valores bancarios no siguen el ritmo.
Ante los buenos resultados de los establecimientos bancarios franceses en las pruebas europeas de resistencia, el ministro francés de Finanzas, Michel Sapin, estimó que “los bancos franceses se han fortalecido como respuesta a las crecientes exigencias que la crisis impone y hoy se hallan entre los más sólidos”.
Pero si se utiliza el método de la Universidad de Lausana, si ciframos las necesidades en capital (cálculo que la Autoridad Bancaria Europea no hace) con base en los actuales valores de mercado, las cosas resultan ser todo lo contrario y aparecen entonces a la cabeza de la clasificación de bancos con problemas tres establecimientos franceses –siendo el primero BNP Paribas– con el Deutsche Bank en cuarto lugar.
Por ejemplo, según los cálculos semanales del centro de crisis helvético, ante una crisis severa –o sea, ante pérdidas de un 40 por ciento en 6 meses en los mercados mundiales de las acciones– las necesidades de recapitalización de BNP Paribas ascenderían a 93 mil millones de euros.
Sin embargo, la Federación Bancaria francesa, bajo la influencia del poder político, ve en los resultados de estos tests de resistencia una prueba de “la solidez de los bancos franceses” y, sobre todo, una confirmación de “la eficacia de su modelo de banca universal”, una estructura que fusiona bancos de negocios y bancos de depósitos.
Marie-Anne Barbat-Layani, directora general de la Federación, llegó a declarar incluso que ese modelo “garantiza una buen diversificación de los riesgos y los ingresos y un buen financiamiento de la economía”. Pero fue precisamente esa la estructura incriminada como una de las principales causas de la crisis de 2008, señalándose entonces la absoluta necesidad de reformarla. Se trata, en efecto, de una forma de organización que permite a los bancos utilizar el dinero de los ahorristas para multiplicar por diez la especulación en los mercados financieros, poniendo así en peligro todo el sistema financiero.
Esas diferentes reacciones, políticas y profesionales, sacan a la luz los objetivos de los stress tests. Tales reacciones hacen pensar que todo debe seguir como antes, que el sector no debe ser radicalmente reformado y que la política ultracomplaciente del Banco Central Europeo no pone en peligro la rentabilidad de los bancos, a pesar de los llamados de éstos.
Jean-Claude Paye/Red Voltaire
[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÓN: INTERNACIONAL]
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