Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco, Siria. A menudo nos preguntamos cómo se las arreglan el Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés) de Estados Unidos para manipular a millones de musulmanes y lograr que luchen por los intereses del Tío Sam. Si bien es cierto que algunos líderes son agentes pagados, también es verdad que la mayoría de los yihadistas creen que luchan y mueren por ir al Paraíso. La respuesta es extremadamente simple: partiendo de la retórica de la Hermandad Musulmana es posible apartarse de la realidad humana y enviarlos a matar a cualquiera, como agitando un trapo rojo ante un toro…
Por supuesto, siempre habrá quien responda que todo no pasa de ser una diferencia de orden personal surgida simplemente porque Abu Bakr al-Baghdadi quiere ser jefe en lugar del jefe. Pero el hecho es que el Emirato Islámico y Al Qaeda, aunque utilizan retóricas muy diferentes, recurren exactamente a las mismas prácticas.
Tienen en común las consignas de la Hermandad Musulmana: “Nuestra Constitución es El Corán”; “la solución es el Islam”; “la vida piadosa” se hace así extremadamente simple. No importa que el Creador nos haya hecho inteligentes, invariablemente y sin importar las circunstancias, hay que aplicar la palabra divina como si fuésemos máquinas. Y si la situación no aparece en El Libro… la solución es destruirlo todo. Por supuesto, los resultados de esa forma de actuar son catastróficos y esas organizaciones han sido incapaces de instaurar en ningún lugar nada que se parezca al inicio de la sociedad perfecta que dicen desear.
La diferencia reside en la historia de ambos grupos:
Desde 1979 hasta 1995, es decir, desde la operación de la CIA en Afganistán hasta la Conferencia Árabe Popular e Islámica de Khartum, los mercenarios de Osama bin Laden luchaban contra la extinta Unión Soviética con ayuda pública de Estados Unidos.
Desde 1995 hasta 2011, es decir, desde la Conferencia de Khartum hasta la operación Tridente de Neptuno, Al Qaeda exponía una retórica contra “los judíos y los cruzados”, mientras seguía luchando contra Rusia en la otrora Yugoslavia y Chechenia.
Y a partir de 2011, es decir, desde la Primavera Árabe, Al Qaeda ha apoyado a la Organización del tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Libia, y a Israel, en la frontera del Golán ocupado.
Pero la opinión pública occidental no ha seguido esa evolución. Está convencida del peligro de un mítico expansionismo ruso; se obstina en atribuir a los yihadistas los atentados del 11 de septiembre de 2001; no ve la realidad sobre lo sucedido en Libia y en la frontera del Golán ocupado por Israel, y se aferra por ello a la errónea idea que presenta a Al Qaeda como una organización terrorista antiimperialista. Los árabes, mientras tanto, no se basan en los hechos sino que eligen –según los casos– la realidad o la propaganda occidental para inventarse así una narración romántica sobre Al Qaeda.
El Emirato Islámico, por su parte, se aleja de El Corán y se acerca a los neoconservadores. Asegura que los principales enemigos son… otros musulmanes: los chiítas y sus aliados. Prefiere olvidar la época de la guerra en Bosnia, donde la Legión Árabe de bin Laden gozaba del respaldo simultáneo de Estados Unidos, Arabia Saudita e Irán. Pero, ¿quiénes son los aliados de los chiítas? La República Árabe Siria (Estado laico) y la Yihad Islámica palestina (sunnita). En otras palabras, el Emirato Islámico lucha prioritariamente contra el Eje de la Resistencia que se opone al imperialismo. De hecho, el Emirato Islámico asume su papel como aliado objetivo de Estados Unidos y de Israel en el “Oriente Medio ampliado”, aunque dice ser –teóricamente– enemigo de ambos.
La maleabilidad de ambas organizaciones reside en su ideología de base, que es la de la Hermandad Musulmana. Por eso resulta lógico el hecho que casi todos los jefes yihadistas han sido miembros en algún momento de alguna rama de la Hermandad Musulmana. Por eso es también totalmente lógico el hecho que la CIA ha respaldado no sólo la Hermandad Musulmana egipcia, desde que ésta fue recibida en la Casa Blanca por el expresidente Eisenhower –en 1955–, sino también todas sus ramas extranjeras y todos sus grupos disidentes. En definitiva, el califato que soñaba Hasan al-Banna, el mismo que dicen querer Aymán al-Zawahirí y Abu Bakr al-Baghdadi, no busca volver a la Edad de Oro del Islam, sino instaurar el reino del oscurantismo.
Así lo confirmó, el ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Laurent Fabius en 2012 –es decir, antes de la escisión entre Al Qaeda y el Emirato Islámico– cuando declaraba: “En el terreno, ¡están haciendo un buen trabajo!”
Thierry Meyssan/Red Voltaire
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