Nafeez Mosaddeq Ahmed/Red Voltaire
Londres, Inglaterra. Un importante estudio demuestra que la “guerra contra el terrorismo”, encabezada por Estados Unidos, ha matado a 2 millones de personas. Pero sólo se trata de un conteo parcial de las muertes de las que Occidente es responsable en Irak y Afganistán desde hace más de 2 décadas.
El mes pasado, Physicians for Social Responsibility (PSR), prestigiosa organización no gubernamental con sede en Washington, Distrito de Columbia, publicó un estudio clave. Ese estudio demuestra que el balance sobre las pérdidas de vidas humanas de más de 1 década de “guerra contra el terrorismo”, desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, se eleva como mínimo a 1.3 millones de muertos. Según esta organización, ese conteo podría alcanzar incluso los 2 millones.
Publicado por un equipo de doctores que obtuvo el Premio Nobel de la Paz (en 1985, cuando ganar ese premio todavía significaba algo), este informe de 97 páginas es el primer conteo del número total de bajas civiles provocadas por las intervenciones “antiterroristas” desatadas bajo la égida de Estados Unidos contra Irak, Afganistán y Pakistán.
Este informe del PSR fue redactado por un equipo interdisciplinario de expertos de primera línea en materia de salud pública, entre los que se encuentra el doctor Robert Gould, director a cargo de la sensibilización y la educación de los profesionales de la salud en Centro Médico de Universidad de California (San Francisco). Entre sus redactores también podemos citar al profesor Tim Takaro, quien enseña en la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Simon Fraser (Canadá).
Sin embargo, este estudio ha sido casi totalmente ignorado por los medios de difusión anglófonos (al igual que por la prensa francófona y por la prensa en español). Se trata del primer intento –realizado por una organización mundialmente prestigiosa– de presentar un cálculo científicamente realizado del número de personas muertas a causa de la “guerra contra el terrorismo”, desatada por Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña.
El doctor Hans von Sponeck, exsecretario general adjunto de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), describe este informe del PSR como una “importante contribución para reducir el abismo entre los estimados confiables sobre las víctimas de la guerra –en particular la cifra de civiles en Irak, Afganistán y Pakistán– y los balances tendenciosos, manipulados e incluso falsificados”.
Este estudio contiene un reexamen científico de los antiguos estimados sobre el número de víctimas de la “guerra contra el terrorismo”. En el caso de Irak, el estudio es particularmente crítico al referirse al balance habitualmente citado por los grandes medios de difusión, es decir, los 110 mil muertos que expone el Irak Body Count (IBC). Esas cifras se obtuvieron mediante el conteo de las bajas civiles anunciadas en los medios de prensa. Pero el PSR ha encontrado graves lagunas y otros problemas metodológicos en esa forma de conteo.
Por ejemplo, de los 40 mil cadáveres enterrados en Nayaf desde el inicio de la guerra de Irak en 2003, el IBC contó solamente 1 mil 354 muertos en esa ciudad durante el mismo periodo. Ese ejemplo indica la gran diferencia entre las cifras del IBC en la ciudad de Nayaf y el balance real. En este caso, las cifras reales son 30 veces superiores.
La base de datos del IBC está llena de esas diferencias (entre las cifras que registra y la realidad). En otro ejemplo, esta organización registró solamente tres incursiones aéreas en cierto momento de 2005. En realidad, la cantidad de ataques aéreos había aumentado aquel año de 25 a 120. Nuevamente, los datos reflejados son 40 veces inferiores a la realidad.
Según el informe del PSR, el controvertido estudio de la revista británica The Lancet, que había estimado en 655 mil el número de muertos en Irak entre 2003 y 2006 –y en más de 1 millón hasta hoy, mediante una extrapolación– estaba probablemente mucho más cerca de la realidad que las cifras del IBC. En realidad, este informe confirma un cuasi consenso entre los epidemiólogos sobre la confiabilidad del estudio publicado en The Lancet.
A pesar de una serie de críticas justificadas, la metodología estadística aplicada en ese trabajo es el modelo universalmente reconocido para determinar la cantidad de muertos en las zonas de conflicto. Por cierto, es la que utilizan los gobiernos y las agencias internacionales.
El PSR analizó también la metodología y las conclusiones de otros estudios que indican un balance inferior de pérdidas humanas, como un artículo del New England Journal of Medicine que también contiene cierta cantidad de lagunas.
En particular, el PSR analizó las alegaciones de Michael Spaget, John Sloboda y otros críticos que describieron como “fraudulentos” los métodos de recogida de datos del estudio de The Lancet. Según la organización, tales argumentos carecen de fundamento.
Las pocas “críticas legítimas”, según el PSR, “no afectan la credibilidad de los resultados de las investigaciones de The Lancet en su conjunto. Esas cifras siguen siendo los mejores estimados actualmente disponibles”. Las conclusiones de The Lancet también se ven corroboradas por los datos de un nuevo estudio realizado por la revista científica PLOS Medicine, que contabilizó 500 mil víctimas de la guerra en Irak. En total, el PSR ha logrado determinar que la cantidad más probable de muertos civiles en ese país desde 2003 asciende a 1 millón.
El estudio del PSR agrega a ese balance al menos 220 mil muertos en Afganistán y 80 mil en Pakistán, víctimas directas o indirectas de la campaña militar encabezada por Estados Unidos. En otras palabras, esta organización presenta un “estimado conservador” que se eleva a 1.3 millones de muertos en Irak, Afganistán y Pakistán. Sin embargo, las cifras reales podrían fácilmente “sobrepasar los 2 millones”.
Pero el propio estudio del PSR también presenta ciertas lagunas. Primeramente, la “guerra contra el terrorismo” iniciada después del 11 de septiembre de 2001 no era nada nuevo, sino una simple prolongación de las políticas intervencionistas ya iniciadas anteriormente en Irak y Afganistán.
Por otro lado, la carencia de datos sobre Afganistán significa que el estudio del PSR probablemente subestimó el balance de bajas humanas en ese país.
La guerra de Irak no comenzó en 2003 sino en 1991, con la primera Guerra del Golfo, a la que siguió la aplicación de un régimen de sanciones impuesto a través de la ONU.
Un estudio anterior del propio PSR, realizado por la entonces demógrafa del Buró de Censos de Estados Unidos, Beth Daponte, ha demostrado que la cantidad de muertes de irakíes provocadas por la primera Guerra del Golfo se elevaba a cerca de 200 mil, principalmente víctimas civiles. Aquel estudio fue censurado por las autoridades.
Después de la retirada de la coalición encabezada por Estados Unidos, la primera Guerra del Golfo prosiguió en el plano económico, a través de las sanciones de la ONU impuestas por Estados Unidos y Gran Bretaña. El pretexto que se invocó para justificar aquellas sanciones fue impedir que el presidente Sadam Husein lograse tener acceso a los elementos necesarios para la fabricación de posibles armas de destrucción masiva. Pero bajo aquel embargo, los bienes cuyo acceso se prohibió a Irak incluían gran cantidad de productos de primera necesidad, indispensables para la población civil.
Cifras de la ONU, que nunca han sido puestas en duda, demuestran que alrededor de 1.7 millones de civiles irakíes murieron por causa de ese brutal régimen de sanciones impuesto por Occidente y que la mitad de esos muertos fueron niños.
Y parece que las sanciones tenían como objetivo provocar esa gran cantidad de muertos. Entre los bienes prohibidos a Irak por las sanciones de la ONU estaban los productos químicos y el equipamiento esencial para el funcionamiento del sistema irakí de tratamiento del agua. El profesor Thomas Nagy, de la Escuela de Comercio de la Universidad George Washington, descubrió un documento secreto de la agencia de inteligencia del Pentágono (Defence Intelligence Agency, DIA), que, según el profesor Nagy, constituye “un plan inicial de genocidio contra el pueblo irakí”.
En un artículo científico redactado en el marco de la Asociación de Investigadores sobre los Genocidios de la Universidad de Manitoba (Canadá), el profesor Nagy explicó que el documento de la DIA revelaba con “lujo detalles, un método perfectamente operacional para ‘degradar completamente el sistema de tratamiento de aguas’ de toda una nación” a lo largo de 1 década. De esa manera, la política de sanciones crearía “las condiciones favorables a la amplia propagación de enfermedades, como epidemias de gran envergadura […] liquidando así gran parte de la población irakí”.
Por consiguiente, sólo en el caso de Irak, la guerra de Estados Unidos contra ese país mató 1.9 millones de irakíes, desde 1991 hasta 2003. Y a partir de 2003 se registran más o menos 1 millón de muertes más. Así que la agresión de Estados Unidos contra Irak costó en total cerca de 3 millones de vidas de irakíes.
En Afganistán, el número total de víctimas mencionado en el estimado del PSR también parece estar muy por debajo de la realidad. Seis meses después de la campaña de bombardeos de 2001, el periodista de The Guardian Jonathan Steele reveló que entre 1 mil 300 y 8 mil afganos habían sido víctimas mortales directas. Steele agregaba que las consecuencias de la guerra habían provocado un exceso de mortalidad al provocar la muerte de unas 50 mil personas.
Aunque ninguna revista universitaria publicó los descubrimientos del profesor Polya, el estudio que presenta en Body count, su libro de 2007, ha sido recomendado por Jacqueline Carrigan, profesora de sociología de la Universidad del Estado de California. Jacqueline Carrigan ha presentado este estudio como “una mina de datos sobre la situación global de la mortalidad” en una reseña publicada en la revista Socialism and Democracy de las ediciones universitarias Routledge.
Como en el caso de Irak, la intervención de Estados Unidos en Afganistán comenzó, mucho antes del 11 de septiembre de 2001, en 1992 bajo la forma de una ayuda militar, logística y financiera clandestina de Estados Unidos a los talibanes. Aquella ayuda secreta favoreció la conquista violenta de cerca del 90 por ciento del territorio afgano por parte de los talibanes.
En 2001, la Academia Nacional de Ciencias publicó un informe titulado Forced migration and mortality. En ese estudio, Steven Hansch –epidemiólogo de primer plano y director de Relief International– subrayaba que el incremento de la mortalidad provocado en la década de 1990 por las consecuencias de la guerra había dejado entre 200 mil y 2 millones de muertos en Afganistán. Por supuesto, la entonces Unión Soviética es en parte responsable de la devastación de la infraestructura civil de ese país, la cual creó las bases de ese desastre humanitario.
Al adicionarlas, esas cifras sugieren que en Afganistán el balance total de las consecuencias directas e indirectas de las operaciones estadunidenses (y occidentales) desde el inicio de la década de 1990 hasta el día de hoy podría ser estimado entre 3 millones y 5 millones de muertos.
Según las cifras que acabamos de estudiar, el total de muertes provocadas por las intervenciones occidentales en Irak y Afganistán desde aquella década –entre las muertes provocadas directamente por la guerra y las que se deben a las privaciones provocadas a largo plazo por la guerra– podría elevarse a unos 4 millones: 2 millones de muertos en Irak entre 1990 y 2003 y 2 millones a causa de la “guerra contra el terrorismo”. Si tomamos en cuenta los elevados estimados sobre el exceso de mortalidad (consecuencia de la guerra) en Afganistán, este balance podría elevarse incluso a 6 millones u 8 millones de muertos.
Es posible que esas cifras sean demasiado altas, pero nunca se podrán saber con certeza. En efecto, las políticas de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y de Gran Bretaña consisten en no contabilizar las muertes de civiles provocadas por sus operaciones, muertes consideradas como incidentes sin interés.
Debido a la grave carencia de datos en Irak, a la casi total inexistencia de archivos en Afganistán, así como a la indiferencia de los gobiernos occidentales ante todo lo concerniente a las muertes de civiles, resulta literalmente imposible determinar la verdadera cantidad de fallecimientos que esas intervenciones han provocado.
Al no existir ni la más mínima posibilidad de comprobarlas, esas cifras proporcionan estimados plausibles basados en la aplicación de la metodología estadística basada en las mejores pruebas disponibles, aún tratándose de pruebas particularmente escasas. A falta de datos precisos, estos estimados nos proporcionan una idea de la magnitud de la destrucción.
La mayoría de esas muertes fueron justificadas invocando la lucha contra la tiranía y contra el terrorismo. Sin embargo, gracias al silencio cómplice de los medios masivos de difusión, la mayoría de la ciudadanía no tiene la menor idea del verdadero alcance de este terror permanente que la tiranía estadunidense y británica impuso en Afganistán e Irak, en nombre de los ciudadanos de Estados Unidos y del Reino Unido.
Nafeez Mosaddeq Ahmed/Red Voltaire
[Sección: Línea Global]
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