Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco, Siria. Durante su campaña electoral, Benjamín Netanyahu afirmó con toda franqueza que mientras él viva los palestinos nunca tendrán su propio Estado. Con esa declaración, Netanyahu puso fin a un “proceso de paz” que venía prolongándose desde la Declaración de Principios sobre las Disposiciones Relacionadas con un Gobierno Autónomo Provisional (Acuerdos de Oslo), firmada hace más de 21 años. Así termina el espejismo de la “solución de los dos Estados”.
Netanyahu ha asumido la postura de un bravucón, capaz de garantizar la seguridad pública de la colonia judía aplastando a la población autóctona:
-Aportó su apoyo a Al-Qaeda en Siria.
-Atacó al Hezbolá en la frontera del Golán, matando a un general de los Guardianes de la Revolución iraníes y a Jihad Mughniye, dirigente del Hezbolá.
-Desafió al presidente Barack Obama en Washington denunciando ante el Congreso estadunidense los acuerdos que su administración está negociando con Irán.
Los electores israelíes optaron por la vía de Netanyahu, que es la de la fuerza.
Sin embargo, un análisis más detallado muestra que todo eso no tiene nada de especialmente glorioso y, sobre todo, no tiene futuro.
En la frontera del Golán, Netanyahu sustituyó la fuerza de interposición de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) por el Frente al-Nusra, la rama local de Al-Qaeda. Le dio apoyo logístico a través de la frontera y posó para los fotógrafos junto a jefes terroristas en un hospital militar israelí. Sin embargo, la guerra contra Siria es una derrota para Occidente y las monarquías del Golfo. Según la ONU, la República Árabe Siria logra garantizar la seguridad sólo en el 60 por ciento de su territorio, cifra engañosa, ya que el resto del país es un vasto desierto, por definición, incontrolable. Pero también, según la ONU, los revolucionarios y las poblaciones que los apoyan, ya sean yihadistas o “moderados” (es decir, abiertamente proisraelíes), son sólo 212 mil personas entre los 24 millones de sirios, lo cual representa menos del 1 por ciento de la población.
Varias personalidades murieron en el ataque contra el Hezbolá, pero la venganza de este último no se hizo esperar. Netanyahu afirmaba que la Resistencia libanesa estaba empantanada en Siria y que ello le impediría responder a la agresión. Pero varios días después, con fría precisión matemática, precisamente a la misma hora que el ataque israelí, el Hezbolá mató exactamente la misma cantidad de soldados israelíes en la región ocupada de las granjas de Shebaa. Al escoger esa zona, considerada como la más protegida por las tropas israelíes, el Hezbolá lanzaba un mensaje destinado a mostrar su poder absolutamente disuasivo. El Estado hebreo comprendió que ya no tiene todos los triunfos en sus manos y prefirió no reaccionar ante la respuesta de la Resistencia libanesa.
Finalmente, el desafío de Netanyahu al presidente estadunidense Barack Obama puede costarle muy caro a Israel. Estados Unidos está negociando con Irán una paz regional que le permita sacar de Oriente Medio el grueso de las tropas estadunidenses. Lo que Washington tiene en mente es apostar por el presidente Hasán Rouhaní para convertir un Estado revolucionario en una simple potencia regional. Estados Unidos reconocería la influencia iraní en Irak, Siria y Líbano. Pero también lo haría en Bahréin y Yemen. A cambio de ello, Teherán renunciaría a exportar su revolución hacia África y Latinoamérica. Para garantizar su abandono del proyecto del imán Jomeini, Irán renunciaría a su desarrollo militar, principalmente –aunque no únicamente– en el sector nuclear (es importante señalar aquí una vez más que no se trata de la fabricación de la bomba atómica, sino de la producción de motores nucleares). La exasperación del presidente Obama es tan acentuada que el reconocimiento de la influencia iraní podría extenderse incluso a Palestina.
Benjamín Netanyahu sigue los pasos de Ian Smith, quien en 1965 se negó a reconocer los derechos cívicos de la población negra en Rodesia, rompió con Londres y proclamó la independencia. Ian Smith nunca logró realmente el Estado colonial que había proclamado, que se vio devorado por la resistencia de la Unión Nacional Africana de Robert Mugabe. Quince años después, Smith se vio obligado a dimitir, Rodesia se convertía en el actual Zimbabue y la mayoría negra llegaba al poder.
La fanfarronería de Netanyahu, al igual que la de Ian Smith en sus tiempos, es un intento de disimular el callejón sin salida donde ha metido a los colonos. Buscando a toda costa ganar tiempo, durante los 5 últimos años, en vez de aplicar los Acuerdos de Oslo, Netanyahu no ha hecho más que acentuar la frustración de la población autóctona. Y, al anunciar ahora que hizo esperar a la Autoridad Palestina inútilmente, está creando las condiciones para un cataclismo.
Ramala anunció de inmediato que pondrá fin a toda cooperación con Tel Aviv en materia de seguridad si Netanyahu es nombrado nuevamente primer ministro para iniciar la aplicación de su nuevo programa. De producirse esa ruptura entre la Autoridad Palestina y Tel Aviv, es muy probable que la población de Cisjordania, y –por supuesto– también la de Gaza, se enfrenten de nuevo a las fuerzas de seguridad de Israel, en lo que sería la Tercera Intifada.
El temor de las Fuerzas Armadas de Israel de que esa situación llegue a producirse es tan grande que sus principales oficiales retirados de alta graduación han creado una asociación llamada Commanders for Israel’s Security, que ha lanzado constantes advertencias contra la política del primer ministro, quien por su parte no ha logrado constituir una asociación para defender su política. Los militares israelíes han entendido perfectamente que Israel podría extender aún más su hegemonía, como en Sudán del Sur o en el Kurdistán iraquí, pero que ya no podrá seguir extendiendo su territorio. El sueño de construir un Estado colonial desde el Nilo hasta el Éufrates resulta irrealizable y es cosa de un siglo que ha quedado atrás.
Al rechazar la “solución de los dos Estados”, Benjamín Netanyahu cree estar abriendo el camino a una solución de estilo rodesiano, un ejemplo que ya resultó inviable. El primer ministro puede celebrar hoy su victoria, pero ésta será de corta duración.
En realidad, su ceguera abre el camino a otras dos opciones: una solución de tipo argelino, con la expulsión de millones de colonos, muchos de los cuales ni siquiera cuentan con otra patria que los acoja; o una solución de estilo sudafricano, es decir, la integración de la mayoría palestina al Estado de Israel según el principio “un hombre, un voto”, única opción humanamente aceptable.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
[Sección: Línea Global]
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