Red Voltaire
Ginebra, Suiza. Los atentados perpetrados en Francia en enero de 2015 dieron lugar a una impresionante manifestación convocada bajo el eslogan Je suis Charlie (Yo soy Charlie) y al inicio de una campaña de denuncia contra todos los autores que se han atrevido a cuestionar el significado de esos actos de violencia. Casi todos los grandes medios de difusión franceses han dedicado reportajes y artículos no a debatir sobre los hechos, sino a demonizar a quienes se interrogan sobre éstos.
La línea directiva de esa campaña se puso de manifiesto cuando la directora política de la redacción del canal de televisión francés France 2, Nathalie Saint-Criq, se presentó ante las cámaras del noticiero transmitido el 12 de enero para explicar que:
“Es precisamente a quienes no son Charlie a quienes tenemos que descubrir, a quienes se mecen en las redes sociales y a quienes no ven este combate como suyo. Sí, a esos tenemos que señalarlos, darles tratamiento, integrarlos o reintegrarlos a la comunidad nacional.”
Nathalie Saint-Cricq es la compañera sentimental de Patrice Duhamel, quien fue a su vez director general de France Télévisions, el organismo francés a cargo de la televisión. Patrice Duhamel es además el hermano del editorialista Alain Duhamel. Estos tres periodistas son desde hace muchos años las voces del consenso de la clase dirigente francesa.
¿De dónde viene la evidente inquietud de la prensa francesa?
Es importante observar que, para la clase dirigente, la credibilidad de los medios se mide por tipo de soporte y no según los contenidos, lo cual evidencia una ausencia casi total de pluralismo en materia de ideas.
La publicación de un artículo de Thierry Meyssan en las horas posteriores al atentado contra Charlie Hebdo reabrió abruptamente el debate sobre la confiabilidad de los medios de prensa. Desde su exilio en Siria, Meyssan señalaba que el modus operandi de los terroristas no tenía absolutamente nada que ver con lo que hacen los yihadistas y que era más bien comparable con el modo de actuar de un comando militar. Por consiguiente, según Meyssan, lo importante no era saber si los terroristas eran musulmanes o si habían tenido contactos con yihadistas auténticos, sino quién impartió las órdenes que los llevaron a perpetrar el crimen. El artículo de Meyssan encontró gran eco en Francia al ser retomado por numerosos sitios en internet, reenviado a través de listas de difusión y recibió en sólo 3 días más de 800 mil visitas en la página de la Red Voltaire en idioma francés.
Extrañamente esa cuestión, abordada por numerosísimos medios de prensa extranjeros –entre ellos la BBC y CNN– no fue mencionada por la gran prensa de Francia. Peor aún, la campaña desatada en Francia contra todo el que plantea la menor interrogante sobre ese tema se refirió repetidamente al artículo de Meyssan –para descalificarlo– sin tomarse nunca el trabajo de responder a sus argumentos.
En ese mismo trabajo, el periodista francés exilado observaba que el atentado contra Charlie Hebdo tenía como objetivo reactivar la “guerra de civilizaciones”, estrategia nunca reivindicada ni por la Hermandad Musulmana, ni por Al-Qaeda o el Emirato Islámico, sino única y exclusivamente por los neoconservadores estadunidenses y los halcones liberales. Eso bastó para que Meyssan fuese acusado de “antisemitismo”, ya que los neoconservadores empezaron siendo un grupo de periodistas trotskistas vinculados a la publicación judía y sionista Commentary.
Esta absurda acusación probablemente tenía como objetivo subrayar que las observaciones de Meyssan eran ampliamente retomadas, discutidas y comentadas por los miembros de Reconciliación Nacional, el partido político de nueva creación fundado en Francia por el humorista Dieudonné y el polemista Alain Soral. Como su nombre lo indica, esa formación se plantea la reunificación de ciudadanos provenientes de corrientes políticas diferentes, incluyendo aquellos provenientes de la extrema derecha antisemita.
La prensa francesa se ve por lo tanto obligada a enfrentar dos desafíos al mismo tiempo: la rebelión encabezada internacionalmente por Thierry Meyssan contra la dominación anglosajona, y el surgimiento, alrededor de Dieudonné y de Alain Soral, de un nuevo movimiento político francés que denuncia la “traición de las elites”.
Al intervenir sobre los atentados en la Asamblea Nacional, el primer ministro Manuel Valls incluso designaba al humorista Dieudonné como el objetivo fundamental a eliminar:
“Y qué terrible coincidencia, que afrenta el hecho de ver a un reincidente del odio realizar su espectáculo en salas repletas de público en el mismo momento en que, en la tarde del sábado, la nación se reunía solemnemente en la Puerta de Vincennes. ¡No permitamos esos hechos y que la justicia sea implacable con esos predicares del odio! ¡Lo digo con fuerza aquí en la tribuna de la Asamblea Nacional!”
Al día siguiente, el humorista Dieudonné fue arrestado y puesto a disposición de los tribunales. Se le acusa de haberse mofado de la movilización Je suis Charlie ridiculizándola con las palabras “Yo soy Charlie Coulibaly”, en referencia al apellido de uno de los terroristas, lo cual supuestamente sería un llamado al odio antisemita.
Es decir, en la Francia actual, la defensa de la libertad de expresión implica meter en la cárcel a un humorista.
En ese contexto de oposición al poder mediático y político se han realizado estudios para entender qué franceses se resisten a aceptar el discurso público y qué impacto tendrían en el futuro de los partidos políticos.
Aparece, en primer lugar, una importante diferencia entre las varias regiones de Francia: la tasa de participación en las manifestaciones Je suis Charlie alcanzó el 71 por ciento en las ciudades de Grenoble y Rodez, pero no pasa de un 3 por ciento en Le Havre y Henin-Beaumont.
Según el Instituto Francés de la Opinión Pública (IFOP), la línea de fractura coincidiría con la del voto del Frente Nacional. Pero también podría ser que coincida con la del voto favorable al “no” en el referéndum de 2005 sobre la Constitución Europea. Después de analizarla, el IFOP descarta la hipótesis sobre la existencia de una relación con la pertenencia religiosa al Islam.
En otras palabras, la oposición al unanimismo de Je suis Charlie correspondería a las aspiraciones de los electores del Frente Nacional, pero podría aumentar hasta corresponder con las de los electores que se oponen a una Unión Europea antirrepublicana y antidemocrática.
En una entrevista con el politólogo Emmanuel Taieb, el diario explica a los lectores lo que “tienen” que retener. Este sociólogo, que imparte clases de ciencias políticas en Lyon, era conocido hasta ahora como especialista en el debate sobre la pena de muerte. Aunque no ha escrito nunca ningún trabajo científico sobre las “teorías conspiracionistas”, desde el atentado contra Charlie Hebdo Taieb está siendo presentado como un especialista en la materia y numerosos medios lo interrogan sobre el tema.
Cuando se habla de “teorías conspiracionistas” en realidad se trata de una “adhesión a tesis” que cuestionan versiones comúnmente aceptadas de ciertos hechos políticos. Emmanuel Taieb precisa que esas “teorías” no son “rumores” (término empleado durante la campaña de 2002), sino que son producto de personas identificadas (Taieb cita a Jean-Marie Le Pen, líder francés de extrema derecha; a Thierry Meyssan, y a Lyndon LaRouche) que según él no son periodistas (a pesar de que Thierry Meyssan es legalmente titular de una credencial de prensa y es además editorialista de diversas publicaciones impresas en diferentes países). Taieb afirma también que en definitiva “la mayoría de las teorías conspiracionistas sólo son nuevas formas de antiimperialismo o de antisionismo”.
Lógicamente el diario parte de la cuestión del 11 de septiembre para llegar al tema de Je suis Charlie. Para un 21 por ciento de las personas interrogadas, “no es verdaderamente cierto que esos atentados [del 11 de septiembre de 2001] hayan sido planificados y realizados únicamente por la organización terrorista Al-Qaeda”. Esa cifra cae al 16 por ciento en el caso de los atentados de enero de 2015.
Por supuesto, las preguntas están formuladas de tal manera que inducen parcialmente las respuestas de los encuestados. En todo caso, un 16 por ciento de desconfianza ya representa un problema político de proporciones considerables.
El IFOP prosigue su estudio observando que las personas que cuestionan la versión oficial sobre el 11 de septiembre de 2001 provienen de todo el espectro electoral, pero que son más numerosas en las filas del Frente Nacional. Sin embargo, ¡oh sorpresa!, en lo tocante a los atentados de París los llamados “complotistas” son más numerosos entre los militantes del Frente de Izquierda y de la Unión por un Movimiento Popular que entre los del Partido Socialista [actualmente en el poder] y los del Frente Nacional.
Se derrumba así toda la retórica que atribuye al cuestionamiento un origen de extrema derecha o un supuesto olor a antisemitismo. Los “complotistas” son en realidad ciudadanos que se rebelan contra el sistema en nombre de los valores de la República y en nombre de la democracia. Eso es lo que ya han entendido el Frente Nacional –al evolucionar a lo largo de una década desde las posiciones de un partido de extrema derecha hacia las de un partido patriótico– y el Frente de Izquierda, así como Reconciliación Nacional, aunque se trata de tres formaciones políticas que no tienen ninguna relación entre sí.
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