Oriol Andres Gallart/IPS
Trípoli, Líbano. “La gente se acostumbra a la guerra. En el último combate los niños salían a jugar. ¿Se imagina a un niño de 7 años esquivando las balas sólo para jugar un videojuego?”, pregunta Mohammad Darwish, el dueño de un café internet en Bab al Tabbaneh, un vecindario de esta ciudad en el Norte de Líbano.
La joven clientela de Darwish está resignada a la persistencia de conflictos armados, asegura, sentado detrás del mostrador de su café internet, ubicado en una de las principales calles de Bab al Tabbaneh.
A pesar de su corta edad, los clientes están seguros de que los enfrentamientos, algo rutinario en este vecindario durante los últimos 6 años, recrudecerán tarde o temprano. Incluso cuando reina la calma, los edificios acribillados en Tabbaneh recuerdan los combates pasados.
Curiosamente, las tiendas y viviendas exhiben banderas y carteles del grupo extremista Estado Islámico.
“Yo apoyo al Estado Islámico y al Frente al Nusra”, la rama asociada a la red extremista Al Qaeda, comenta, con una sonrisa, Hassan, de 19 años y desempleado. El grupo islamista le dará los derechos a la gente “para tener un puesto de trabajo, vivir en paz de acuerdo con los preceptos islámicos y moverse libremente”, afirma.
Es probable que Tabbaneh sea el barrio más difícil para criar a un hijo o una hija en toda Trípoli. Se trata de una de las zonas más pobres y marginadas de la segunda ciudad en tamaño de Líbano, que se encuentra sólo 80 kilómetros al Norte de Beirut. La negligencia de varios gobiernos centrales dejó a la urbe de mayoría sunita plagada de pobreza, desempleo y exclusión social.
Cerca de 76 por ciento de los habitantes de Tabbaneh viven por debajo del umbral de la pobreza, según el estudio La pobreza urbana en Trípoli, publicado en 2012 por la Comisión Económica y Social para Asia Occidental, de la Organización de las Naciones Unidas.
Estas circunstancias, agravadas por la explotación política del sectarismo dentro de una sociedad muy conservadora, exacerbaron la violencia, principalmente entre Tabbaneh y el barrio de Jabal Mohsen.
A ambos vecindarios sólo los separa una calle, pero mientras que los habitantes de Bab Al Tabbaneh son en su mayoría sunitas, como los principales grupos rebeldes de Siria, la mayoría de los pobladores de Jabal Mohsen son alauitas, la rama islámica a la que pertenece el presidente sirio Bashar al Assad.
Este sectarismo engendró una rivalidad que se remonta a la ocupación siria de Líbano entre 1976 y 2005. La violencia retornó en 2008, y recrudeció tras el comienzo de la guerra civil siria en 2011. En los últimos 3 años se desataron más de 20 series de combates en Trípoli, la mayoría entre combatientes de Tabbaneh y Mohsen.
“Luchamos para defender a nuestro pueblo, para lograr la paz”, afirma Khaled, de 19 años y empleado en una panadería, pero que también pertenece a un grupo armado local. Pero Ahmad, de su misma edad, es más escéptico. “La gente lucha porque no tiene dinero ni trabajo”, opina.
Hoda al Rifai, integrante de Ruwwad, coincide con Ahmad. “Muchas familias no tienen ingresos. Cada vez que se inicia el conflicto, los combatientes reciben una paga. Y estos combatientes también les dan dinero a los niños para que cumplan tareas específicas. Así pueden ganar hasta 3 dólares al día, y eso es mejor que ir a la escuela. Sus padres también piensan igual”, explica.
Los estereotipos también complican la vida a los jóvenes de Tabbaneh, como ocurre cuando buscan trabajo fuera del barrio, y afectan su personalidad, según Hoda.
“Cuando empezamos, los jóvenes no tenían confianza en sí mismos. Los medios de comunicación no producen una imagen de estos barrios como zonas donde se pueden encontrar jóvenes brillantes, dispuestos a estudiar. Sólo destacan los enfrentamientos y todo tipo de cosas negativas”, observa.
“No hay miembros del Frente al Nusra o del Estado Islámico aquí”, asegura Darwish.
Para muchos, las banderas del Estado Islámico que se exhiben en Tabbaneh son una forma de mostrar el descontento por el supuesto abandono al que el gobierno somete a la comunidad sunita, y específicamente al vecindario en cuestión.
“Éste no es un conflicto religioso, sino político. Cuando los políticos quieren enviar un mensaje a los demás, pagan por los enfrentamientos aquí”, añade la tía de Darwish, de 49 años, velada y vestida completamente de negro. “En esta ciudad puedes darle 20 dólares a un chico para que comience una guerra”, subraya Darwish.
Sin embargo, varios estudios concluyeron que sólo un pequeño porcentaje de los aproximadamente 80 mil habitantes de Tabbaneh participan en los combates, y Sarah al Charif, la directora en Líbano de Ruwwad, destaca las mejoras observadas en los jóvenes que participan en los proyectos de la organización no gubernamental.
“Toman conciencia de sus intereses, valores y el dolor compartido. Adquieren una mentalidad más abierta, especialmente las jóvenes”, agrega.
Para Sarah, además de la inversión pública y las oportunidades de empleo, toda solución debe incluir la sensibilización y la educación. “En primer lugar, los ciudadanos deben comprender el porqué suceden los enfrentamientos”, expresa Hoda.
Oriol Andres Gallart/IPS
*Traducido por Álvaro Queiruga
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