Tienen razón Luis Videgaray y Agustín Carstens en mostrarse insistentemente preocupados ante las secuelas internas de la incertidumbre que priva alrededor de la economía mundial: la desaceleración del crecimiento económico y la reducción del intercambio comercial, así como las violentas convulsiones que periódicamente sufren los mercados financieros merced a los ataques de nervios de los paranoicos especuladores globales frente a cualquier anomalía que afecte sus ganancias, que, en conjunto, podrían alterar la continuidad de los flujos de capital foráneos considerados como necesarios para asegurar el éxito de las reformas estructurales neoliberales, compensar el crecimiento económico y su desequilibrio en las cuentas externas.
La pérdida de la precaria estabilidad mundial ha sido catastrófica para un modelo económico como el mexicano y un gobierno como el actual que fincó su éxito en el flujo permanente y ascendente de capitales foráneos.
Ello explica las contrarreformas constitucionales llevadas a cabo por los peñistas con el objeto de permitir su participación en las industrias petrolera, eléctrica y de telecomunicaciones, y ampliarla en la minera, obras públicas y otras actividades. Esa lógica reprivatizadora y trasnacionalizadora también explica la legalización del despojo de las propiedades de quienes tuvieran la desgracia de asentarse en zonas de interés para los grandes capitales, así como de la criminalización de las protestas en contra de sus tropelías ambientales y sociales.
En esas reformas y en la inversión extranjera el gobierno fincó sus esperanzas de conjurar el maleficio neoliberal que ha condenado a México al estancamiento crónico (tasa media real anual de 2.4 por ciento, apenas un tercio de la alcanzada entre 1940-1982), y terminar el sexenio con un crecimiento de poco más de 5 por ciento.
No sólo eso. En los flujos netos de capitales (el saldo favorable entre los ingresos de divisas por concepto de la inversión extranjera directa y financiera y el endeudamiento externo y las inversiones privadas y públicas en el exterior) descansaba la estabilidad de precios (3 por ciento anualmente, 1+/- menos un punto porcentual) y del tipo de cambio que, en promedio, en 2013-2016, se fijó en un nivel ligeramente inferior a la inflación esperada (un atraso medio anual de 0.5 por ciento). Esto implicaba técnicamente una revaluación, atraso o sobrevaluación, la cual, paradójicamente, afectaba a la producción local al someterla a una competencia externa desventajosa, ya que abarataba artificialmente los precios de las importaciones en comparación con los internos.
Además, ese pírrico crecimiento implicaba un costoso desequilibrio externo, el cual sólo podría ser financiado con dichos flujos de capitales netos, dada la incapacidad de la producción local para financiarlo. El déficit en cuenta corriente fue programado para elevarse de 9 mil millones de dólares corrientes (mmd) en 2012 a 31.6 mmd en 2016, el más alto desde el desastre salinista-zedillista de de 1994, cuando se ubicó en 29.7 mmd, el peor de la historia del país en ese momento, aunque actualmente es menor si se mide con el PIB. En 1994 equivalió a 5.6 por ciento y en 2016 será del orden de 3 por ciento. En 2013 llegó a 30.4 mmp, 2.4 por ciento del PIB, y en 2015 a 31.9 mmd, 2.8 por ciento del PIB.
El déficit externo –y por añadidura la estabilidad de precios y el atraso cambiario– pudo financiarse mientras se mantuvo el ingreso neto de capitales, hecho que, incluso, permitió aumentar las reservas internacionales en poder del banco central, las cuales pasaron de 163.1 mmd al inicio del peñismo a su máximo de 196 mmd al cierre de enero de 2015. Sin embargo, a partir de ese momento empezaron a declinar y a finales de julio de 2016 cayeron a 177.4 mmd, lo que representa una pérdida de 18.6 mmd, el 10 por ciento.
La baja de las reservas se debe a varios factores:
1) La decisión del banco central de reducir su acumulación y de subastar una parte, dentro de su estrategia monetaria fallida por tratar de contrarrestar la escasez de divisas, desalentar la cíclica especulación cambiaria, iniciada a partir del segundo semestre de 2014, y tratar de abatir y estabilizar el precio del dólar estadunidense, situación fundamental para estabilizar la moneda y evitar sus efectos nocivos sobre la inflación, el crecimiento y las cuentas externas.
2) El anuncio gubernamental de que a partir de mayo pasado reduciría la emisión de títulos de deuda pública en el mercado interno en cuando menos 64 mil millones de pesos (mmp) y que recompraría parte de esos papeles por un monto de 103 mmp. Ello gracias a la transferencia a la hacienda pública del remanente de operación del Banco de México de 2015, que fue de 239.1 mmp (son sus “ganancias”, dice el propio banco, pero como éste no tiene “propósito de lucro, tras constituir reservas, está obligado a entregar al gobierno federal el importe de su remanente de operación si es que lo hay”). Al menos el 70 por ciento de ese dinero será empleado para abatir los débitos del Estado. Ello explica parcialmente la reducción de la participación de los inversionistas extranjeros en el mercado de dinero mexicano.
La emisión de esos papales de deuda le permite al gobierno federal obtener recursos y regular la oferta del circulante. Como instrumento de política monetaria, su compra-venta inyecta o retira liquidez de la economía.
3) La caída de las divisas captadas con las exportaciones debido al desplome de los precios internacionales de las materias primas, entre ellos los del petróleo, como resultado de la declinación del crecimiento y el comercio internacionales. Su menor disposición se complica por el creciente déficit en el intercambio de mercancías y servicios durante el peñismo.
4) El menor ingreso y la fuga de capitales debido al cambio de la política monetaria de la Reserva Federal estadunidense (alza de sus tasas de referencia), el cual reorientó los flujos de los mercados subdesarrollados a los industrializados.
Ese escenario adverso no es exclusivo de México. Lo padece América Latina y otras regiones del mundo.
En su Estudio económico de América Latina y el Caribe 2016, dado a conocer el 26 de julion pasado, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) confirma ese panorama.
El deterioro comercial debido a la caída de los precios de exportación de productos básicos en 29 por ciento en 2015 (los de los energéticos en 42 por ciento, los de los metales y minerales en 23 por ciento y los de los bienes agropecuarios en 16 por ciento). Para 2016, la Cepal estima que si bien aumentaría el volumen de las exportaciones en un 3 por ciento, los precios serían menores en 6 por ciento con relación a los precios medios de 2015. El del petróleo crudo, por ejemplo, caería un 21 por ciento.
Entre 2014 y 2015 las exportaciones bajaron de 1.1 billón de dólares a 988 mmd, en 15 por ciento o 165 mmd. En el primer semestre de 2016 sumaron 306 mmd contra los 461 mmd del mismo lapso de 2015; fueron menores en 34 por ciento o 155 mmd.
La menor disponibilidad de flujos financieros que se ubicaron en su nivel más bajo desde 2009. La incertidumbre y la volatilidad predominantes en los mercados financieros, observados en 2015 y 2016, han afectado la entrada neta de la inversión extranjera directa (IED) y de cartera. En 2015 los flujos totales cayeron en 34 por ciento o 76 mmd, al pasar de 224 mmd a 148 mmd; la IED retrocedió 7 por ciento o 10 mmd, al pasar de 141.5 mmd a 131.3 mmd; los otros capitales se desplomaron en 80 por ciento o 66 mmd, al pasar de 82 mmd a 16 mmd.
Para 2016, la Cepal espera una ligera reducción en los flujos financieros. En el caso de la IED aventura que ésta podría caer en 8 por ciento. Las otras inversiones financieras han mostrado nobles caídas en lo que va de 2016.
Los flujos totales (148 mmd) fueron insuficientes para cubrir el déficit en cuenta corriente latinoamericano de 2015, que fue de 178 mmd. La diferencia fue cubierta con las reservas internacionales, por lo que éstas declinaron en 46 mmd; pasaron de 857 mmd a 812 mmd. No sería extrño que la historia vuelva a repetirse este año.
Las emisiones internacionales de bonos latinoamericanos se contrajeron en 41 por ciento, de 133 mmd a 79 mmd, aunque en la primera mitad de 2016 mostraron una mejoría con relación al mismo lapso de 2015, al aumentar de 62 mmd a 75 mmd.
El ambiente de incertidumbre encareció el llamado “riesgo-país” (el costo ante la posibilidad de que un Estado no pueda cumplir con sus obligaciones crediticias foráneas). Medido por el “riesgo soberano regional” (bonos de mercados emergentes, EMBIG), la sobretasa (spread) media regional pagada fue de 312 puntos básicos en 2012 (100 equivalen a un punto porcentual adicional). En enero de 2016 subió a casi 700 puntos básicos. Si bien en junio se ubicó en 514 puntos básicos, aún es 65 por ciento más alto que su nivel de 2012.
La escasez de capitales ha depreciado las monedas de la región, propiciado el alza de los réditos internos y comprometido las finanzas públicas. También ha provocado la pérdida del ritmo de crecimiento económico latinoamericano: en de 2011 su tasa fue de 4.5 por ciento, en 2014 se estancó (0.9 por ciento) y en 2015 entró en recesión (-0.5 por ciento). La Cepal estima que en 2016 se contraerá 0.8 por ciento, su peor desempeño desde 2009. Consecuentemente, el desempleo aumentó junto con los problemas fiscales de los países.
Todos esos síntomas de la crisis señalados por la Cepal son registrados por México.
El tipo de cambio, sobre el que descansan otras variables, como la inflación, el crecimiento o las cuentas externas, es un termómetro de esa situación.
En la lógica ideal oficial, la variación de la tasa de cambio debió ser similar a la de la inflación. En ese sentido, el precio del dólar sería actualmente de alrededor de 14.50 pesos.
Pero el atraso cambiario programado sólo funcionó en 2013, mientras se mantuvo el flujo favorable entre los ingresos y salidas de capitales. Pero cuando el saldo neto se redujo y los flujos se convirtieron en negativos –debido al desplome petrolero, la nueva política monetaria estadunidense, el Brixt y otros factores– la paridad se desfondó y, con ella, todo el programa económico sexenal. En 2014, 2015 y en lo que va de 2016 el peso frente al dólar se depreció nominalmente en 4 por ciento, 19 por ciento y 15 por ciento, en promedio, respectivamente. De manera acumulada, la devaluación cambiaria desde 2014 es de 39 por ciento
El deterioro en el saldo neto de capitales se combinó con el déficit ascendente de la cuenta corriente de la balanza de pagos, por lo que ya se resienten problemas para financiarlo, lo que ha afectado a las reservas internacionales.
De acuerdo con datos del Banco de México, en 2013 y 2014 el flujo neto de capitales fue 67.6 mmd y 60.1 mmd. En esos años el déficit corriente fue de 30.4 mmd y 24.9 mmd. Si a este último se le agrega la salida de divisas registradas en el renglón de errores y omisiones, 19.7 mmd y 17.6 mmd, el total del saldo negativo se eleva a 50.1 mmd, 42.5 mmd en cada año citado. Pese a ello, la entrada de capitales pudo financiarlos y aún quedó un remanente favorable que redundó en un amento neto de las reservas internacionales: 13 mmd en 2013 y 16.7 mmd en 2014.
Pero la historia cambió en 2015. Los flujos netos de capitales cayeron casi a la mitad con relación a 2013 y 2014: 33 mmd, y fueron insuficientes para compensar el déficit corriente (31.9 mmd) y los errores y omisiones (-15.3 mmd) que sumaron 47.2 mmd, por lo que se arrojó una pérdida neta de las reservas internacionales por 16.5 mmd.
Ese fenómeno se observó desde el segundo trimestre del año: los ingresos sumaron 15.3 mmd y el déficit de los renglones citados de 17.7 mmd; en el tercero de 1.4 mmd y -13 mmd y en el cuarto de 11.3 mmd y -14 mmd.
Lo anterior se repitió en los 3 primeros meses de 2016: ingresos por 7.4 mmd y un déficit por 8.2 mmd. Y se espera que continúe en lo que resta del año ante la reducción de los títulos de deuda pública y de la inversión bursátil, según datos del banco central.
La inversión extranjera directa neta (diferencia entre la externa en país y la de mexicanos en el exterior) cayó de 32.7 mmd en 2013 a 18.2 mmd en 2014 y 18.2 mmd en 2015. La inversión extranjera en México pasó de 45.9 mmd a 25.7 mmd y 30.3 mmd
En esos años la inversión bursátil pasó de 49 mmd a 46.3 mmd y 28 mmd. El endeudamiento neto público pasó de 33 mmd a 36 mmd y 16.9 mmd. En especial, la deuda pública en el mercado de dinero pasó de 22 mmd a 23 mmd y 1.3 mmd.
Lo mismo ocurrió con el sector privado, cuyo endeudamiento neto declinó de 18 mmd en 2013 a 11 mmd en 2014 y 3.5 mmd en 2015.
Los valores emitidos por el gobierno federal en el exterior pasaron de 13 mmd a 15.7 mmd entre 2014 y 2015, mientras que los del sector privado pasaron de un endeudamiento por 6 mmd a un desendeudamiento por 147 millones de dólares.
No deja de ser llamativa esa decisión estatal, porque la sobretasa de los bonos soberanos se elevó de 126 puntos básicos en 2012 a 247 puntos en septiembre de 2015. En junio de 2016 bajó a 213 puntos. De cualquier manera, lo anterior repercute onerosamente en los intereses pagados.
Entre el primer trimestre de 2015 y 2016 se observó una reducción de la inversión extranjera directa en México (de 9.3 mmd a 7.9 mmd) y una mejoría en la de cartera (de 8.4 mmd a 12.3 mmd). Los valores del sector público retrocedieron (de -326 millones de dólares a -4.4 mmd). En cualquier caso, esos signos positivos y negativos son peores a los registrados en el mismo lapso de 2013 o 2014.
En lo que resta del año difícilmente los flujos de capital serán los necesarios para financiar el desequilibrio externo.
Marcos Chávez M
[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÓN: ECONÓMICO]
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