Thierry Meyssan
Damasco, Siria. Los dirigentes europeos parecen súbitamente espantados ante el descubrimiento de la cantidad de yihadistas que han producido sus propios países y ante los crímenes que éstos están cometiendo. Sin embargo, en el Reino Unido y en Francia se elevan las voces de quienes tratan de entender cómo es posible que personas que gozan de la estima de quienes los rodean puedan irse repentinamente a Siria o Irak y convertirse allí en degolladores. Y nos hablan de “manipulación mental”, pero sin llegar hasta el final del razonamiento, porque si los yihadistas europeos de ahora han podido ser manipulados, eso significa que es posible que otros yihadistas también hayan sido manipulados durante los últimos 13 años, y que tenemos que revisar todo lo que creemos saber sobre hechos anteriores.
Antes de retomar esa cuestión, que modifica profundamente la percepción que los europeos podían tener sobre la “guerra contra el terrorismo”, me gustaría recordar la hipocresía de los líderes europeos que fingen descubrir ahora los crímenes que desde hace tiempo han estado apoyando y financiando de manera totalmente consciente.
Resulta imposible comprender la ineficacia de los dirigentes europeos ante el reclutamiento de terroristas entre sus propios conciudadanos sin interrogarnos sobre la responsabilidad personal de esos mismos dirigentes.
La Primavera Árabe libia comenzó con una manifestación en Bengazi, en la noche del 16 de febrero de 2011, y al mismo tiempo, de manera coordinada, con acciones armadas contra los cuarteles Hussein al-Jwaifi y Shahaat y contra la base aérea Al-Abrag, atacados por miembros del Grupo Islámico Combatiente en Libia (GICL), es decir Al-Qaeda en Libia. En la mañana del 17 de febrero de ese año, los yihadistas atacaron cuarteles en Zawiya y Misurata y las sedes de la policía en Zuara, Sabratha, Ajdabiya, Derna y Zentan. En varios casos hay testimonios de que los atacantes colgaron a varios soldados y de que otros uniformados fueron decapitados.
La Primavera Árabe siria comenzó, por su parte, en Daraa. A la salida de la plegaria del viernes, unas 15 personas desplegaron banderolas contra el estado de sitio y contra la República. Inmediatamente después, yihadistas atacaron un edificio de la inteligencia militar situado fuera de la ciudad, que se utilizaba para el trabajo de vigilancia del Golán ocupado por Israel. Víctimas del factor sorpresa, los militares sufrieron gran número de bajas y al menos uno de ellos fue decapitado.
Sin embargo, lejos de denunciar esas decapitaciones, los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) aplaudieron a los yihadistas y denunciaron a los Estados atacados por esos elementos.
Las decapitaciones se convirtieron después en una forma de sembrar el terror. Se generalizaron primeramente en Libia y, más tarde, después de la caída de la Yamahiriya y del envío de los yihadistas del GICL a Siria, también se hicieron corrientes en ese otro país.
Pero las decapitaciones no son la única manera de sembrar el pánico. Los yihadistas también acostumbran a desmembrar los cadáveres de sus víctimas y a arrojar los pedazos en las plazas públicas.
En febrero de 2012, cuando los canales de televisión atlantistas y los de las monarquías del Golfo afirmaban que el Ejército Árabe Sirio estaba bombardeando el Emirato Islámico de Baba Amro y que éste resistía como un nuevo Stalingrado, esas mismas televisiones evitaban cuidadosamente explicar en qué consistía aquel Emirato, que nada tenía que envidiarle al actual Daesh.
En Baba Amro, un tribunal islámico condenaba a muerte tanto a los sunitas acusados de apoyar la República como a los infieles, es decir, a las personas que no eran sunitas (alauitas, chiítas, cristianos). Como pudo comprobarlo Der Spiegel, más de 150 sirios fueron degollados en público en Baba Amro. Y todo eso sucedía bajo los aplausos de Abú Saleh, periodista de France24 y de Al-Jazeera.
Pero los países de la OTAN no se limitaron a abstenerse de condenar a aquellos asesinos. El presidente francés François Hollande recibió con todos los honores a Abú Saleh, e incluso reclamó para él un aplauso de las delegaciones de 120 países y organizaciones internacionales reunidas en París el 6 de julio de 2012.
Resulta que, para la OTAN, el Ejército Sirio Libre se componía de “moderados”. Parece que existe una forma “moderada” de degollar al prójimo.
Nada, ni siquiera la escena de canibalismo protagonizada por Abu Sakkar, excomandante del Emirato Islámico de Baba Amro, y mundialmente difundida a través de YouTube, ha podido cambiar esa visión de las cosas. Parece que también existe una manera “moderada” de comerse el hígado y el corazón del prójimo.
En cualquier democracia del mundo, un presidente que aporte abiertamente su respaldo a tales comportamientos criminales sería destituido. Pero no sucede así en Francia, donde los parlamentarios fingen considerar esos crímenes como parte de las “prerrogativas” del presidente de la República.
¿Quién recluta a los yihadistas europeos?
Dirigentes políticos europeos han llamado públicamente a asesinar al presidente sirio Bashar al-Assad y han expresado públicamente su apoyo a Al-Qaeda. El caso más emblemático es el del ministro francés de Relaciones Exteriores, Laurent Fabius, quien declaró el 17 de agosto de 2012: “Estoy consciente de la fuerza de lo que estoy diciendo: el señor Bashar al-Assad no merece estar sobre la tierra.”
El 12 de diciembre de 2012, el mismo Laurent Fabius asumía personalmente la defensa de Al-Qaeda y protestaba contra la inclusión de su rama siria en la lista de organizaciones terroristas declarando que “en el terreno están haciendo un buen trabajo”.
Es decir que no habría que considerar a los yihadistas europeos como simples criminales, ya que no han hecho otra cosa que obedecer las órdenes de sus dirigentes. Sin embargo, algunos de ellos han sido inculpados mientras que los políticos que antes aplaudían sus crímenes siguen en sus cargos.
Es importante señalar que al principio los yihadistas europeos eran delincuentes, reclutados en la cárcel, que pensaban que podían hacer en Siria todo lo que las leyes les prohíben hacer en sus propios países (violar, saquear, asesinar). Pero ahora son individuos corrientes reclutados a través de internet.
Manipular a individuos jóvenes, únicamente conversando con ellos en fórums o a través de las redes sociales, utilizando a veces su lengua natal, su cultura e incluso su historia personal hasta convertirlos en asesinos es algo que exige gran habilidad y capacidad de manipulación. ¿Podemos creer realmente que los mercenarios del Emirato Islámico son capaces de lograrlo?
Ese tipo de manipulación exige equipos capaces de informarse sobre el perfil de los individuos escogidos como blanco, capaces de identificar sus debilidades y de encontrar las palabras adecuadas para convencerlos. Este tipo de trabajo es seguramente realizado por grupos de especialistas, no puede ser en absoluto la obra de grupos de campesinos extremistas iraquíes.
Cuando esos jóvenes –muchachos o muchachas– ya están convencidos de que pertenecen a una comunidad y de que tienen que defenderla con las armas, se van a Turquía. Allí, quien se encarga de ellos es el Emirato Islámico, que se mueve en toda Turquía bajo la protección del MIT (los servicios secretos turcos). Posteriormente son enviados a Siria o Irak, donde pasan un periodo de espera durante el cual se les somete al consumo de drogas y reciben diversas enseñanzas y entrenamientos hasta que llegan a estar mentalmente acondicionados para matar.
Las principales investigaciones sobre las posibilidades de convertir personas normales en asesinos fueron realizadas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadunidense y las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, bajo denominaciones codificadas como Projet Chatter (1947 a 1953), Project Bluebird (1951 a 1953), Project Artichoke (1951 a 1953) y Project MKultra (1953 a 1973).
Esos programas, desarrollados bajo la dirección de científicos nazis exfiltrados de Europa por los servicios de inteligencia de Estados Unidos, exploraron las posibilidades que ofrecían la hipnosis, la privación sensorial, los abusos sexuales, numerosas drogas así como diversas formas de tortura. El objetivo era responder a la siguiente pregunta:
“¿Podemos controlar a una persona al extremo de que haga lo que le pidamos, incluso en contra de su propia voluntad y hasta yendo en contra de las leyes fundamentales de la naturaleza, como el instinto de autopreservación?”
Como ejemplo, y según los archivos recientemente disponibles de la CIA, esa agencia de inteligencia de Estados Unidos realizó en 1951 un importante experimento de acondicionamiento masivo en un pueblecito francés llamado Pont Saint-Esprit, sin que la población del lugar lo supiera. El uso de la droga conocida como LSD (dietilamida de ácido lisérgico), administrada mediante su aspersión en forma de aerosol, desató en ese lugar una ola de locura colectiva que provocó en pocas horas la muerte de siete personas y dejó además 32 casos de patologías irreversibles.
En 1973 Estados Unidos dejó de hacer aquellos experimentos… O más bien los trasladó a Israel. Pero los retomó en 2001 y para ello organizó el campo de concentración llamado X-Ray, en la base naval estadunidense de Guantánamo, Cuba, bajo la dirección del profesor Martin Seligman. El objetivo era usar la tortura, pero no para obtener confesiones sino para inculcarle a los prisioneros toda una serie de confesiones imaginarias, de manera que las hiciesen por sí solos y estando incluso orgullosos de hacerlas. La publicación de la investigación del Congreso de Estados Unidos sobre esos crímenes ha sido pospuesta en múltiples ocasiones.
Esos hechos han sido ampliamente documentados. Incluso se han visto reflejados en la cultura popular y han dado lugar a numerosas obras de ficción, hasta en la televisión y el cine de Estados Unidos.
Si se admite que todos esos experimentos han podido arrojar al menos algunos resultados, también hay que reconocer que Estados Unidos e Israel cuentan con posibilidades de acondicionar personas normales para llevarlas a cometer crímenes e incluso a actuar como kamikazes en atentados suicidas. Lo anterior modifica totalmente la percepción que se tiene de una organización como Al-Qaeda, especializada en los atentados suicidas.
Pero es de manera totalmente falsa que ese fanatismo religioso ha sido presentado como la causa de los crímenes cometidos “en nombre del Islam”.
El hecho es que la mayoría de los yihadistas ignoraban en qué consiste el wahabismo cuando entraron en contacto con Al-Qaeda o con el Emirato Islámico. Sin embargo, si desde 1979 Arabia Saudita, Catar y el Emirato de Sharjah han logrado implantar el wahabismo en toda Europa y extenderlo un poco en el mundo árabe a tal punto que se le considera como una rama integrista del Islam, esa corriente se define a sí misma como el único Islam verdadero y condena como heréticas todas las demás escuelas teológicas, tanto el chiísmo como las otras cuatro escuelas sunitas tradicionales. El lector curioso puede consultar los escritos del fundador, Muhammad ibn Abd-al-Wahhab. En ellos descubrirá que para el fundador del wahabismo los sunitas no son musulmanes.
Jean-Michel Vernochet mostraba recientemente cómo los británicos utilizaron simultáneamente el mito de la nación árabe y la secta wahabita para combatir el califato turco y derrocar al imperio otomano. Con toda lógica, si el Emirato Islámico restaura hoy el califato, no lo hace como sucesor de los fatimidas, de los abasidas ni de los omeyas, a los que considera herejes, sino en lugar de todos ellos.
¿Qué hacer?
En primer lugar, poner fin a toda forma de respaldo a los yihadistas, incluso cuando se trata de derrocar regímenes que resisten ante los designios del imperialismo. Y también habría que destituir a los políticos que apoyan públicamente los desmanes de los yihadistas.
En segundo lugar, poner fin a toda forma de apoyo a la ideología wahabita, incluso cuando quienes la citan son el rey de Arabia Saudita o los emires de Catar y de Sharjah. Y reclamar de inmediato la igualdad de derechos para las mujeres de esas monarquías y la autorización de practicar libre y públicamente su religión. Y además poner bajo vigilancia a los imanes wahabitas en Europa y arrestarlos cuando incitan al crimen o elogian a quienes los cometen.
Para terminar, también habría que respaldar al presidente estadunidense, Barack Obama, frente a aquellos que, como el senador John McCain, e incluso dentro de su propia administración, organizan y financian la manipulación de las mentes de los yihadistas.
Esas medidas permitirían frenar en seco el reclutamiento de yihadistas. Pero no resolverán el problema de los yihadistas que regresan de Siria o de Irak. Es cierto que estos últimos son casos que caen en el marco de acción de la justicia, pero deben ser reconocidos como personas sin responsabilidad penal, como en el programa de reconciliación nacional que está aplicando la República Árabe Siria.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
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